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Europa :: 17/06/2016

El tratamiento mediático del movimiento social. Incontrolados y secuestradores

Saïd Bouamama
Francia: "Secuestrar así a los consumidores, a nuestra economía, nuestra industria; seguir con acciones que tienen por objetivo retirar el texto, eso no es democrático"

El movimiento de protesta contra la Ley [de reforma laboral] El Khomri es portada en los principales medios de comunicación [franceses] desde hace varias semanas. La inscripción en la duración le confiere una dimensión de analizador de estos medios de comunicación que parecen cumplir más que nunca una función social precisa, la que Serge Halimi denominó la de los «nuevos perros guardianes [1]» parafraseando a Paul Nizan [2] el cual atribuía esta función a los «filósofos» al servicio de las clases dominantes. Sin ser exhaustivo, el análisis de tres leitmotivs mediáticos permite cuestionar la producción cotidiana de una visión dominante que a pesar de su pátina de objetividad participa en las actuales luchas sociales.

Una violencia de incontrolados y de la CGT*

El discurso sobre los «incontrolados» es el primer leitmotiv que se despliega en todas las antenas. Se inscribe en un discurso más general sobre el «aumento de la violencia» irracional y/o ilegítima que se esgrime desde hace décadas para justificar una intensificación de las medidas de seguridad. Se trata de crear miedo para suscitar una demanda de «seguridad». Para poder desplegar este proceso de emergencia de una demanda de seguridad es necesario construir la violencia constatada como una «violencia sin causa», es decir, como una violencia patológica y/o resultante de la estrategia de una minoría invisible.

Así, se pone en escena la violencia como obra de una minoría de marginales. Según las circunstancias, esta minoría o bien se despolitiza, es decir, se achacan los actos de violencia que se le imputan al desclasamiento, a la descomposición o a la patología mental; o bien se sobrepolitiza la violencia y entonces se atribuye a una minoría política oculta que despliega una estrategia de desestabilización. Desde las revueltas de los barrios populares a las actuales manifestaciones pasando por la camisa [desgarrada] del director de recursos humanos de Air France, la violencia es sistemáticamente objeto de reduccionismos mediáticos cuyo punto en común es negar las bases materiales legítimas para la cólera social.

Por consiguiente, el efecto de los reduccionismos mediáticos es ocultar las causas de esta violencia, unas causas que, sin embargo, se acumulan desde hace décadas. Para comprender la emergencia de una violencia social es necesario tener en cuenta estas causas y no confundirlas con los «desencadenantes», que no son sino un canal de expresión que adopta tal o cual forma según las circunstancias y los canales disponibles. La revuelta de los barrios populares de noviembre de 2005 (y la violencia de los jóvenes sublevados que le caracteriza) que afectó a 400 barrios durante 21 días tiene como desencadenante el asesinato de Zyed y Bouna, pero tiene como causa el proceso generalizado de pauperización, de precarización, de discriminación y control social policial que padecen los habitantes de estos barrios. El actual movimiento social (y la violencia que caracteriza a una parte de los manifestantes) tiene como desencadenante la Ley El Khomri, pero tiene como causa la destrucción sistemática desde hace hace cuatro décadas ultraliberales de toda la seguridad social conquistada en el pasado y el aumento de la diferencia social entre la clase que se enriquece y las que se pauperizan.

La confusión entre «desencadenante» y «causa» es parte integrante de los procesos de dominación que participan en la invisibilización de las causas estructurales. Además, permite legitimar la violencia represiva. No es inútil recordar lo que decía el brasileño Helder Camara al respecto: «Hay tres tipos de violencia. La primera, madre de todas las demás, es la violencia institucional, la que legaliza y perpetúa las dominaciones, las opresiones y las explotaciones, la que aplasta y cercena a millones de hombres en sus engranajes silenciosos y bien engrasados. La segunda es la violencia revolucionaria, que nace de la voluntad de abolir la primera. La tercera es la violencia represiva que tiene por objetivo asfixiar a la segunda haciéndose cómplice y auxiliar de la primera violencia, la que engendra todas las demás. No hay peor hipocresía que llamar violencia solo a la segunda fingiendo olvidar la primera, que la hace nacer, y la tercera que la mata [3]».

La negación de la violencia institucional de la que habla Helder Camara pasa por reducir la violencia únicamente a su forma externalizada. Supone la negación de la primera reacción de las víctimas que generalmente es volver la violencia contra sí mismas o contra las personas cercanas. En efecto, la violencia institucional funciona sobre la base de la invisibilización del agresor por su inscripción en unas medidas en apariencia no violentas, pero que tienen unos efectos destructores en la existencia de las personas que las padecen. Solo cuando la víctima es capaz de establecer relaciones, de localizar la fuente de esta violencia invisible, de disponer de un blanco, etc., su reacción tiende a orientarse a otras respuestas y, entre otras cosas, a una violencia externalizada hacia un director de recursos humanos, un policía o un ministro.

El hecho de que la cólera de los manifestantes sea virulenta, de que una parte de ellos la exprese de manera más radical y otra parte busque el enfrentamiento, etc., estas constates son evidencias. Pero estas constates hablan de unas consecuencias cuyas causas son anteriores. Como pone de relieve la socióloga Isabelle Sommier, «la Ley El Khomri no ha sido sino el catalizador, la “gota que colma el vaso” del cúmulo de quejas y de indignaciones contra el Estado de urgencia, la suerte y los discursos sobre los migrantes, la continua precarización del trabajo o incluso el clima general de un calamitoso mandato presidencial [4]». Así, la negación de las causas es un primer procedimiento de las mentiras mediáticas sobre el movimiento social.

Una estrategia de la tensión

A las causas estructurales provenientes de las violencias estructurales se añaden otras coyunturas que los poderes públicos ponen en acción conscientemente. Estamos ante una elección de doctrina en la relación con los manifestantes. «Se pasa de una concepción en la que se mantenía a distancia a unos manifestantes a una concepción en la que se apunta a estos manifestantes. Es flagrante con la Flash Ball [5]», observa la jurista Aline Daillère, responsable de los programas policía-cárcel-justicia para Francia de la ONG «Action des Chrétiens pour l’Abolition de la Torture, ACAT [Acción de los Cristianos para la Abolición de la Tortura]).

Otro aspecto de la nueva doctrina es la excesiva presencia policial. El despliegue de una cantidad desproporcionada de policías vestidos y armados como para ir a la guerra se inscribe en una estrategia de la tensión con el objetivo de aislar a un movimiento que se sabe que es popular. Lo mismo ocurre con la táctica que consiste en cortar las comitivas de manifestantes, cuyo resultado es encerrar en una nasa a una parte de estos, lo que solo puede suscitar un rebrote de tensión. Hasta el más pacífico de los manifestantes ve cómo su cólera asciende un entero al verse así. Simplemente se busca el enfrentamiento. Aunque no hay que excluir la presencia de provocaciones en forma de policías disfrazados, esta maniobra no es más que una herramienta más de una estrategia global de tensión.

El discurso mediático, por su parte, comenta estos hechos de manera militar invirtiendo una vez más las causas y las consecuencias. Por ejemplo, la costumbre de hacerse gasear lleva al uso generalizado de pañuelos y la de hacerse aporrear al uso de cascos por una parte de los manifestantes. Los medios dominantes analizan doctamente estas consecuencias como la prueba de una «militarización» de una parte de los manifestantes. Esta supuesta militarización aparece a partir de ese momento como justificación del exceso de presencia policial, que de causa se transforma en consecuencia.

El objetivo de esta elección de doctrina es contrarrestar la posible masificación del movimiento social. El verdadero objetivo de la nueva doctrina es disuadir a las personas contrarias a esta ley de venir en familia a gritar su rechazo. Contribuye a este objetivo la cobertura mediática sin investigación, construida a partir de las declaraciones oficiales únicamente de los prefectos y que se despliega sobre una base sensacionalista. Testimonio de ello son actualmente unas coberturas de unas manifestaciones que cuantitativamente son importantes con imágenes solamente de los enfrentamientos. El ruido de las granadas cubre el de las consignas reivindicativas.

El secuestro

El discurso de los ciudadanos «secuestrados» es el segundo leitmotiv mediático y político concerniente al movimiento social actual. «Secuestrar así a los consumidores, a nuestra economía, nuestra industria; seguir con acciones que tienen por objetivo retirar el texto, eso no es democrático», clama [el primer ministro francés] Valls el 23 de mayo. «Me cuesta aceptar que se secuestre a franceses», le responde en eco [la ministra de Trabajo francesa] Myriam El Khomri al día siguiente. «No hay un solo día sin que haya una huelga, un movimiento de protesta, que unas personas secuestren a ciudadanos franceses», encadena Nicolas Sarkozy el mismo día. El discurso es el mismo del gobierno a la derecha, desde la patronal a los diferentes expertos y consultores mediáticos que pululan en los platós.

No es un discurso nuevo. El principio mismo de un movimiento social es hacerse oír y para ello, visibilizarse. Esto supone poner trabas al funcionamiento habitual de la vida social. Estas formas de acción son tan antiguas como los movimientos colectivos y si sus formas no son similares cuanto menos son comparables: bloqueo de los ejes de transporte, paralización de equipamientos estratégicos, etc. La cobertura mediática y política a partir de la expresión «secuestro» tampoco es nueva, aunque es más reciente. Nace del contexto ideológico ultraliberal que niega toda legitimidad a lo colectivo a beneficio únicamente del enfoque individual. Su frecuencia mediática es un indicador de la imposición de la ideología ultraliberal en nuestros medios de comunicación. También se transformó mediáticamente en secuestradores tanto a los camioneros de 1992 y 1996 como a los trabajadores ferroviarios de diciembre 1995 [6].

Al elegir esta expresión para cubrir las acciones colectivas el discurso mediático dominante toma postura (conscientemente o no, el resultado es idéntico) contra el movimiento social. La atención sobre los retos y las causas del conflicto se desvía hacia una atención sobre las consecuencias del conflicto. Los «bloqueos» ya no aparecen como un medio para hacerse oír, sino como una estrategia egoísta que no tiene en cuenta al ciudadano medio transformado en víctima impotente. La escena del viajero en un andén de estación durante una huelga se vuelve así imprescindible en los telediarios. Ya no se trata de preguntar a un ciudadano sobre la Ley El Khomri, sino de preguntar a un individuo reducido a la única dimensión de consumidor sobre los obstáculos al acceso a un bien o servicio. El ciudadano que cede el sitio al consumidor es, en efecto, el ideal de las clases dominantes contemporáneas que construyen los medios dominantes.

El discurso dominante sobre el secuestro tiene muchos efectos. Activa el imaginario del terrorismo y de la necesaria intervención contundente de las fuerzas del orden. Abre y fomenta una lógica de «aumentar la puja». La derecha denuncia el supuesto laxismo del gobierno con un Sarkozy que pide al gobierno que «devuelva el orden y la autoridad en el país». El Frente Nacional en boca de Marion Maréchal Le Pen le hace eco considerando que «ante los incontrolados como en la CGT que secuestra a los franceses, la única respuesta del Estado debe ser la firmeza». Por lo que se refiere a [el presidente de la patronal francesa, MEDEF] Pierre Gattaz, pide al gobierno «no ceder al chantaje, a las violencias, a la intimidación, al terror», de «minorías que se comportan un poco como gamberros, como terroristas».

No se puede cerrar esta parte sin aludir a nuestros queridos expertos, consultores y editorialistas diversos. Sus explicaciones que pretenden ser sabias se reducen a una sola causalidad que resume de la siguiente manera Nathalie Saint-Cricq en el telediario de las 20:00 horas del 23 de mayo en el canal France 2: «Esta estrategia está justificada por un resultado en caída libre en la CGT [7]». Se ha dado el tono y la misma plantilla explicativa se vuelve a encontrar a la mañana siguiente en Le Figaro en la pluma de Gaëtan de Capèle y en Libération en la de Laurent Joffrin, antes de extenderse a gran parte de la prensa regional. Por consiguiente, no hay ninguna base material para la cólera y la violencia que suscita. Todo se reduciría a la manipulación por parte de la minoría actuante que sería la CGT.

No es necesario recurrir a ninguna teoría del complot para explicar la producción de semejante discurso reductor. Hace tiempo que se pusieron en evidencia las causalidades: «Dificultad para liberarse de las fuentes institucionales, para desarrollar un periodismo de investigación y de explicación de casos complejos. Dificultad para superar el etnocentrismo profesional y para dar cuenta, no con complacencia sino con comprensión, de movilizaciones de medios sociales muy alejados del medio de las elites periodísticas [8]». Si añadimos la búsqueda de sensacionalismo para aumentar la audiencia, la línea editorial que puede ser impuesta, la endogamia con los poderosos, etc., estamos, efectivamente, en presencia de «perros guardianes».

Terminamos acercándonos a los barrios populares. En efecto, las mentiras mediáticas suscitadas por el movimiento social actual no dejan de recordar las desplegadas de manera casi permanente desde hace cuatro décadas contra los barrios populares y sus habitantes. También en este caso los discursos mediáticos niegan las causas estructurales para centrarse solamente en los desencadenantes y/o en las consecuencias.

También para ellos se despliegan las dos imágenes de la violencia patológica y de la violencia de una minoría invisible. También en ellos el exceso de presencia policial se construye mediática y sistemáticamente como una consecuencia y nunca como una de las causas de las violencias relatadas. El movimiento social actual es ya el único que pone en tela de juicio las estrategias de intervención de las fuerzas del orden y la doctrina implícita que comportan. Sin embargo, existe una diferencia y es de peso: el aislamiento de los barrios populares en general y de sus habitantes surgidos de la inmigración en particular. Mientras que ahora hay que contar por cientos las muertes de jóvenes surgidos de la inmigración asesinaros por policías, las construcciones mediáticas de los hechos han logrado por el momento aislar las luchas contra las violencias policiales de los barrios populares. La indiferencia respecto a los barrios populares prepara la generalización de los procedimientos que se han experimentado en ellos al conjunto de las protestas sociales.

________________

Notas:

[1] Serge Halimi, Les nouveaux chiens de garde, Raison d’agir, París, 2005. [Traducción al castellano de Graciela Vigo, Los nuevos perros guardianes, Tafalla, Txalaparta, 2002].

[2] Paul Nizan, Les chiens de garde, Agone, París, 2012. [Traducción al castellano de Manuel Serrat Crespo, Los perros guardianes, Barcelona, Península, 2013].

* El sindicato CGT (siglas en francés de Confederación General del Trabajo) es mayoritario en Francia. (N. de la t.)

[3] Dom Helder Camara, Spirale de violence, Desclée de Brouwer, París, 1970. [Traducción al castellano de Alejandro Sierra, Espiral de violencia, Salamanca, Sígueme, 1970].

[4] Isabelle Sommier, “Qui sont vraiment les casseurs ?”, http://www.lesinrocks.com/2016/05/21/actualite/qui-sont-vraiment-les-casseurs-11829657/, consultado el 2 de junio a las 14:00 h.

[5] Aline Daillère, “Violences policières : un rapport dénonce un risque d’impunité des forces de l’ordre”, Le Monde, 14 de marzo de 2016, http://www.lemonde.fr/police-justice/article/2016/03/14/violences-policieres-un-rapport-denonce-un-risque-d-impunite-des-forces-de-l-ordre_4882121_1653578.html, consultado el 2 de junio de 2016 a las 15:20h.

[6] Thomas Chenevier y Laurent Ladouari, Prise en otage, prise à témoin : de la médiatisation des conflits sociaux, Annales des mines, noviembre de 2000, p.36.

[7] “Daniel Schneidermann, Nathalie Saint-Cricq et ses deux amies, face aux dynamiteurs CGT”, http://rue89.nouvelobs.com/2016/05/24/nathalie-saint-cricq-deux-amies-264118, consultado el 2 de junio de 2016 a las 18:30 h.

[8] Erik Neveu, Sociologie des mouvements sociaux, La Découverte, París, 1996, p. 109. [Traducción al castellano de Ainhoa Casado de Otaola, Sociología de los movimientos sociales, Barcelona, Hacer, 2002].

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