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Medio Oriente, Medio Oriente :: 17/11/2020

Donde Noé, dicen, aparcó su arca

Elsa Claro
Acuerdo entre Armenia y Azerbaiyán por Nagorno Karabaj

Los hechos pueden parecer fríos cuando se les describe, pero reflejan realidades y hasta su potencial futuro. Cuando el recién pasado 9 de noviembre se anunció la firma de un acuerdo para concluir la guerra entre Armenia y Azerbaiyán por Nagorno Karabaj, regresaron al interés público y a los recuentos, la problemática que viene enfrentando a esos dos países, en particular desde los años 80 cuando desplomes o auto desactivación de lo existente dio paso a nuevos conflictos, creando, sin solucionar, muchas divergencias previas.

El Cáucaso, como los Balcanes, es área de antiguo atravesada por diversas voluntades exteriores y el cruce o mezcla de culturas y humanos designios. Si a esa complejidad se le añaden diferencias religiosas (Armenia adopta el cristianismo tempano, en el 301 d.n.e., mientras el resto de sus vecinos profesaban las variantes del islam), habrá suficientes factores para una periódica perturbación de la zona.

La que está en disputa, incluyendo en ese paisaje a Georgia y al mismo Azerbaiyán, estuvo gobernada por el Imperio Ruso desde el 1805. La guerra ruso-otomana de 1828-29, anexa parte de la actual Armenia al dominio de los zares. Al crearse la Unión Soviética, el destino de esas naciones se mantiene vinculado a Moscú.

Azeríes y armenios vivieron mezclados a lo largo del tiempo, pero tras el genocidio cometido en el 1915 por Turquía, (donde hasta hoy no aceptan tal hecho) se desata o crecen las diferencias entre los dos colectivos humanos pues Ereván consideraba a los azerbaiyanos suficientemente afiliados al antiguo agresor como para rechazarlos. Al término de la Primera Guerra Mundial se redefinen las fronteras pero Nagorno Karabaj (de mayoría armenia) se mantiene como parte de Azerbaiyán.

En 1922 la URSS crea la República Socialista Federativa Soviética de Transcaucasia conjunto que en 1936 se desagrega en las Repúblicas Socialistas Soviéticas de Armenia, Azerbaiyán y Georgia. Como la primera reclamaba a Nagorno Karabaj, las autoridades soviéticas, por evitar pugnas, aumentaron la índole administrativa y decisoria de ese enclave, dándole rango de región autónoma, y dándoles cabida a sus diputados en el Soviet Supremo de la URSS.


Un soldado armenio camina en la línea del frente en Nagorno Karabaj, octubre de 2020.

Suele achacarse a Stalin la decisión de mantener bajo jurisdicción azerbaiyana al Karabaj, pero esa colocación figura en la Constitución soviética 1936 y se mantiene cuando se reforma la Carta Magna en 1977.

Con el catolicismo Armenia reasume tradiciones idiosincráticas que llevan a un acentuado nacionalismo. Mientras existió el factor unificarte, fue innecesario acudir a reclamos de soberanía o deslindes geográficos. En su lugar existió convivencia civilizada entre las repúblicas colindantes. El ambiente desintegrador en los finales de los 80, favorece los dramáticos acontecimientos de febrero de 1988, cuando ocurre un ataque de bandas paramilitares azeríes contra la población armenia en la ciudad industrial de Sumgait.

La narrativa de aquellos sucesos, repetidos en Bakú y otras ciudades azerbaiyanas donde residían miles de armenios (a veces por matrimonio interétnico), es espeluznante y la primera de su tipo registrada en la moribunda URSS. El añadido de hechos sangrientos a la antigua saga de disputas de mayor o menor intensidad heredadas de otros tiempos, hacen difícil alcanzar acuerdos intensamente gestionados por varios países junto con Rusia y la ONU.

Tras aquellos brutales acontecimientos en Azerbaiyán los armenios piden incorporar a su república la zona del Karabaj, pero la administración de Mijaíl Gorbachov no lo aprueba. Se mantienen las refriegas hasta que en 1994 los contendientes firman una tregua, dejando pendiente establecer una paz en regla. No obstante, en el 2016, ocurre otro ronda armada conocida como “guerra de los cuatro días”, añadiendo nuevas bajas a las miles de muertes y un gran desplazamiento de ciudadanos de las dos partes. Después, tras un referéndum local, se constituye la República del Alto Karabaj que luego se denomina República de Artsaj, en el 2017, pero ni siquiera Armenia la reconoce de forma oficial.

El último estallido a finales de septiembre en este 2020, reanudó hostilidades. El apoyo y beligerancia política de Turquía, a favor de Azerbaiyán, se suma al menos visible apoyo de Israel. Tel Aviv aprecia el fenómeno como otro acicate dirigido contra Irán, fronterizo del área cuestionada y debido a los intereses norteamericanos de índole anti rusa, favorecidos por el gobierno actuante en Ereván, pese al acuerdo defensivo con Moscú y los nexos de viejo establecidos.

Fácil advertir la conjunción adversa que de un lado colocó a la Federación rusa en una disyuntiva ante el gobierno turco en sucesos capaces de desatar un enfrentamiento entre potencias regionales y, por añadidura, el oportunismo sionista influyendo a nombre propio o como brazo de Washington y su política de “caos periférico” en torno a Rusia para mantenerla desestabilizada y entorpecer su desarrollo e influjo. Más-menos lo hecho tiempo antes con Abjasia y Osetia.

La capacidad mediadora del kremlin se evidenció, al menos por ahora, para frenar un desenlace trágico para unos y otros. Con la firma de las dos naciones involucradas se hizo posible un alto al fuego y el establecimiento de un corredor seguro, bajo custodia de soldados rusos, ubicados entre la República de Artsaj y Armenia, y entre Nakhichevan y Azerbaiyán, provincia que le da salida al mar y limita con Turquía, Georgia y Rusia, Irán y Armenia. Solo ese sitio acumula una densa historicidad y reclamos de los dos países enfrentados.

Las autoridades armenias se ven ahora atenazadas por reacciones populares adversas, sobre todo contra el primer ministro pro estadounidense, Nicol Pashinian a quien se achaca mentir sobre el curso de los combates, haciendo creer en un triunfo que nunca llegó. Desde su arribo al cargo hizo un trabajo de “des rusificación” del ejército y el sistema de seguridad armenios, en tanto abría las puertas a EE.UU. y la miríada de ONG bajo su auspicio. Pese a esa complacencia con Occidente, cuando les rogó ayuda, se vio absolutamente solo para hacer frente al ataque azerí de septiembre.

Entre las posibilidades por delante se considera un cambio de gobierno y hasta la anulación del trato para un alto el fuego, reemprendiendo las hostilidades pese a la escasa perspectiva de ganar. La frustración ciudadana es enorme y concita reacciones poco satisfactorias, a menos que fuerzas juiciosas emprendan algún tipo de autoridad inclinada a la búsqueda de reconciliación y reparaciones. Expectativa nada simple toda vez que la polarización política propició la anulación y hasta el encarcelamiento de los dirigentes nacionales anteriores al 2018.

Varios especialistas prevén acontecimientos drásticos por delante y nada prometedores para nadie. Este es uno de los dilemas hoy inconcluso y muy amenazante.

Cubadebate

 

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