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Medio Oriente :: 15/05/2012

El martirio de Salama-Jaffa. La Nakba 1948

Carlos de Urabá
El día 11 de mayo de 1949 el régimen genocida de Israel fue admitido en la ONU como miembro de pleno derecho.
Un absurdo fallo que condenó a la ocupación y el genocidio al pueblo palestino. La Nakba Palestina o « el desastre » -como se le ha denominado- es un episodio inconcluso que se alarga hasta nuestros días. La agresión sionista, lejos de apaciguarse, continúa con mayor empuje ansiosa por devorar hasta el último palmo de terreno. En Amman, Jordania, conocí a varias familias palestinas oriundas del pueblo de Salama-Jaffa víctimas de la Nakba y de la Naksa que me narraron estremecedoras historias vivídas en carne propia: el despojo de sus tierras, la destrucción de sus casas y el cruel exilio. Escuché atentamente el testimonio de la familia Suqr (Abdel Aziz Suqr y Ramzie Suqr) quienes en 1948 fueron expulsados por los conquistadores judíos a Jericó y, posteriormente, tras la Guerra de los Seis Días en 1967, a Jordania. Desde ese momento decidí hacer un documental que reflejará en toda su dimensión el drama de los refugiados palestinos. Con este propósito viajé hasta Salama y Jaffa (hoy Jaffo y Kfur Shalem suburbios del gran Tel Aviv) a comprobar in situ lo que había quedado en pie tras 64 años de ocupación. Aunque Palestina fue amputada y miles de familias condenadas al más espantoso destierro la resistencia del pueblo jamás se extinguirá. Los supervivientes se mantienen firmes atados a las señas de identidad y en defensa de la memoria de sus ancestros. Pero, sobre todo, decididos a reivindicar el derecho a regresar a sus hogares. En sus corazones palpita el inmenso amor que profensan por su patria mancillada. Ellos están dispuestos a entregar hasta su propia vida, si es necesario, para reivindicar a los miles de muertos, heridos, presos, desaparecidos o exiliados que siempre estarán presentes en el fondo del alma. Este es el tributo que debe pagar un pueblo mártir invadido por colonos extranjeros que pretenden enterrarlos en el olvido. 800.000 palestinos, entre musulmanes y cristianos, fueron expulsados a la fuerza de sus hogares, más de 500 ciudades, pueblos y aldeas campesinas arrasadas. Una diabólica afrenta imperdonable. Lo cierto es que los principales causantes de esta tragedia fueron el colonialismo inglés por un lado y la ONU por el otro, ya que el día 29 de noviembre de 1947 aprobó la resolución 181 mediante la cual establecía el plan de partición de Palestina. Según sostenían sus mentores era la única posibilidad de conciliar a árabes e israelíes. Pero a la larga favorecieron los intereses sionistas que los dotó de aval jurídico y legitimidad para consumar sus planes expansionistas. El mandato inglés sobre Palestina no asumió sus responsabilidades y cobardemente las tropas británicas se retiraron en el momento en que se iniciaron las hostilidades. El 14 de mayo de 1948 Ben Gurión proclamó la independencia del estado de Israel que de inmediato recibió el apoyo incondicional de los países occidentales (EE.UU a la cabeza) y el bloque del Este (liderado por la Unión Soviética) Ante tan vil ultraje Azzam Pachá, presidente de la Liga Árabe, sentenció: « será una guerra de exterminio comparable a la de las cruzadas o la invasión de los mongoles » en Egipto los Hermanos Musulmanes emiten una fatua llamando a la Guerra Santa « a esas ratas las echaremos al mar » advirtieron. Los ejércitos de Siria, Transjordania, Egipto, e Irak, junto a voluntarios libios, saudíes y yemeníes iniciaron la intervención armada. Entre tanto los palestinos habían creado la guerrilla de resistencia Futuwa y Najjada que estaban malamente equipadas pues sus arsenales fueron requisados por los ingleses tras el estallido de la gran revuelta Árabe (una protesta contra la inmigración judía a finales de los años treintas). El Ejército Árabe de Liberación desde el principio de la contienda sufrió serios reveses por falta de material bélico adecuado y la escasa coordinación de sus fuerzas. De otro lado los judíos contaban con 50.000 combatientes repartidos entre la milicia paramilitar llamada Haganah, las brigadas móviles Hish, las unidades de élite Palmjaj, y grupos terroristas como el Irgún, Stern o Lehi. La mayoría entrenados por veteranos de guerra británicos que sirvieron en el ejército de su majestad durante la segunda guerra mundial. También por intermedio del Hogar Judío y las donaciones de prestigiosas personalidades habían adquirido modernas unidades de tanques, aviones y artillería pesada a Checoslovaquia y en el mercado negro. Siguiendo un plan preestablecido cuya finalidad era darle cohesión al nuevo estado los judíos capturaron las fuentes de agua en Galilea y el valle del Jordán, la fértil la franja costera del Mediterráneo y establecieron una cabeza de puente en el mar Rojo al apoderarse de Umm Rashrash donde más adelante fundarían el puerto de Elat. Entre 1948 y 1949 fueron cayendo infinidad de ciudades, pueblos y aldeas entre las que cabe que destacar: Beersheba, Askalon, Jaffa, Haifa, Akka, Nazareth, Tiberíades, Afula, la parte occidental de Jerusalem, Deir Yassin, Lifta, Loddy, Ramlah, Salama, etc, etc... Tan sólo las fuerzas de la coalición árabe pudieron resistir en Cisjordania y en Jerusalem oriental gracias al empuje de la Legión Árabe comandada por el general inglés Glubb Pasha al servicio del rey Abdala I de Jordania. La catástrofe no pudo ser peor pues Palestina perdió el 25% de su territorio y más de la mitad de sus pobladores tuvieron que partir al exilio. Ya lo había insinuado David Ben Gurión en una entrevista: « el estado judío no dependerá del plan de partición de las Naciones Unidas, sino de nuestra fuerza militar » Decidido a investigar con mayor detalle los acontecimientos de la Nakba viaje hasta Salama para comprobar in situ lo que había quedado de la aldea. En la Estación de Autobuses de Tel Aviv pregunté por Kfar Shalem (el nuevo nombre que le pusieron los judíos al pueblo) yo no lo sabía pronunciar en hebreo así que nadie me entendía y de forma antipática la gente me daba la espalda. Tras varios intentos infructuosos y cuando estaba a punto de abandonar mi misión encontré a un judío sefardí que hablaba español quien compadecido de mi orfandad me puso sobre la pista. Tenía que tomar el autobús número 26. Así que lo abordé y en una media hora llegué al barrio de a Kfar Shalem. En medio de un parque pude distinguir el morabito dedicado a Abu Hashim, uno de los compañeros del profeta Mohamed, que marcaba el centro de la antigua Salama. Un judío yemení lo utiliza como vivienda familiar. Con discreción me dispuse a hacer las fotos correspondientes y grabar parte de este documental. Lamentablemente varios perros doberman empezaron a ladrarme y algunos vecinos se pusieron a observarme con hostilidad. Era muy sospechoso que un extranjero merodeara por el barrio haciendo haciendo fotografías. No me quedó otra opción que retirarme antes de que llamarán a la policía y como yo no tengo ninguna acreditación de prensa, todo el material me hubiera sido requisado. Sólo he podido estar unos minutos para comprobar la cruel realidad: no había quedado más que el morabito y unas cuantas casas en ruinas. ¡qué tristeza más grande! Las excavadoras cumplieron a la perfección la tarea de borrar la historia y demoler la vida. Del 28 al 30 de abril de 1948, en el desarrollo de la operación Hametz, las tropas de la Haganah sionista a punta de bala y de bombazos tomaron Salama provocando el éxodo de sus 2.000 habitantes. Hoy Kfar Shalem (que es el nombre con el que los hebreos rebautizaron a Salama) es un barrio de la periferia de Tel Aviv en el que se construyeron bloques de pisos para alojar a los inmigrantes judíos procedentes de Siria, Turquía, Yemen, Túnez, Rumania, Etiopía, Moldavia, Marruecos o Bielorusia. Salama un bucólico poblado de campesinos dedicados al cultivo de los naranjos, las mandarinas, limoneros, guayaberos o toronjales, fue aniquilada por completo. Jamás se volverá a escuchar la algarabía del zoco, los reclamos de los comerciantes que vendían sus productos en el mercado o el trajinar rutinario de sus vecinos que le daba un aspecto romántico y pintoresco. En ese instante me entró una gran amargura pues comprendí lo que significa en toda su magnitud el despojo y el genocidio. Acto seguido me dirigí a Jaffa (en hebreo Jafo), mejor conocida como « la novia del Mediterráneo » Aunque han pasado michísimos años en la ciudad todavía se pueden observar las huellas de los combates. La parte antigua permanece abandonada y su principal mezquita en ruinas. Sus edificios antiguos de rasgos arquitectónicos otomanos aun conservan el esplendor de antaño. En la actualidad el antiguo zoco de la ciudad lo han convertido en un rastro de cachivaches y artículos de segunda mano. La municipalidad de Tel Aviv ha proyectado un plan de rehabilitación con el fin de trasformar la la zona el puerto y sus hermosas callejuelas en un destino turístico de primer orden. Ya se han abierto infinidad de restaurantes, boutiques, centros comerciales y discotecas. - y saber que muchos de sus auténticos habitantes ahora mismo se pudren de asco hacinados en algún campo de refugiados en el Líbano, Jordania o en Gaza -la primera fase ya se cumplió pues, sobre las ruinas de la medina, han construido un parque recreacional desde el que se divisa un espectacular panorama del mar Mediterráneo y la ciudad de Tel Aviv. El resto de Jaffa se ha reservado a las urbanizaciones de lujo para clientes de alto standing. Cuando en el año 1949 finalizó la guerra con la derrota de los ejércitos árabes éstos se vieron obligados a firmar un humillante armisticio con el estado de Israel. Primero lo hizo Egipto; luego el Líbano; después Jordania y por último Siria. Aquellos arrogantes ejércitos que prometieron, en el nombre de Allah, expulsar a los judíos de la tierra santa se rendían incondicionalmente ante sus más acérrimos enemigos. Y encima traicionaron a sus hermanos palestinos abandonádolos a su suerte. Israel aumento su territorio en 5.728 kms, es decir, un 23% más de lo estipulado en la resolución de la ONU. La primera medida tomada por el naciente estado sionista fue abrir las puertas y darle la bienvenida a 600.000 emigrantes provenientes de Europa, América Latina, Asia y África. Una medida imprescindible para contrarrestar la presión demográfica de los árabes que representaba el 67% de la población (1.300.000 habitantes) Para conseguir tan rutilante victoria los supervivientes del holocausto contaron con el beneplácito de las potencias hegemónicas (EE.UU y la Unión Soviética) Mientras tanto miles de refugiados palestinos iniciaron su particular viacrucis mendigando a la UNRWA, un organismo humanitario dependiente de la ONU, una limosna para aliviar sus cuitas. Lo paradójico del caso es que las Naciones Unidas, los directos causantes de la guerra, ha destinado millones de dólares a la causa Palestina obsesionados por lavar sus conciencias. Desde entonces los burócratas y funcionarios se dedican a tiempo completo a administrar la tragedia de los millones de refugiados repartidos por Jordania, Siria, Líbano, Cisjordania y Egipto. Algo que se ha venido agravando tras la nuevas debacles sufridas en las guerras de 1956, 1967 y 1973. Un acuerdo de paz justo y duradero entre árabes e israelíes por ahora parece una utopía. Los sentimientos de odio y venganza se imponen sobre los de reconciliación y entendimiento. Documental sobre la Nakba y los refugiados de 1948.

 

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