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Argentina, Anti Patriarcado :: 26/03/2022

24 de marzo de 1976, un golpe de Estado para aplastar un momento revolucionario

Guillermo Cieza
Se trataba de aplastar una etapa de cambio revolucionario y de hacer grandes transformaciones para que una situación así no volviera a repetirse

El golpe militar en la Argentina fue precedido por un crecimiento excepcional de las luchas obreras que desestabilizaron los intentos de reorientar el modelo político argentino hacia cauces neoliberales. También, por su calidad y masividad, generó condiciones de un cambio revolucionario.

Las luchas sindicales por fábrica empezaron a descongelarse en 1973, con 220 conflictos en empresas de más de quinientos obreros y alcanzaron su pico más alto en 1974 con 805 conflictos grandes, verdadero récord mundial de conflictividad sindical. En 1975 las luchas sindicales mantuvieron un alto nivel con 500 conflictos. El alza de luchas sindicales de los años 74-75, la más importante de la historia argentina se prolongó aun después del inicio de la dictadura.

Este alza de luchas no sólo fue extraordinaria en términos cuantitativos sino desde lo cualitativo. La casi totalidad de los conflictos se organizaron desde estructuras sindicales de base: asambleas de fábrica, cuerpos de delegados y comisiones internas, en contra de las cúpulas sindicales, los empresarios y el gobierno.

En ellas se apelaba a métodos de control obrero de la producción, como son las bajas programadas, los trabajos a la base, quites de colaboración o a convenio. Se desarrollaron también experiencias de ocupaciones de fábricas que siguieron produciendo durante largos períodos de tiempo bajo el control de las y los trabajadores, experiencias de consejos obreros, etc.

Se construyeron coordinadoras interfabriles en los mayores centros de aglomeración industrial: Buenos Aires, Cordoba, Rosario, La Plata, Gran Buenos Aires zona Sur, zona oeste y zona Norte.

Las organizaciones armadas preexistentes a este alza de luchas obreras habían perdido capacidad de realizar grandes acciones, pero tenían fuerte inserción en los conflictos sindicales a los que acompañaban con pequeñas, pero muy redituables, operaciones de apoyo. A esas acciones se sumaron otros núcleos militantes de izquierda, que en los últimos años habían asumido prácticas militares: FR17, OCPO, PCML, RL, etc.

El golpe militar fue la respuesta del conjunto de las clases dominantes del país a esta amenaza, a la que algunos políticos burgueses, como el caudillo radical Ricardo Balbín, calificaron como subversión industrial.

Otras versiones de la historia

Poner énfasis en que el golpe militar se propuso como objetivo principal aplastar por derecha un momento revolucionario, desatando una política de exterminio contra los que lo habían promovido, resulta esclarecedor para desarmar otras versiones sobre lo ocurrido.

El golpe del 76 no fue un hecho exclusivamente local, sino que fue parte de una serie de avanzadas del capital, con el patrocinio de EEUU y su plan Condor, contra los trabajadores y los pueblos de Nuestramérica, y sus proyectos de independizarse con una orientación socialista.

El golpe del 76 no fue un golpe contra el peronismo, mas allá de que el modelo de país que se intentó sustituir se había edificado en buena parte por los primeros gobiernos peronistas, y de que el peronismo seguía siendo la identidad política mayoritaria de los trabajadores. Desde el gobierno de Isabel Perón se había intentado, infructuosamente, imponer medidas neoliberales. Buena parte de la cúpula del gobierno y de la burocracia sindical peronista mantuvieron fluídas relaciones con los militares antes y después del golpe del 24 de marzo del 76. Promovieron la represión con la creación de la Triple A [Alianza Anticomunista Argentina] y aportaron, junto a los empresarios, nombres de activistas y militantes para sumar a las listas de quienes deberían ser reprimidos.

El golpe de 1976 tampoco fue un golpe contra la izquierda partidaria. Mientras miles de activistas y militantes de izquierda eran perseguidos, detenidos y asesinados, algunos dirigentes de esos partidos apoyaban el golpe de Estado, otros fueron premiados con embajadas y hasta participaron en la campaña internacional para mejorar la imagen de la dictadura.

Un par de cartas de Atahualpa Yupanqui, folklorista y cantautor fuertemente identificado con la izquierda es representativa de esa adhesión y complicidad. El 25 de marzo de 1976, escribió: “En buena hora llegan los hombres del ejército. Tengo esperanza de que, sin hacer de ‘magos’, puedan arreglar algo de ese derrumbe económico y moral de mi tierra. Será tarea lenta, pero si hay mano firme, que la hay, los criollos volveremos a respirar el aire antiguo y sagrado de sentirnos en paz, trabajando, y las familias con los niños en las escuelas y tranquilidad en el corazón”. En otra carta, fechada el 4 de marzo de 1976 le escribe a su esposa: “El lunes a las 20 vendrá a buscarme el señor Anchorena, embajador de nuestro país en Francia, me invita a cenar y quiere conversar conmigo. Me imagino que pedirá mi colaboración para el mejoramiento de mi patria, que está medio deteriorada en el exterior. Tú sabes que sin embajadores ni nada, yo vivo haciendo el mejor espejo espiritual de mi Argentina desde hace mucho tiempo”.

Menciono lo de Atahualpa Yupanqui, porque, exiliado en Paris, no creo que fuera un ideólogo de tales posicionamientos, sino alguien que reproducía, sin filtros, lo que le decían las fuentes políticas que respetaba en su país.

El golpe de 1976 tampoco se hizo exclusivamente para imponernos una deuda con el FMI. La abultada deuda externa que dejó el gobierno militar, concebida como un amarre que condicionaría a los futuros gobiernos, fue uno de las aristas del programa económico de la dictadura, que también incluyó la desindustrialización del país, la desnacionalización de la economía, con el reemplazo de las burguesías nativas por las multinacionales, y la promoción de las políticas de saqueo a los territorios cuyo botín es destinado a la exportación.

Los militares y empresarios que concretaron el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 bautizaron a la Dictadura, como Proceso de Reorganización Nacional. Se trataba de aplastar un momento de cambio revolucionario y de hacer grandes cambios para que una situación así no volviera a repetirse. En alguna medida, consiguieron esos objetivos. Buena parte de la actividad política se encarriló en disputas que no exceden el sistema capitalista. Lo más parecido que tuvimos al momento revolucionario de los años 70 fue la rebelión popular de diciembre del 2001. Reparación, inclusión, reconocimiento de derechos, son palabras que han reemplazado a Revolución, militancia transformadora, lucha de clases, poder obrero y popular, expropiación de los medios de producción.

Es cierto que el mundo ha cambiado y que, en países como el nuestro, la mayor preocupación del capital no es apropiarse de la plusvalía de las fábricas, que ya tienen asegurada, sino de encontrar las formas más efectivas para expoliar los territorios y despojar a los pueblos de sus bienes naturales. La lucha contra el saqueo está además fuertemente imbricada a la lucha por la supervivencia de la especie humana.

Recordar el 24 de marzo no debería remitirnos exclusivamente a recordar a las víctimas, como podría sucedernos con los que fallecieron en un incendio, o un accidente aéreo. Nos impone reflexionar sobre sus sueños, sobre todo lo que hicieron para concretarlo al punto que llegaron a crear un momento revolucionario. También sobre los errores cometidos que impidieron concretar una victoria y sobre las actualizaciones necesarias, en un mundo nuevo, pero no mejor, para que esos sueños puedan concretarse.

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