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Cuba, Cuba :: 19/04/2022

Socialismo en Cuba, ¿opción en disputa?

Ricardo Ronquillo
El país de los fracasos que buscan prefigurarnos

No es simple rito celebrativo el regreso anual de una representación de los cubanos a la esquina histórica de 23 y 12, en La Habana, cada 16 de abril.

La decisión de apoyar el carácter socialista de la Revolución, acogida en medio del fervor previo a la invasión de Playa Girón, en 1961, marca la naturaleza política, económica y social de Cuba, así como su destino en el porvenir.

Solo la enorme mística patriótica, dignificante, justiciera, libertaria y esperanzadora que la Revolución despertó en tiempo relampagueante hizo el milagro de aquella aclamación, en momentos del anticomunismo rampante de la Guerra Fría, que ya intentaba carcomer la unidad de las fuerzas revolucionarias triunfantes en enero de 1959.

Si la dictadura sangrienta de Fulgencio Batista —cuyos desmanes y crímenes ahora algunos pretenden lavar— había precipitado las causas de la Revolución, y el imperialismo las acentuó con su ceguera y prepotencia, la opción socialista, acogida con tan estremecedor y contundente entusiasmo, había puesto el horizonte.

La temprana obra de justicia revolucionaria, que reivindicaba en segundos históricos siglos de lucha, estimuló que el pensamiento radical de los más connotados representantes del liderazgo, especialmente de Fidel, prendiera en el pueblo. El socialismo encarnaba la idea del bien del Apóstol cubano, referente esencial en el ideal político nacional.

Más de 60 años después el socialismo en Cuba encarna lo mismo, pero sería cuando menos ingenuo desconocer que no son iguales las circunstancias. El ideal socialista ha sufrido sus muy particulares viacrucis, junto al persistente intento del capitalismo transnacional por descarrilar sus experiencias en cualquier parte del mundo donde se adoptó como elección.

El mismo Fidel Castro Ruz, líder histórico de la Revolución e inspirador de la decisión de aquel 16 de abril fundacional, reconocería, en su aldabonazo del 17 de noviembre de 2005, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, que entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo.

Esa idea de Fidel llevaría después a su hermano de luchas e ideales, Raúl Castro Ruz, a considerar que aunque hemos contado con el legado teórico marxista leninista, donde científicamente está demostrada la factibilidad del socialismo y la experiencia práctica de los intentos de su construcción en otros países, la edificación de la nueva sociedad en el orden económico es —en su opinión— un trayecto hacia lo ignoto.

Al intervenir ante la Asamblea Nacional, en diciembre de 2010, enfatizó que la construcción del socialismo debe realizarse en correspondencia con las peculiaridades de cada país, una lección histórica que hemos aprendido muy bien, enfatizó entonces. No pensamos volver a copiar de nadie, insistió, porque bastantes problemas nos trajeron hacerlo y porque, además, muchas veces copiamos mal…

No por casualidad, algunos estudiosos ubican en el año 2007, con el ascenso de Raúl a las principales responsabilidades públicas del país, el inicio de la búsqueda de un nuevo modelo económico-social de carácter socialista, que encontraría su base en la Conceptualización, discutida en amplios foros, y aprobada años después, y seguida por readecuaciones. Como parte del empeño de modernizar el modelo se aprobó también una nueva Constitución de la República.

Que la segunda de nuestras cartas magnas en Revolución fuera ratificada en referéndum popular con el 86,85 por ciento de los votos muestra que la opción socialista cuenta con una amplia base popular pese al intento por demeritarla y desmontarla.

Tanto la Conceptualización como la Ley de leyes renovada develan, como hemos subrayado en otros momentos, que Cuba está asistiendo a la segunda reconfiguración, y seguramente la más dramática, del contrato social de la Revolución en el período socialista, con beneficios e incentivos singulares, aunque también con costos que no debemos subestimar y que es preciso atenuar.

Si con la primera Constitución después de 1959, la de 1976, se desmontaba el orden burgués en el país para iniciar el camino de la construcción de una sociedad socialista, que reivindicaba y temporizaba las aspiraciones de una patria en libertad y con justicia social, con todos y para el bien de todos, como postuló José Martí, con la del 24 de febrero de 2019 se apunta a superar el modelo de socialismo del siglo XX que, aunque corrosivo y deficiente como evidenció su derrumbe en la URSS y Europa del Este, resultó funcional para Cuba durante una larga etapa.

Ese modelo lo estamos buscando superar en las duras condiciones de una crisis combinada, agravada por las secuelas de la COVID-19 y las más de 240 medidas que hacen más criminal y abusivo el cerco de Estados Unidos.

Dicho escenario es el que aprovechan, cínicamente, las maquilas comunicacionales de la decepción, junto a nuestros errores, insensibilidades, lentitudes e ineficacias internas, para restarles adeptos, a marcha forzada, a los defensores de la institucionalidad y el modelo de desarrollo socialista en Cuba.

Por ello no basta resistir hoy, con orgullo numantino, como durante tantos años. Al país de los fracasos que buscan prefigurarnos no alcanza con oponerle el de la resistencia heroica, sino el de la resistencia creativa, como lo hicimos para enfrentar la pandemia del coronavirus… Hay que poner a funcionar el país de las posibilidades, el de las oportunidades y los incentivos, el de la participación, el de la «plurisoberanía» —necesaria más allá de lo político—, el de la prosperidad creciente, como está en el nuevo diseño del modelo…

Aunque pasaron 61 años, cambiaron los tiempos y las tempestades, seguimos necesitando la fuerza, la disposición y la esperanza de aquel 16 de abril inaugural.

Cubadebate

 

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