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Mundo :: 14/10/2005

El incendio checheno se extiende

Dabi Lazkanoiturburu
El asalto guerrillero en la capital de Kabardino-Balkaria era una crónica anunciada. Hace un mes augurábamos que esta pequeña república, escenario de un levantamiento islamista de oposición a su corrupto Gobierno, iba a ser escenario de la por ahora última réplica del seísmo que sacude al Cáucaso desde hace 150 años

Kabardino-Balkaria es una de las siete pequeñas repúblicas del Cáucaso Norte, entre ellas Chechenia, un puzzle de pueblos tal que, en comparación, los Balcanes se pueden considerar un desierto de uniformidad.

Pero sobre ese puzzle destacan dos elementos que amalgaman a la gran mayoría del centenar largo de pueblos que habitan esas indómitas tierras. De un lado, la religión, el islam, que les separa del conquistador ruso ortodoxo. Y de otro, la voluntad política de configurarse en una suerte de confederación caucásica. Uno y otro aspecto aparecen además imbricados en la historia de resistencia al dominio (zarista primero, soviético después, «democrático» actualmente) ruso.

Varios han sido los intentos de crear esa unión caucásica. Desde las revueltas guerrilleras islamistas del siglo XIX, pasando por la temprana traición de los revolucionarios de octubre a la idea de reconocer una república socialista soviética de los pueblos del Cáucaso y culminando en un nuevo intento, a la vera del triunfo del «demócrata» Boris Yeltsin, a principios de la década pasada.

El Kremlin ha reaccionado siempre con el desprecio y, en el caso de Stalin, forzando entidades autónomas ficticias en las que concentraba a pueblos distintos, en un intento de enfrentarlos entre sí. Kabardino-Balkaria es un ejemplo de ello, como la vecina Karachaievo-Cherkesia.

Tras la Segunda Guerra Mundial, los kabardinos, mayoría de la población y que hablan adigués, no sufrieron la deportación con la que Stalin castigó a los balkaros, de habla turca y que son minoría incluso frente a la minoría rusa que habita la república. Tras la desestalinización promovida por Kruchev, y al igual que les ocurrió a los supervivientes de los deportados chechenos e ingushes, los balkaros que regresaron vieron cómo sus casas y sus tierras habían sido ocupadas por rusos y tabardos. Viejas historias y viejos intentos rusos por enfrentar a unos grupos contra otros, que siguen fracasando en estos albores del milenio.

Yeltsin, y luego Putin, intentó castigar la tozudez de estos pueblos por sobrevivir castigando al más indómito de entre ellos, el checheno. Diez años y dos guerras después, la guerra chechena se expande a otras repúblicas, y lo hace desde dentro, desde el profundo malestar de estos pueblos, en los que el islamismo político y armado ganan fuerza cada día que pasa.

Daguestán vive una guerra de baja intensidad desde 1999. La capital de Ingushetia fue escenario de un asalto similar al de Nalchik hace año y medio, asalto que precedió a la toma de rehenes de la escuela de Beslan, seguida del sangriento asalto militar ruso en setiembre de 2004.

Occidente fija su mirada donde Moscú quiere, en Chechenia. Pero los alzados en armas son también naturales de Daguestán, de Ingushetia, de Kabardino-Balkaria. La lista de pueblos es larga y, pronto, los medios asistiremos sorprendidos al siguiente levantamiento allá en las altas montañas coronadas por el Elbrus.

Putin incendió Chechenia y el fuego se extiende por el Cáucaso Norte. Debería pensar en apagarlo o, de lo contrario, el humo podría comenzar a ser visible desde las murallas del Kremlin.

Gara

 

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