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Brasil :: 27/10/2006

Ante la segunda vuelta brasileña: Argumentos críticos sobre la Bolsa Familia

Valerio Arcary
El protagonismo revolucionario ante la crisis, hizo tambalear los frágiles cimientos de las democracias liberales en América Latina. Las políticas sociales compensatorias fueron una de las respuestas a esta nueva situación, y crearon un nuevo modelo de clientelismo político asociado al control de los catastros, y la cooptación de los movimientos sociales

"La libertad implica el poder de elección por parte del consumidor y, cuando enfrentado con las necesidades realmente fundamentales, el consumidor no tiene ninguna elección. Normalmente no se "elige" entre el pan y un pasaje aéreo, entre educación básica y un segundo televisor, entre el tratamiento de salud y un tapiz persa. El dinero, en tanto medio para la libertad del consumidor, es eficiente apenas para la elección entre bienes relativamente superfluos, dado un alto grado de equidad de renta. Como un medio de determinar los rumbos básicos de asignación social de recursos, es posible de ser tanto injusto como ineficiente".
Ernest Mandel (1)

El Programa Bolsa Familia es un programa de transferencia de renta que beneficia a las familias pobres (con renta mensual por persona de hasta R$ 120, 40 dólares). Los valores pagos por la Bolsa Familia varían de R$ 15 a R$ 95 [de 4 a 25 dólares] por mes, de acuerdo con la renta familia y el número de niños. Al entrar en la Bolsa Familia se compromete a mantener sus hijos en la escuela y a cumplir los cuidados básicos en salud. En 2006, fueron beneficiados más de 11 millones de familias.

La Bolsa Familia parece ser uno de los principales factores que explican la ventaja de Lula sobre Alckmin para el segundo turno de la campaña electoral. Los partidos que sustentan al gobierno del PT y los partidos de la oposición burguesa disputarán los derechos de autor de esta política, que estuvo inspirada en la experiencia del gobierno de Cristovao Buarque en el Distrito Federal (Brasilia) cuando era gobernador del PT, y en lo proyectos tucanos de la alcaldía del PSDB en Campinas en el estado de Sao Paulo.

Ahora, todos garantizan, enérgicamente, que la Bolsa Familia será mantenida. Aunque todos se olvidan de admitir que las políticas sociales compensatorias focalizadas son un modelo de políticas públicas defendidas por el Banco Mundial desde hace más de quince años.

Planes semejantes fueron y son implementados en México, Argentina, Chile y Uruguay, sobre todo, después del agotamiento de los ajustes inspirados en las políticas neoliberales de los años '90, lo que precipitó semi-insurrecciones populares, como en Quito, Ecuador, en 2002, las marchas de millones sobre Buenos Aires, en diciembre 2001, la resistencia al intento de golpe en Caracas en 2002, y la huelga general en Bolivia en 2003. El protagonismo revolucionario ante la crisis, hizo tambalear los frágiles cimientos de las democracias liberales en América Latina. Las políticas sociales compensatorias fueron una de las respuestas a esta nueva situación, y crearon un nuevo modelo de clientelismo político asociado al control de los catastros, y la cooptación de los movimientos sociales.

También permitieron, en el marco de una recuperación económica cíclica, a partir de 2003, una transitoria estabilización política de los regímenes democráticos en la región. Duhalde ganó tiempo -distribuyendo dinero y alimentos- hasta la elección de Kirchner. Apagaron el fuego. ¿Serán suficientes para encasillar, dentro de los límites institucionales y del calendario electoral, el mal estar social de sociedades tan desiguales e injustas como son las latinoamericanas? La historia todavía no respondió. La experiencia de la Bolsa Familia sugiere, todavía, que las políticas públicas focalizadas son un programa de emergencia de gran eficacia para que el Estado gane tiempo contorneando la precipitación de situaciones revolucionarias.

Reformas son hoy más difíciles y están siempre amenazadas

En Brasil, los más ricos de la población son dueños, por lo menos, de más del 45% del total de la renta nacional - los números son aproximativos, porque la renta del capital tiende a ser subestimada - en tanto el 50% de los más pobres - o sea más de 90 millones de personas - se quedan con menos del 14% de la renta nacional. Entre el 50% y 70% de la población es analfabeta o no atribuye sentido al lenguaje escrito. La inmensa desigualdad social, la extrema pobreza y la bajísima escolaridad de la mayoría de la población son la herencia que el capitalismo brasilero dejó al siglo XXI.

Los socialistas estuvieron siempre de acuerdo, históricamente, fueren reformistas o revolucionarios, en la defensa de la lucha por reformas. Las reivindicaciones salariales, la defensa del derecho al trabajo para todos, la reducción de la jornada de trabajo, por ejemplo, son banderas tradicionales de la izquierda desde la fundación del movimiento obrero moderno. Sus diferencias se concentraron en apreciaciones opuestas sobre la posibilidad o no de reformar el capitalismo. Los moderados eran y son más optimistas, y los radicales más escépticos. Reformas progresivas y duraderas sólo fueron conquistadas en el contexto de etapas de crecimiento económico sustentado, como la jornada laboral al final del siglo XIX, o cuando las clases dominantes se sintieron amenazadas por el peligro de revoluciones, como luego de la segunda guerra mundial.

Los gradualistas depositan la confianza en la vía de la colaboración de clases: pactos de los sindicatos, presiones sobre los parlamentos, negociaciones con los gobiernos. Los revolucionarios nunca afirmaron que las reformas no eran posibles, pero repetirán que, en una época de crisis crónica del capital, serían todavía más difíciles que en el pasado, o peor, más efímeras. Insistieron en la lucha de clases para que los trabajadores pudiesen sacar la conclusión, por sí mismos - por la vía de una experiencia práctica, por lo tanto, histórica - que todas las reformas conquistadas por la movilización estarían siempre amenazadas, mientras el capitalismo siguiera de pie. Apostaron en la capacidad de los trabajadores y sus aliados para superar los límites de la "escuela sindical-parlamentaria", desarrollando un "instinto de poder".

En los últimos treinta años, la historia viene dando la razón a los marxistas revolucionarios. El capitalismo pasó a atacar, en una escala mundial, las reformas conquistadas por las generaciones anteriores. Los reformistas desertaron del campo de la defensa de las reformas y, para defenderlas, es necesaria la determinación revolucionaria, hasta para realizar huelgas por aumentos de salarios.

Reformas progresivas y reformas reaccionarias

Los socialistas distinguían reivindicaciones progresivas que extienden derechos, de las reaccionarias que profundizan las injusticias. La reforma agraria es solamente una reforma en el acceso a la propiedad de la tierra, porque no amenaza la sobrevivencia del capitalismo, pero es una reforma progresiva. Programas como el ProUni, por ejemplo, son reaccionarios porque transfieren recursos públicos hacia la enseñanza privada.

Los socialistas no contraponen los programas sociales universales - como educación, salud, previsión social - a los programas sociales focalizados, típicos de la asistencia social que articula una red de protección a los más vulnerables, como los niños, los enfermos y los ancianos. El Estado debería desarrollar, simultáneamente, ambos. Son los neoliberales que defienden los segundos contra los primeros, porque la inversión en la universalización de derechos presupone recursos muy voluminosos, y exigirían una fuerte recaudación fiscal. Los liberales quieren disminuir la carga fiscal y redireccionar los gastos públicos hacia el pago de la deuda y para inversiones en infraestructura que reactiven los negocios.

Los dos principales argumentos críticos de las políticas sociales focalizadas presentados en este debate han sido: (a) la desproporción entre los valores de la Bolsa Familia - R$ 10 billones - y el océano de miseria que hay en el país que impide que este programa garantice, incluso en un largísimo plazo, una reducción de la desigualdad social, en tanto que el pago de los intereses de la deuda debe exigir algo más de R$ 160 billones en 2006; (b) el modelo asistencialista que perpetua la dependencia de los beneficiados, y establece una división en la clase trabajadora entre los que reciben y los que no reciben sin trabajar, aceptando la premisa neoliberal que afirma que el Estado no tendría la obligación de garantir trabajo para todos.

Estos argumentos son verdaderos. En este artículo, presentamos un tercer argumento: la distribución de dinero es menos eficaz que la distribución de productos y perpetua la mercantilización de los bienes más intensamente necesarios.

¿Des-mercantilización de los productos básicos o distribución de dinero?

El proyecto socialista es la distribución universal de los bienes y servicios más intensamente sentidos como necesidades básicas. Un proceso gradual de reducción del uso y, finalmente, eliminación de la moneda sería posible, desde que las principales fuerzas productivas del mundo estuviesen al servicio de las necesidades humanas. El proyecto socialista no es una propuesta de disminución del consumo de la mayoría, por el contrario, es la única forma de garantir su ampliación. Los socialistas siempre argumentaron que la socialización de la propiedad y el planeamiento estarán al servicio de la satisfacción de las necesidades más sentidas, pero no concluyeron que las necesidades individuales deberían ser reprimidas.

La premisa económica-moral de la superioridad del socialismo sobre el capitalismo es que las primeras deben tener prioridad sobre las segundas. La distribución gratuita de los bienes y servicios más necesarios es una forma racional y económica de reparto que la entrega de dinero - el criterio de los proyectos de renta mínima - y la venta de mercaderías. Mandel demostró este argumento en Socialismo versus Mercado:

"El África contemporánea ofrece otro ejemplo de esas verdades. ¿Cuando el hambre devasta el Sahel, quién condenaría la distribución de alimentos por raciones a los hambrientos como un ejemplo de asignación "dictatorial", reduciendo a los hambrientos a "siervos", cuando venderles la comida los haría más "libres"? Si una epidemia grave irrumpe en Bangladesh, ¿la distribución controlada de remedios debe ser considerada nociva si se compara con su compra en el mercado? La realidad es que es mucho menos costoso y más razonable satisfacer las necesidades básicas a través de la distribución directa - o redistribución - del total de recursos disponibles para ellas, y no por el camino indirecto de asignación por dinero en el mercado" (2)

Mandel nos alerta sobre una conclusión muy simple. El planeamiento es un mecanismo de regulación más eficiente de que el mercado para la satisfacción de las necesidades sentidas. Un planeamiento a escala mundial podría garantir la distribución de los productos más indispensables a la vida para todos los habitantes del planeta.

Queremos todos, en lo esencial, los mismo productos. Gastamos nuestros recursos en la satisfacción de las mismas necesidades, sean ellas materiales o culturales. No hay razón alguna que nos condene a vivir en un planeta que la abrumadora mayoría de la humanidad solo tiene en frente un futuro de privación, ignorancia, embrutecimiento. El dinero solo es más eficaz de que el planeamiento, cuando pensamos la distribución de los productos de consumo idiosincrático que las personas, de carne y hueso, sólo se proponen adquirir después que las necesidades elementales de alimentación, vivienda, transporte, educación, salud, previsión social y descanso fueran satisfechas. Más adelante Mandel concluye:

"El dinero y las relaciones de mercado, en contraste se consustancian como instrumentos de garantía a mayor libertad del consumidor en exacta medida en que las necesidades básicas hayan sido satisfechas () Si la sociedad democráticamente decide priorizar la asignación a las necesidades básicas, ella reduce los recursos disponibles para la satisfacción de necesidades secundarias o de lujo. Este es el sentido en el cual no hay escapatoria de alguna "dictadura sobre las necesidades, por tanto tiempo cuanto las necesidades básicas insatisfechas no se tornen, por completo, de naturaleza marginal.

Es aquí que el argumento político a favor del socialismo se torna más claro y obvio. ¿Pues, sería más justo sacrificar las necesidades básicas de millones de individuos o las necesidades secundarias de decenas de miles? Hacer esa pregunta no equivale a sancionar la frustración de las necesidades más sofisticadas que se vienen desenvolviendo con el avance de la propia civilización industrial. El proyecto socialista es el de una gradual satisfacción de más y más necesidades, y no una restricción a requisitos básicos. Marx nunca fue un defensor del ascetismo o de la austeridad’. (3)

No hay estudio alguno que garantice que la entrega de dinero a las personas en condición de miseria absoluta, como la Bolsa Familia, sea más eficaz que la distribución gratuita de productos intensamente necesarios. El propio gobierno Lula reconoce que la finalidad de esta política social focalizada - la reducción de la mal nutrición - puede no ser alcanzada, si el dinero no llega primero a las manos de las madres de familia. No es preciso hacer una especulación demasiado larga, para comprender que el Estado tendría condiciones de compras mucho más ventajosas, por razones de escala, si estuviese dispuesto a asumir la distribución directa, estimulando la auto-organización popular de la fiscalización del catastro.

La distribución indirecta por la asignación de dinero es justificada por la vía del argumento de que la corrupción endémica podría ser eludida por la entrega de una tarjeta bancaria. Pero, los propios defensores de las políticas sociales focalizadas se ven obligados a admitir que el catastro de las familias destinatarias del programa, puede ser manejado con segundas intenciones por las autoridades locales responsables por efectuar catastro. La manipulación política de la miseria, por otro lado, no parece haber disminuido con las tarjetas de la Bolsa Familia. La corrupción es inherente a un sistema social incapaz de disminuir las desigualdades sociales.

Ocurre que las premisas ideológicas del liberalismo, exigen que el lugar del Estado sea, políticamente, subvertido, en relación a la etapa histórica anterior. Los neoliberales no pueden admitir la des-mercantilización de los productos más intensamente necesarios a la sobrevivencia. No sólo no están dispuestos a garantir la distribución gratuita de los alimentos a los hambrientos o medicamentos a los enfermos, sino que pasan a defender, ostensivamente, la privatización de los servicios públicos universalizados en los países centrales en la etapa de pos-guerra.

En Brasil, la decadencia de la salud pública y las restricciones a las condiciones de las jubilaciones, fueron responsables por la expansión, a partir de los años '80, de la medicina y la previsión social privada. Tony Blair y George W Bush son, a su vez, entusiastas defensores de que el Estado entregue dinero a las familias para ellas decidan donde sus hijos quieran estudiar, en la red pública o privada. El gobierno Lula, por su parte, defiende la amnistía fiscal de la enseñanza superior privada a cambio de matrículas. Esta regresión social de las políticas públicas del capitalismo es una de las caras de la barbarie que crece en el mundo.

Sao Paulo, 21-10-06
* Historiador, profesor del CEFET/Sao Paulo, miembro del consejo editor de la revista marxista Outubro y militante del PSTU.


Notas

1) Mandel, Ernest, Socialismo versus mercado. Ensaio, Sao Paulo, 1991, pág. 54/56.
2) Mandel, Ernest, Ibidem, 1991, pág. 55.
3) Mandel, Ernest, Ibidem, 1991, pág. 56

Traducción de Ernesto Herrera - Correspondencia de Prensa. germain5@chasque.net

 

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