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Medio Oriente :: 14/01/2010

El terrorismo es el precio que se paga por apoyar a déspotas y dictadores

Seumas Milne
[Traducido del francés para La Haine por Felisa Sastre] Mientras dispersaban violentamente a los manifestantes en El Cairo, Netanyahu era recibido con los brazos abiertos

En lugar de preservar su soberanía, el gobierno egipcio la ha vendido al extranjero para seguir recibiendo su financiación y mantener su despotismo dinástico, renunciando a cualquier pretensión a desempeñar un papel histórico como líder del mundo árabe.

Hosni Mubarak, cómplice siempre dispuesto a agradar, ha desempeñado a la perfección su papel de jarrón decorativo al servicio del imperialismo occidental y de su agente local israelí. En la foto, Hosni estrecha la mano de su amo, el aprendiz de criminal de guerra, Barack Obama.

Si una superviviente del Holocausto, con 85 años, hubiera hecho huelga de hambre en apoyo de un pueblo asediado en cualquier otra parte del mundo, y si centenares de manifestantes, en su mayoría occidentales, hubieran sido tomados como objetivo de la policía y machacados, pueden estar seguros de que habríamos tenido noticias de lo sucedido. Pero como ha ocurrido en Egipto, apoyado por occidente, y no en Irán; y como los manifestantes apoyaban a los palestinos de Gaza, en lugar de, por ejemplo, a los tibetanos, la mayoría de los europeos y de los norteamericanos, no se han enterado.

Estas dos últimas semanas, dos grupos compuestos por centenares de activistas se han enfrentado con policías y militares egipcios para entrar en la franja de Gaza con el fin de expresar su solidaridad con la población sometida al bloqueo, al cumplirse un año del devastador ataque israelí.

Ayer por la tarde [6 de enero], el convoy Viva Palestina de George Galloway, con más de 500 personas que transportaban ayuda médica, fue finalmente autorizado a entrar en Gaza, con la excepción de 50 de sus 200 vehículos, tras haber quedado bloqueados varias veces, obligados a retroceder y sometidos a amenazas por miembros de las fuerzas de seguridad egipcias que les agredieron brutalmente el martes por la tarde [5 de enero] en el puerto egipcio de El Arish, lo que ocasionó decenas de heridos a pesar de la presencia de un diputado británico y de diez diputados turcos.

Estos sucesos se producían tras el intento de entrar en la franja de los 1.400 manifestantes de la “marcha por la libertad de Gaza”, llegados de más de 40 países- de los que sólo 84 habían sido autorizados a pasar la frontera. Eso es lo que indujo a Hedy Epstein, cuyos padres murieron en Auschwitz, a negarse a ingerir alimentos en El Cairo mientras se dispersaba violentamente a los manifestantes, y el primer ministro, Benyamin Netanyahu, era recibido con los brazos abiertos no muy lejos de allí.

Ayer, manifestaciones organizadas por los palestinos del otro lado de la frontera contra la violencia sufrida por el convoy Viva Palestina produjeron enfrentamientos violentos con las fuerzas de seguridad egipcias durante los cuales resultó muerto un soldado egipcio y numerosos palestinos sufrieron heridas.

Pero por mucho que la confrontación haya sido ignorada en occidente, para Oriente Próximo ha constituido un acontecimiento mediático que ha perjudicado gravemente a Egipto. Y mientras el gobierno egipcio afirma que no ha hecho más que mantener su soberanía nacional, los sucesos han dejado, por el contrario, bien clara su complicidad con el bloqueo de Gaza y con el castigo colectivo impuesto a su millón y medio de habitantes. Un bloqueo amparado por Estados Unidos y respaldado por la Unión Europea.

Israel, principal protagonista del estado de sitio, no controla más que tres lados de la franja de Gaza. Sin Egipto, que controla el cuarto, el bloqueo sería ineficaz. Pero después de haber tolerado los túneles que han salvado a los habitantes de Gaza de la extrema hambruna, el gobierno de El Cairo, para completar el bloqueo, ha iniciado la construcción de un muro subterráneo de acero- denominado por muchos egipcios “muro de la vergüenza”- bajo la estrecha vigilancia de Estados Unidos.

Puede ser, en parte, porque el dictador egipcio Hosni Mubarak envejece y teme que se produzca un contagio a través de la frontera del gobierno de Hamás, elegido en Gaza, del que sus aliados ideológicos de la prohibida organización de los Hermanos Musulmanes pudieran tomar ejemplo para la celebración de unas elecciones libres en Egipto.

Pero existen dos factores que parecen haber desempeñado un papel decisivo para convencer a El Cairo a plegarse a las presiones estadounidenses e israelíes, y dar una vuelta de tuerca contra los palestinos de la franja de Gaza y sus partidarios. El primero, sería la amenaza estadounidense de retirar los centenares de millones de dólares de ayuda si Egipto no actuaba severamente contra el “contrabando” de armas y otros productos. El segundo, la necesidad de que Estados Unidos respalde la sucesión tan esperada y hereditaria de Gamal, ex banquero e hijo de Mubarak, en la presidencia del país.

Por ello, en lugar de salvaguardar su soberanía, el gobierno egipcio se ha vendido al extranjero para seguir recibiendo sus fondos y mantener su despotismo dinástico, sacrificando cualquier pretensión a desempeñar el papel histórico de líder del mundo árabe.

Desde un punto de vista internacional más amplio, es precisamente este apoyo de occidente a los gobiernos como el de Egipto, represivos y que no representan a nadie salvo a sí mismos, junto a su apoyo incondicional a la ocupación israelí y a la colonización del territorio palestino que están en el fondo de la crisis en Oriente Próximo y en todo el mundo musulmán.

Decenas de años de un apoyo, sediento de petróleo, a déspotas, desde Irán a Omán, de Egipto a Arabia Saudí, unidos al fracaso del nacionalismo árabe en la descolonización total de la región, han alimentado el islamismo, en primer lugar, y con posterioridad el surgimiento de su variante Al Qaeda hace ya más de diez años.

Pero, en lugar de comprender que la hostilidad natural al control extranjero de la región y de sus recursos era la raíz del conflicto, la respuesta desastrosa ha sido la de extender más aún la presencia de occidente, con nuevas y más destructivas invasiones y ocupaciones en Iraq, Afganistán y otros lugares. Y el corto romance del gobierno Bush con la democratización en Estados vasallos como Egipto, se ha abandonado con toda rapidez una vez que ha quedado claro que eran susceptibles de resultar elegidos.

Con Barack Obama, la lógica envenenada del cenagal imperialista ha conducido inexorablemente a la propagación de la guerra. Tras el atentado frustrado del vuelo a Detroit el día de Navidad, el presidente estadounidense ha anunciado esta semana dos nuevos frentes en la guerra contra el terrorismo, con Gordon Brown pisándole fielmente los talones: Yemen, donde se habría entrenado el aspirante a terrorista, y Somalía, donde Al Qaeda ha echado raíces en el lodazal de la guerra civil y de la desintegración social crónica.

La intensificación de las intervenciones militares occidentales en estos dos países va, sin duda, a agravar el problema. En Somalía ya sucedió cuando Estados Unidos apoyó la invasión etíope en 2006, que acabó con la relativamente moderada “Unión de los Tribunales Islámicos” y dio lugar a la aparición del movimiento Shabab, más extremista, y afín Al Qaeda, que ahora controla grandes zonas del país.

La ampliación del apoyo estadounidense al impopular gobierno yemení, ya enfrentado a una rebelión armada en el norte del país y a la amenaza de una secesión del sur rebelde- el único que consiguió en 1967 acabar con el régimen colonial británico- no puede sino echar gasolina al fuego.

El primer ministro británico ha tratado esta semana de convencernos de que el crecimiento de Al Qaeda en Yemen y Somalía, dejaba claro el hecho de que la estrategia occidental “funcionaba”, porque la escalada de la guerra en Afganistán y en Pakistán habría obligado a Al Qaeda a buscar nuevos santuarios en el exterior. En realidad, se trata de una prueba del grotesco fracaso de la guerra contra el terrorismo. Desde su lanzamiento en octubre de 2001, Al Qaeda se ha propagado desde las montañas de Afganistán a toda la región: Iraq, Pakistán, el cuerno de África y mucho más allá.

En lugar de reducir la ayuda occidental a las dictaduras y las ocupaciones que alimentan el terrorismo de las variantes de Al Qaeda, y en lugar de concentrar sus recursos policíacos para contrarrestarla, Estados Unidos y su aliados siguen repitiendo y extendiendo inexorablemente las monstruosidades que han producido este terrorismo. Es la receta para la guerra sin fin contra el terrorismo.


Seumas Milne es periodista y editor adjunto del periódico británico The Guardian

ado originalmente en inglés el 7 de enero de 2010. http://www.guardian.co.uk/commentis. Traducido del inglés por Claude Zurbach Info-Palestine.net

Mondialisation.ca, 10 de enero de 2010

 

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