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EE.UU., Cuba :: 16/09/2012

EEUU; Las convenciones y el futuro de la política hacia Cuba

Jesús Arboleya Cervera
Casi como un ritual religioso, cada cuatrienio electoral, en las convenciones de ambos partidos norteamericanos sale a flote el tema de Cuba.

Esta vez no fue diferente, aunque los demócratas solo lo mencionaron en su plataforma, mientras que los republicanos, evidentemente presionados por la extrema derecha cubanoamericana, le dieron más relieve e incluso el candidato presidencial, Mitt Romney, lo incluyó entre sus prioridades.

Aunque en muchos asuntos las convenciones reflejaron la polarización de la sociedad estadounidense, en el caso de Cuba nada nuevo se dijo y las posiciones de ambos partidos no presentaron diferencias sustanciales. Como era de esperar, la Plataforma Demócrata ratificó la política de Obama, bajo el argumento de que era más efectiva para promover el fin del “régimen cubano”, y los republicanos se suscribieron a la misma línea emprendida por la administración Bush, a la cual tampoco Obama ha renunciado totalmente.

De todas formas, estamos en el campo de la retórica y es bien sabido que, en la política norteamericana, es casi un defecto que los candidatos se atengan a sus promesas electorales. Vale entonces que analicemos las variables nuevas que intervienen en la política hacia Cuba, con las cuales tendrá que lidiar cualquiera que resulte electo en la contienda.

Resulta difícil imaginar que la política de Estados Unidos hacia Cuba haya podido sobrevivir más de cincuenta años de hostilidad sin la aparente legitimidad étnica y activismo político que le ha aportado la extrema derecha cubanoamericana. Aunque sería un error suponer que estos grupos deciden la política hacia Cuba, como dicen algunos, no cabe duda que constituyen un factor en su desempeño, por lo que no es ocioso analizar las fortalezas y debilidades de esta tendencia, a la luz de su realidad actual.

El apreciable deterioro de la hegemonía norteamericana, más que un repliegue, ha condicionado el reforzamiento de los sectores ultraconservadores domésticos y la implementación de políticas muy agresivas hacia el resto del mundo, redoblando una intransigencia ideológica que tiene en la destrucción del modelo cubano uno de sus paradigmas. En este sentido, la influencia alcanzada por los fundamentalistas conservadores, ganen o pierdan las elecciones, puede favorecer a la extrema derecha cubanoamericana, la cual hará todo lo posible por bloquear cualquier iniciativa que tienda al mejoramiento de las relaciones entre los dos países e incluso tratará de revertir los escasos avances logrados en este campo.

No obstante, la transformación cultural de los cubanoamericanos, originada por los cambios generacionales y el impacto de los nuevos inmigrantes, así como el interés creciente de estos grupos por mantener relaciones con Cuba, tiene inevitables consecuencias para la base social que sirve de sostén a esta tendencia. De hecho, ha sido la extrema derecha cubanoamericana, temerosa del impacto de estos inmigrantes en su electorado, la que ha propuesto revisar la Ley de Ajuste Cubano, un aspecto esencial en la política de Estados Unidos hacia Cuba y causa de muchas controversias entre los dos países.

Tal realidad puede conducir al desarrollo de corrientes, tanto conservadoras como liberales, que aboguen por una revisión de los acuerdos migratorios entre los dos países, toda vez que, para Estados Unidos, constituyen un costo social que ya no se corresponde con los intereses políticos que le dieron origen, sobre todo, si los cambios en la política migratoria cubana atenúan los conflictos con los emigrados. Aunque nadie puede predecir si ello sería beneficioso o no para las relaciones entre los dos países, ya que todo depende de cómo se haga. De cualquier forma, implicaría una dinámica nueva, que obligaría a un examen de la política existente.

A ello se suma que, en la medida en que decrece el “exilio histórico”, pierden preponderancia los intereses vinculados a la recuperación de propiedades en Cuba, hasta ahora determinantes en el programa de la extrema derecha, así como aumentan aquellos interesados en negociar con el país o aprovechar las ventajas económicas resultantes de los posibles contactos con éste, entroncando con intereses norteamericanos, particularmente conservadores republicanos, que hace años se cuestionan la conveniencia del mantenimiento del bloqueo económico, todo lo cual tiende a debilitar el peso específico de la extrema derecha en el diseño de la política hacia Cuba, así como las tendencias más agresivas de esta política.

Otro factor de mucho peso es la incidencia de Cuba en la política de Estados Unidos hacia América Latina y el Caribe. Aunque existen sectores en la política norteamericana que se niegan a aceptar los cambios en la región y abogan por una estrategia destinada a revertirlos, está planteado el conflicto entre el querer y el poder hacerlo, lo que se refleja en una reducción de las alternativas posibles, incapacitando a Estados Unidos, al menos por el momento, para evitar el auge de los procesos nacionalistas y la emergencia de una voluntad integradora latinoamericanista que tiene profundas raíces históricas y culturales en el subcontinente, a la que se suman intereses económicos muy abarcadores, donde están incluidos importantes sectores del empresariado latinoamericano.

A todas luces, en estos momentos resulta inviable para Estados Unidos la articulación de una política hacia Latinoamérica que propugne el aislamiento de Cuba. De hecho, la exigencia de los países latinoamericanos por la plena participación cubana en el concierto político regional se ha convertido en un patrón que define el empeño de América Latina por el establecimiento de un nuevo orden en las relaciones continentales, por lo que Estados Unidos ha tenido que sufrir presiones en este sentido tanto en sus relaciones bilaterales, como en los eventos regionales organizados en los últimos años, lo que ha motivado su absoluta enajenación del consenso americano, incluso en la OEA.

La política norteamericana hacia Cuba puede o no atenerse a estas razones, cualquiera sea el próximo presidente de Estados Unidos. En verdad, la tónica ha sido que, más que inclinada a resolver problemas, esta política ha estado orientada a crearlos, toda vez que de la desestabilización del orden mundial depende la excusa para una preponderancia militar a la que está asociada intereses muy poderosos del país, lo que limita su racionalidad y la convierte en muy peligrosa.

De todas formas, los hechos están ahí y, como dice el dicho, no hay nada más testarudo que la realidad.

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