lahaine.org
Mundo :: 26/07/2019

El FSLN en el poder (y II)

Adolfo Rodriguez Gil
La guerra y la crisis: el proyecto revolucionario hace aguas. Las elecciones de 1990: la derrota del FSLN, la derrota de la revolución

Segunda parte del articulo de Adolfo Rodriguez Gil, que si bien salio para el aniversario numero 25 de la revolucion, desde Contrahegemonia creemos todavia en su actualidad y la informacion que nos aporta para entender el proceso revolucionario.

----

Cuando se hace balance, un doloroso balance, de la experiencia sandinista se ven mezclados, incluso en las trayectorias personales de los revolucionarios, lo mejor y lo peor. El heroísmo procedente de la conciencia sobre la injusticia, la rica aportación del cristianismo de base a la ideología y a la formación de los revolucionarios, la tremenda imaginación que desplegaron en todos los terrenos, el desprecio por el dogmatismo que se respiraba en la revolución, el ambiente de debate que la recorría de arriba abajo (todo se discutía, todo se cuestionaba), la sensibilidad de muchísimos cuadros a lo que pensara y dijera la gente, la capacidad de mantener espacios de independencia frente a quienes la apoyaban, el potencial para integrar a miles de personas no nicaragüenses, a los “internacionalistas”, en las tareas de la revolución, su capacidad de conectar con la izquierda mundial, el impulso para incorporación a las mujeres a las conquistas revolucionarias y a las tareas de la revolución, la defensa de la cultura, la capacidad de autocrítica y de rectificación de sus políticas, la decisión tenaz de construir un modelo revolucionario propio, la capacidad de rectificación que demostró en la incorporación de las peculiaridades nacionales de la Costa Atlántica por medio de los Estatutos de Autonomía, la disposición a negociar con los sectores alzados en armas contra la revolución y su capacidad para integrarlos en la misma, la alegría y el humor presentes incluso en los peores momentos, la libertad de expresión que se respiraba en el país...

Pero frente a estos aspectos que, a mi juicio, hacen de la revolución sandinista la revolución más cercana y un fenómeno que debemos seguir estudiando, analizando y no dejando caer en el olvido, también se cometieron grandes errores y, sobre todo, una parte fundamental de sus más altos dirigentes se acomodaron en el poder, restringieron y retrasaron de manera injustificable la democracia interna en el FSLN, se fueron corrompiendo y, finalmente, cayeron, y siguen cayendo hoy, en actitudes deleznables y hasta delincuenciales y mafiosas.

Como demuestra la revolución sandinista, el factor subjetivo es el único ingrediente imprescindible para lograr una victoria revolucionaria. Su organización en forma de partido leninista (no estalinista) sigue siendo, a mi juicio, la única forma de abordar la destrucción del poder de la burguesía. Pero a la vez, la historia de las revoluciones nos enseña los peligros que entraña una organización de este tipo y la inevitabilidad del desarrollo de la burocracia en su seno.

Las derrotas de las revoluciones, y la sandinista no ha sido por desgracia una excepción, han venido fundamentalmente por la degradación del factor subjetivo, más que por los ataques de sus enemigos. Por esto, la autolimitación consciente del poder de los revolucionarios, la democracia interna más absoluta dentro de sus organizaciones, la transparencia en la toma de decisiones, la ausencia de privilegios para los dirigentes y altos cargos, el mantenimiento de las libertades formales, la rotación en los puestos de responsabilidad, la renovación generacional, la desmitificación de las actuaciones de los dirigentes, etc., es decir, la lucha contra la burocracia es una tarea de primer orden, que se relegó en Nicaragua.

En Nicaragua se daban muchos factores que favorecían la burocratización de la revolución. La formación social nicaragüense no era la más adecuada para proporcionar cuadros formados política e intelectualmente, con una conciencia histórica de la necesidad de acabar con el capitalismo y con la (auto)disciplina necesaria para mantenerse en el proceso. El FSLN era una formación guerrillera y la acción militar, aunque esté presidida por el análisis político, no predispone precisamente a los debates y a la democracia radical. La revolución se vio obligada a hacer frente a la agresión armada y ésta impulsó un nuevo predominio de lo militar (y en una guerra hay que tomar muchas decisiones que no son precisamente democráticas), la dedicación de los mejores cuadros y la desaparición muchos de ellos. También, como en todas las revoluciones, la sandinista tuvo que utilizar el poder del Estado como arma revolucionaria, lo que supone una actuación dictatorial imprescindible hacia las minorías poderosas, pero es también un elemento que puede derivar fácilmente a coartar las libertades del conjunto de la población, en las organizaciones revolucionarias y en el debate . Y también los sectores que apoyaban a la revolución y los militantes, como ha ocurrido en todos los procesos revolucionarios, fueron experimentando el cansancio lógico que provoca vivir una situación de tensión prolongada, penurias crecientes personales y familiares y dedicación plena, lo que conspira contra la vitalidad de los procesos revolucionarios.

Equilibrio roto

Pero si abundaban las dificultades objetivas que favorecían la burocratización de la revolución, en Nicaragua también se daban las condiciones para controlar este fenómeno mortal. Aunque parezca un tópico, todas las revoluciones auténticas permiten que los pueblos se pongan en marcha, que surja lo mejor de cada persona, que miles estén dispuesta a entregarse y a “asumir su puesto en la historia”, desarrollando una capacidad asombrosa de sacrificio, de sensibilidad y de decisión. Y este factor, que hay que vivir para entender hasta qué punto es real y hasta qué punto es contagioso, tenía una presencia de primer orden en la revolución sandinista e iba unido al carácter antidogmático, de debate, de participación y de crítica con que nació. En Nicaragua había muy poca pasividad, resignación o seguidismo ciego entre la población, y abundaban los deseos auténticos de ser protagonistas de los cambios. A la vez, la revolución sandinista tenía a la vista las experiencias históricas de las revoluciones burocráticamente degeneradas. Muchos de sus principales cuadros habían estado, antes del triunfo, en los países del Este de Europa, incluso habían tenido problemas políticos allí. Muchos más conocieron de primera mano esas sociedades tras el triunfo, como estudiantes fundamentalmente, y había que oír, formuladas con el divertido estilo nica, sus opiniones críticas sobre esas sociedades. La revolución sandinista podía también en este terreno, como todos podemos, aprender de la historia.

Pero entre los factores que impulsaban la burocratización y los que permitían frenarla, el equilibrio se rompió a favor de ésta, por otros factores de orden subjetivo que la impulsaron consciente e inconscientemente.

A pesar de las excusas que se dieron, nada hacía imprescindible mantener durante diez años las decisiones principales en manos de una minoría de dirigentes y esto es lo que pasó en Nicaragua. El FSLN mantuvo hasta después de la derrota electoral de 1990 una organización vertical, en la que todas las decisiones importantes las tomaban los nueve comandantes de la Dirección Nacional. Y se sabía, porque lo proclamaban, que las tomaban tras largos debates, generalmente por consenso y en algunos casos por votación, pero en secreto para la mayoría de los militantes y simpatizantes y para la población, que no tenían acceso a conocer siquiera cuáles eran esos debates, qué posiciones se mantenían, qué alternativas se barajaban. La guerra era la razón que se esgrimía públicamente para mantener esta ausencia de participación y de información, pero también la falta de madurez de los militantes y del pueblo revolucionario (de ese mismo pueblo al que se halagaba y al que, contradictoriamente, se le pedía sacrificios sin límite en función de su conciencia revolucionaria). Ni la población, ni los militantes, podían tomar directamente las decisiones sobre centenares de aspectos no militares, que afectaban a su vida cotidiana y a la revolución. El FSLN decidió seguir siendo una organización con estructura militar en la que incluso la Asamblea Sandinista (que venía a ser un Comité Central) era cooptada por la Dirección Nacional. La designación de los dirigentes desde arriba hacia abajo fue así la práctica generalizada, sobre todo en los primeros cinco años. Los responsables del FSLN, los dirigentes sindicales, los de los CDS (hasta 1985), los de las organizaciones de masas, etc., eran nombrados por las estructuras superiores, que a su vez eran nombradas por otras estructuras superiores, hasta llegar a la Dirección Nacional.

Hay que observar, no obstante, que estos elementos formales de centralismo no democrático iban unidos a una realidad de debate bastante abierto entre la gente, a una gran sinceridad en la expresión de las críticas por parte de muchos cuadros y por parte de la población en general, a la realización continua de asambleas en los barrios, las empresas, los ministerios, las cooperativas, etc. Que los organismos de dirección del FSLN tenían en general una especial sensibilidad a las opiniones que se vertían en los debates y que la gente en muchas ocasiones les criticaba abiertamente cuando creían que se habían “desviado”. Que se organizaban casi semanalmente los “Cara al Pueblo” en los que en un barrio, una fábrica, una explotación agraria, un pueblo, un cuartel, etc. se reunía la población con el presidente Daniel Ortega y varios ministros y altos cargos del gobierno, y que en esas reuniones se adoptaban decisiones que afectaban al colectivo que en ellas participaba . Es decir, que ese centralismo no democrático venía matizado por un grado importante de participación de la población en las tareas de la revolución y por la sensibilidad de los dirigentes ante la realidad, lo que configuraba una democratización mayor que la que las estructuras formales consentían.

Pero la ausencia de cauces formales, democráticos, de expresión y decisión, permitía que el poder de los cuadros del FSLN fuera muy grande, que se dieran cotidianamente abusos y que se fuera desarrollando una casta burocrática en el partido, las organizaciones de masas y el Estado. Y esa burocracia pudo obtener, a través de ese poder no compartido, privilegios cada vez más notorios y más evidentes. Esa burocracia utilizaba su poder contra los que consideraba sus enemigos políticos o personales , favorecía un ambiente de seguidismo acrítico hacia los dirigentes, se nutría y promocionaba a los militantes más complacientes, se aprovechaba de la revolución para favorecer sus intereses personales y los de sus amigos, buscaba ávidamente privilegios materiales y sociales, etc. Y en este aprovechamiento cayeron por igual miembros de las tres tendencias, cuadros revolucionarios que se habían reclamado del maoísmo, de la socialdemocracia, del marxismo-leninismo, del guevarismo, del castrismo, del trotskismo...

Frente a este fenómeno, la Dirección Nacional del FSLN respondió muy débilmente, en la medida que la mayoría de sus componentes habían ido cayendo también en la complacencia con su poder, se recreaban en la discrecionalidad y empezaban a tener un estilo de vida nada austero. Eran corrientes las críticas del FSLN y de las organizaciones de masas al “burocratismo”, entendido como una conducta desviada, pero escaseaban los análisis y las críticas sobre la burocracia como fenómeno social y de poder. Más aún, no eran bien vistos este tipo de análisis. Eran considerados, al igual que otras críticas incómodas, una manifestación de “diversionismo ideológico”.

Sin embargo entre las bases y sectores de los cuadros medios de la revolución las críticas a este tipo de comportamientos eran también cotidianas. La inmadurez del pueblo y de los militantes, que se argüía como justificación para mantener un sistema de dirección centralizada, no sólo no se correspondía con la realidad, sino que era cada vez más cuestionada por esa misma realidad. Las reclamaciones de mayor participación, de mayor transparencia eran cada vez más fuertes. La contradicción era evidente: la revolución implicaba sacrificios personales de toda índole y a la población y a los revolucionarios se les pedía aceptar con madurez esos sacrificios, madurez que luego no se les reconocía a la hora de opinar y de tomar decisiones.

La guerra y la crisis: el proyecto revolucionario hace aguas

Pero como telón de fondo de todos los procesos por los que atravesaba la revolución estaba la guerra, que venía siendo ganada por la revolución en el terreno militar y en el político. La revolución la enfrentó de manera decidida en el terreno militar, al poder contar en pocos años con un Ejército profesional muy motivado, fuertemente ideologizado, altamente cualificado y, relativamente, bien armado , con las cualificadísimas tropas del Ministerio del Interior, con las milicias populares, que defendían los pueblos y ciudades (a las que la “contra” nunca pudo atacar) y con los batallones de voluntarios y, a partir de 1985, con el reclutamiento militar de los jóvenes varones (el Servicio Militar Patriótico). Y también la enfrentó con una política de negociaciones con algunos sectores de la contrarrevolución, especialmente con aquellos que tenía una base popular o que se justificaban por reivindicaciones o por choques con algún tipo de políticas de la revolución. Negociaciones que se basaron en atender algunas de esas reivindicaciones políticas y económicas de su base social (entrega de tierras a campesinos individuales, eliminar controles al comercio, mejorar el abastecimiento de insumos, etc.) y también en atraerse a sus lideres. Especialmente exitosas fueron las negociaciones con los indígenas alzados en armas en la Costa Atlántica, que contaban en muchas zonas con un apoyo mayoritario de la población, y que llevaron al establecimiento del Estatuto de Autonomía de la Costa Atlántica, que reconocía algunas de las reivindicaciones históricas de estas etnias, y a la desmovilización de la mayoría de estos grupos e incluso a su integración en la defensa armada de la revolución.

Pero la guerra de baja intensidad diseñada por los USA, a pesar de sus “fracasos” militares, tuvo el efecto proyectado en la economía y, junto con otros factores, acabó provocando una situación que apartaría a sectores populares del proyecto revolucionario. La guerra consumía cerca del 50% de los recursos del país y una parte muy considerable de las divisas. El ejército era la prioridad en los gastos del Estado, incluso para aspectos difícilmente justificables . Los gastos militares fueron, junto con otro tipo de gastos de inversión, los que desbalancearon más allá de todo lo sostenible los Presupuestos del Estado y los que motivaron gran parte de la gigantesca emisión inorgánica de billetes, que llevó la inflación a las cuatro y cinco cifras , y los que llevaron a la revolución a tomar una serie de medidas antipopulares.

También la guerra tuvo un efecto de desgaste tremendo sobre el ánimo de la población. No se trataba de una guerra convencional con grandes batallas puntuales, sino de una guerra que generaba inseguridad cotidiana a todo el que viajaba fuera de la zona del Pacífico, que utilizaba las minas para hacer difícil el transporte, que incidía especialmente sobre las zonas cafetaleras (el principal producto de exportación en aquellos momentos) y sobre la producción agropecuaria, que tenía a las cooperativas y a las haciendas del Estado en el punto de mira, que generaba miedo a las represalias, a los secuestros y a los asesinatos, especialmente entre los campesinos más dispersos, y que se hacía visible en las ciudades, además de por el deterioro de la situación económica, por un goteo continuo de muertos. Goteo que duró diez años, añadidos a los años de guerra anteriores al triunfo...

La guerra sostenida de “baja intensidad” terminó provocando la sensación en muchos sectores populares de que las cosas iban a seguir empeorando en todos los terrenos, especialmente en el económico, y que los EEUU no se darían nunca por vencidos hasta terminar con la revolución.

El FSLN intentó abordarla con garantías de éxito, pero tuvo poco margen. Todavía podemos discutir si fue acertado crear un Ejército altamente profesionalizado o si se debía haber centrado la defensa en las milicias, si fue acertada o no la decisión de instaurar el Servicio Militar Patriótico (en un país que nunca lo había tenido), si la actividad preponderantemente militar en los primeros años de ese Ejército no causó el alejamiento de sectores de la población .

Lo cierto y rotundo es que el saco se rompió por la economía y que los diferentes planes que se adoptaron para intentar paliar los efectos de la situación, desde el mayor control de la producción y el establecimiento de la cartilla (“libreta”) de racionamiento, la sustitución por sorpresa de la moneda, etc., a las posteriores medidas que podíamos llamar de carácter más liberal, como la supresión de monopolios estatales a determinado comercio, incluido algunos aspectos del comercio exterior, las garantías a la propiedad privada, el retroceso de los tímidos intentos de regular y planificar la economía, la devaluación de la moneda, la ampliación de las categorías salariales, la autorización del mercado libre de cambio de divisas, la puesta en marcha de tiendas en dólares, la vuelta de las importaciones de lujo, etc., la situación no paraba de empeorar para la mayoría, mientras que era cada vez más notoria la mejoría del nivel de vida y de la ostentación de las minorías ligadas al poder político (la burocracia) y al poder económico (los burgueses y los nuevos ricos ligados al poder político).

Las elecciones de 1990: la derrota del FSLN, la derrota de la revolucion

En esta combinación de circunstancias, algunas favorables pero la mayoría desfavorables, el FSLN optó por la “moderación” del proyecto revolucionario en todos los terrenos, con la esperanza de capear el temporal, y por la restauración de los mercados como reguladores de la economía.

En el terreno político, se optó por la institucionalización de la revolución bajo un modelo democrático-formal que incluía una Constitución, un Parlamento elegido por sufragio universal, libre, directo y secreto, un sistema municipal con cierto grado de descentralización y con elección de concejales a través de listas cerradas, sendos Consejos Regionales en la Costa Atlántica (Norte y Sur), que representaban las peculiaridades de los habitantes de estos territorios, y un poder legislativo y un poder electoral con cierto grado de independencia. Aunque estas estructuras formales, estaban acompañadas, como la derecha no se cansaba de denunciar, de un poder revolucionario real representado por unas organizaciones de masas, por un Ejército y una policía (que llevaban los nombres de Ejército Popular Sandinista y Policía Sandinista) de absoluta fidelidad y compromiso con el proyecto revolucionario.

En este contexto y con el telón de fondo de un economía en crisis creciente y con la disminución de la ayuda exterior (especialmente la de los países del Este de Europa, metidos a su vez en la crisis económica y política que le llevaría de vuelta al capitalismo), la dirección de la economía fue poco a poco pasando a manos de los sectores socialdemócratas del gobierno (especialmente cuando Alejandro Martínez Cuenca fue nombrado Ministro de Economía) que empezaron a aplicar medidas de liberalización y terminaron de arrinconar los intentos de establecer un sistema de planificación y de control de la producción. Así, se fue restableciendo “el mercado” en muchos terrenos, se eliminaron muchos subsidios, se cerraron empresas deficitarias, se liberalizó el cambio de divisas, se suprimieron aspectos de la nacionalización del comercio exterior, se suprimieron puestos de trabajo en el Estado, se cerraron organismos públicos, se suprimió la libreta de racionamiento, se congelaron los ínfimos salarios del Estado (aunque se compensó con la inclusión en los mismos de una cesta de productos de consumo, conocida como “A.F.A.” –arroz, frijoles y azúcar–, que incluía, además de estos productos otros, según la ocasión, como latas de sardinas, etc.), se autorizó el acceso a las tiendas en dólares, etc.

Este paquete de medidas, que recordaba mucho a los Planes de Ajuste Estructural que empezaba a aplicar el FMI , estaba pensado para evitar el colapso de la economía, de la moneda y de los presupuestos, y para intentar recuperar la producción para el consumo y para la exportación, incentivando a los productores privados. Pero el impacto del mismo en la población trabajadora fue durísimo. El desempleo creció, a la vez que lo hacía el pluriempleo (un trabajo por la mañana y agarrar “su rumbo” por la tarde, vendiendo algo, reparando algo...). Las condiciones materiales de la enseñanza y de la sanidad pública se derrumbaron . El sector informal de la economía creció de manera espectacular. Los cortes programados de agua y luz eran el pan de cada día. La gasolina se compraba con cupones. Las carencias de lo más elemental convirtieron en productos de lujo muchos elementos de consumo cotidiano. Y todo esto tuvo una repercusión en el estado de ánimo de muchos revolucionarios, en su cansancio y en su dedicación, pues para la gran mayoría de la población, la vida cotidiana se convirtió en una lucha tremenda por sobrevivir en un marco en que todo era caro y difícil de obtener.

En esta situación, el FSLN decidió, de nuevo, adelantar las elecciones generales a febrero de 1990, antes que el deterioro de la situación fuera mayor. Se pensaba así ganar legitimidad internacional con la victoria, que se daba por segura, y abordar, sin tener la hipoteca de las elecciones, nuevas medidas de austeridad y de estabilización de la economía.

Pero la paradoja cada vez más sangrante era que el espacio real de libertades y de debate que se respiraba en el país, a pesar de la guerra, seguía sin tener su equivalente en las estructuras del FSLN, que, diez años después del triunfo de la revolución, seguían siendo autoritarias y, además, se habían burocratizado a la vez que muchos de sus dirigentes se habían aburguesado. Antes de las elecciones algo empezó a moverse en el interior del FSLN y en las organizaciones de masas. Cada vez manifestábamos más abiertamente nuestras críticas a algunos aspectos de las políticas del “partido” y del gobierno, y se empezó a abrir camino la exigencia de democratización interna, aunque las postergamos para después de las elecciones. Incluso empezaron a funcionar equipos de trabajo para preparar esa nueva etapa, en uno de los cuales participé. Pero en esos meses, las elecciones ocuparon todo el espacio. En éstas, a diferencia de las de 1984, sí se presentó toda la oposición al sandinismo. La contrarrevolución había demostrado su incapacidad para derrotarlo por las armas y la derecha nicaragüense consideró que había llegado el momento de empezar a cuestionar desde dentro la revolución. Los EEUU movieron sus influencias y su dinero y se formó una coalición antisandinista, a la que llamaron Unión Nacional Opositora, que presentó como candidata a la presidencia a Violeta Barrios (viuda del periodista asesinado por el somocismo Pedro Joaquín Chamorro). La UNO era un conglomerado de partidos que incluía a las diferentes fracciones de los viejos partidos liberales y conservadores, a los social-cristianos (demócratas cristianos) y hasta al Partido Socialista (que había sido un fiel aliado del FSLN) y al pintoresco Partido Comunista Nicaragüense (de marcada tendencia prosoviética).

La dirección del FSLN enfocó esta campaña como lo que era: una ocasión decisiva para la revolución. Se movilizó la inmensa fuerza que representaban las organizaciones de masas y, a la vez, se diseñó una campaña de propaganda muy al estilo del marketing electoral de tipo yanqui. Se centró el voto en la figura de Daniel Ortega, se cuidó su imagen externa, se le hizo aparecer vestido de civil, proclamó su fe cristiana en todos los mítines, etc. Se llenó el país de propaganda, se organizaron grandes mítines en los que se repartían camisetas con la foto de Daniel, se regalaban gorras, se organizaban fiestas, se fletaban camiones y autobuses para las grandes concentraciones. Se hizo una impactante propaganda por radio y televisión , etc., bajo la consigna: “¡Seguimos de frente con el Frente!”.

Todo parecía indicar que la suma de conciencia revolucionaria, de moderación política y de campaña espectacular (y carísima) nos llevaría, a pesar de la dureza de la situación, a ganar las elecciones. Las encuestas, incluidas las de los medios norteamericanos, señalaban, todas menos una, una victoria del FSLN. Tanto es así, que los periódicos más importantes de los USA empezaron a reclamar que se llegara a un acuerdo con el FSLN, al que daban también por seguro vencedor. Pero la UNO, con un importante grado de recursos económicos provenientes del exterior, de los que pudo disfrutar legalmente, tenía también bazas muy importantes que jugar e hizo una campaña basada en el respaldo de los EEUU a esta opción (lo que se relacionaba explícitamente con el fin de la guerra y con una milagrosa recuperación económica, cuando volvieran los dólares y lloviera el dinero del “amigo americano”), en el apoyo beligerante de la jerarquía de la Iglesia católica y de sectores evangélicos conservadores y en el hecho de que el voto era secreto y que no había que temer represalias por tomar la opción de la UNO.

En el mitin final de campaña, el FSLN concentró a centenares de miles de personas llegadas de todo el país. Incluso se dijo que el número de personas que allí se equivalían a cerca de la mitad de los votos. La concentración fue tan espectacular que se comentó que Daniel Ortega que iba a anunciar el fin del Servicio Militar Patriótico, como última y espectacular medida, decidió no hacerlo ante el impresionante respaldo que la concentración manifestaba. Incluso al día siguiente, algunos de los analistas políticos más considerados en el campo sandinista señalaban la madurez impresionante de la población que, a pesar de la guerra, de los muertos y del deterioro de la situación económica, seguían respaldando masivamente a la revolución .

Sin embargo, los resultados electorales dieron la victoria a la Unión Nacional Opositora por un aplastante 54,74%, frente aun 40,83% del FSLN.

Del desconcierto al aprovechamiento

El impacto del resultado fue brutal sobre la gente. Las ciudades se despertaron con un silencio que se podía cortar. Las caras reflejaban tristeza y desconcierto. Incluso mucha gente que había votado a la UNO mostraba miedo, y otros desolación y arrepentimiento.

¿Qué pasó? Ahora, parece fácil explicarlo. La gente votó por la opción que le garantizaba el fin de la guerra y que creyó que le garantizaba la mejora de la situación económica, a pesar de que esto supusiera tirar por la borda los sacrificios y las ilusiones de años. Mucha gente estaba cansada, destruida por la muerte de sus hijos, empobrecida, harta de que su vida cotidiana fuera una odisea para conseguir lo elemental, desengañada con las desigualdades que se mantenían.... Otra mucha gente observaba la burocratización y los estilos de vida de muchos dirigentes del FSLN como la prueba de que “todos son iguales” y de que los sacrificios sólo rigen para los de abajo. Otros más votaron a la UNO para evitar una victoria demasiado aplastante del Frente. Otros más fueron fanatizados por la jerarquía católica y por muchas de las sectas protestantes que habían proliferado como parte de la estrategia norteamericana. Y, claro, una parte importante sabía perfectamente que votaba para poner fin a un proyecto que había recortado sus privilegios económicos, políticos y culturales.

Pero lo cierto es que la UNO ganó en la mayoría de los barrios populares de Managua, en muchos acuartelamientos militares , en zonas donde la revolución había tenido una importante acción transformadora y en zonas en las que había cometido importantes errores. Lo cierto es que la opción de terminar con la revolución fue la que primó en el momento en que las personas, de una en una, se enfrentaban al voto en las cabinas electorales.

En los primeros momentos de desconcierto y de incredulidad, un sector de la Dirección Nacional del FSLN, apoyado en un estado de ánimo probablemente mayoritario entre los cuadros revolucionarios, se planteó el no entregar el poder político. Parece que Tomás Borge, apoyado por Castro, fue el que encabezó esta posición. Posición que era respaldada abiertamente en las concentraciones que se convocaron en los días posteriores a la jornada electoral.

La situación era de un desgarro inaguantable. Habíamos sido derrotados en las urnas, pero el poder real era revolucionario. El Ejército, la policía, las milicias, los batallones, las organizaciones de barrios, los sindicatos, las cooperativas, etc., todos estábamos armados y éramos cientos de miles. Suprimir la legalidad que la propia revolución se había dado era, a corto plazo, tan sencillo como hacer un decreto, seguramente, no hubiera provocado ni siquiera manifestaciones en la calle por parte de la UNO. Pero se impuso la racionalidad y se decidió entregar el poder político, siendo bastante conscientes de lo que representaría, pero siendo más conscientes aún de que si no se hacía, continuar en el poder político implicaba desconocer la opinión de la mayoría, perder legitimidad interna y externa, relanzar la guerra y el embargo, aumentar la crisis económica a niveles insoportables y suprimir el marco de libertades en que se había venido moviendo la revolución, a la vez que se hubiera tenido que militarizar el país y ejercer una represión importante sobre sectores significativos de la población, incluidos sectores populares. El coste hubiera sido imposible de soportar.

A pesar de todo, después del aturdimiento, empezamos a caer en la cuenta de que una derrota electoral no significaba la pérdida de todo lo hecho por la revolución. Que ahí seguíamos teniendo, por primera vez en la historia de Nicaragua, un Ejército y una policía que no respondían a los poderosos y al imperialismo, que en el campo la reforma agraria era una realidad que había cambiado de manera importante la estructura de la propiedad de la tierra, que una parte considerable de las explotaciones agrarias y de la industria eran estatales, que centenares de miles de personas estaban incorporadas de cuerpo y alma a la revolución, que la incorporación de la mujer a la vida política era un dato que no se eliminaba por un resultado electoral, que las organizaciones de masas estaban ahí con su enorme poder, que la gente humilde había sentido durante todos estos años el orgullo que siglos de explotación y opresión le habían vedado ...

Empezamos muchos, incluso con entusiasmo, a prepararnos para hacer de oposición, para defender las conquistas de la revolución en todos los terrenos, para defender la propiedad social, las leyes revolucionarias (algunas de las más importante no podían ser cambiadas por la mayoría parlamentaria que tenía la UNO), para prepararnos adecuadamente para cuando la UNO (que era una jaula de grillos) manifestara sus contradicciones internas, y para, en definitiva, volver al gobierno en las próximas elecciones...

contrahegemoniaweb.com.ar. Extractado por La Haine

 

Este sitio web utiliza 'cookies'. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas 'cookies' y la aceptación de nuestra política de 'cookies'.
o

La Haine - Proyecto de desobediencia informativa, acción directa y revolución social

::  [ Acerca de La Haine ]    [ Nota legal ]    Creative Commons License ::

Principal