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Europa :: 26/01/2022

Certificado de moralidad

Maciek Wisniewski
El régimen polaco, autodenominado defensor de las fronteras sagradas del país, acusa a los refugiados de ser portadores de peligrosos trastornos sexuales como zoofilia

No hace mucho, cuando ya bajó un poco el polvo (sin que se resolviera nada de fondo, claro...) en torno a la crisis de los refugiados en Białowieża, uno de los últimos bosques primordiales en Europa en la frontera entre Polonia y Bielorrusia, que por un lado desnudó la total falta de humanidad de las políticas migratorias europeas y el especial sadismo del gobierno polaco, y por otro avivó los fantasmas de la historia que aun pesan sobre esta región (https://lahaine.org/eN0i, https://lahaine.org/eO3B): cuerpos en los bosques y en los pantanos, la gente escondiéndose, las denuncias ciudadanas, las redadas por el ejército y la guardia fronteriza alemana/polaca, etcétera, de repente encontré este papelito. Un artefacto del pasado que me arrojó de vuelta a la crisis –y otra vez de paso a la historia– haciendo pensar en su otro lado. Uno, un poco más humano.

Resulta que, por allí, a finales de los años 20 del siglo pasado, aunque proveniente de otra parte, por azares de la vida, uno de mis bisabuelos vivía en Hajnówka, un pequeño pueblucho –hoy apenas un poquito más grande– del municipio de Białowieża. En aquel momento, el mapa de Polonia se veía muy diferente. A la frontera le faltaban todavía unos buenos 250 kilómetros (hoy, unos 25), y Bielorrusia era sólo una república de la recién fundada, después de la revolución, URSS. En poco más de una década, todo aquel país, la Segunda República Polaca (1918-1939), tras la invasión nazi y soviética, dejaría de existir.

Pero todavía corría mayo de 1928 y mi bisabuelo, al solicitar una concesión para una cantina (piwiarnia), tuvo que anteponer también el Certificado de moralidad que probaba que "por la vía judicial ni por la de la administración penalizado no fue y de la opinión goza buena" (esta sintaxis antigua, tal como viene en el original, suena aún más peculiar en polaco). El documento correspondiente le fue debidamente otorgado (bit.ly/3rxpI1O).

Ya no sé si al final triunfó en los negocios (parece que no), pero al menos sobrevivió a la guerra. Al igual que este papelito que claramente representaba algo importante para él. Por algo lo guardó. Y preservó hasta su muerte.

Esto me hizo pensar en el gobierno polaco de hoy, que desplegó toda una grandiosa narrativa de la defensa de la frontera como si se tratara de una verdadera invasión –nazi o soviética– mandando al ejército para arrestar a los refugiados y empujarlos de vuelta a Bielorrusia, negándoles ayuda y el derecho al asilo, violando las convenciones internacionales (1951/1967). Y en una parte de la gente local –descendientes de los antiguos vecinos de mi bisabuelo– de Hajnówka, Michałowo u otros pueblos de Białowieża, que en medio de toda una atmósfera de miedo e intimidación ayudaba a los migrantes salvando sus vidas y su salud para que pudieran continuar su viaje al oeste.

Proporcionando agua, comida, botas, ropa caliente, bolsas de dormir o medicamentos, mientras el gobierno prohibía incluso el paso de las ambulancias a la zona de emergencia en la frontera, algo que hacia este trabajo local –activistas, defensores de los DDHH o periodistas tenían el acceso negado a la zona– aún más urgente. Poniendo luces verdes en sus casas –la Linterna Verde– indicando las que eran seguras para pedir posada sin el temor de ser delatado a la policía, al ejército o a la guardia fronteriza. Tratando de localizar y ponerse en contacto mediante diferentes aplicaciones con los refugiados que lograban colarse por la frontera.

Haciendo tal cual lo que debería estar haciendo un Estado democrático, pero que más bien, con el visto bueno desde Bruselas para su vil crueldad, encima se empeñaba en obstruir la labor de los que ofrecían ayuda. Intimidándolos y amenazándolos con que iban a ser penalizados por la vía judicial o administrativa, aun cuando no existe ninguna ley en contra de dar a alguien agua, abrigo o permitirle que se quede en su casa, aunque seguro algunos pequeños Carls Schmitts del régimen posfascista de Varsovia ya están trabajando en ello. E, igualmente, ya hay precedentes preocupantes: en Grecia e Italia, en medio de la parecida paranoia antiinmigrante, gente que ayudaba a los refugiados acababa acusada de tráfico ilegal de personas (sic). Yo digo que Kafka es poco.

Władysław Reymont, el premio nobel de la literatura polaca de aquellos años de mi bisabuelo, en su última novela La rebelión (1924) desarrolló, dos décadas antes de Orwell, igual con un leve tinte anticomunista tras la revolución bolchevique, el mismo motivo de los animales enfrentándose a los humanos. A diferencia de La rebelión en la granja (1945), en Reymont los animales domesticados son acompañados por los animales del bosque (¿Białowieża?), que juntos, ante la futilidad de su lucha, acaban migrando al sur, a la tierra prometida.

En fin. No sé si ésta es una buena parábola de la suerte de los migrantes (que no hay que rebelarse y no queda otra sino migrar...). Pero entre el gobierno polaco, el autodenominado defensor de las fronteras sagradas del país, del cristianismo y de la moral en general que acusaba a los refugiados, por ejemplo, de ser portadores de peligrosos trastornos sexuales como zoofilia y pederastia (sic) deshumanizándolos y exponiéndolos más a la muerte y entre la gente que les traía ayuda, no tengo duda de quién en toda esta historia merece el verdadero certificado de moralidad.

@MaciekWizz

 

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