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Venezuela, EE.UU. :: 15/04/2019

Cuando la derecha se queda sin cartas

Marco Teruggi
¿EEUU está dispuesto a aceptar una derrota en Venezuela?

EEUU convocó por tercera vez desde enero una reunión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para abordar la cuestión Venezuela. Su objetivo esta vez era lograr que Juan Guaidó fuera reconocido como presidente interino del país. El objetivo fue planteado por el vicepresidente norteamericano, Mike Pence, como primer gobierno en tomar la palabra: “ha llegado el momento que las Naciones Unidas reconozcan a Guaidó como presidente legítimo de Venezuela, y sentar a su representante en este órgano”.

El diagnóstico sobre el cual construyó su pedido fue el reconocimiento de la Asamblea Nacional como única institución legítima, y Guaidó como presidente hasta nuevas elecciones. Sobre eso trazó la narrativa en la que busca apoyarse EEUU para justificar sus nuevos ataques: “Venezuela es un Estado fallido, tal y como nos enseña la historia, los Estados fallidos no tienen límites: terroristas, narcotraficantes e incluso Hezbolá están aprovechando para asentarse allí”. Ambos argumentos eran conocidos.

Así como se anticipaba que esa sería la posición norteamericana, también posiciones de otros gobiernos parecían definidas como en las reuniones anteriores. Tal fue el caso de Rusia, que, a través de su embajador ante el Consejo, Vasily Nebenzia, se opuso a la “injerencia de EEUU en otros Estado”, denunció los ataques sobre la economía, el robo que se le realiza a Venezuela por diversas vías, y el cinismo norteamericano “porque por un lado se les agarra del pescuezo con sanciones, pero al mismo tiempo hablan de una asistencia internacional (…) La situación política solo podrá resolverse mediante un diálogo nacional, pero Guaidó no está dispuesto a esto porque no ha recibido instrucciones en ese sentido”, afirmó.

El gobierno de la República Popular China también abogó por un diálogo entre partes: “China se opone a la intervención militar en Venezuela, y al uso de la ayuda humanitaria con fines políticos. Las sanciones unilaterales solo exacerbarán la vida cotidiana de las personas, y no llevarán la paz al país”, afirmó el embajador Ma Zhaoxu.

Varios países compartieron una postura común, como Francia, Alemania, Reino Unido [lacayos de EEUU], quienes ratificaron el reconocimiento de Guaidó como presidente encargado, y afirmaron que, “como presidente interino en pleno respeto de la Constitución, podría organizar comicios libres y transparentes”. Una solución en la línea del Grupo Internacional de Contacto, con el desconocimiento de Maduro y una resolución diseñada desde el exterior.

Venezuela, en voz del embajador Samuel Moncada, denunció el ataque diseñado y aplicado desde EEUU, con la “destrucción económica deliberada, la agresión con uso de instrumentos financieros, presiones indebidas, uso de posición dominante en los mercados”. La solución, afirmó, “no debe ser intervencionismo o donaciones por parte de los criminales ni conferencias de donantes que ocultan el saqueo cometido, debe ser devolución del dinero, cese del bloqueo, cese de los sabotajes a nuestras infraestructuras, cese de la amenaza de intervención militar”.

El resultado final fue el que era predecible: similar a las dos reuniones anteriores, sin acuerdo posible, con bloques alineados sobre las mismas posiciones. La reunión convocada por EEUU parece haber sido para mantener el tema en agenda internacional, profundizar la narrativa en torno a la crisis humanitaria y el Estado fallido. No era posible llegar al resultado alcanzado el martes en la Organización de Estados Americanos (OEA), donde por 18 votos a favor fue reconocido el enviado por Guaidó en lugar del representante de Venezuela. Una victoria “pírrica” que socava la institucionalidad de la OEA, así la calificó el canciller de México, Jorge Lomónaco.

Durante el día, mientras se desarrollaba el Consejo de Seguridad, la derecha venezolana había convocado a la segunda jornada de la “operación libertad”, con puntos de protestas en diferentes partes de la capital y del país. El resultado fue una nueva confirmación de la tendencia al descenso en la capacidad de convocatoria de la derecha alrededor de la figura de Guaidó, la incapacidad para construir una expectativa que logre entusiasmar a la población opositora. El mensaje ha entrado en zona de crisis, en particular por la distancia entre lo prometido y la traducción en hechos concretos.

Los próximos pasos en la agenda norteamericana están marcados por la visita que hizo Mike Pompeo a Chile, Paraguay, Perú, Colombia, incluida la ciudad fronteriza de Cúcuta, el domingo. Pompeo, quien repitió el viernes que “el régimen de Maduro representa una amenaza para EEUU”, buscará acuerdos del orden de las sanciones económicas y el aislamiento diplomático. La factbilidad de una salida a través de la intervención militar ha quedado fuera de las posibilidades planteadas por todos los aliados de EEUU.

Tal fue el caso en España, donde Elliot Abrams se reunió el miércoles con representantes del ejecutivo, como José Manuel Albares, asesor diplomático del gobierno, y Juan Pablo de Laiglesia, secretario del Estado español en cooperación internacional, quienes manifestaron “la necesidad de una salida democrática a la gravísima crisis que sufre el país” y que “la actual situación en el país caribeño requiere una solución política, pacífica y democrática que excluya categóricamente el uso de la fuerza”.

En ese contexto de dificultad de la estrategia golpista de encontrar pasos de avance, el gobierno de Venezuela afianzó públicamente su trabajo de cooperación en una reunión con el Comité Internacional de la Cruz Roja. Su presidente, Peter Maurer, señaló la voluntad de avanzar en el trabajo conjunto, desde la perspectiva de un plan de ayuda que sea apolítico, neutral, sin adentrarse en definir el carácter o no de “crisis humanitaria” en el país. Las zonas priorizadas serán Caracas, la frontera con Colombia y el estado Bolívar, fronterizo con Brasil.

El trabajo conjunto entre el gobierno y la Cruz Roja resulta importante por dos dimensiones centrales: la primera, construir respuestas a dificultades que existen el país, tal como se ha hecho en cooperación con el gobierno de China quien, el 29 de marzo, hizo llegar un cargamento de 65 toneladas de medicinas al país. En segundo lugar, porque quita una carta a la narrativa de la derecha, que afirma que el gobierno estaría bloqueando todo tipo de ayuda social. Y el problema de la derecha es su falta de cartas luego de tres meses de iniciado el nuevo mandato de Maduro que ya no reconocen como presidente. Parecen haberse quedado sin movimientos que dar. Por eso Pompeo, Abrams y Pence han asumido nuevamente la delantera pública.

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¿EEUU está dispuesto a aceptar una derrota en Venezuela?

El asalto debía ser corto, el gobierno de Maduro no estaba en condiciones de resistir. Sobre esa certeza EEUU (EEUU) desencadenó una estrategia para derrocarlo: construyó a Juan Guaidó como presidente 2.0, lo dotó de una ficción de gobierno, un reconocimiento internacional, una narrativa articulada entre medios de comunicación, un aceleramiento de sanciones económicas en diferentes niveles. A partir de la superposición de las variables debían darse los diferentes resultados, hasta llegar a la negociación forzada o la salida.

El curso de los acontecimientos no fue como aparecía en el papel. El primero y principal fue el quiebre de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb), un elemento medular que debía suceder y no lograron. Para eso fueron descargadas una serie de tácticas, desde la conspiración interna con apoyo de dólares, visas, y garantías, hasta la estrategia de la amenaza latente de posible intervención por parte de EEUU. Una combinación de bluff, es decir de pistola descargada apuntada de frente, con fechas de condensación para intentar el quiebre, como lo fue el 23 de febrero.

El segundo acontecimiento que debía darse, de menor capacidad de definición en el objetivo, era el apoyo masivo de Guaidó en las calles. Su discurso afirma que el 90% de la población lo apoya. Las imágenes de su capacidad de movilización muestran que el primer impulso del 23 de enero –día de su autonombramiento reconocido por un twitt de Donald Trump– perdió fuerza. Una de las razones principales está en la crisis de expectativas producto de que la promesa de desenlace inmediato no se dio. Otra es que se trató de una construcción artificial, mediática, diplomática, que no logró convocar más allá de la histórica base social de la derecha, marcada por el corte de clase, geográfico, de condiciones materiales de vida, de idiosincrasia, e imaginarios. La derecha se parece demasiado a sí misma.

El tercer punto fue el intento de volcar a los sectores populares a las calles, para lo cual los apagones y su consecuente faltante de agua eran el escenario provocado más favorable. El resultado tampoco fue el esperado: la imagen extendida fue la de una mayoría en busca de resolver los problemas, de forma individual, colectiva, articulada al gobierno. Las protestas, impulsadas en su casi totalidad por la derecha, fueron pequeñas y sin capacidad de irradiación.

Cada una de esas variables tiene puntos de retroalimentación. La crisis de expectativas se debe, por ejemplo, a la constatación de que la Fanb no se ha quebrado, que Guaidó habla de una inmediatez que no sucede, y de la conclusión que al no darse ninguno de los tres resultados, entonces solo queda pedir por la intervención internacional encabezada por EEUU. Esa misma narrativa intervencionista aleja a su vez a quienes podrían ver en la propuesta de Guaidó una alternativa a la situación actual, política y económica. Convocar a las mayorías para lograr una acción de fuerza internacional se topa con evidentes barreras.

El derrocamiento de Maduro no parece posible en la relación de fuerzas nacionales. Ha demostrado que el asalto no será corto, y que el chavismo, que es más que un gobierno, está en condiciones de resistir. De ser un asunto nacional, Guaidó perdería fuerza hasta entrar en la lista de dirigentes de la derecha marcados por el peso de la derrota. El problema es que este nuevo intento de golpe de Estado se armó sobre un punto de no retorno: una construcción de EEUU de una fachada de gobierno paralelo, reconocido luego por la Unión Europea, Gran Bretaña, Israel, Canadá, gobiernos de derecha de América Latina. ¿Qué hacer con Guaidó si el plan no da resultados producto del error de cálculo inicial?

La pregunta es por EEUU, su actual administración en la combinación Donald Trump-neoconservadores, y lo que se denomina el Estado profundo, es decir las estructuras de poder real, invisibles, que constituyen y garantizan el desarrollo estratégico de EEUU en la disputa geopolítica. Una derrota en Venezuela sería atribuida a la administración, en un período pre electoral, y sería doble: la permanencia de Maduro, es decir la incapacidad de alinear el punto clave del continente latinoamericano, como su implicancia en el cuadro internacional.

Esto último ha tomado particular fuerza en los últimos días, en voz y tuits de diferentes voceros norteamericanos, como Elliot Abrams, encargado especial para Venezuela, Mike Pompeo, secretario de Estado, John Bolton, consejero de seguridad nacional, y Craig Faller, jefe del Comando Sur. Sus diferentes declaraciones han conformado una narrativa que sitúa a Venezuela como base de operaciones de Rusia, Irán, Cuba y China, y al gobierno de Maduro como subordinado a cada uno de esos gobiernos y sus respectivos servicios de inteligencia, militares, en particular de los tres primeros.

Sobre esa construcción de escenario EEUU ha anunciado los próximos pasos. Pompeo fue a Chile, Paraguay, Perú y Colombia, Abrams a España y Portugal, y convocaron a la tercera reunión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para abordar la cuestión Venezuela, nuevo fracaso. Todavía no han anunciado los objetivos para cada uno de los movimientos, aunque es posible prever que existirá una dimensión privada y una pública de los acuerdos. Sobre la segunda podría ser avanzar en lo que parece un objetivo de EEUU: declarar al gobierno de Venezuela como organización transnacional del crimen, y calificar a los “colectivos” –una forma de organización popular del chavismo– como grupos terroristas, que, afirmó Bolton, “socavan la Constitución y la integridad territorial de Venezuela”. De cada elemento se desprenden nuevas posibles acciones.

Ese aumento de presiones, bloqueos, aislamientos, no plantea aún, más allá del repetido “todas las opciones están sobre la mesa”, la posibilidad de la intervención militar. El mismo Abrams volvió a alejar esa hipótesis el pasado jueves. ¿Cómo piensan entonces escalar para lograr el desenlace con la combinación de estas acciones? EEUU necesita definir vías, capacidades de operaciones en el territorio, acuerdos internos y diplomáticas. Sobre esto último la posición de la Unión Europea, en voz de Federica Mogherini, mantiene que se debe “preparar el terreno para que se celebren elecciones presidenciales libres y transparentes lo más pronto posible”.

¿Estaría dispuesto EEUU a un desenlace negociado con posible permanencia de Maduro? Por el momento no lo parece, así como tampoco a una derrota en Venezuela, que sería, como ya lo han explicitado, geopolítica. La derecha por su parte llamó a movilizaciones. El cuadro sigue en movimiento.

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