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Europa :: 21/11/2006

Alemania: Explotación y precarización

Werner Seppmann
En la actual reestructuración de la sociedad de clases se ven los perfiles de un cuerpo social dividido en tres. Habrá un tercio de población bien situado (que comprenderá la clase dominante y sus elites funcionales) y otro tercio con condiciones de vida y trabajo suficientes a trechos, pero permanentemente amenazado de retroceso social. El tercio restante quedará degradado a masa económica disponible

La aproximación de Kurt Beck a la catástrofe social acelerada (el "debate de las subclases") fue una obra maestra de la propaganda. Puesto que es prácticamente imposible seguir pasando de largo en silencio por la cada vez más patente desigualdad y la cada vez más enquistada marginalidad, el presidente del SPD [partido socialdemócrata alemán] se agarró a la oportunidad que le brindaba la categoría de "precariado dependiente" usada en el estudio de la Fundación Friedrich-Ebert sobre la autovaloración social y política de la población de la República Federal alemana.

Desvió, así, la atención a un problema parcial, a fin de desleír todo el drama del desarrollo de las contradicciones sociales y alejarse de sus causas estructurales. Desde entonces, la discusión no ha hecho sino proseguir de acuerdo con esa mirada estrecha. No por casualidad, cuando ahora los medios de comunicación se refieren a cuestiones de exclusión social, lo hacen de manera conceptualmente roma: no se discute sobre las "subclases", sino sobre un segmento social que forma parte de esas subclases.

Los pasos del estudio que se refieren a un "precariado dependiente" reflejan la situación biográfica de una parte de la población que en Alemania occidental llega al 5% y en Alemania del Este hasta al 20% o al 25%.Se trata de desempleados de larga duración, de receptores de ayudas del Hartz-IV, pero también de "pobres que trabajan" (5% de quienes tienen empleo a tiempo completo en la República Federal viven bajo la línea de pobreza; en el estudio sobre la precarización puede hallárselos parcialmente bajo la categoría de "poco calificados, orientados a la autoridad’), a quienes no sólo les va mal materialmente, sino que han abandonado toda esperanza de mejora en su situación vital.

Los científicos sociales tienen noticia de eso en todos los países capitalistas metropolitanos. Se habla de los "descolgados", quienes no sólo están excluidos del trabajo asalariado regular y han dejado de tener la menor oportunidad de volver a integrarse en el mundo del empleo, sino que se han entregado a su "destino".

Tras una fase inicial de rechazo subjetivo, se imponen entre los excluidos tendencias a la pauperización intelectual y emocional: la curiosidad por el mundo más allá de un espacio vital inmediato que les resulta hostil y apremiante, se extingue. Los más pierden en esa situación el valor y la fuerza para intervenir consciente y tenazmente en la reconfiguración de sus condiciones de vida. Las posibilidades de reacción psicológica de las víctimas de la crisis se estrechan; la depresión y la resignación se apoderan de ellos. También por eso mueren los pobres, de promedio, casi diez años antes que sus "conciudadanos" bienhabientes.

La consecuencia de esos procesos de desestabilización psicológica son tendencias de retroceso civilizatorio en lo tocante a instrucción pública (desde el analfabetismo, hasta la indefensión social). Quien, por ejemplo, niega a los perceptores de ayudas Hartz-IV los dineros para los libros de texto escolares, fácilmente carga con esa consecuencia. En muchos comentarios a Beck, la "miseria moral" socialmente producida se interpreta como fracaso individual. Es como lo vio y lo dijo Bert Brecht: no se aborda el asunto de la pobreza de los pobres, sino el de su vileza.

La situación en los sótanos sociales no resultaría tan dramática, si no fuera porque, al propio tiempo, en el grueso de los pisos superiores está también en curso un proceso de retrocesión social, y la falta de perspectivas no hace sino extenderse. No sólo han crecido las desigualdades sociales; también la inseguridad social se ha generalizado. El miedo socialmente generado se ha convertido en una experiencia social ubicua.

Los portavoces del debate de las "subclases" evitan este punto de vista sobre la situación social de conjunto. Admiten exclusiones sociales; callan empero sobre sus causas, no menos que sobre la virulencia y las consecuencias de largo alcance de los procesos de precarización y reproletarización. La tasa de pobreza, que todavía en 2003 se hallaba en el 15%, ha subido ahora hasta el 17,5%. Visiblemente mayores son aún las zonas de vulnerabilidad: otro 20% dispone de unos ingresos tan bajos, que en cualquier momento podría despeñarse por el abismo.

La inseguridad social no es un problema específico de las "subclases". Los miedos a despeñarse penetran decididamente hasta las filas de una clases medias otrora "bien situadas". Cada vez más "individualistas del mérito" y otrora "ascendidos satisfechos" (según se les llama en el estudio de la Fundación Friedrich Ebert) tienen que enfrentarse al hecho de que ni su calificación ni su resuekta voluntad de rendimiento laboral es escudo suficiente para defenderles del retroceso social. Las oleadas racionalizadoras han llegado a los departamentos de empleados de cuello blanco, y no deja de crecer el número de titulados académicos obligados a aceptar empleos socialmente desprotegidos (y mal pagados).

En la actual reestructuración de la sociedad de clases pueden ya adivinarse los perfiles de un cuerpo social dividido en tres. De proseguir las actuales tendencias, habrá un tercio de población bien situado (que comprenderá la clase dominante y sus elites funcionales) y otro tercio con condiciones de vida y trabajo suficientes a trechos, pero permanentemente amenazado de retroceso social. El tercio restante quedará degradado a masa económica disponible, sin apenas posibilidades de escapar jamás de las zonas de necesidad y de inseguridad existencial.

El rumor de moda de una involución social no puede seguir ignorándose. Hace ya 15 años, Kart Keinz Roth lo profetizó: "Está surgiendo un nuevo proletariado, crecientemente ajeno a las relaciones laborales normales colectivamente reguladas y a la asistencia financiera del estado social en casos de infortunio social. Tras el presente ciclo de la crisis, a largo plazo aparecerá marcado por la experiencia del paro, de las relaciones laborales precarias, de los mercados de trabajo "secundarios" y "tecciarios" y de fases de pobreza de abrupta irrupción."

Esas tendencias que entretanto han ido abriéndose paso no resultan causalmente de las restricciones disciplinantes "de los mercados" en las que se concentra una ciencia social que no quiere ni oír hablar de palabras como "sociedad de clases" y "explotación", palabras tabú que arruinan carreras académicas. "Mercado" y "globalización" sirven también como fachadas legitimatorias, tras las que los propietarios de los medios de producción y de las grandes fortunas esconden sus intereses en el beneficio, esas fuerzas motrices capitales que impulsan la reestructuración de las relaciones sociales.

Los procesos de exclusión son, en efecto, el resultado inmediato de estrategias radicales de valorización del capital, característica de la cual, como en el pasado, es un ataque selectivo a la fuerza de trabajo: en las estructuras de explotación que ahora privan, ya sólo hay lugar para los capaces de rendimiento al ciento por cien. Los viejos y los atacados por enfermedades, todos los que no son lo bastante "versátiles" y "flexibles", son alejados del mercado de trabajo. Quienes dejan de ser necesarios para la producción de plusvalía, son empujados a los márgenes sociales, dejados a cargo de una cajas sociales sobreexigidas. La destrucción de puestos de trabajo y la por lo regular consiguiente intensificación y "compactación" del trabajo de quienes siguen empleados son expresión directa de las estrategias de explotación capitalistas.

De un modo socialmente destructivo se desarrollan también los ámbitos de alta tecnología del capitalismo de nuestros días: frente a un reducido número de puestos de trabajo de nueva creación con elevados niveles de exigencia se halla un número creciente de puestos de trabajo inseguros, con bajo nivel de calificación, en los ámbitos desplazados (la mayoría, con funciones de suministro). La reorganización técnica va en general de la mano de la escisión social, de modo que los hasta ahora empleados pasan a ser "superfluos", sometidos a relaciones laborales precarias.

Las personas desplazadas de las "zonas de normalidad’, a pesar de hallarse en situación de falta de perspectivas y sin salida aparente, están resueltos a no dejarse someter. Pero sus técnicas de supervivencia se hacen defensivas.

Para la clase dominante, sin embargo, las personas en zonas sociales marginales no son del todo "superfluas". Representan un potencial de amenaza para los (aún) integrados, recordándoles la profundidad del abismo en que podrían caer de no esforzarse lo bastante en ser flexibles y en estar dispuestos a rendir.

El retroceso social (incluso por debajo del mínimo existencial, según se exige cada vez más) no se da sin propósito. Pues en las dos últimas décadas de lucha contra la clase obrera, el capital ha aprendido que las zonas de salarios baratos pueden imponerse tanto más fácilmente; que la reestructuración de las condiciones de vida puede prosperar conforme a las exigencias de la valorización del capital con tanta menos resistencia, cuanto más amedrentantemente presentes estén las zonas del abismo.


Ossietzky, 12 Noviembre 2006. Werner Seppmann es autor, entre otros, de dos estudios: Zweifel am Proletariat - Wiederkehr der Proletarität (El regreso del proletariado) y Umbau der Klassengesellschaft (Reestructuración de la sociedad de clases), ambos publicados en Neue Impulse Verlag)
Traducción para sinpermiso.info: Amaranta Süss

 

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