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Andalucía, Argentina :: 27/03/2020

El cortijo andaluz de Alberti en su exilio uruguayo

Loreto Mármol
Rafael Alberti, uno de los principales exponentes de la Generación del 27 y figura de la España republicana

De las casi cuatro décadas que Rafael Alberti estuvo en el exilio, 23 años los pasó entre Argentina y Uruguay, donde tuvo una casa de verano a la que consideró su hogar. Fue lugar de encuentro de artistas e intelectuales que se volcaron, junto con la sociedad en general, en ayudar y mostrar su solidaridad con el pueblo español.

El poeta de la «voz condecorada con la insignia marinera», Rafael Alberti, uno de los principales exponentes de la Generación del 27 y figura de la España republicana, buscó refugio en París junto con su mujer, la también escritora María Teresa León, cuando terminó la guerra civil. Allí vivieron un tiempo con Pablo Neruda hasta que por el auge del nazismo en Francia se vieron obligados a buscar, de nuevo, puerto seguro. «Sobre el corazón un ancla / y sobre el ancla una estrella / y sobre la estrella el viento / y sobre el viento la vela», dicen unos versos albertianos.

Zarparon en barco el 2 de marzo de 1940 hacia Argentina con la idea de trasladarse a Chile con Neruda, pero al escritor chileno lo designaron cónsul en México. Se vieron en Argentina sin destino cierto y sin papeles. Cuando consiguieron regularizar su situación, el primer país que visitaron fue Uruguay. Cruzaron el Río de la Plata en el vapor de la carrera. Fue el 16 de octubre de 1940. Allí descubrió la localidad costera de Punta del Este, donde termina el estuario, que -como a él le gustaba- rezuma azul de mar y a veces se llena de nieve salada, con ese continuo batir del océano que cae en forma de copos sobre la arena.

El matrimonio pasó en este lugar los meses de verano durante 22 años. El arquitecto Antonio Bonet, su amigo y compañero en el exilio uruguayo, proyectó para ellos en 1945 La Gallarda, una casa a la que -como solían hacer- bautizaron con el título de uno de los libros del gaditano. En este caso una obra teatral llena de imágenes mitológicas, una especie de Ariadna enamorada del Minotauro, que Alberti escribió un año antes y que tuvo que esperar 48 años para que se pudiera estrenar, con una gran puesta en escena en la Expo de Sevilla.

Menos conocido es que en realidad, aunque más austera, «la primera representación mundial fue en 1962 en Uruguay bajo la dirección de José Etruch, otro exiliado», revela la profesora e investigadora Alicia Cagnasso, coautora de Rafael Alberti, María Teresa León y Aitana Alberti en Uruguay (Editorial Losada) junto con Rogelio Martínez, un niño gallego de la guerra que llegó al país rioplatense con documento falso cuando tenía 17 años y conoció personalmente al poeta.

Bonet, firme convencido de que no se necesitan decorados, sino espacios para vivir, dio preferencia a los exteriores sin verjas ni cercas y ventanas al ras del suelo para no estorbar la huida hacia el aire libre. El marinero en tierra, que gemía por ver el mar, encontró «su lugar en el mundo», afirma Cagnasso.

La hija del matrimonio, Aitana, como el nombre de la sierra alicantina, la última imagen que la pareja contempló antes de iniciar su exilio, sostiene que su padre encontró un paisaje similar al de su natal Puerto de Santa María (Cádiz), y subraya que en Buenos Aires experimentó la misma sensación de enclaustramiento que sufrió cuando, siendo muy joven, se trasladó a Madrid.

Alberti creó en 1953 en Punta del Este su Oda marítima: «Por haberte llevado tantos años conmigo / por haberte cantado casi todos los días / llamando siempre Cádiz a todo lo dichoso / lo luminoso que me aconteciera». También en La Gallarda escribió: «Hoy el mar y los pinos uruguayos me consuelan. Y las canciones que me suben ya en la mitad de la vida se hacen más hondas y ligeras arrulladas por ellos». «Son unos pinos parecidos a los de la costa catalana. Desde el fondo se ve el mar. Todo rodeado de bosques. La casa parece un cortijo andaluz», dijo León a su madre en una carta.

Además de ese cortijo andaluz con teja árabe, Bonet recibió poco después el encargo de urbanizar Punta Ballena, a pocos kilómetros de la casa de Alberti, donde llevó el Mediterráneo a la orilla del Atlántico, plasmando su devoción por el espacio, la luz y la arquitectura consciente de un entorno de mar, dunas, rocas y montañas. «En luz, en luz edificada» se convirtió este lugar «tocado del soplo de la mar grecolatina, la gracia en el azul ilimitado, sobre el espacio más deshabitado», describió Alberti. Una colonia que el arquitecto diseñó para aquellos que se encontraban de mudanza permanente, buscando la paz que diera acomodo a su destierro.

Rafael Alberti, en su casa La Gallarda, frente al panel de la amistad, durante su exilio en Uruguay en 1947. Imagen tomada por la fotógrafa franco-alemana Jeanne Mandello.

Urbanización de la intelectualidad

Se radicaron más de un centenar de intelectuales, pintores, escultores y músicos. Su idea era poblar esa zona de amigos para llenar también los vacíos emocionales. Levantó casas para José Bergamín -que vivió en Uruguay entre 1947 y 1954-, Margarita Xirgu -la actriz favorita de García Lorca-, el médico Cuatrecasas, Maruja Mallo y Pablo Neruda, entre otros.

Frecuentaron La Gallarda todos ellos y algunos más, como Oliverio Girondo, Lorenzo Varela, María Rosa Oliver y Cândido Portinari, el pintor brasileño de obras tan conocidas como los frescos Guerra y paz de la sede de la ONU en Nueva York, que «pintó en la casa de Alberti un mural de gran tamaño», señala Cagnasso. «Era un centro republicano», añade la autora sobre este lugar de reunión de escritores y artistas en el exilio de la dictadura franquista al otro lado del Atlántico.

María Teresa hacía los asados, que forman parte de la cultura del país uruguayo. Los llamaba a almorzar con el repiqueteo de una vieja campana de bronce que había llevado Neruda. Recitaban poesía y hablaban de política desde la puesta de sol hasta bien entrada la noche. Aitana recuerda que cuando escuchaba a su padre «recitar algún poema de Antonio Machado o Miguel Hernández sabía que la reunión llegaba a su fin».

La hija, que nació en Argentina, dice en el prólogo del libro de Cagnasso y Martínez que al leerlo se sintió «de regreso a algo conocido y amado que llevaba dentro del corazón desde niña». «No solo el paraíso que fue Punta del Este para nosotros, sino a todo un país, acogedor, sensible, culto, lleno de amor hacia quienes venían malheridos, ansiosos de encontrar un puerto seguro, un remanso en las turbulentas aguas del exilio», añade.

Para una parte de la sociedad uruguaya, la España republicana representaba los ideales democráticos. Era la lucha del pueblo contra el fascismo, un ensayo general de lo que fue poco más tarde la II Guerra Mundial.

Hubo quienes lloraron junto a la radio el asesinato de Lorca, el bombardeo de Guernica o la peregrinación final de Antonio Machado con su madre cruzando la frontera. Y se volcaron creando centenares de actos y comités solidarios que mandaban ropa y alimentos. Incluso, fueron algunos voluntarios a la contienda, el contingente más importante de su historia contemporánea en salir para luchar por otro país.

Esa solidaridad se multiplicó después de la victoria de Franco. El escritor y político uruguayo Justino Zavala Muniz recorrió toda América a fin de respaldar al gobierno republicano en el exilio. La activista Clotilde Luisi se preguntaba cómo seguir viviendo como si nada pasara después de leer sobre la tragedia española. Cagnasso explica que «España y América empiezan a unirse de vuelta en un sentido profundo después de que se hubiera cortado de raíz con las guerras de independencia, que habían supuesto un tajo profundo».

La guerra civil despertó en muchos intelectuales uruguayos un amor olvidado por la vieja madre patria. España ya no era la «desnaturalizada madrastra» combatida por Bolívar. Ahora era «la madre abandonada», decía la poeta Luisa Luisi; «la madre de América y del mundo entero», según la narradora Paulina Medeiros, y «la madre inmortal en su agonía» del escritor Natalio Abel Vadell.

Con fervor y ardor, grandes narradores, pensadores y políticos escribieron sobre el conflicto centenares de poemas, relatos, panfletos, artículos, ensayos y discursos proferidos en los numerosos homenajes públicos a España. «Desde las barricadas de la prensa», en palabras de la escritora y periodista Blanca Luz Brum, la lucha española se libraba también en la retaguardia de Uruguay.

Mientras, Alberti tuvo una actividad cultural muy intensa con conferencias a favor de la Segunda República y estrenos de obras de teatro. Cagnasso, que intenta arrojar luz sobre la importancia del exilio del matrimonio en Uruguay, hace hincapié en otro dato casi desconocido: «Alberti presentó una segunda adaptación de la Numancia cervantina, con elementos muy vanguardistas y transgresores, así como con otros personajes y escenas diferentes a la primera versión que había estrenado en el Madrid del 37 bajo las bombas; si bien entonces se centraba en que Numancia resistía al imperio romano como la república lo hacía contra el fascismo, en la de 1943 se palpa la melancolía del que sabe que perdió la batalla». 

Se encargó de ponerla en escena la compañía de Xirgu, que en 1945 también estrenó El adefesio. «Con tintes esperpénticos de Valle-Inclán, es la representación de una anciana tiránica con su sobrina, como una alegoría del atraso del campo andaluz y el poder absoluto y abusivo de España, personaje que Margarita adopta con un tocado de la Dama de Elche», explica Cagnasso.

Alberti, además de publicar en 1949 en Uruguay Coplas de Juan Panadero, que levantaba su voz en contra del régimen franquista, escribió en La Gallarda y también en Buenos Aires Poemas de Punta del Este, un cuaderno autobiográfico en el que se aprecia la nostalgia propia del que se ve lejos de casa y que, en opinión de Cagnasso, «está entre la mejor producción albertiana«.

La misma melancolía que sintió cuando en 1952 tuvo que vender La Gallarda. En 1991 fue a dar una conferencia a Buenos Aires y alquiló una avioneta solo para ir a ver el que fuera su «hogar en el exilio», como él mismo dijo en alguna ocasión. Pidió a los dueños si podía ver los libros que había dejado. Aún estaban allí el que García Lorca le firmó y el que Neruda le dedicó. Se los pudo llevar. Se le llenaron los ojos de lágrimas. La misma añoranza de 1963, cuando, perseguido por el Gobierno cívico militar argentino por su afiliación comunista, partió del Río de la Plata a Roma: «Os llevo retratado en los ojos y en ellos siempre estarán pintados caballos y pampas».

En Argentina y Uruguay había pasado los años centrales de su vida y de su creatividad. Era la segunda tierra del poeta, que pudo regresar a España casi cuatro décadas después. El mismo que pedía que si su voz muriera en tierra la llevaran al nivel del mar, porque comprobó que «murallas se quiebran con suspiros y que hay puertas al mar que se abren con palabras».

El panel de la amistad 68 años después

La Gallarda está igual que como la dejaron Rafael Alberti y María Teresa León. El actual propietario muestra un recorte de periódico en el que aparece una foto de su abuela, que compró la casa en 1952. Lo tiene guardado entre las hojas de un libro sobre la arquitectura de Antonio Bonet. Hay algunas imágenes antiguas de la casa, rodeada de arena y árboles, un paisaje ahora cambiado por la urbanización.

Señala hacia el pequeño y aislado estudio personal del poeta, desde el que antes se podía ver el mar: «Aquí Alberti escribió sobre las playas sin fin, los pinares solitarios, el silencio cargado de pájaros, el sonido del viento». «Viento, estás loco (…) / Allí te veo, escucho / tus fuertes cabezazos encendidos, / tu rencorosa cólera, esa ira / que se alza en ti de cuando en cuando (…) / estás loco, poseído, / y hoy no sabes ya adónde / arrastrarme con todo en tu arrebato», dice un poema. Alberti lo describió así: «Mi cuarto de trabajo es chico y separado de la casa, en una esquina del jardín del fondo. Celda clara de cal, el techo azul, ventanal alargado, abierto a las acacias y los pinos. Tres metros por dos son casi ya un palacio para mi necesario recogimiento, mi trabajo constante».

Se levantaba casi de madrugada y se encerraba a escribir en el cuartito -así lo llamaban-, porque «son los gallos y no la luna los que iluminan de alegría en el papel mi primera palabra». Según la escritora Alicia Cagnasso, fue allí donde sintió que estaba renaciendo en él su primera vocación, la pintura, que había abandonado en 1922, cuando realizó su última exposición. En Uruguay, en 1947 y 1949, hizo sus dos primeras muestras pictóricas en el exilio. En este lugar creativo «desarrolló la prehistoria de las lírico pictografías, dibujando letras y textos, una técnica que después perfeccionó con ilustraciones», prosigue la investigadora.

Quien ahora vive en La Gallarda subraya que también se ha conservado el famoso panel de la amistad que formaba un gran ventanal que Alberti dedicó a quienes fueron sus huéspedes asiduos: «Decidimos llevarlo dentro para que no se siguiera deteriorando, y sustituirlo por unos portones verdes de madera».

Cagnasso, que en el nuevo libro que ha escrito con Rafael Lorente Mourelle, Alberti, poeta/pintor. Bonet, arquitecto. Mandello, fotógrafa, explica en detalle esta pieza de madera de casi dos metros de altura y 1,50 de ancho. Se trata de diez paneles que homenajean a amigos a través de dibujos que el propio Alberti hizo: a Bonet y su mujer, la imagen de La Gallarda; al pintor Pablo Picasso, sus famosos arlequines; al editor Gonzalo Losada, un torero; a la poeta Giselda Zani, una virgen sobre una barca porque era muy católica; a la pareja de poetas Norah Lange y Oliverio Girondo, del que Aitana y Alberti decían que parecía un sátiro por su bigote y barba de chivo, una Eva desnuda de pelo rojo con una manzana en la mano como símbolo de sensualidad y un macho cabrío, y al dramaturgo Alejandro Casona, unas montañas porque nació en Asturias.

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