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Europa, Pensamiento :: 01/01/2020

Daniel Bensaïd: mesianismo y melancolía

Maciek Wisniewski
En la histórica época de la desorientación de la izquierda europea (1940/1990), Bensaïd recuperaba su impulso milenario junto con su contenido político y antifascista

1. Daniel Bensaïd (1946-2010), cuyo décimo aniversario de muerte será el próximo 12 de enero, ha sido un filósofo –él prefería sólo maestro de filosofía− marxista, activista comunista, fundador de LCR [Ligue Communiste Révolutionnaire] uno de los principales cuadros de la Cuarta Internacional y un prominente intelectual público y simbólico (bit.ly/39awa4H), el que mejor encarnaba el espíritu revolucionario del 68 francés.

Uno de los grandes líderes estudiantiles (véase: D. Bensaïd, H. Weber, Mai 68, une répétition générale, 1968), mientras la mayoría de su generación acabó abrazando el neoliberalismo, él siguió fiel a la causa inconclusa del 68 –véase su autobiografía: Une lente impatience, 2004 (capítulo 6)− sirviendo en su calidad de militante-intelectual como transmisor entre diferentes generaciones de activistas en tiempos de un generalizado sentimiento de la derrota post-1989 (E. Traverso, Melancolía de izquierda, p. 353-399). Diagnosticado con sida a mediados de la década de los 90, trabajó frenéticamente hasta el final, pero su obra, rica y diversa en temas en los que el pasado se mezcla con el presente, la filosofía con la historia y la política con la literatura, permaneció inconclusa (Traverso, p. 367).

Analizando la histórica derrota de la izquierda, Bensaïd abrazó el concepto de la melancolía –pero no la romántica, sino clásica− en busca de nuevos puntos de resistencia (Traverso, p. 361): una que pretende superar la brecha entre lo probable y lo posible, ya que la esperanza sólo tiene sentido con una dosis de pesimismo. Una necesaria mirada atrás –su particular galaxia melancólica abarcaba a Baudelaire, Blanqui, Sorel y Péguy, para quienes igual que más tarde para Benjamin, las revoluciones se alimentaban de la imagen de los ancestros esclavizados− que debe ser balanceada por un nuevo esfuerzo de historización y politización.

Para M. Löwy, una de sus mayores contribuciones fue convertir −al desarrollar el clásico argumento de L. Goldmann sobre Pascal− este estado anímico en una apuesta (Le pari melancolique, 1997) y poner la melancolía en el centro de la política revolucionaria: “la transformación del mundo es una ‘apuesta melancólica’ –la barbarie no tiene más chance que el socialismo−, alimentada por la memoria y basada en la ‘hipótesis estratégica’ y el ‘horizonte regulador’”.

2. Mucha parte de su trabajo fue dedicado a la estrategia en el siglo XXI (http://danielbensaid.org/Ha-llegado-el-momento-de-definir-la-estrategia), presente tanto en Le pari melancolique como en Éloge de la politique profane (2007), donde analizando el ocaso de la política y la razón estratégica en la era neoliberal, criticaba diferentes ilusiones/utopías contemporáneas (Negri, Holloway, et al).

Sus debates sobre el poder popular, el partido revolucionario o la huelga general (bit.ly/2ZvhHvS) estaban basadas en su propia experiencia de participar en diferentes procesos –a veces con trágicos resultados− en Francia, Argentina (la casi total aniquilación de la izquierda radical y el cul de sac de la vía armada), México (la debacle del PRT) o Brasil (el ascenso y la capitulación neoliberal del PT). Como pocos –también gracias a esto− era capaz de hilar y sacar conclusiones, para la izquierda, de Marx, Schmitt, Gramsci, revolución bolchevique, debates de los 20-30, el socialismo real, el eurocomunismo, la guerrilla urbana guatemalteca o el ciclo progresista juntos.

3. Explorando sus raíces –su padre fue un judío sefardí de Argelia−, Bensaïd, denigrado en el 68 por la prensa gaullista por ser judío y árabe a la vez (sic), exploró lo político del misticismo y mesianismo judío –un drive, entre otros, detrás de su trilogía melancólica: Moi, la révolution (1989), Walter Benjamin, sentinelle messianique (1990), Jeanne de guerre lasse (1991)− distanciándose siempre del sionismo (un terrorismo del Estado) y anteponiendo su genealogía electiva de un comunista judío (Une lente..., capítulos 18 y 19), marrano (bit.ly/2rrioto) y judío no-judío (I. Deutscher dixit).

Así, no sólo se ponía incondicionalmente del lado palestino, sino manifestaba su profundo rechazo a toda suerte de identitarismos, un sustituto a todo pensamiento crítico –además la sobreidentificación con Israel de buena parte de la intelligentsia francesa siempre tuvo para él tintes ultrareaccionarios−, y motor, en forma de un pánico identitario, del auge mundial de la extrema derecha.

4. La utopía no figuraba en su vocabulario político, pero el mesianismo (secular) sí: siguiendo a Benjamin, el suyo no era el mesianismo apático, sino activo en el cual uno no se queda esperando, sino organizando ante la llegada del Mesías –la irrupción de lo imprevisto− que puede ocurrir en cualquier momento. La revolución es una posibilidad (vide: la apuesta melancólica), pero que surge sólo de nuestras acciones.

Escribiendo –otra vez igual que Benjamin− en la histórica época de la desorientación de la izquierda [europea] (1940/1990), Bensaïd recuperaba su impulso milenario junto con su contenido político y antifascista buscando igualmente preservar la esperanza/la fe, conciliar la historia con la memoria y salvar el comunismo construyendo una nueva política (y estrategia) “a partir de una alianza entre ‘el hacha del mesianismo’ y ‘el martillo del materialismo’” (Traverso, p. 375).

@MaciekWizz

 

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