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Europa :: 10/08/2018

Canonizar e indultar

Maciek Wisniewski
Las canonizaciones de Francisco I -un negocio que tampoco inventó-, parecen muchas veces confundirse con indulgencias

Como para ser su acérrimo enemigo -según el bien difundido análisis biempensante- se parece, sospechosamente, bastante a un amigo. Hablo del papa Francisco I frente a la junta cato-nacionalista y post-fascista de Varsovia, o sea, el gobierno populista de Ley y Justicia (PiS), sostenido, entre otros, en el episcopado ultra post-wojtyliano.

Ustedes dirán.

Polonia bajo su mando está en la vanguardia del revisionismo histórico. El re-escribimiento del pasado con tinta de colores patrios -y un abundante toque de pardo- alcanzó su cenit a principios del año con la ley que prohíbe hablar de cualquier complicidad polaca en el holocausto (que sí la hubo...).

Ahora la decisión de Francisco I de avanzar el proceso de santificación del cardenal August Hlond (1881-1948), primado de Polonia desde 1926 hasta su muerte, conocido por su feroz nacionalismo, anticomunismo y antisemitismo -todas las características propias de un verdadero polaco, según PiS- se inscribe perfectamente en esta política (¿aún después de la muerte de Juan Pablo II la línea roja Vaticano-Polonia sigue intacta?).

El decreto papal lo declara venerable y reconoce sus virtudes heroicas. En cuanto a lo mundano hay que decir que sí resistió a los nazis y rechazó ofertas de colaboración. Incluso -durante su exilio en Francia- escondió a unos judíos y les dio pasaportes (Więź, 4/6/18), según como él mismo lo contaba después de la guerra. Sea como fuere, tal vez poco para un gran cardenal, pero bueno.

Ustedes dirán.

Junto con la reciente indulgencia otorgada a Polonia por Benjamin Netanyahu -una declaración conjunta polaco-israelí que reza básicamente que los polacos se portaron estupendamente durante el holocausto (Haaretz, 6/7/18), a.k.a. una estúpida, ignorante y amoral traición de la verdad (Y. Bauer dixit)-, la decisión de Francisco I es otra pluma en la gorra de la derecha polaca.

Lo de la indulgencia lo dijo el viejo Uri Avnery (Gush Shalom, 14/7/18). Como Israel no tiene (casi) riquezas naturales, “se dedica a vender las ‘indulgencias del holocausto’”, emulando a la empresa inventada hace siglos por la misma iglesia católica y que tanto en su tiempo antagonizó a Lutero: ya le otorgó una a la Alemania de Adenauer (a cambio de unas generosas reparaciones); ahora le tocó a Polonia (a cambio de unos favores políticos).

Netanyahu -“que no inventó este business sino que lo heredó de sus predecesores” e igual que un papa en viejos tiempos- avalando finalmente después de su negativa inicial la ley del holocausto polaca, hizo justamente lo que Francisco I hizo con Hlond y a lo que apuntaron las organizaciones judías censurando su decisión: blanqueó el antisemitismo y envalentonó a la derecha polaca en su afán de rescribir la historia de aquella época.

Curioso. Según unos, Hlond fue colocado en la pista recta a la santidad a pesar de su posición hacia los judíos (Haaretz/AP, 4/7/18); según otros (al menos en parte), por la defensa de ellos (The New Yorker, 11/7/18).

Ante el viejo dilema vaso medio vacío/vaso medio lleno, se antoja decir ¡pasen otro vaso!: en su postura hacia el tema -ambigua en el mejor de los casos (una característica muy propia de Francisco I...)- es en vano buscar virtudes heroicas.

Ustedes dirán.

En el centro de la controversia está la carta pastoral (1936) en la que acusó a los judíos de librar una guerra contra la iglesia, ser vanguardia de ateísmo, librepensamiento, bolchevismo y de la actividad revolucionaria, corromper la moral católica, perpetuar fraude, usura, prostitución y propagar pornografía.

Los condenó por haber rechazado al Cristo y señaló que “el ‘problema’ persistirá hasta que "los judíos permanezcan judíos” (sic). Abogó por su boicot económico, escolar e intelectual, oponiéndose a la vez a los ataques físicos.

O sea, pegar o matarlos era malo, pero no había nada malo en difamarlos y marginarlos, dos prerrequisitos que... tal cual y en pocos años harían posible el holocausto. ¿Y lo demás? Pura perpetuación y racionalización del antisemitismo bajo la coartada de la defensa de los judíos, una vieja práctica de la Iglesia desde el papa Calixto II (Sicut Judæis, 1120).

Los defensores de Hlond dicen que tan solo reflejaba el pensamiento de sus tiempos, que cambió sólo tras el Concilio Vaticano II (Nostra aetate, 1965), pero como bien apuntó Tygodnik Powszechny, un semanario católico de Cracovia -para el cual quien escribe estas líneas colaboró, ahora sí, orgullosamente, por años- “¿no es que de los futuros santos esperaríamos que estén ‘un poco adelante de sus tiempos’”?

Esto nos lleva de regreso a Francisco I, cuyas canonizaciones -un negocio que tampoco inventó, sino heredó de sus predecesores (sobre todo de JP II...)-, parecen muchas veces confundirse con indulgencias [mezcladas, para disimular, con otras muy justificables pero de países sin importancia geopolítica, como la de Monseñor Romero].

Más que un proceso de poner ejemplos a seguir son un lavadero de personajes -JP II: encubridor de pederastas (¡santo!), Madre Teresa: abusadora y defraudadora (¡santa!), etcétera-, indistinguible del revisionismo histórico de la derecha.

Ustedes dirán.

*Periodista polaco
La Jornada / La Haine

 

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