Portugal: Doce notas sobre el 25 de noviembre [de 1975]

Los autores de este texto militaron, en la década de 1980, en el grupo que publicaba la revista “Versus” y desde entonces mantuvieron una colaboración que tiene aquí una expresión. No se trata de un testimonio, ni de un trabajo de investigación, sino de afirmar algunos puntos que consideramos fundamentales.

- El 25 de Noviembre [de 1975] no fue una imitación abortada del “golpe de Praga”. El Partido Comunista Portugués (PCP) no tenía ninguna veleidad de transformar a Portugal en un país del Este, y menos aún en una “Cuba de Europa”. Se identificaba plenamente con la estrategia soviética de distensión y lo apostado en los Acuerdos de Helsinki. Los que critican al PCP su incondicional obediencia a Moscú, no pueden simultáneamente criticarlo por una supuesta estrategia putchista sin caer en estridente contradicción: cualquier intento de tomar el poder en Portugal hubiera sido incompatible con desear el éxito de la política de Helsinki. La estrategia del PCP consistía en defender sus posiciones en el aparato de Estado y establecer algún tipo de acuerdo con el Grupo de los Nueve [del MFA], en el espíritu del Comité Central reunido en Alhandra el 10 de agosto.
- Negar que h haya existido una estrategia del PCP para la toma del poder, no implica negar que el socialismo y el poder popular hayan estado efectivamente en el horizonte de la revolución. Ambos eran vistos como posibilidad concreta y palpable en la cotidianeidad de las masas y como un peligro creíble por las clases poseedoras. Una alternativa de poder popular había comenzado a diseñarse cuando las masas, el mismo 25 de Abril de 1974, decidieron ignorar las reiteradas órdenes de quedarse en casa emitidas por el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA). Y siguió desarrollándose en cada huelga, en cada ocupación de casas, de tierras y de empresas. Durante más de un año y medio, las fuerza policiales raramente se atrevían a salir de sus cuarteles y las fuerzas militares enviadas en misiones represivas casi siempre terminaban confraternizando con los trabajadores. La situación era intolerable para la burguesía, que sentía con urgencia la necesidad de hacer algo.
- En la primera fase del llamado Proceso Revolucionario En Curso (PREC), los grandes grupos económicos portugueses y las potencias occidentales habían apostado por soluciones golpista del tipo chileno, pero la derrota sufrida el 11 de marzo de 1975 desacreditó a Spínola como dirigente e impuso a ese bloque social mayor prudencia. Paralelamente, la configuración de una mayoría Partido Socialista-Partido Popular Democrático en las elecciones de 1975, permitió agrupar bajo la bandera de la Constituyente un vasto conjunto de fuerzas contrarrevolucionarias, desde el ELP (extrema derecha terrorista) al maoísta Movimiento Revolucionario por el Partido del Proletariado (MRPP), pasando por las derecha parlamentarias y la socialdemocracia. Con esa bandera, pudieron también romper la precaria unidad del Movimiento de las Fuerzas Armadas, promover la creación del Grupo de los Nueve y conquistar la hegemonía en el Consejo de la Revolución. Los partidos y militares “moderados” llegaron en vísperas del 25 de Noviembre aliados con fuerzas de la contrarrevolución más extrema y armados con una determinación inflexible. La invocación táctica de la legitimidad electoral no los hacía perder de vista el objetivo de una contrarrevolución inaplazable. Bajo el guante de seda de la Constituyente, se escondía el puño de hierro de la guerra civil que, de ser necesario, estaba preparada y dispuesta.
- En todo caso, instruidos por los fracasos de Spínola, el bloque noviembrista se abstuvo de una nueva aventura golpista y avanzó principalmente en el arte de la provocación. Aquello que la izquierda siempre supiera, y que siempre la detuviera antes de lanzar alguna iniciativa militar (a excepción del mismo 25 de Abril de 1974, que no fue en verdad una iniciativa sólo de la izquierda), se había convertido en algo consensual: “el primero que salta, pierde”. Si la izquierda, puesta a la defensiva desde la derrota electoral de abril de 1975, comprendía mejor que nunca esa verdad de siempre, la derecha tenía urgencia en que su ofensiva culminara en un desenlace victorioso, cuidándose sin embargo de que alguna nueva precipitación comprometiese la dinámica de victoria.
- Durante el verano y otoño de 1975, por lo tanto, la derecha política y militar conspiró, pero no “saltó”. Agitó en los espacios públicos, llenó la Alameda, asaltó sedes de partidos y sindicatos, maniobró secretamente y preparó febrilmente la guerra civil. En vísperas del 25 de noviembre llegó al punto de cortar al país por la mitad, en Río Maior, e inició la transferencia de la capital trasladando a la ciudad de Porto gran parte de sus cuadros políticos -ministro que harían funcionar el gobierno y diputados que se reunirían como Constituyente. Mario Soares llegaría incluso admitir posteriormente que preparaban desde Porto una marcha sobre la “Comuna de Lisboa”. Pero la estrategia continuaba siendo provocar a la izquierda para que lanzara alguna acción exasperada que pudiesen rotular como “golpe”.
- La gran provocación para “hacer saltar” a las unidades de la izquierda militar y del COPCON era la sustitución de Otelo [Saraiva de Carbalho] por Vasco Lourenzo al frente de la región militar de Lisboa. Efectivamente, esa provocación dio en el blanco y causó enorme agitación en las unidades de Lisboa. Aún así, el frenesí asambleario y deliberativo desencadenado por la jugada del Consejo de la Revolución demoraba en traducirse en alguna iniciativa militar. La derecha parecía ver frustradas sus expectativas de hacer saltar las unidades más identificada con la izquierda, y todo habría continuado más o menos igual, de no ser porque otra provocación, menos planeada e inesperada hubiera llegado, sumándose a la primera: la del Jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea, general graduado Moráis da Silva, ordenando la disolución del Regimiento de Cazadores Paracaidistas, aparentemente sin previa consulta al Consejo de la Revolución. Aunque las dos cuestiones coincidiesen en el tiempo, y Costa Martins haya dicho en determinado momento que los paracaidistas también pretendían impedir la destitución de Otelo, la verdad es que los paracaidistas salieron para defenderse a sí mismos contra la orden de disolución, sorprendiendo tanto a la derecha como a la izquierda. La salida de los paracaidistas constituye por lo tanto un equivalente a las “jornadas de julio” típicas de otros procesos revolucionarios, cuando incluso en las cabezas más disciplinadas y conservadoras, como era mayoritariamente el caso de los paracaidistas, se produce un giro de 180° y se pasan al lado de la revolución que anteriormente habían abominado. Repentinamente, los paracaidistas, hartos de haber sufrido repetidas manipulaciones utilizándolos como tropa de choque de la contrarrevolución, desbordaron a las unidades más maduras políticamente e ignoraron los cálculos tácticos que impedían a la izquierda caer en la trampa del Consejo de la Revolución. Lanzaron entonces un operativo exigiendo la dimisión de la cúpula de la Fuerza Aérea y que no se conservara en la manga algún tipo de gobierno-sombra u otras maniobras características de los golpes de Estado. Pero el contexto político hacía inevitable que el sentido de esa acción limitada fuese inmediatamente desvirtuado por la derecha, tan impaciente por un golpe de izquierda que se demoraba, y tan dispuesta a agarrar cualquier pretexto para fabricar la apariencia de ese golpe.
- La ausencia de una dirección revolucionaria se tradujo, en un primer momento, en la incapacidad de la izquierda militar y política para refrenar la justificada impaciencia de los paracaidistas e impedir que cayeran en la provocación del CEMFA. El PCP no tenía en la cadena de comando posiciones tales como para que pudiese determinar o impedir la salida de los paracaidistas, pero tenía suficiente influencia a todos los niveles de la tropa para alertar contra los peligros de la aventura y ser oído. Inicialmente no lo hizo y, por el contrario, lanzó señales ambiguas que cada uno podría interpretar como quisiera y ciertamente alentaban a los más entusiastas lanzados a tomar las armas para la lucha final.
- El que podía dar a los paracaidistas órdenes en uno u otro sentido era el COPCON. Cierto es que en aquella situación los paracaidistas decidieron salir y pidieron el aval del COPCON a una decisión ya tomada. Pero Otelo dio a entender a los oficiales más próximos a él su conformidad y esa luz verde fue siendo transmitida por todos los escalones de la cadena, de modo que los paracaidistas ocuparon las bases de la Fuerza Aérea creyendo eventualmente cumplir una orden del COPCON o al menos con la convicción de que podrían contar con su aval.
- A pesar de todos los condicionamientos desfavorables que deberían haber llevado a que el PCP y el COPCON frenaran el impulso al levantamiento de los paracaidistas, la verdad es que toda las bases importantes de la Fuerza Aérea fueron ocupadas sin disparar un tiro, en un operativo técnicamente perfecto, y el efecto sorpresa comenzó desequilibrando a favor del izquierda la relación de fuerzas. Con una fuerte presencia de los trabajadores en las calles, con una clara superioridad militar de la revolución en la gran Lisboa y con el Consejo de la Revolución en Belén, a merced de algún golpe de mano que el cercano Regimiento de la Policía Militar decidiera emprender, no sorprende que Costa Gomes haya comenzado por enviar a los paracaidistas una propuesta que satisfacía prácticamente todas las reivindicaciones de la fuerza rebelde. Ya sea que esa propuesta fuera un auténtico paso atrás o mera astucia de guerra para ganar tiempo hasta la declaración del Estado de Emergencia, lo cierto es que reflejaba también el pánico que, por un momento, se apoderó incluso de los contrarrevolucionarios con la cabeza lo bastante fría como para haber permanecido en Lisboa.
- En ese momento, se jugaba el todo o nada de la revolución y era demasiado tarde para retroceder. Pero, la izquierda militar y política a la que faltara presencia del espíritu para frenar el primer impulso de la rebelión, le faltaba ahora la audacia para aprovechar el éxito inicial y luchar por una victoria que los imponderables de la lucha inesperadamente colocaban a su alcance. Otelo desapareció durante la noche y la mañana del día 25 y cuando reapareció fue para entregarse en Belém. El PCP negoció por intermedio de Melo Antúnez garantías para subsistir como partido legal, a cambio de desmovilizar a los trabajadores y reforzar las presiones para que no intervinieran los Fusileros.
- Faltó por tanto esa difícil combinación entre paciencia para resistir las provocaciones y audacia para aprovechar un inesperado éxito inicial. Pero hubo al menos dos casos de dirigentes de la izquierda militar que advirtieron contra la salida extemporánea de los paracaidistas y luego, frente al hecho consumado, se colocaron incondicionalmente al lado de las tropas rebeldes, haciendo todo lo posible para tratar de garantizar su triunfo: Varela Gomes y Diniz de Almeida. El primero, contactado por una delegación de paracaidistas, les aconsejo vehementemente que no ocuparan las bases; pero después, frente al inexorable desarrollo de los acontecimientos, se puso al lado de la rebelión, tratando de organizar desde el COPCON una respuesta de las unidades revolucionarias. El segundo, habiendo asistido a la luz verde dada por Otelo a la salida de los paracaidistas, advirtió al comandante sobres sobre el camino sin retorno que estaba adoptando y se recogió en su unidad, tratando de actuar como polo aglutinador de las otras fuerzas dispuestas a resistir.
- Como en su momento subrayamos en las páginas de la revista Versus, el hecho de que qué hubiera existido quien procediera acertadamente, como fue el caso de estos dos militares revolucionarios, no era de por si, ni lo fue, garantía de éxito, pero habría de permitir que, al menos que se extrajera del 25 de Noviembre una conclusión de importancia decisiva: no faltaron buenas ideas sobre lo que se debía hacer; faltó si, una dirección revolucionaria que las pusiera en práctica. Y por mucho que Varela Gomes, Diniz de Almeida y seguramente otros se hayan esforzado, no podrían nunca improvisar en pocas horas una dirección revolucionaria, que debió haber sido construida por lo menos en los meses anteriores, como expresión de los órganos de poder popular. Sólo esa dirección hubiera podido, incluso en vísperas del 25 de Noviembre, hacerse oír por una vanguardia demasiado impaciente o, de no conseguirlo, sólo ella hubiera podido crear una cadena de mando alternativa. Ningún revolucionario actuando individualmente, a pesar incluso el heroísmo de su accionar, podría suplantar con éxito la falta de una dirección colectiva forjada en el calor de las luchas de masas.
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Nota: Antonio Carmo Vicente, integrante de Versus en los años 1980, era sargento paracaidista e intervino en personalmente en los acontecimientos del 25 de Noviembre de 1975. Continúa militando por rescatar la memoria y lecciones que se desprenden del PREC y su derrota. Antonio Louçã, que fue uno de los directores de Versus, es historiador, periodista y dirigió hasta el año pasado (durante varios periodos) la Comisión de Trabajadores de la RTP. Acaba de editarse su libro (en coautoría con Aldo Casas), La Revolución Portuguesa y sus antecedentes: Comuna de París, Soviets Rusos, Consejos obreros alemanes (Ediciones Herramienta, La Montaña, Huella del Sur).







