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Colombia :: 07/04/2010

Colombia: ¿Sargento Moncayo o Lacayo?

Carlos de Urabá
El militar liberado por las FARC declara: "Aguanté por amor al uniforme militar. ¡viva Colombia!"

Según el soldadito Moncayo, el pastucito (en Colombia los nativos de Nariño se les llama pastusos y tienen fama de sonsos) aguantó los doce años de cautividad «por amor y orgullo al uniforme militar»(¡por la camiseta!) Estas palabras pronunciadas en el aeropuerto de Florencia tras desembarcar del helicóptero nos dejan atónitos

Parece mentira que el soldadito Moncayo no haya caído en cuenta que él no representa más que un cero a la izquierda para el glorioso ejército nacional. Esta institución nazi, como es costumbre, lo condenó al infierno junto a sus compañeros luego de la toma del cerro de Patascoy por las FARC en el año 1997.

El soldadito Moncayo como si hubiera metido un gol declaró ante la prensa «si aguanté todos esos años fue por Colombia, los hice por la patria». Pero a Colombia, a esos colombianos del común,igualmente prisioneros de un sistema depredador, querido soldadito, querido pastucito, le importa un bledo tu suerte y la de tus compañeros. Los medios de comunicación son expertos en manipular los sentimientos de la masa: si hoy lloran emocionados por las imágenes que nos trasmiten, mañana aplaudirán al dictador Uribe cuando cabalgue a lomos de su caballo de paso por la finca el Uberrimo. Porque este es un país insensible y egoísta que aplica a rajatabla esa máxima del sálvese quien pueda.

Quien no sepa esta historia se imagina que existe un gran movimiento de solidaridad con los mal llamados «secuestrados». Pero lo cierto es que no es nada más que un montaje hipócrita para lavar la conciencia de una sociedad cada día más indiferente y anodina. En todo caso las cárceles colombianas también están plagadas de presos políticos y luchadores sociales, de alguna manera «secuestrados» por el régimen paramilitar uribista y nadie mueve un dedo por ellos.

Es lamentable pero la opinión pública colombiana vino a enterarse que el soldatito Moncayo estaba retenido por las Farc en lo profundo de la selva sólo cuando su padre, el profesor Gustavo Moncayo, completamente desesperado por la falta de atención del gobierno, optó por encadenarse y realizar sus largas marchas de protesta por el territorio nacional. El profesor defendía la tesis del acuerdo humanitario, o sea, el intercambió de los prisioneros de guerra. Al final el secretariado de las Farc, para premiar su titánica labor y en un gesto de buena voluntad, concedió la liberación de su hijo.

Hace tres años conocí en persona a Gustavo Moncayo y doy fe que es un hombre integro de ideas de izquierda, antimilitarista y favorable a un tratado de paz que finiquite tantas décadas de guerra fratricida. Me une a él una relación de afecto y cariño hasta el punto que yo y mis hijos nos unimos a su causa. Cuando culminó su primera marcha por la paz y la libertad de los retenidos en 2007, presencié en directo el cara a cara que sostuvo él y su hija Yuri con el presidente Uribe en la plaza de Bolivar de Bogotá. El profesor con valentía y coraje le plantó cara al emperadorcito y demostró con sólidos argumentos que por encima de todo está la defensa de la vida y los derechos humanos.

Luego fui testigo como el propio Alcalde de Bogotá, Lucho Garzón, que en un principio le ofreció asilo en la plaza de Bolivar para que instalara su campamento por la paz- donde Gustavo Moncayo juró que no se retiraría hasta que su hijo saliera libre- a las pocas semanas le conminaba a desalojarlo pues su protesta constituía una amenaza para el estado de derecho. (lo cierto es que a Garzón lo llamó por teléfono personalmente Uribe para que le hiciera el favorcito de expulsar al indeseable intruso)

El profesor Moncayo obnubilado por la fama de «caminante de la paz», aceptó la invitación de los comités Ingrid Betancourt para hacer una gira por España, Francia, Bélgica, Holanda e Italia y exponer sus reivindicaciones. Entonces, sin pensarlo dos veces, hizo las maletas y a cuenta de las desgracia de su hijo se fue a turistear por Europa. El profesor cayó en la trampa y abandonó su lucha en el momento más álgido. Él creía que la batalla se libraba fuera del país sacandose fotos en la torre Eiffel o estrechando la mano del Santo Padre que vive en Roma, cuando en realidad es aquí donde hay que poner el pecho y presionar a las autoridades. El resultado fue la desmovilización de la protesta dejando en la cuneta a miles de incondicionales que estaban dispuestos a resistir hasta las últimas consecuencias.

Parece mentira que el soldadito Moncayo con todos los años que estuvo retenido no haya hecho ninguna reflexión crítica ante su penosa situación. Parece que sigue repitiendo de memoria el lema de «patria, honor y lealtad» que le enseñaron a coscorrones en el cuartel. Su amor por la institución sigue intacto o incluso más exacerbado. Ni el síndrome de Estocolmo ni nada que se parezca, pues, por el contrario, reafirmó su fidelidad a las fuerzas armadas.

El pastucito confiesa sentirse impresionado por la civilización, por las lucesitas, por las maquinitas, por los teléfonos celulares y computadores, por los televisores de pantalla gigante, por las cámaras digitales. ¡Qué paradójico! Alabando una sociedad de consumo estúpida y derrochadora que no hace más que esclavizarnos. Ojalá el soldadito Moncayo entre en razón y pronto recupere su libertad.

12 años abandonado por la patria, los 12 años más hermosos de su vida, 12 años olvidado por sus amados superiores; por mi general, por mi coronel, por mi comandante. ¡Firmes Moncayo! ¡viva Colombia, Moncayo! Y al soldadito le dan cuerda, saca pecho y lame con su lengua las botas de los sicarios. Como si todo esto fuera poco, el gobierno uribista, primero con el comisionado de paz el Luis Carlos Restrepo, y ahora con Frank Pearl, siempre obstaculizaron su liberación a pesar que las Farc hace casi un año anunciaron su entrega incondicional. Un castigo innecesario, una especie de venganza contra la familia Moncayo por haberse enfrentado al narcoemperador.

Como si fuera poco hace unas semanas se suspendió el operativo de rescate pues coincidía con la fecha de las elecciones legislativas. Y es que el profesor Moncayo presentaba su candidatura al senado por el Polo Democrático Alternativo y no convenía que la liberación de su hijo se produjera antes de la justa electoral para restarle votos en las urnas. Por cierto que su votación fue decepcionante pues apenas obtuvo siete mil votos.(para muchos colombianos el profesor es un aliado de Chavez y la guerrilla y está visto que no confían en él)

Sabemos que este gobierno narcoparamilitar es perverso y maquiavélico pero nunca imaginamos que se pudiera deleitar con el dolor de sus propios soldados y sus familias. De veras que este pastucito es muy inocente e ingénuo y no nos sorprendería para nada que hasta le estreche la mano al emperadorcito Uribe en el Palacio de Nariño. Sentarse en la mesa de los torturadores y genocidas es una práctica normal en la sociedad colombiana.

Colombia celebra eufórica la «fiesta de la libertad» Seguramente al soldadito Moncayo lo elevarán a los altares, le llenarán los bolsillos de millones de pesos, saldrá en los programas de televisión, le darán besos las reinas de belleza, le regalarán una casa y el comandante de las Fuerzas Armadas lo condecorará como todo un héroe. Quizás para congraciarse con él lo premiarán con alguna agregaduría militar en una embajada o talvez con un puesto burocrático en el ministerio de Defensa (Guerra) Se ha desperdiciado una gran oportunidad, el pastusito que tenía todos los medios de comunicación mundial al alcance de su mano para dar un mensaje de insumisión y rebeldía se rajó. Lástima que no haya seguido el ejemplo de su padre tan combativo y beligerante. El soldadito no se atrevió a condenar ese ejército fascista de las torturas, de las matanzas, de las fosas comunes, de las ejecuciones extrajudiciales, del asesinato de inocentes disfrazados de guerrilleros para cobrar las recompensas, ese ejército de los bombardeos indicriminados, a ese ejército de las alianzas con el paramilitarismo, un ejército corrupto y traidor, un ejército completamente entregado al imperialismo norteamericano. En cambio el pastucito sonríe, ¡qué bonita es la civilización! el soldadito se cuadra saluda la bandera y suspira emocionado. Sus palabras de agradecimiento son un espaldarazo a la 0institución militar tan desprestigiada estos últimos tiempos. El soldadito aguantó doce años cautivo por mi general, por mi coronel, por mi comandante, por el amor al uniforme y a todos los colombianos. ¡Qué verraquera, carajo! Definitivamente los colombianos somos masoquistas y necesitamos que nos den rejo y palazos.

Moncayo tuvo todo el tiempo del mundo para reflexionar; horas, días semanas, meses y años para para darse cuenta de tantas mentiras y falsedades. Y lo peor es el sueldo que recibía: 200.000 pesos de la época, ¡200.000 pesos! Con esa misería compran su silencio y su dignidad, por unos billeticos malolientes entregan la vida por la patria. Gracias mi general. -¡firmes Moncayo! -¡A la orden mi general!

* Investigador de Colombia.

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