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Cuba, EE.UU. :: 02/04/2011

ONGs son utilizadas en acciones de subversión contra Cuba (I)

Jean Guy Allard, Deisy Francis Mexidor y Marina Menéndez Quintero
La llegada al poder de una administración Demócrata en EE.UU. no representó transformación alguna para las relaciones entre ese régimen y Cuba

Sabía desde el principio que detrás de aquella búsqueda insaciable por conocer sobre presuntas necesidades materiales había, como se dice en buen cubano, «gato encerrado». Su olfato de viejo agente le indicaba hacia un punto indefinido todavía; el asunto era averiguarlo.

Todo comenzó a finales del año 2000, cuando José Manuel Collera Vento fungía al frente de una institución masónica por medio de la cual se le acercaron personas procedentes de Estados Unidos que le fueron presentadas por el ciudadano Gustavo Pardo Valdés. Aparentemente los unían sentimientos afines ligados a la organización fraternal, y se vincularon con él interesadas en promover un proyecto humanitario. «Sin embargo, en la marcha de esas relaciones se hizo evidente que había otros propósitos».

Enseguida fue notorio que esos individuos «tenían una gran influencia y presencia en los medios sociales, culturales y políticos de aquel país». Pero lo que le llamó la atención fue que la masonería no constituía realmente el nexo que los vinculaba.

La bancada republicana del Senado estadounidense le otorgó a Collera la Medalla de la Libertad por los «servicios prestados». Lejos estaban de imaginar que su homenajeado era agente de la seguridad cubana.

Además, ¿por qué le importaban a la Sección de Intereses de Washington en La Habana y a sus funcionarios, los términos de esa «ayuda» que se perfilaba? De una forma u otra, alguno de sus funcionarios estaba siempre presente en los encuentros con emisarios de las ONGs que enviarían el soporte humanitario.

Hacia el año 2002 ya los nexos de Collera con la canadiense Fundación Donner, utilizada por el enemigo para enmascarar el financiamiento de proyectos subversivos contra la Isla, y la Fundación Panamericana para el Desarrollo (FUPAD), un engendro de la OEA cuyos mayores ingresos proceden de la USAID (sigla en inglés de la Agencia para el Desarrollo Internacional de EE.UU.), eran fluidos.

Asistió en reiteradas ocasiones a la SINA junto a directivos de esas ONGs en tiempos de Vicky Huddleston, James Cason y Michael Parmly como jefes de la oficina. Así entabló relaciones con personajes como Curtin Winsor, un ex embajador de Estados Unidos en Costa Rica que estaba ahora al frente de la Donner, quien junto al masón Akram Elías, ex Gran Maestro de la Gran Logia de Washington, le presentaron a Marc Wachtenheim, colaborador de la CIA vinculado a uno de sus oficiales, Rene Greenwald. Estos últimos realizaron un estudio minucioso de las capacidades tecnológicas de las redes cubanas de infocomunicaciones. Hasta el 2010, Wachtenheim fue el director del Programa Iniciativa para el desarrollo de Cuba de la FUPAD, también receptora del dinero del Fondo Nacional para la Democracia (NED).

El caso es que «ellos comenzaron hablando de la informática, luego de las bibliotecas, de las farmacias independientes, fuera de los marcos estatales»… y al final Collera estaba sentado en el 2005, en Washington, delante del halcón Otto Reich, ex subsecretario de Estado.

La conversación con él fue «básicamente para oír sus opiniones respecto a la situación en Cuba. Se interesó por el contrarrevolucionario Gustavo Pardo y por la posibilidad de un “cambio” que significaba tumbar el Gobierno», aunque «temían mucho que eso fuera de modo brusco porque, a juicio de ellos, tal coyuntura ocasionaría un éxodo masivo» hacia territorio estadounidense «que no les convenía».

Como desconocen la real sociedad civil cubana, sus planes preveían crear otra paralela, en línea con sus intereses subversivos y en ese contexto, según dedujo, imaginaron que la masonería sería una confraternidad llamada a emerger con un liderazgo durante la «transición».

En esa oportunidad sintió que le estaban «dando demasiado importancia a mi persona» porque los «encuentros iban y venían». Recuerda que también se entrevistó «en casa de Winsor con un enemigo visceral de la Revolución Cubana: el terrorista Frank Calzón», quien le comentó de enviarle «medicamentos y medios, sobre todo radios para captar la onda corta, algo que nunca hizo».

Pero a José Manuel Collera sí le constó que Calzón mantenía lazos y abastecía a elementos de la contrarrevolución en la Isla como lo hacía con Pardo, un sujeto que desde joven colaboró con la CIA en acciones de sabotaje y planes de atentado contra el Comandante en Jefe Fidel Castro, lo que le valió sanciones de los tribunales cubanos. De sorpresa en sorpresa fue Collera durante esa estancia en Estados Unidos. Lo recibieron hasta en el Consejo Nacional de Seguridad, donde se dedicaron «solo a escucharme, no daban opiniones», y eso lo hacía experimentar cierta incomodidad.

Concluyó que, en efecto, trataban de utilizarlo, y buscaban información sobre el tema que tanto le quita el sueño a quienes, en Washington, aspiran a revertir la Revolución: su criterio «respecto a la posibilidad de un cambio en Cuba y cuál sería la situación objetiva para lograrlo».

Por otra parte, en sus encuentros pudo constatar la convicción del Gobierno estadounidense de que «no hay líderes dentro de la denominada disidencia porque, en primer lugar, las cabezas visibles carecían de reconocimiento dentro de la pequeña comunidad de los “opositores”, y porque no constituyen una realidad política».

El cuartico está igualito

La llegada al poder de una administración demócrata no representó transformación alguna para las deterioradas relaciones entre Estados Unidos y Cuba.

El presidente Barack Obama, aunque ha pretendido dar una imagen distinta en ese sentido, lo único que ha propiciado son modificaciones cosméticas; eliminando algunas de las medidas draconianas que había impuesto George W. Bush y con el empleo de un tono más bajo en su discurso, ha recrudecido el bloqueo contra Cuba.

Desde su ascenso a la Casa Blanca se incrementaron las multas contra quienes han intentado flanquear las barreras impuestas por el cerco económico, lo que indica que esta política sigue vigente con todo su rigor. Ahora la confirmación de otros 20 millones de dólares en el 2011 para el espionaje y la subversión en la Isla, ha acercado a Obama un poco más a los sectores reaccionarios de la derecha en Florida. Su actuación es consecuente con la herencia del Plan Bush en sus versiones de los años 2004 y 2006.

Precisamente, el rol que desempeñarían las ONGs para provocar «un cambio» en Cuba está bien detallado en el capítulo II de aquel programa anexionista, cuando habla de traspasar «a las Organizaciones No Gubernamentales e iglesias gran parte de las responsabilidades que actualmente tiene el Estado socialista en el aseguramiento de los servicios básicos», y pretende acusar a la Revolución de no dar respuesta a las necesidades humanitarias más importantes del pueblo. Para los «ideólogos» de la transición, este escenario solo se superaría en una era «post Castro».

En cuanto a la FUPAD, su accionar contra Cuba se ha ido diversificando y extendiendo en sectores como el intelectual y el religioso. Con los fondos del contribuyente estadounidense, abastecen a los ciudadanos que intentan captar para la ejecución de sus proyectos subversivos dentro de nuestro país.

Planes siniestros

José Manuel Collera iba ganando conciencia de que tales postulados estaban detrás de las ONGs que se le acercaron. Y sabía que, en su desesperación por minar el proyecto social internamente, podían apelar a cualquier método.

El 18 de septiembre de 2006, lo comprobó cuando la Miami Medical Team Foundation, organización vinculada a la USAID, le propuso que «buscara a personas de total confianza» para algo gordo. Esa agrupación intenta sabotear la ayuda internacionalista de Cuba en otras naciones, promoviendo acciones para la deserción de especialistas en el sector de la salud.

Una descabellada propuesta le fue realizada a Collera: buscar gente confiable que debía tener conocimientos en informática y habilidades para «provocar, con el uso de tecnologías de infocomunicaciones fuera del control gubernamental, un desorden en el sistema de computadoras del aeropuerto de Miami y Atlanta», aunque le mencionaron «la posibilidad de otras 13 terminales aeroportuarias con mucho tráfico dentro del territorio de Estados Unidos».

Se pensaba en un posible ataque cibernético. De concretarse el siniestro plan que le heló la sangre en las venas, el mundo habría contemplado un «verdadero desastre», que daría el pretexto para una intervención directa contra la Isla. «Cuba resultaría acusada, y tendrían la justificación perfecta para una acción armada “de respuesta” contra nuestro país».

Dos días después, en un contacto con Manuel Alzugaray, en la actualidad presidente y uno de los principales ejecutivos de la Miami Medical Team Foundation, Collera corroboró que se estaba jugando al duro.

Alzugaray, un individuo que abandonó Cuba al principio de la Revolución y acumula desde entonces un amplio currículum terrorista, le comentó que se había creado «un grupo especial en la Casa Blanca dirigido por la entonces jefa de la diplomacia estadounidense, Condoleeza Rice, que era apoyado por el Comando Sur y cuyo objetivo consistía en promover el fin del Gobierno cubano».

Debía seguir, según le orientaron, en la tarea de «organizar la entrada de “ayuda humanitaria” mediante la puerta de la masonería», y a la vez le plantearon un elemento nuevo para precipitar en ese proceso: pasando por encima de su condición de médico, le participaron la idea de ubicar «las instalaciones científicas y hospitales en Cuba donde se manejaban isótopos radioactivos», y le insinuaron que el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología era un probable punto donde existirían.

La indicación obedecía a la preocupación de las autoridades norteamericanas de que en caso de una agresión militar a Cuba, sus tropas pudieran ser afectadas por el uso de las llamadas bombas sucias radioactivas.Imaginaba que aquello superaba sus fuerzas y tragó en seco. ¿Hasta dónde eran capaces de llegar estas ONGs con fachada humanitaria?

Pero aquel día de septiembre también se entrevistó con funcionarios de confianza de la Rice.

Por supuesto, las preguntas fueron las mismas: ¿Cuál era la situación en Cuba? ¿Qué podría pasar en un futuro cercano? ¿Cómo «ayudar» a su institución ante una eventual coyuntura política vinculada a la «transición»? Esa propia tarde, durante el traslado al aeropuerto de Miami para su regreso a La Habana, Collera recibió además la confirmación de que el jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en Cuba lo vería tras su arribo al territorio nacional para entregarle una visa permanente, la cual había sido solicitada a Robert Blau, entonces consejero político económico de la SINA.

Los contactos iban subiendo de nivel y las conversaciones se vislumbraban siempre más allá de la filantropía.

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