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Brasil, Brasil :: 12/09/2022

Las elecciones más importantes de las Américas se celebran en Brasil

Vijay Prashad
La derecha va a utilizar cualquier medio para mantener el poder

El expresidente brasileño Luíz Inácio Lula da Silva (conocido como Lula) estuvo en el escenario del Memorial de América Latina en São Paulo. Fue el 22 de agosto de 2022, y participaba en la presentación de un libro con fotografías de Ricardo Stuckert sobre sus viajes por el mundo cuando era presidente de Brasil de 2003 a 2010. Lula es un hombre con mucha energía. En Sao Paulo contó una historia de cuando estuvo en Irán con su ministro de Asuntos Exteriores, Celso Amorim, en 2010, intentando mediar y poner fin al conflicto impuesto por EEUU sobre la política energética nuclear de Irán. Lula consiguió en 2010 un acuerdo nuclear que habría evitado la actual campaña de presión que Washington lleva a cabo contra Teherán.

Había alivio en el aire. Entonces, dijo Lula, «Obama meó fuera del tiesto». Según Lula, el entonces presidente de EEUU, Barack Obama, no aceptó el acuerdo y echó por tierra el duro trabajo del dirigente brasileño para que todas las partes llegaran a un acuerdo.

Esa anécdota pone de manifiesto dos puntos importantes: Lula fue capaz de aprovechar el papel de Brasil en América Latina ofreciendo su liderazgo en el lejano Irán durante su anterior mandato como presidente, y no tiene miedo de expresar su antipatía por el modo en que EEUU está echando por tierra la posibilidad de paz y progreso en todo el mundo por sus propios y estrechos intereses.

El lanzamiento del libro tuvo lugar durante la campaña de Lula a la presidencia contra el actual titular, Jair Bolsonaro, profundamente impopular. Lula lidera las encuestas de cara a la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Brasil, que se celebrarán el 2 de octubre.

Fernando Haddad[1], que fue rival de Bolsonaro en 2018 y perdió tras recibir menos del 45% de los votos, me dijo que esta elección sigue siendo «arriesgada». Puede que las encuestas muestren que Lula va en cabeza, pero Bolsonaro es conocido por jugar sucio con tal de asegurar la victoria. La extrema derecha en Brasil, como la extrema derecha en muchos otros países, se muestra feroz a la hora de disputar el poder del Estado. Bolsonaro, dijo Haddad, está dispuesto a mentir abiertamente, diciendo cosas ofensivas a los medios de comunicación de extrema derecha para luego, cuando es cuestionado por los medios de comunicación convencionales, fingir ignorancia. Las “fake news” parecen ser su mejor defensa cada vez que es atacado.

La centroizquierda es mucho más sincera en su discurso político; los izquierdistas no están dispuestos a mentir y están ansiosos por llevar los temas del hambre y el desempleo, la desesperación social y el avance social al centro del debate político. Pero hay menos interés en estos temas y menos ruido sobre ellos en un panorama mediático que se nutre de la teatralidad de Bolsonaro y sus seguidores. La vieja derecha tradicional está tan sobrepasada como la extrema derecha en Brasil, un espacio que ahora está comandado por Bolsonaro (la vieja derecha tradicional, los hombres de traje oscuro que tomaban las decisiones entre puros y cachaça, son incapaces de suplantar a Bolsonaro).

Tanto Bolsonaro como Lula se enfrentan a un electorado que los ama o los odia. Hay poco espacio para la ambigüedad en esta carrera. Bolsonaro no sólo representa a la extrema derecha, cuyas opiniones defiende abiertamente, sino también a amplios sectores de la clase media, cuyas aspiraciones de riqueza permanecen en gran medida intactas a pesar de que su situación económica se ha deteriorado en la última década. El contraste entre el comportamiento de Bolsonaro y Lula durante sus respectivas campañas presidenciales ha sido muy marcado: Bolsonaro es grosero y vulgar, mientras que Lula es refinado y presidencial. Si Lula gana, es probable que obtenga más votos de los que odian a Bolsonaro que de los que lo aman a él.

La expresidenta brasileña Dilma Rousseff hace una reflexión sobre lo que ocurrirá. Según me dijo, es probable que Lula se imponga en las elecciones porque el país está harto de Bolsonaro. Su horrible gestión de la pandemia del COVID-19 y el deterioro de la situación económica del país le señalan como un gestor ineficiente del Estado brasileño. Pero Rousseff señaló asimismo que, aproximadamente un mes antes de las elecciones, el gobierno de Bolsonaro -y los gobiernos regionales- han puesto en marcha políticas que han comenzado a aligerar la carga de la clase media, como la eliminación de los impuestos sobre la gasolina. Estas políticas podrían llevar a algunas personas a votar por Bolsonaro, aunque eso no sea muy probable.

Para la centroizquierda, la situación política en Brasil sigue siendo frágil, pues los principales bloques de la derecha (la agroindustria, la religión y los militares) están dispuestos a utilizar cualquier medio para mantener su control del poder; fue esta coalición de derecha la que llevó a cabo un «golpe legislativo» contra Rousseff en 2016 y utilizó el «lawfare«, la judicialización de la política, contra Lula en 2018 para evitar que se presentara contra Bolsonaro. Estas frases (golpe legislativo y lawfare) forman ya parte del vocabulario de la centroizquierda brasileña, que entiende claramente que el bloque de la derecha (lo que se llama centrão) no dejará de perseguir sus intereses si se siente amenazado.

João Paulo Rodrigues, dirigente del Movimiento de los Sin Tierra (MST), es un importante asesor de la campaña de Lula. Él me contó que, en las elecciones presidenciales de 2002, Lula ganó contra el titular Fernando Henrique Cardoso por el inmenso odio que habían generado las políticas neoliberales impuestas por este. En aquel momento, la centroizquierda estaba fragmentada y desmoralizada. Sin embargo, el tiempo que Lula estuvo en la presidencia ayudó a la centroizquierda a movilizarse y organizarse, aunque incluso durante este periodo la atención popular se centró más en el propio Lula que en los bloques que componían la centroizquierda. Durante el encarcelamiento de Lula por cargos de corrupción, que la centroizquierda considera fraudulentos, se convirtió en una figura que unificó: Lula Livre, «Liberen a Lula», fue el eslogan unificador, y la letra L (de Lula) se convirtió en un símbolo (que sigue utilizándose en la actual campaña electoral).

Aunque en la carrera presidencial hay otros candidatos de la centroizquierda brasileña, para Rodrigues no hay duda de que Lula es el abanderado de la centroizquierda y la única esperanza para acabar con el liderazgo altamente divisivo y peligroso del presidente Bolsonaro. Uno de los mecanismos para construir la unidad de las fuerzas populares en torno a la campaña de Lula ha sido la creación de los Comités Populares, que han estado trabajando tanto para unificar a la centroizquierda como para crear un programa para el gobierno de Lula (que incluirá la reforma agraria y una política más sólida para las comunidades indígenas y afrobrasileñas).

Las condiciones internacionales para una tercera presidencia de Lula son providenciales, me dijo Rousseff. Un amplio abanico de gobiernos de centro-centroizquierda ha llegado al poder en América Latina (incluidos Chile y Colombia). Aunque no sean gobiernos socialistas, sí están comprometidos con la construcción de la soberanía de sus países y con la creación de una vida digna para sus ciudadanos. Brasil, el tercer país más grande de América (después de Canadá y EEUU), puede desempeñar un papel de liderazgo en la orientación de esta nueva ola de gobiernos de centroizquierda en el hemisferio, dijo Rousseff. Haddad, por su parte, me dijo que Brasil debería liderar un nuevo proyecto regional, que incluirá la creación de una moneda regional (el sur) que no sólo pueda utilizarse para el comercio transfronterizo, sino también para guardar reservas. Haddad es actualmente candidato a gobernador de São Paulo, cuya principal ciudad es la capital financiera del país. En opinión de Haddad, una moneda regional de este tipo solucionará los conflictos en el hemisferio y creará nuevos vínculos comerciales que no tengan que depender de las largas cadenas de suministro desestabilizadas por la pandemia. «Si Dios quiere, crearemos una moneda común en América Latina, porque no debemos depender del dólar», dijo Lula en mayo de 2022.

Rousseff está deseando que Brasil vuelva a la escena mundial a través del bloque de los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), y ofrezca el tipo de liderazgo de centroizquierda que Lula y ella habían dado a esa plataforma hace una década. El mundo, dijo Rousseff, necesita una plataforma de este tipo para brindar un liderazgo que no se base en las amenazas, las sanciones y la guerra. La anécdota de Lula sobre el acuerdo con Irán es reveladora, ya que demuestra que un país como Brasil, bajo el liderazgo de la centroizquierda, está más dispuesto a resolver conflictos que a exacerbarlos, como hizo EEUU. Existe la esperanza, señaló Rousseff, de que una presidencia de Lula ofrezca un liderazgo sólido para un mundo que parece desmoronarse debido a innumerables desafíos, como la catástrofe climática, la guerra y la toxicidad social.

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Nota del traductor: [1] Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores, fue ministro de educación entre 2005 y 2012, con Lula y con Dilma y, posteriormente, alcalde de Sao Paulo entre 2013 y 2017.

counterpunch.org. Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo. Revisada por La Haine.

 

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