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Argentina :: 24/06/2006

A cuatro años del asesinato de los piqueteros Kosteki y Santillán: Darío Santillán y la organización de la seguridad

masacredeavellaneda.org
Los métodos de represión paraestatal que se venían poniendo en marcha en los últimos meses quebraban en parte la lógica lineal de autodefensa. Cuando debatíamos sobre la seguridad en los piquetes se generaba una tensión creciente ante la aparición de problemas nuevos, que no podían resolverse con aquel esquema inicial, básico, definido en función de una experiencia que nos iba quedando desactualizada

La seguridad en las marchas y piquetes se había convertido en una obsesión para los movimientos que integramos la Verón, en especial desde la asunción de Duhalde el 1 de enero de 2002. Darío era uno de los compañeros que mejor expresaba esa preocupación. El asesinato de Javier Barrionuevo durante un piquete en Esteban Echeverría, el 6 de febrero de 2002, había sido claramente entendido por todos nosotros como una provocación del gobierno.

El agresor, Jorge Batata Bogado, era un comerciante amigo de la comisaría de El Jagüel y protegido del intendente de Ezeiza, el peronista Alejandro Granados. Batata Bogado sorteó el retén policial de madrugada con la complicidad de los agentes que permanecieron en el interior del patrullero. Avanzó hacia el piquete con su Ford Falcon, discutió con los muchachos que no lo dejaron pasar y con su arma hizo dos disparos. Uno le atravesó el cuello a Javier y lo mató. "No me jodan que no quiero matar a nadie más", amenazó.

El día después del asesinato, mientras se sostenían nueve cortes de ruta en el sur del conurbano, Darío declaró a las cámaras de Canal 5 de Lanús: "Mataron a un compañero. Lo hizo un puntero del PJ que trabajó para el intendente, colaborador de la dictadura militar. Eso no está saliendo en los medios, sale nada más que era un comerciante. Y gracias a la posición que tiene el gobierno de hacernos desgastar han matado a un compañero. ¿Cuántos muertos quieren ellos?".

Sobre esta clara conciencia apoyábamos los compañeros más decididos del Movimiento nuestra preocupación ante la represión.

La dedicación de Darío por los temas de seguridad no era muy distinta a la energía que volcaba en las tareas cotidianas. El trabajo de cada mañana junto a sus compañeros en la bloquera, su colaboración en las tareas de prensa y formación, la participación en las jornadas solidarias o lo que hubiera que hacer que aportara con el ejemplo a las ideas muy sencillas de compromiso y solidaridad.

Aunque tal vez sí era por algo en especial su interés en aprender a organizar una columna para la movilización o pensar la mejor respuesta ante una represión masiva. Darío militaba desde los 17 años. Entendía a la represión como la materialización de la injusticia cuando los oprimidos reaccionan con dignidad. Mucho hizo él con su militancia en la escuela secundaria y en los barrios donde había vivido, primero en Don Orione y después en La Fe, para despertar las conciencias adormecidas ante tantos años de marginación. Y cuando esas conciencias despertaban, se organizaban y exigían, ahí estaban las fuerzas policiales, el vallado, las armas, toda la violencia represiva del Estado para sostener un orden injusto contra quienes reclamamos justicia.

Esto es lo que percibía Darío. Y todos nosotros.

Contra esa barrera represiva nos veníamos chocando desde hacía meses, cuando salíamos al piquete. Por eso el área de seguridad, más que otras en el Movimiento, reúne a los jóvenes del barrio más dispuestos a la rebeldía y la acción. Motivos no les faltan en una sociedad que nos convierte en sospechosos sólo por el color de piel, por la ropa descosida o por la falta de buenos modales ante un sistema que día a día nos escupe el futuro.

Algunas ideas muy genéricas habíamos asumido, fruto de la práctica, como principios para la seguridad en una movilización o un corte: el piquete debía instalarse en la ruta (o en el puente, o la avenida) de manera tal que si el gobierno pensaba en reprimir no pudiera hacerlo impunemente. Tenía que ser una demostración de fuerzas que obligara a las autoridades a negociar y ceder ante las demandas planteadas. Si por el contrario el gobierno pensaba en reprimir, tendría que pagar el costo de encontrarse con una firme resistencia. Por eso el piquete no podía dejarse amedrentar por las presiones policiales, con las que habitualmente intentan atemorizarnos y desalentarnos.

Llegado el caso de una amenaza represiva seria, el objetivo siempre sería que el grueso de los compañeros, principalmente las personas mayores y las mujeres con sus hijos se retiraran del lugar de la forma menos problemática posible. Para eso, las primeras líneas de piqueteros debían demostrar capacidad de resistencia ante las fuerzas represivas, y eso se lograría con organización y disciplina, la portación de palos como elementos de autodefensa y una línea de neumáticos encendidos o elementos de barricada que resultaran un primer obstáculo si la policía intentaba avanzar. Durante los últimos años fuimos desarrollando los piquetes de la Verón con estas características.

Un elemento más se sumó con el tiempo: la necesidad de que los compañeros que estuvieran en esa primera línea del piquete se cubriesen el rostro. Fue una respuesta a las presiones y amenazas policiales, que se volvieron más frecuentes a medida que los movimientos crecimos y nos convertimos en un desafío concreto para el poder. El mecanismo de la policía para provocarnos era sencillo y efectivo: bastaba con señalar a determinados piqueteros con frases como "A vos te vamos a ir a buscar" o directamente hostigar a alguno de los pibes interceptándolo, días después de la protesta, en su barrio.

Semanas antes del 26 de junio, un grupo de estudiantes de la Universidad de La Plata charló sobre estas cuestiones con compañeros de Solano, Lanús y Brown. Uno de los cumpas que participa en tareas de seguridad explicaba:

"Si te fijás, detrás del cordón policial generalmente hay un señor con la cámara de filmación que está registrando a la gente que protesta, en un país donde hay 3.200 procesados por reclamar condiciones dignas de trabajo, entre otros derechos básicos elementales que no se respetan. No queremos más compañeros procesados. Pregúntenle a ese policía de civil por qué filma a los manifestantes, por qué necesita la policía tener registro de quiénes son los que protestan, quiénes están al frente de un piquete y todo eso. Como hay compañeros que no quieren estar en esa lista de procesados, se cubren la cara. Y en cuanto a los palos, si vemos que crecientemente hay provocaciones que generan niveles de enfrentamiento, queremos garantizar un cordón de seguridad para que la gente que se manifiesta pueda sentirse segura, cosa que no garantiza la policía, no garantiza nadie. Es más: mandan a producirnos disturbios en la movilización. Entonces la seguridad la tenemos que garantizar nosotros".

Concepción de la seguridad

La concepción de la seguridad, entonces, puede explicarse en forma sencilla. El primer paso a dar ante el inicio de la represión es garantizar un repliegue organizado de las personas mayores, las mujeres y los chicos. La tarea de los compañeros de la primera línea del piquete será resistir el avance policial todo lo posible, sin desbandarse, para que el resto de los compañeros y vecinos puedan ir retirándose. Resistir como se resiste cualquier represión callejera: tirando piedras a la policía, devolviendo los gases lacrimógenos, tratando de hacer barricadas en las calles con lo que se encuentre: bolsas de basura o carteles de publicidad. Por eso algunos jóvenes van al piquete con su gomera, lo que se asume con naturalidad. Nos genera cierta discusión, en cambio, la posibilidad de utilizar molotovs, botellas con nafta y una mecha de trapo que se utilizan para iniciar un fuego con rapidez cuando la represión ya se desató, para intentar frenar el avance de la policía.

Sin embargo, los métodos de represión paraestatal que se venían poniendo en marcha en los últimos meses quebraban en parte esa lógica lineal de autodefensa. Cuando debatíamos sobre la seguridad en los piquetes se generaba una tensión creciente ante la aparición de problemas nuevos, que no podían resolverse con aquel esquema inicial, básico, definido en función de una experiencia que nos iba quedando desactualizada.

Darío, que participaba de esos balances, notaba esta dificultad con preocupación.

Una de las imágenes más difundidas del 26 de junio fue la del inicio de la represión: un grupo de piqueteros se enfrenta cara a cara con un cordón que la policía mantuvo para provocar. En la primera fila se ve a Darío, junto a otros compañeros, con los palos en alto en actitud de ataque.

Las líneas que siguen, bien podrían ser parte de una autocrítica después de la represión. Pero en realidad fueron escritas por Darío un mes antes del 26 de junio y reflejan la búsqueda por ajustar los criterios de seguridad ante las nuevas provocaciones represivas. Los errores cometidos aquel miércoles en el Puente Pueyrredón indican que los piqueteros no fuimos capaces de asimilar a tiempo el balance autocrítico. Sin embargo, el escrito puede servir para mostrar que en el origen de los enfrentamientos no hubo por parte de los compañeros de esa primera línea una "irracional vocación de ataque", como dijo el gobierno, sino apenas incapacidad para adecuar la organización de la seguridad a las nuevas provocaciones represivas.

Esto escribió Darío en su cuaderno de apuntes un mes antes del 26, sintetizando un debate con sus compañeros: "De nada sirve tomar posición en 2 ó 3 filas cuando ni siquiera se sabe utilizar un palo (cuestión que ya no sirve porque los represores conocen bien nuestras capacidades y limitaciones). Políticamente creo que es incorrecto: hacia adentro los compañeros de los piquetes se sobreestiman al verse muchos encapuchados y con palos y a veces se ceban muy mal, sea frente a los transeúntes o a la policía. Hacia afuera, aunque prácticamente no existe un rechazo hacia los piqueteros, lo que genera una formación de "encapuchados con palos" es una especie de temor en la gente que se encuentra en las inmediaciones. Además, siempre es funcional al manejo despectivo de los medios masivos de comunicación."

La columna del MTD de Lanús salió del barrio La Fe a las nueve y media de la mañana. Por grupos, subieron a los colectivos de la línea 17, desde la terminal de Wilde, a 18 cuadras del barrio. No hubo problemas con los choferes, que dejaron viajar a todos los cumpas sin pagar boleto. Darío fue el último en subir. Iba a al corte sin pañuelo ni bufanda con la que taparse la cara. Tampoco llevaba la gorra ni el palo con el que horas después enfrentaría a la policía. Tuvo que pedir las tres cosas, una vez en el Puente, cuando se hizo evidente que el clima comenzaba a ponerse pesado.

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