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México, Argentina, Mundo :: 12/03/2016

El papa y Samuel Ruiz: contrastes (II)

Maciek Wisniewski
En la catedral de San Cristóbal, el tributo de Francisco I, un conservador que fue enemigo de la teología de la liberación, fue gesto vacío y puro espectáculo

Ya me dirán malpensado. Pero mientras la mayoría de los observadores pensaba en las similitudes entre Francisco I y Samuel Ruiz, el antiguo obispo de San Cristóbal (1959-1999) –y celebraba la cercanía entre ambos–, yo sólo podía pensar en las diferencias.

Allí donde en el gesto papal de orar unos minutos en la tumba de J’Tatik [como llamaban los indígenas a Samuel Ruiz] en la catedral sancristobalense la mayoría veía el gran simbolismo, la resignificación y el reconocimiento tardío, yo sólo podía ver una gran simulación a fin de ganar más simpatías y seguir seduciendo a los círculos progresistas dentro y fuera de la Iglesia (con el obispo indio y los indígenas como objetos y una atractiva decoración).

Allí donde la mayoría veía la validación de la lucha de años y el tributo a la Iglesia autóctona y a la teología india yo sólo podía ver una jugada de Jorge Mario Bergoglio –un viejo político peronista [de derecha]– que, homenajeando la rama progresista del clero mexicano, la usaba como contrapeso en su pugna contra los ultraconservadores.

Tal vez algo parecido le pasaba a Antonio García de León. El clásico de la historiografía de Chiapas –una vez cercano a J’Tatik–, autor entre otros de Resistencia y utopía (1985), advertía de antemano: el tributo de Francisco I, un conservador que fue enemigo de la teología de la liberación, va a ser un gesto vacío y puro espectáculo de declaraciones con los indígenas por delante, pero en práctica sólo en calidad de escenografía (El Economista, 14/2/16).

¿Y qué pensaban los miembros del viejo equipo pastoral de J’Tatik?

Raúl Vera, su ex coadjutor, hoy obispo de Saltillo, que acompañó a Francisco I en todo su viaje por México –y para quien el hecho de que orara en la tumba de don Samuel equivalía a su beatificación (ídem)–, veía con muy buenos ojos sus gestos y su apertura hacia la Iglesia autóctona; igual Gonzalo Ituarte, ex vicario diocesano, para quien fue la señal de legitimidad de la Iglesia chiapaneca tras años de ataques y controversias (Excelsior, 16/2/16).

Pero si alguien pensaba que todo esto se debía a alguna predilección particular de Francisco I o su afinidad especial con J’Tatik, se quedará decepcionado; Felipe Arizmendi –el actual obispo de San Cristóbal– ya hace unos años, cuando estaba en medio de gestiones para levantar la prohibición vaticana de ordenar diáconos indígenas, lo explicó de otra manera.

Francisco I, desde luego, podía ayudar más –decía– porque era un latino y entendía mejor la región (aclarando a la vez que el veto no fue por la mala voluntad de Vaticano, sino por... la falta de comunicación): no obstante, la apertura –que ya venía– se debía más a que simplemente... todos los papas, también el nuevo, aman a los indígenas:

Cuando alguien ama, no importan las razas ni las culturas. Juan Pablo II demostró un amor extraordinario a los indígenas sin serlo (sic). Benedicto XVI (el mismo que emitió la prohibición en 2006), desde que era prefecto (de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ex Inquisición), estuvo muy pendiente de la teología india (sic) y nos pidió que no ocurriese lo que pasó con la teología de la liberación, que provocó choques (sic) (Vatican Insider, 17/12/13).

En fin. Para mi mente malpensada, lo más significativo de la visita de Francisco I a San Cristóbal no era que éste “engrandeció a J’Tatik” (¿de veras hacía falta?), sino que J’Tatik (ya que su sucesor decidió ponerse al lado del papa) empequeñeció a Francisco I, exponiendo varias de sus lagunas (por ejemplo, de cuando aún era Bergoglio).

Ni modo: la relación entre ambos –si nos tomamos la molestia de recordar un poco el pasado y rascar tantito al presente– se entiende más por los contrastes que por las semejanzas.

¿No es verdad que mientras el primero abrazó los cambios que trajo el Concilio Vaticano II (1962-1965), el segundo –un joven clérigo– se mantuvo al margen de este proceso y sólo después abrazó su lectura conservadora (teología popular), nacida para contrarrestar la teología de la liberación?

¿No es verdad que mientras el primero por su dedicación y enfoque con el paso del tiempo se volvió el sinónimo de la teología de la liberación (e india), el segundo desde el principio la trató como el sinónimo del mal y como provincial de los jesuitas se dedicó a perseguirla?

¿No es verdad que mientras el primero, despertándoles la conciencia a las comunidades indígenas, contribuyó a su politización y auto-organización (incluso en medida que no había previsto...), el objetivo del segundo era despolitizar y contener las villas bonaerenses y mantenerlas bajo su tutelaje (castigando a curas que se atrevían a hablar allí de política e incluso delatándolos ante los militares)?

¿No es verdad que mientras el primero se comprometió de lleno a la defensa de los derechos humanos (alzando su voz y fundando un centro alusivo), el segundo en la dictadura se comprometió a quedarse callado ante sus violaciones y en la democracia boicoteaba los esfuerzos de los tribunales y los organismos civiles –incluso de los familiares de los desaparecidos– que buscaban justicia en Argentina?

¿No es verdad que mientras el primero (sobre todo a partir del Congreso Indígena, 1974) destacó por denunciar abusos de las autoridades y sus complicidades en el sometimiento indígena afectando intereses concretos, para el segundo fue algo ajeno y ahora –como papa– destaca más bien por la vaguedad de sus críticas, en las cuales nadie es culpable ni plenamente identificado y las víctimas aparecen a menudo a la par que los victimarios?

And last but not least: mientras don Samuel, en principio muy tradicionalista, fue cambiando de acuerdo con su realidad social mediante un proceso desde abajo (véase 'Cómo me convirtieron los indígenas', 2003), Bergoglio nunca salió del corsé conservador y su transformación en Francisco I-la voz de los desprotegidos sólo fue posible mediante un proceso desde arriba (la investidura) y una serie de simulaciones ideológicas.

Pero el premio del año se lo llevan los biempensantes que en el calor del acto en la catedral aseguraban que J’Tatik era visto como maestro por Bergoglio, que seguía sus pasos.

¡¿What...?! De ser así, no habría llegado a ser el papa en esta Iglesia. Punto.

Continuará

Primera parte: El papa, Samuel Ruiz y los indígenas: ambigüedades (I)

@periodistapl. Extractado por La Haine

 

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