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Argentina :: 19/12/2021

19 y 20 de diciembre: un balance a 20 años

Guillermo Cieza
La rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001 en toda Argentina fue la eclosión de un largo período de acumulación de lucha populares

El estallido del 19 y 20 de diciembre de 2001 está precedido de una larga secuencia de gestiones políticas que habían llevado al país a una situación de abultado endeudamiento externo y gran crisis social. El endeudamiento externo se había iniciado con la dictadura, que además había producido cambios sustanciales en la estructura productiva del país con un agudo proceso de desnacionalización de empresas y de desindustrialización, baja de salarios y crecimiento de la desocupación.

El gobierno de Alfonsín intentó enfrentar en los primeros tiempos la cuestión de la deuda y del control monopólico de la economía por parte de los grupos concentrados, pero siendo derrotado por esos grupos no se animó o no pudo hacer los cambios estructurales exigidos por el FMI y terminó arrasado por la hiperinflación. El gobierno de Menem echó mano a la venta de activos estatales como YPF, gas del estado, empresas de electricidad, etc. con lo que consiguió en los primeros tiempos hacer ingresar algunas divisas y un mayor circulante en algunas ciudades obreras fruto del pago de las indemnizaciones.

Hacia el final del gobierno se advirtió que no sólo no se habían mejorado las cuentas externas, sino que se habían perdido las principales empresas públicas, por lo que no se podían regular tarifas, y que se había incrementado el nivel de desempleados. Al gobierno de De La Rúa le tocó pagar la fiesta menemista y lo hizo de la peor manera: concediendo a las presiones del FMI, impulsando reformas regresivas y finalmente apelando a la represión abierta.

La continuidad en las medidas antipopulares y antinacionales entre la dictadura y los posteriores gobiernos constitucionales habían llevado al país a un profundo colapso económico social y a una bajísima credibilidad de la clase política y de la institucionalidad, y esos fueron dos elementos fundantes de la rebelión popular de 2001.

En ese contexto debe agregarse el condimento de la aparición de nuevos sujetos sociales y de organizaciones que expresaban la nueva realidad. Estos nuevos sujetos empezaron a expresarse en los cortes de ruta en ciudades petroleras, donde trabajadores que habían sido indemnizados al privatizarse empresas públicas como YPF se quedaron sin ningún sustento y decidieron salir a las rutas a reclamar trabajo.

Los primeros cortes se produjeron en Cutral Co y Plaza Huincul en 1996, después en Tartagal-Mosconi y posteriormente se extendieron a la periferia de Buenos Aires, en zonas donde quedaban restos de la experiencia obrera de las interfabriles, y una vivencia más presente de las luchas de los asentamientos. Si bien algunos partidos clásicos de la izquierda construyeron su rama piquetera, primero el PCR-CCC, después el Partido Obrero, en general los movimientos de desocupados fueron organizaciones nuevas, que se masificaron a partir de algunos núcleos militantes que sin ninguna expectativa en lo electoral, habían elegido empezar a construir con los marginados.

Los trabajadores con empleos formales y sindicalizados son también parte de esa lucha, en particular en algunas provincias como Jujuy, Chaco y Neuquén, y en la zona sur del conurbano bonaerense, aunque las conducciones centralizadas no llegan a sintonizar con la situación que se avecinaba. La CGT estaba ausente y la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) propuso crear el FRENAPO, el Frente Nacional contra la Pobreza, que se puso a la tarea de juntar un millón y medio de firmas para promover la creación de tres instrumentos que en conjunto aportarían a un salario de ciudadanía: un denominado seguro de empleo y formación, de 380 pesos mensuales para cada jefa o jefe de familia desocupado, una asignación universal de 60 pesos por mes por cada hija o hijo de hasta 18 años, y otra de 150 pesos para los mayores de 65 años que no perciban jubilación.

La CTA advertía cuál era el problema social, pero apostó a que el conflicto iba a canalizarse por vía institucional. Por eso proponía presentar esas firmas en el Congreso, donde tenía diputados que impulsarían la iniciativa. No advertía que al desencadenarse el conflicto la rebelión iba a enfrentar al conjunto de la institucionalidad.

La aparición de este nuevo sujeto, donde los movimientos de desocupados eran el sector mas dinámico, tuvo distintas expresiones. A modo de ejemplo entre 1997 y 2001 funcionó el Encuentro de Organizaciones Sociales (EOS) con presencia en Buenos Aires y las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fé, que se proclamaba independiente de los Partidos Politicos, las Centrales Sindicales y el Estado, y que reunía a 200 pequeñas organizaciones surgidas desde lo territorial. En las vísperas de la rebelión de 19 y 20 de diciembre florecieron en la ciudad de Buenos Aires y otras ciudades las asambleas vecinales que eran autoconvocadas.

Las jornadas del 19 y 20 de diciembre están precedidas en los meses previos por otras luchas. Una de las más significativas se desarrolló en Mosconi en julio de 2001, donde una pueblada popular enfrentó a la Gendarmería durante días con el saldo de dos muertos: Carlos Santillán y Rubén Barrios.

En los dias previos, entre el 14 y 18 de diciembre, la grave crisis económica agravada por la inminencia de las fiestas de fin de año, se expresó en saqueos a comercios en distintas ciudades del país y, en aquellos lugares con mayor organización, en plantones frente a los supermercados para exigir alimentos. Los enfrentamientos del 19 y 20 de diciembre tuvieron algunos detonantes como el corralito impuesto a los ahorros en dólares que provocó la furia de los ahorristas porteños, y la implantación del Estado de Sitio por parte del Presidente De la Rúa, pero su significado excede en mucho estas provocaciones.

La rebelión de diciembre planteó una fuerte impugnación a toda la clase política y a la institucionalidad de gobierno. La consigna “Que se Vayan Todos” estaba acompañada por la realidad que los legisladores y dirigentes políticos no salían a la calle por temor a ser escrachados. El diputado de izquierda Luis Zamora era una de las pocas excepciones.

Las decisiones del Presidente que reemplazó a De la Rua, Adolfo Rodríguez Sáa, que inmediatamente convocó a las Madres de PLaza de Mayo a la Casa Rosada y proclamó la suspensión del pago de la Deuda Externa, tiene que ver con la desesperación de la clase politica que tiraba manotazos de ahogado para tratar de salir de su situación de total ilegitimidad política.

Sobre lo ocurrido en esas jornadas memorables se generaron distintos relatos. El radicalismo y la derecha oligárquica acusaron al peronismo de promover estos incidentes. Es cierto que el Justicialismo no intentó aplacar los ánimos, ni corrió en auxilio del gobierno. Pero, salvo por el hecho de que algunos punteros políticos territoriales consintieron, o acompañaron algún saqueo, es evidente que lo ocurrido pasó muy por afuera de la conducción política y la estructura clientelar del PJ. Muchos peronistas estuvieron en la calle el 19 y 20 de diciembre, pero por la libre, no hubo expresiones orgánicas del peronismo comprometidas en la revuelta.

En la vereda opuesta de la postura que reduce la génesis de estos acontecimientos a una conspiración del justicialismo, ha tenido y tiene mucho predicamento la versión de que se trató de hechos exclusivamente espontáneos. Esta versión que difundieron a nivel local grupos autonomistas, fue publicitada fervorosamente por periodistas y analistas de otros países y asociadas a algunas interpretaciones particulares del fenómeno neo zapatista como las del intelectual europeo John Holloway (cambiar el mundo sin tomar el poder...).

Desde esa mirada la gran novedad y radicalidad de la rebelión popular argentina se debía a haber surgido al margen de toda expresión organizada, y sin lastres históricos. En espacios militantes traumatizados por la caída del muro y muy propensos a asociar organización, herramienta política o partido con burocracia, esta interpretación de innegable raíz eurocéntrica tuvo mucha aceptación. Esta versión sobre lo ocurrido centró su mirada en un sector localizado, lo ocurrido en Capital Federal y en un corto período de tiempo.

Sin desconocer que estos hechos tuvieron un componente espontáneo, en particular por lo protagonizado por el efímero despliegue de los caceroleros porteños, desde una mirada nacional y más larga, parece claro que lo ocurrido en ese momento fue la eclosión de un largo período de acumulación de luchas que se inicia en tiempos del menemismo en todo el país y donde se combinan luchas y organizaciones clásicas como son las movilizaciones, marchas y huelgas promovidas por sindicatos, con cortes de rutas y avenidas, plantones y otras formas de enfrentamiento promovidas por las nuevas organizaciones piqueteras.

En una mirada aún más larga, si superponemos los mapas de las interfabriles de los años 70 con los lugares donde se produjeron los asentamientos en los 80 y aquellos donde surgen las expresiones más radicales del movimiento piquetero, podemos advertir que hay una continuidad de lucha en los mismos territorios.

La rebelión popular produjo un retroceso de los sectores dominantes, que se mostraron dispuestos a hacer concesiones para preservar la salud del sistema, y un repliegue de la clase política. Pero a diferencia de países como Bolivia, donde los mismos protagonistas de luchas como las guerras del agua y del gas crearon su intrumento poilítico electoral y llegaron a la presidencia con Evo Morales, en la Argentina la crísis política desatada por la rebelión de las fuerzas populares, no pudo ser capitalizada por quienes la generaron.

Las prédicas de antipolitica y antiorganización que acompañaron a quienes adhirieron a la versión espontaneísta de lo ocurrido el 19 y 20 de diciembre, contribuyeron a que no pudiera articularse una respuesta política popular para capitalizar la crisis, pero no fueron los únicos responsables. Los partidos clasicos de la izquierda Argentina, comunistas y troskistas, fueron sorprendidos por la rebelión y no encontraron, ni tenían el peso suficiente, para proponer una salida revolucionaria a la crisis. Las nuevas organizaciones, que habían tenido mucho protagonismo en los últimos años todavía todavía eran muy inmaduras para capitalizar esa oportunidad.

La política aborrece el vacío y un poco por casualidad, luego de la renuncia de Carlos Reutemann, que era el candidato oficial del Justicialismo, llegó al gobierno Nestor Kirchner, un político que al igual que Rodríguez Sáa, era consciente de que sólo se podía gobernar desde reconocer que en la sociedad argentina se habían producido cambios y que sólo se le podía dar respuestas desde nuevas formas de intervención política que combinaran políticas de inclusión social, una mayor preocupación por la recuperación del trabajo asalariado, la asociación con otros gobiernos latinoamericanos de origen popular, y el progresismo político asociado al enjuiciamiento de los genocidas de la dictadura y la ampliación de derechos personales.

El kirchnerismo es un heredero demandante de las concesiones arrancadas a las clases dominantes por la rebelión popular, pero no un hijo de esas luchas, ni su continuador. Por el contrario, uno de los primeros actos de gobierno de Néstor Kirchner fue convocar a todas las organizaciones y referencias políticas que consideraba protagonistas del 2001 para proponerles trabajar juntos, obteniendo recursos y espacios dentro de la institucionalidad partidaria y estatal a cambio de dejar de lado la movilización. Ese primer gesto denota lo que será una constante de la relación entre el kirchnerismo las organizaciones sociales y los sindicatos.

Lo único que el gobierno no está dispuesto a negociar es que estas fuerzas populares organizadas mantengan su independencia política. Las convida a participar de las concesiones obtenidas, pagando el precio de no seguir adelante en el rumbo de ruptura con la institucionalidad vigente, y de alejarse de cauces revolucionarios. Esta doble condición del kirchnerismo de heredero demandante y de antitésis del impulso liberador de la rebelión popular, ha generado un importante impacto político en sectores y organizaciones populares aportando a divisiones y conflictos.

Me he detenido en la caracterización del papel jugado por el kirchnerismo con posterioridad a la rebelión popular, para fundamentar que en realidad nuestro foco de atención debería ponerse en las debilidades de nuestra izquierda con vocación revolucionaria, y no en el kirchnerismo. La evidencia de que cada fracaso de articulaciones políticas con perspectivas revolucionarias en la Argentina agranda y embellece el atajo que propone el kirchnerismo, debería profundizar nuestra preocupación por las causas de nuestro fracasos.

Deberían ser fuente de preocupación las razones de por qué un amplio sector de la izquierda independiente que empezó a estructurarse con una perspectiva más multisectorial y política a partir de 2004 y que hacia 2011 alcanzó un nivel interesante de coordinación, se fue diluyendo, fraccionándose y en algunos casos retrocediendo en acuerdos políticos alcanzados, permitiendo un creciente proceso de estatización de las organizaciones territoriales.

Si resulta evidente lo ocurrido con el vacío politico que no pudimos capitalizar después de la rebelión de 2001, deberíamos indagar también qué nos sucedió con los vacíos teóricos. Deberíamos indagar por qué teniendo un acumulado teórico interesante que tuvo difusión y valoración en la militancia popular de distintos países de nuestrámerica, en Argentina la izquierda independiente reforzó su dependencia de producciones teóricas elaboradas en países que son páramos de la lucha de clases, o de intelectuales totalmente desconectados de conflictos y construcción social alguna, salvo por su condición de observadores viajeros.

Deberíamos preocuparnos por la fascinación que ejercen ciertos relatos que reducen experiencias latinoamericanas exitosas al mero electoralismo, y ensalzan sus aspectos menos disruptivos. Deberíamos indagar también sobre nuestra dependencia de las modas académicas o de producciones que nos aleccionan sobre nuevos sujetos esenciales que se corresponden con las líneas de financiación de las ONG. Y también el por qué de la promoción del antiintelectualismo, que al igual que la denostación de cualquier conclusión histórica, está en el arsenal de muchos caudillos y caudillas de nuestra izquierda, para dar sus disputas de poder micro. Los vacíos provocados por la acumulación teórica de nuestra izquierda independiente fue ocupado por la promoción del institucionalismo, el posmodernismo y el corporativismo.

En ese sentido debe reconocerse que la izquierda del FIT-U (trotskismo electoral) ha sido mucho más consecuente en la defensa de su patrimonio teórico. Se puede no coincidir en algunas de sus apreciaciones y hasta pensar que en algunas cuestiones se han quedado en polémicas de principios del siglo pasado, pero es indiscutible que esas verdades le han permitido sostener una coherencia teórica que hoy empiezan a capitalizar. Hoy el FIT-U, es la tercera fuerza nacional electoral y ha tenido un gran protagonismo en la reciente convocatoria en que el conjunto de la izquierda llenó la Plaza de Mayo para exigir el No Pago al FMI.

La rebelión de diciembre de 2001 fue la eclosión de un período de luchas históricas y abrió la posibilidad de ir por grandes transformaciones a los sectores de la sociedad que fueron protagonistas. Con extrema prolijidad los gobiernos posteriores han tratado de cerrar esa herida en la institucionalidad vigente.

La conmemoración de los veinte años se produce en un contexto social y político que empieza a parecerse al de 2001, porque se combina una situación social muy grave, con 43 % de pobres, una desocupación de alrededor del 10% y grandes presiones de los acreedores internacionales para promover nuevos ajustes antipopulares. El gobierno que pretende recrear la mística de tiempos mejores ya no tiene para demandar o repartir herencias ajenas, y transita en un delicado equilibrio entre contentar a los acreedores externos y a los sectores concentrados de la economía, diferenciarse de la derecha que los acosa con su poderoso lobby mediático, judicial e institucional, y la pretensión de contener la siempre latente amenaza de que se agudicen los conflictos sociales.

El kirchnerismo y el peronismo en particular, seguirán vigentes como lo menos malo que puede dar la dirigencia política tradicional, en tanto la izquierda no sea capaz de convertirse en alternativa. La recuperación de la rebelión de diciembre de 2001 es una cuestión exclusiva de la izquierda, de la misma manera que es responsabilidad de la izquierda generar la posibilidad de que en el país haya un futuro que supere la decadencia crónica y el ajuste permanente. Para asumir esa responsabilidad no hay elegidsxs por la historia, será patrimonio de quienes estén dispuestos a cargar con esa mochila y a encarnar esos sueños de rebelión.

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