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Europa :: 31/03/2009

El retorno de Prometeo. Sobre la revuelta griega y su significado

Grupo Salvaje
Hacemos público este texto ante la ausencia de un análisis en profundidad y de largo recorrido de lo sucedido en Grecia.

- I -

Uno de los mitos griegos más interesantes, en relación directa a la verdad que contiene, es el que tiene por protagonista al titán Prometo, el gran “benefactor” de la humanidad. Ante el poderoso dios Zeus, Prometeo sacrificó un buey, dividiéndolo en dos partes: en una colocó la carne, la piel y las vísceras, ocultándolas dentro del vientre del animal; en la otra puso los huesos, que cubrió de grasa. Prometeo dio a elegir a Zeus la parte que más le satisficiese y éste eligió los huesos, pensando que eran la parte más sabrosa. A partir de entonces los hombres quemaron los huesos como sacrificio y pudieron comerse la carne y cubrirse con las pieles. Burlado, Zeus castigó a los hombres privándoles del fuego. Pero Prometeo volvió a ejercer de benefactor de la humanidad y robó el fuego del Olimpo para llevárselo de nuevo a los hombres.

Con su gesto, Prometeo da inicio, en el plano mítico, a la civilización y la historia en cuanto tales, liberando al ser humano del miedo primordial (fundamento y origen de la religión) y de los límites que le imponía su condición animal. Prometeo es, por tanto, el héroe civilizador por excelencia, un personaje que aparece, con las evidentes diferencias, en la mayoría de religiones y culturas. Prometeo encarna la figura del rebelde, del desacralizador, aquel que «quiere comunicar a los hombres todos los bienes reservados a los dioses»1. Pero el componente utópico y liberador de lo civilizatorio, esa «religión de la liberación humano-rebelde»2 inaugurada simbólicamente por Prometeo, se tuerce en algún momento, transformándose el sueño emancipador de la civilización en la pesadilla de la dominación.

A finales del año pasado, una revuelta como no se conocía desde hace tiempo en la vieja Europa estalló en Grecia. Aunque atenuado respecto a los sucesos de diciembre, el fuego de la rebelión aún no ha podido ser extinguido. Es como si Prometeo se hubiese acordado otra vez de los hombres y acudiese de nuevo a protegerles y a beneficiarles, guiando con su antorcha a las miles de personas que se han rebelado en Grecia contra un mundo que perdió la razón, contra un mundo en el que la esclavitud de los hombres por los dioses (no ya los del Olimpo, sino los de la Economía, el Estado, el Progreso, la Mercancía y el Espectáculo) es tan brutal o más que en épocas míticas. Prometeo regresa para traernos la civilización, algo que los hombres perdieron en algún momento y que dista mucho de la civilización mecánica, artificial, consumista y alienante en la que sobrevivimos. El fuego prometeico ha de purificarlo todo, pero su acción no ha de ser el fin, sino el medio para alcanzar una auténtica civilización.

Esta alusión al mito de Prometeo no es una mera frivolidad literaria o, mucho peor, un soliloquio erudito y pedante. Si sacamos el mito de Prometeo del basurero de la historia es por el potencial utópico e inspirador que tiene. Creemos que lo que está ocurriendo en Grecia es de una importancia vital, más allá de la que muchos quisieran que tuviese. Estamos ante una crisis (todavía no sabemos cuán profunda) de la civilización capitalista, crisis que puede ser superada, reforzando entonces todos los males a que nos somete y trayendo otros nuevos, o bien puede conducir al fin de esta civilización trayendo una nueva. Depende de nosotros, de nuestra fuerza colectiva, de nuestra capacidad de contagio, lo que suceda. O bien una revolución desde arriba para que todo permanezca igual o bien la transformación revolucionaria de la civilización y de la propia condición humana.

En este sentido es en el que queremos entender lo que está sucediendo. El fuego griego ilumina nuestras esperanzas y trae de nuevo ante nosotros la utopía concreta, a la que podemos volver a acariciar el rostro. Quizás nuestras esperanzas estén infundadas, quizás soñemos con los ojos abiertos, quizás nuestros vientres hinchados no nos dejen ver la realidad, ésa que nos repiten que es la única posible, pero algo está ocurriendo, aunque a muchos les pese (especialmente a los izquierdistas de todo ralea, molestos porque los hechos no se acomoden a sus podridas ideologías y les pasen por encima). Y no es que caigamos en el optimismo absurdo (que sólo sería ilusorio, estúpido y contraproducente) de pensar que una revolución está triunfando en Grecia y que a partir de allí se extenderá y nos traerá la libertad como por arte de magia o por la gracia del mítico Prometeo. No somos imbéciles. Si creemos tan importante lo que sucede en Grecia es porque pensamos que su ejemplo es valioso y que inaugura una nueva época. Una nueva época que no será épica ni gloriosa, sino dura, fea, brutal en muchos aspectos, pero en la que nos lo habremos de jugar todo una vez más. Ésa es la importancia que atribuimos a lo que hoy sucede en Grecia. Y para extraer de estos hechos todo su significado creemos que hay que clarificar algunas cosas, evitando caer en la mera exaltación de la revuelta o en los tópicos derrotistas una vez su fuego comience a extinguirse (lo que posiblemente ya está sucediendo). Hay que derribar el manto de mentiras y ocultaciones que se ha tejido para que nada se sepa y nada se pueda hacer más que contemplar, como meros espectadores, el humo de un incendio del que no se alcanza a ver su origen. Hoy más que nunca hay que exigir y realizar la comunicación directa y denunciar y combatir toda falsificación, toda distorsión y toda mistificación. Es demasiado lo que nos jugamos.

- II -

Así pues, ante los sucesos acaecidos en Grecia en las últimas semanas del año 2008 creemos que es necesario profundizar en el análisis y extraer consecuencias que superen el episodio concreto y nos permitan aprender, reforzarnos y rearmarnos cara a una lucha que ha de ser sin tregua. En primer lugar creemos que ha de hacerse frente a la maquinaria propagandística que, fiel a su verdadera esencia, no ha hecho otra cosa que organizar la ignorancia de lo que ocurrió y de lo que sigue ocurriendo en Grecia, presentando a los miles de griegos que salieron a las calles como «elementos extremistas», delincuentes, alborotadores al margen de la sociedad y a su lucha como una «revuelta antisistema irresponsable, violenta y desprovista de significado»3. Mientras, la izquierda chocheante posestalinista hacía lo que mejor sabe hacer: confundir, señalar y ponerse en la primera línea de la defensa del orden establecido4. Más adelante entraremos de lleno en la cuestión de la violencia y en su significado, pero antes creemos que debemos empezar por situar los hechos en su contexto, hablando de lo que estaba sucediendo en Grecia antes de la muerte de Alexandros.

Desde hace varios años Grecia vive una situación de gran agitación social, con un movimiento revolucionario que posee una fuerza como no se conoce hoy seguramente en ningún otro lugar de Europa5 (si bien reducido respecto a lo que podría ser cualquier movimiento revolucionario en épocas más combativas y gloriosas) y que ha puesto en jaque al Estado griego, gobernado por la corrupción, el nepotismo, la brutalidad y el crimen, algo común a todos los Estados, es cierto, pero quizás en una proporción más evidente y humillante que en otros sitios. Contra ese movimiento se ha desplegado la mano dura del Estado, tanto en su versión legal como la paramilitar. Han sido numerosos los ataques (quema de centros sociales, palizas, represión, montajes policiales) durante los últimos años a grupos y personas vinculadas a la lucha anticapitalista por parte tanto de la policía como de grupos organizados de extrema derecha (consentidos y alentados por el poder). Por poner sólo un ejemplo, en junio del año 2008 una mujer moría en el curso de una manifestación en Corfú en contra de la construcción de un vertedero a las afueras del pueblo de Lefkimí tras ser arrollada por una moto. La conducía un chico que tras ser golpeado brutalmente por un policía perdió el control de la moto y fue a chocar contra la mujer. La policía lo negó y dijo que el “accidente” se produjo porque el suelo estaba resbaladizo ya que los manifestantes habían arrojado gasolina. Las imágenes tomadas en el acto desmentían esa “justificación”. La lucha se intensificó después del verano. El 17 de noviembre, coincidiendo con el aniversario de la caída de la dictadura, cientos de presos griegos se pusieron en huelga de hambre para denunciar la grave situación de hacinamiento, falta de higiene y malos tratos en las cárceles griegas y la condición de “detenidos temporales” (una carambola legal que permite tener detenida a una persona sin juicio durante 18 meses) de al menos un tercio de todos los presos del país. A finales del mes de noviembre otra huelga de hambre sacudió la sociedad griega, en este caso se trataba de varias decenas de inmigrantes sin papeles que pedían que su situación en el país fuese legalizada tras haber pagado ya por los trámites burocráticos necesarios para ello, sin que el Estado hubiese hecho otra cosa más que guardarse el dinero y seguir hostigándoles y deteniéndoles. Éstas y otras movilizaciones han contado con un gran apoyo entre la población, en especial entre los jóvenes6. Es en este contexto social y político, unido a la grave crisis económica, en el que se inscriben los hechos del 6 de diciembre, cuando el joven Alexandros fue asesinado cobardemente por un policía de un tiro directo en el pecho.

El asesinato de Alexandros levantó a todo el país. Una ola de manifestaciones, disturbios, enfrentamientos con la policía, ocupaciones de edificios y huelgas lo ha recorrido de punta a punta. Grecia empezó a arder, todavía hoy sigue encendida la mecha, aunque los apagafuegos de toda clase hayan intentado hacer como si ya nada ocurriese.7 Las llamadas a la calma no sirvieron para mucho, los intentos de recuperación de las revueltas por parte de los sindicatos y partidos de izquierda no han servido esta vez, la represión y los ataques combinados de policía y extrema derecha fueron y son respondidos por miles de personas en las calles. La situación que se estaba viviendo desde hace meses en Grecia ha explotado. Porque, a pesar de las mentiras que repiten los medios una y otra vez, “este alzamiento no es sólo una respuesta en honor de Alexandros”8, es algo más. Muchos han descubierto que se trata de una cuestión de vida o muerte y han optado por la vida. Sólo el agotamiento y la inercia podrán minar la moral de los revolucionarios griegos, sólo la represión “legal” y paralegal podrá asesinar el espíritu revolucionario9, sólo ahogando su voz se impedirá que otros se unan a la revuelta, sólo si se les reduce a la soledad podrán ser derrotados. Por desgracia es posible que eso ya haya ocurrido o al menos está ocurriendo. Sin embargo, la experiencia que está teniendo lugar en Grecia, aunque mitigada, sigue siendo el mayor exponente de la guerra social en los últimos treinta y su ejemplo y valor, si somos capaces de analizarlo con frialdad y de aprender de sus virtudes y sus errores, puede ser el germen de una nueva época. Estaremos traicionando a nuestros hermanos griegos y estaremos condenándonos a nosotros mismo si no somos capaces de proyectar y amplificar la revuelta griega a escala mundial.

- III -

Las primeras semanas tras la muerte de Alexis todos los periódicos y telediarios llevaban en sus primeras páginas y titulares las imágenes de los disturbios. ¡Violencia!, gritaban. Sí, hay un hálito violento en lo sucedido en Grecia, no vamos a ser nosotros los que lo neguemos, todo lo contrario, reivindicamos esa violencia. Porque es una violencia que responde al derecho de legítima defensa ante la violencia ejercida por el Estado y la Economía, que no se para ante nada (ni la vida humana, ni la del propio planeta) y que es la única admitida y admisible. Bombardear poblaciones enteras en Iraq o en cualquier otro lugar por intereses geoeconómicos, condenar al hambre a medio mundo para maximizar beneficios, provocar enfermedades mortales al alterar por intereses económicos la cadena alimentaria (¿alguien se acuerda del “mal de las vacas locas”?), poner en peligro a millones de personas con su energía nuclear y sus aceleradores de partículas (¿y de Chernóbil?), arrasar el planeta hasta el punto de poner en riesgo la vida entera, por no hablar de la violencia cotidiana a la que todos somos sometidos. Por supuesto, para ellos esto no es violencia. Pero para nosotros es una violencia intolerable, equiparable a la de los campos de exterminio nazis, una violencia travestida a menudo de humanitarismo pero que acaba cada año con la vida de miles de personas y que deja secuelas en forma de heridas y enfermedades, tanto físicas como psicológicas en millones de personas y, como tal, una violencia que hay que combatir con todas las armas y con todo el derecho, porque tenemos la razón y el derecho de nuestro lado10.

Lo que se ha puesto en práctica en Grecia es una crítica de la violencia, una violencia que trata de suprimir la violencia, esto es, los mecanismos de dominación del Estado y de los intereses capitalistas. No es una violencia que aspire a suspender el derecho, condición previa para instaurar un nuevo derecho, es decir, un nuevo Estado, sino una violencia que aspira a suprimir el derecho, que busca, por tanto, abolir la mayor de las violencias, aquella que ejerce el Estado. Es por ello que esa violencia es temida por el poder, puesto que no lo acepta como interlocutor, sino que lo niega, atacando su esencia y poniendo en cuestión su propia existencia11. Y por ello ha de ser combatida por todos los medios. Periodistas, políticos, expertos y policías claman histéricos, cada uno interpretando a la perfección su papel: que nada se sepa de lo que ocurre, que ninguna conclusión pueda extraerse, que nadie pueda soñar con tomar su propia vida en sus manos y, si a pesar de todo, algunos lo intentan, cortar de raíz ese mal, acabar con esa insoportable arrogancia de querer cambiar esta sociedad. Ante todo evitar que lo que sucede en Grecia se extienda, que nos contagie el espíritu de la libertad. Y esa violencia revolucionaria se ha expresado por medio del fuego y las piedras, pero también, y quizás esto sea más importante aunque menos espectacular, a través de la transformación de las relaciones sociales y de la vida que está teniendo lugar y que, a pesar de los pesares (no tenemos porqué compartir la totalidad de esas experiencias), supone la mejor lección que nos ha dado la revuelta griega. Y por ello es combatida con todas las armas por el Estado griego y silenciada y ocultada al resto del mundo12.

Y es que se puede protestar por la muerte de Alexis como dijo el primer ministro griego Costas Caramanlis, incluso pedir responsabilidades a quienes le asesinaron, pero lo que no se puede, desde luego, es poner en cuestión el orden de las cosas, atreverse a pensar que puedan ser de otra forma y, mucho menos, tratar de cambiarlas. Por eso repiten una y otra vez que hay que aislar a los violentos. Pero los violentos les contestan con el mayor descaro y les devuelven la pelota señalando la verdadera violencia, aquella a la que somos sometidos todos los días, la del trabajo asalariado, la que impone la Economía y ejerce el Estado y todos sus mecanismos de represión y señalan a los responsables de mantenerla: “sindicalistas, partidos políticos, curas, perdiodistas y empresarios”13. Los medios hablan de miles de millones de euros en pérdidas directas (destrozos) e indirectas (absentismo laboral, ocupaciones, paralización de la economía), un gigantesco potlach como hacía tiempo que no se veía, la negación de la economía y la afirmación de la vida, de la comunicación, de la experiencia, de la libertad, realizadas codo a codo y mano a mano, sintiendo el aliento en las calles de otros miles de desconocidos que han dejado de serlo para convertirse en hermanos. Son ya varios los ayuntamientos y edificios públicos que han sido ocupados (desalojados y reocupados en algunas ocasiones) en los que los vecinos, reunidos en asamblea, deciden por sí mismos, realizando la comunicación y la democracia directas y reales. Mero utopismo ladrarán algunos con desprecio. Anticipación utópica de una auténtica sociedad libre y de iguales que todavía está por llegar, pero que indudablemente se puede construir y que está ya en muchas cabezas, decimos nosotros.

Los objetivos a atacar no pueden haber sido mejor seleccionados: policías y comisarías, edificios oficiales, grandes centros comerciales, locales de los sindicatos, medios de comunicación. Algo muy distinto de la visión que continuamente tratan de presentar los medios de comunicación, empeñados en dar una visión distorsionada de la realidad en la que grupos de alborotadores y violentos se enfrentarían al resto de la población destruyendo sus comercios y casas, amenazándoles y atemorizándoles. Evidentemente son muchos los que están en contra de la revuelta, no nos vamos a engañar, pero también son muchos los que la apoyan activamente o, al menos, la comprenden y respetan a los que participan en ella, como el presidente de la Asociación del Pequeño Comercio de la ciudad de Patra, que en una entrevista en televisión defendió a los “violentos” y denunció que quienes destrozaban los escaparates de los pequeños comercios eran los antidisturbios al lanzar piedras contra los manifestantes14. Se ha creado una pequeña (a veces gran) solidaridad entre los anarquistas y el resto de la población, quizás lo más difícil de conseguir, porque implica mirar a nuestros vecinos como algo más que como alienados, implica considerarles compañeros de miserias, potenciales aliados, camaradas que sufren igual que nosotros y con los que hay que contar si de verdad se quiere acabar con este podrido mundo. Sólo entonces las palabras se transforman en hechos, como en Tesalónica, donde una colecta organizada por jóvenes anarquistas recaudó 13.000 euros para una señora de 74 años a la que se había quemado su pequeño kiosko. Algunos pueden objetar que eso nos aleja del objetivo de abolir el dinero y la propiedad privada, pero las palabras de la señora «Sólo he recibido promesas vacías (del estado) ... me siendo muy afortunada de que estos chicos hayan venido a ayudarme»15 y el ejemplo de solidaridad a todo el mundo es algo que no puede borrarse, es algo que ya merece la pena y es una piedra, pequeña, pero de gran importancia en la construcción de unos lazos sociales que son los que pueden hacer posible que una revolución triunfe. Algo empieza a cambiar cuando los “buenos ciudadanos”, lejos de creerse las mentiras del Estado, las rebaten. Algo empieza a cambiar cuando los ancianos que antes temían a los jóvenes “encapuchados” acuden a sus asambleas y participan en la construcción común de otra vida, con todas las limitaciones que queramos, puesto que el Estado y el Capitalismo ni han caído ni están cerca de caer en Grecia, pero algo empieza a cambiar. Y esto no significa que todas esas personas se conviertan de la noche a la mañana en revolucionarios, pero sí es un síntoma del fracaso de la mentira organizada y de la posibilidad de transformar revolucionariamente este mundo. Algo empieza a moverse, aunque lentamente. Hace falta agitarlo.

No es nuestra intención idealizar lo que sucede en Grecia. Hay experiencias maravillosas, pero también existe una infiltración de movimientos sociales y organizaciones izquierdistas, así como una cierta inercia y falta de perspectivas en algunos aspectos que impiden ir más allá de la autogestión de la miseria en la capitalismo y dar el salto (inmenso) hacia una vida que supere y entierre el capitalismo y el Estado, aunque desde luego tampoco vamos a pedirles a los griegos que concluyan aquello que nosotros ni siquiera nos hemos atrevido a comenzar, ya es mucho lo que han realizado, queremos más, sí, pero para alcanzarlo habremos de intentarlo todos en todos los lugares. Insistimos en que es necesario realizar un análisis (que será colectivo o no será) en profundidad de esas experiencias, tomar aquello que nos interese y destacar los errores y problemas inherentes a un movimiento de este tipo para poder sacar las lecciones que nos permitan avanzar hacia la sociedad sin clases. Por eso tenemos que lamentar que, en ocasiones, haya sido mucha mayor la repercusión de las acciones más espectaculares (disturbios, ataques a la policía) en los medios anarquistas que esa organización de base y ese ensayo general de una vida al margen y a menudo en contra del Estado. Siempre hemos apostado por la autodefensa y la violencia contra el Estado, pero si hay algo que nos contagia de la experiencia griega más que los cócteles molotov son las imágenes de ocupaciones de curros, de medios de comunicación, de escuelas, la liberación de espacios y, en definitiva, la experimentación de lo que algún día habrá de llevarse a cabo de manera más drástica y permanente: la abolición del trabajo, de la propiedad privada, de la supeditación de la vida a la economía y la muerte definitiva del Estado y la autoridad. No todo el monte es orégano, pero errando es como se aprende. Dicho de otro modo: no todas estas experiencias nos convencen (¿hasta qué punto están contaminadas de idealismo altermundista e izquierdista muchas de ellas?, es algo que habrá que descubrir, discutir y criticar), pero la única manera de alcanzar la victoria es arriesgándose y creemos que esa apuesta es la que se está haciendo en Grecia.

- IV -

El Estado griego le está viendo las orejas al lobo y con él el resto de Estados. Están comprobando lo que puede llegar suceder, de lo que es capaz la gente a pesar de las adormideras (televisión, publicidad, drogas, tecnología, consumo, democracia) que nos han estado inyectando durante décadas. No pueden tolerar que en un país de la Unión Europea la gente tome las calles, los curros se abandonen, la economía sea negada y el fantasma de la libertad haga su hermosa aparición. Hay que pararlo como sea y hay que evitar que cunda el ejemplo. Por primera vez desde hace mucho tiempo Ellos tienen miedo. Deben controlar la situación y para ello cuentan con dos recursos. El primero es impedir esa comunicación directa que se ha producido en Grecia y que ha llevado a confraternizar a jóvenes anarquistas y viejos profesores, a madres e hijos, a inmigrantes y autóctonos, poniéndolo todo patas arriba. Ese es el papel fundamental de los medios de comunicación, de los sociólogos, de los partidos y organizaciones de izquierda y de los expertos de todo tipo, cortocircuitar esa comunicación. Que nada se sepa y que ninguna conclusión se pueda extraer. El segundo mecanismo de defensa del Estado es el más directo de la represión y la violencia ejemplares y ejemplarizantes. Golpear sin piedad a todo aquel que desafíe a este viejo y podrido mundo. Cortar por lo sano. Como el cirujano que corta el brazo antes de que la gangrena haya hecho siquiera su aparición. Por si acaso. Así han de actuar. Y así actúan.

Viendo lo que ocurrió en las acciones de solidaridad con lo que está sucediendo en Grecia hemos comprobado cómo en el Estado español, temeroso de que pudiese haber un contagio, se llevó a cabo esa doble estrategia. Y todo ello a pesar de que las reacciones por lo sucedido en Grecia (y por lo que nos sucede aquí cada día a lo largo de toda nuestra vida) hayan sido tímidas. Prevenir antes que curar, ése es su lema.

El 10 de diciembre la manifestación de solidaridad por la muerte de Alexandros y con la revuelta en Grecia convocada en Madrid acabó con una comisaría destrozada y varios detenidos. No vamos a valorar estos hechos, su conveniencia o no, o los errores estratégicos que pudieron haberse cometido (lo que más nos importa es que nueve personas acabasen detenidas y varias más fuesen heridas), creemos que eso debe hacerse en otros lugares. Tampoco queremos entrar en la discusión de la presencia de secretas en esa manifestación (nada nuevo bajo el sol) ni si fueron esos secretas los que lanzaron las primeras piedras y objetos contra la comisaría, desencadenando la lluvia que derribó las puertas de la comisaría16, aunque es algo que debemos tener muy en cuenta. Sucedió, es lo único que podemos decir. Tras esos hechos nueve personas fueron detenidas. Dos de ellas fueron puestas en libertad horas después, mientras que los otros siete fueron enviados a prisión provisional17. Los argumentos de la jueza para una decisión tan drástica fueron la alarma social creada por estos hechos. En total se piden ocho años de cárcel para cada uno, con varios cargos: resistencia a la autoridad, desórdenes públicos, atentado, etc., algunos de ellos incompatibles entre sí. No importan los detalles legales, el castigo debe ser ejemplar. Hay que meter el miedo en el cuerpo a todos esos “indeseables antisistema” y a todos aquellos que, llevados por la rabia, la miseria (no sólo económica, pero también) y la desesperación, pudiesen algún día pensar en dar un portazo a este mundo y unirse a ellos.

El día siguiente a la manifestación, las portadas de los periódicos aparecieron con las fotos de los violentos “antisistema”18 atacando a los estupefactos e “indefensos” policías de la calle Montera. Los tertulianos de radio y televisión competían entre sí por condenar con la mayor firmeza a esa “chusma antisistema”, progres y reaccionarios todos a una. Las imágenes del ataque a la comisaría se repitieron hasta la saciedad. Las imágenes de los maderos golpeando con saña en el suelo a alguno de los detenidos no fueron mostradas, a pesar de que tengamos constancia que había cámaras de televisión que las grabaron. Les aterroriza que el ejemplo griego pueda cundir y por ello hay que desplegar toda la maquinaria mediática, policial y judicial para evitarlo. Hay que crear alarma social, deformar la verdad y aislar a los violentos. Castigarles ejemplarmente y evitar que su mensaje pueda llegar a la gente, distorsionándolo para convertirlos en monstruos de los que hay que huir. Policías, políticos, periodistas y jueces, cada uno cumpliendo a la perfección su trabajo. Hay que evitar a toda costa que pueda prender la mecha del malestar y la rabia, aunque sea tímidamente, porque en una ciudad de varios millones de personas que sólo doscientas o trescientas estuviesen ese día allí quiere decir que somos pocos, muy pocos, pero no tan pocos para ignorarnos, no tan pocos como para que no sea necesario llevar a cabo un castigo ejemplar contra los cabezas de turco elegidos, siete personas cogidas al azar, porque pudo ser cualquiera de los que estuvimos allí. Les da igual la justicia, les da igual la verdad, quieren un castigo ejemplar, quieren asustarnos a todos. Quieren que esto no se repita. Y sobre todo quieren que no vaya a más, que nadie pueda pensar siquiera en rebelarse contra este mundo19.

- V -

El objetivo tanto en Grecia como en España y en el resto del mundo es claro. Ante una situación como la actual, con una crisis económica que es algo más que una crisis financiera, que es algo más que una crisis bursátil, que es algo más que una crisis cíclica, hay que evitar que la gente se salga de los cauces permitidos, que se cuestione lo existente, que pueda pensarse en salir de este mundo podrido. En los próximos años veremos una crisis permanente (y no sólo económica). Ya la estamos viviendo, pero no ha hecho más que comenzar. No pretendemos entrar de lleno en la cuestión, tan sólo esbozar algunos puntos que nos parecen importantes y que creemos que están relacionados estrechamente con la escalada de represión y de violencia estatal que vivimos20, así como con la pequeña grieta que ha abierto la insurrección griega.

A nadie salvo al que está ciego o no quiere ver se le escapa que el ciclo del petróleo está llegando a su fin (puede ser dentro de cinco años o de veinte, pero es un hecho que no se puede negar). El sistema económico actual está basado casi en su totalidad en el petróleo. Todo gira en torno al oro negro, desde la producción y transporte de alimentos hasta la producción industrial y con ello la meta del “desarrollo económico”, fundamento del capitalismo. El escenario que viene será decisivo y muy problemático. Vamos a asistir a una situación que bien puede calificarse, como alguien ha dicho, de capitalismo de trompicones, un escenario de crisis estructural que se autorreproduce: la crisis del agotamiento de las materias primas (petróleo fundamentalmente, aunque no sólo) genera una crisis financiera; la crisis financiera genera recesión; la recesión genera la disminución de la demanda de materias primas y por tanto la bajada de su precio; esta bajada de precios vuelve a reactivar la economía y el consumo; pero la reactivación económica vuelve a toparse de bruces con el agotamiento de las materias primas y así… ¿hasta cuándo?21 No existe un plan B. Al menos de momento. No hay ningún recurso que pueda sustituir al petróleo a corto o medio plazo como fuente de energía hegemónica22 que asegure el crecimiento continuo de la economía y, por tanto, la reproducción del capitalismo, con lo cual, la situación puede ser potencialmente explosiva y muy difícil de manejar, incluso para aquellos que tienen todo el poder en sus manos.

Todo esto no quiere decir, al menos en nuestra opinión, que el capitalismo esté ya muerto y que estemos asistiendo a su desaparición definitiva. En absoluto, creemos que el capitalismo ha demostrado en numerosas ocasiones que es capaz de salvar las situaciones más complicadas y además salir fortalecido. Pero sí creemos que la situación en los próximos años va a ser desesperada, en primer lugar para nosotros, para quienes no tenemos ningún poder sobre nuestras vidas y dependemos de las decisiones ajenas, que veremos como los efectos de la crisis energética y económica nos golpearán sin piedad, pero también para ellos, los que tienen todo el poder en sus manos, que deberán enfrentarse a una situación desesperada en la que no saben cómo reaccionará la gente, que ocurrirá cuando los precios de los alimentos se disparen, cuando empiecen a faltar suministros, cuando se den situaciones de desabastecimiento, cuando las mentiras de la economía y del desarrollo se hagan evidentes. No es un escenario de ciencia ficción, no es una película a lo Mad Max, aunque algunos quieran presentarlo así. En algunos lugares ya se están viviendo situaciones próximas a esto23, aunque no tan dramáticas como las que es posible que sucedan en unos pocos años.

En tanto que revolucionarios desconfiamos (y mucho) de aquellos que, siendo conscientes de lo que puede venir, se cruzan de brazos y esperan pasivamente la bancarrota del sistema como si esto fuese algo bueno per se. Seamos claros, lo que puede sustituir al actual sistema capitalista puede ser mucho peor, por eso no confiamos en la contemplación pasiva ni en las soluciones individualistas, pues sólo nos conducirían a un escenario hobbesiano mucho más brutal que el actual. Y como revolucionarios también combatimos y combatiremos a los gestores del desastre, ecologistas, izquierdistas, tecnócratas y demás carroña que tratan de salvar por todos los medios lo que no puede ni debe salvarse, tratando de sortear la crisis energética como se pueda e impidiendo por todos los medios que la crisis social pueda estallar. Su objetivo es que lo fundamental permanezca como es y por ello nuestra rabia se dirige también hacia ellos. No queremos una economía verde24 que permita la continuación del capitalismo por otros medios, mientras a nosotros nos enseñan el camino de la sumisión, la complicidad y la tolerancia hacia aquello que nos mata poco a poco, día a día. Queremos la destrucción del capitalismo porque amamos la vida y odiamos aquello que la reduce, la condiciona y la destruye.

No vamos a cruzarnos de brazos, no queremos ver como el capitalismo vuelve a resolver sus contradicciones, irguiéndose de nuevo triunfante. Todavía creemos en la fuerza de lo colectivo, en la revolución, en la posibilidad de cambiar el rumbo de la historia tirando del freno de emergencia y reconduciendo nuestras vidas hacia un horizonte que sea muy distinto de aquel al que algunos quieren dirigirnos. Por eso apelamos a Prometeo. Queremos construir una verdadera civilización derruyendo ésta hasta los cimientos. Queremos una nueva civilización fundamentada en la libertad, la comunicación y la humanidad, lo que sólo puede hacerse suprimiendo esta civilización en la que las personas no valen nada y todo se subordina a entes ajenos a nuestras vidas como son el Estado, la Economía y el Progreso, camuflando los intereses materiales de una minoría y perpetuando su dominio sobre el resto del planeta. No somos utopistas: esa transformación habrá de llevarse a cabo por medio de la revolución social. Pero somos utópicos: esa revolución habrá de transformarlo todo enteramente, el mundo, nuestras vidas y nuestras relaciones con aquello y aquellos que nos rodean, si no es así no servirá para nada.

Por eso nos parece tan importante lo que está sucediendo en Grecia, porque anticipa en gran medida ese horizonte utópico concreto, aunque sea parcialmente: la comunicación directa entre iguales, la autogestión de nuestras vidas, la vuelta a una dimensión humana, la subordinación de lo material a lo social. Y aquí es donde echamos de menos una mayor profundidad en nuestros análisis y en nuestros perspectivas, mirar hacia delante y proponer alternativas posibles. No se trata de utopismo abstracto ni de proponer un programa ideológico cerrado, sino de abrir un debate que ya se ha postergado demasiado tiempo sobre qué es lo que queremos para el futuro poscapitalista y qué medios, posibilidades y expectativas tenemos para alcanzarlo. Son muchas las cuestiones que han de ser tratadas, debatidas, estudiadas. En primer lugar: cómo organizarse desde abajo en caso de que un movimiento revolucionario pueda triunfar, aunque sea frágilmente, o en caso de colapso/crisis grave del sistema; cómo defenderse de las agresiones estatales y paraestatales en caso de que esto ocurra; cómo gestionar, en un primer momento, los recursos (agua, alimentos, electricidad, etc.) al margen del Estado y las empresas, teniendo en cuenta que esa gestión está adaptada a una realidad burócratica y autoritaria que habrá de ser destruida, etc. Y más adelante habrá que profundizar en la crítica y en el desmantelamiento de este mundo: ciudad sí o no y qué dimensiones podría tener para evitar la aparición de estructuras jerárquicas y burocráticas; qué tecnología podríamos/querríamos sostener; qué modelo de organización, cooperación y coordinación se podría establecer. Insistimos en que no se trata de dotarnos de un programa que cumplir, sino de fomentar un debate que nos permita tener herramientas con las que afrontar una (posible) situación revolucionaria. La cuestión es ¿si cae hoy o mañana el gobierno seríamos capaces de organizarnos y hacer frente a lo que se nos vendría encima? Creemos que uno de los aspectos más interesantes de lo que sucede en Grecia, además del enorme valor que ya tiene la insurrección en sí, es que se está ensayando, aunque sea tímidamente y cercada por todos lados, esa vida. Es por ello que creemos que esa experiencia ha de ser analizada y criticada en todos sus aspectos y al detalle, aprendiendo de sus errores y tomando todo aquello que sea valioso y útil (sea poco o mucho) no como un ejemplo a repetir sino como una enseñanza y una puesta en práctica (aunque cogida con alfileres) de aquello a lo que aspiramos sea la vida misma y su organización. Este análisis, como ya hemos dicho, ha de ser realizado pública y colectivamente. No es nuestro objetivo en este texto realizar ese análisis minucioso, sino plantear la cuestión. Y también creemos no sólo necesario sino imprescindible dar el salto más allá del ghetto político, lanzar un reto a la sociedad, a nuestros vecinos, a nuestros compañeros de curro, a nuestros padres. Nuestro mensaje ha de llegar, lo que implica un esfuerzo y una voluntad claras y contundentes (no queremos decir que éstas no existan, pero sí que hay que otorgarles una importancia mayor) so pena de entrar en círculo vicioso e inoperante que sólo lleva a la autosatisfacción en unos o a la frustración y derrotismo en otros. La apuesta ha de ser arriesgada. No tenemos nada que perder, pero sí todo por ganar.

Quienes manejan los hilos del poder saben que van a tener que hacer frente a una época de convulsiones, de inestabilidad, de peligro de quiebra del sistema y lo que no están dispuestos a tolerar es que se ponga en peligro la continuidad de lo existente, aunque sea por otros medios distintos de los que hasta ahora hemos vivido. No se puede hablar de lo que está sucediendo en Grecia sin hablar de todo esto. No se puede hablar de represión y violencia sin referirse al previsible escenario que nos aguarda. Y, como revolucionarios, no creemos que tenga sentido hablar de las revueltas griegas y obviar todo esto. Si algún valor tienen (y creemos que tienen mucho) es porque ponen sobre la mesa la cuestión principal. Quieren evitar que en una situación así nadie pueda pensar en levantar la cabeza y mucho menos el puño contra aquello y aquellos que están destruyendo nuestras vidas y el mundo, contra aquello y aquellos que nos han puesto la soga al cuello, contra aquello y aquellos que nos han puesto al borde del abismo. Quieren evitar que el fantasma de la subversión pueda asomar de nuevo la cabeza y lo quieren evitar a toda costa porque saben que en un escenario como el que se adivina, su victoria podría ser puesta en cuestión. Hay que cortar por lo sano. Por eso lo que está sucediendo en los últimos tiempos no nos sorprende, aunque nos duela igualmente. Se avecinan tiempos duros. Tiempos duros para todos aquellos que osen cuestionar lo existente, porque el Estado va a llevar su monopolio de la violencia hasta el límite. Pero tiempos duros también para los que tienen las riendas del poder y la economía, porque cada día serán más los que escupan sobre sus mentiras y rompan sus carnets de ciudadanos sumisos. Nadie les cree, sólo les temen. Y en ocasiones, la gente normal, ésa que no suele alzar su voz, puede dejar atrás su miedo y arriesgar su vida por el sueño de alcanzar otra vida. Eso es lo que está sucediendo (en mayor o menor medida) en Grecia y nuestro objetivo ha de ser que ese ejemplo se extienda por todas partes y crezca hasta convertirse en un verdadero estallido revolucionario. No podemos parar hasta conseguirlo.


[Este texto fue escrito a finales del año pasado, pocas semanas después del asesinato de Aléxandros Grigorópulos. En un principio se descartó su publicación por diversas razones, siendo utilizado como documento de discusión interna y movido entre amigos y compañeros. Ahora lo hacemos público, con algunas modificaciones y añadidos que tratan de actualizarlo y adecuarlo a la situación presente, si bien se apreciará que todo lo sucedido en estos primeros meses del año 2009 está tratado de forma mucho más ligera, por lo cual pedimos disculpas.

Lo que nos lleva a hacer público este texto precisamente ahora es que consideramos que podría ser de utilidad ante la ausencia (pasado ya un cierto tiempo) de un análisis en profundidad y de largo recorrido de lo sucedido en Grecia. Quizás nuestro análisis no sea el más correcto, pero creemos que, a pesar de sus deficiencias, puede ser útil para abrir un debate que se ha postergado demasiado tiempo, al menos en el plano público. Hay que profundizar en la crítica si queremos ser algo más que espectadores pasivos.

Queremos destacar también el trabajo incansable y elogiable de tantos y tantas que han actualizado puntualmente la información sobre Grecia, traducido textos, realizado charlas, organizado acciones y colaborado en la solidaridad con los compañeros griegos. A todos ellos les reconocemos un gran valor y de su trabajo se nutre este texto. Pero creemos que es necesario un esfuerzo más. Tenemos que extraer todas las consecuencias posibles de lo que está sucediendo en Grecia y evitar caer en errores demasiado comunes como preocuparnos más por las siglas y los ismos que por lo que está ocurriendo.]

Madrid, marzo de 2009

 

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