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Mundo :: 06/06/2014

Ex-guerrillero presidente de El Salvador. El discurso: en paz con la paz

Dagoberto Gutiérrez
En el discurso de investidura, siguiendo con su política de pactos, no aparecieron dos factores cruciales: la guerra social y la parálisis del movimiento social

Un discurso es una estructura de palabras sinfónicas que expresan ideas en armonía y, casi siempre, buscan el propósito de instalar en la cabeza del oyente o del lector, un determinado mensaje o una o dos ideas fundamentales. Por eso el discurso es siempre una especie de juego dialógico e intercambio de ideas.

Cuando un gobierno se instala, el discurso del nuevo presidente expresa, supuestamente, el pensamiento político, su filosofía y los principales lineamientos de su gestión. Todo este planteamiento se instala en el país concreto, en el momento concreto y en las circunstancias concretas.

El discurso de Salvador Sánchez Cerén llama la atención por tratarse de una especie de texto sin contexto. Todo gobierno es tal en determinadas condiciones históricas de un país y resultan ser, estas condiciones, factores determinantes tan importantes que, constituyendo el contexto histórico, llegan a determinar lo que un gobierno puede hacer o debe hacer en ese país.

Actualmente, en El Salvador son dos los factores que ante el nuevo gobierno deben ineludiblemente ser registrados, y no aparecieron así en el referido discurso. Estoy hablando de la guerra social y de la parálisis del movimiento social. En el caso de la guerra, se trata del fenómeno que empezó a larvarse en el filo del fin de la guerra civil, cuando se pactó políticamente, se establece un partido político con el mismo nombre del antiguo frente guerrillero, ya desaparecido para ese entonces, y se renuncia a la post guerra, como una manera de evitar toda referencia a la guerra de veinte años. Se buscaba ganar la mayor cantidad de votos en las elecciones que siguieron a los "acuerdos de paz".

Estas decisiones fueron letales para la continuidad del proceso político, aunque aseguraron la continuación del régimen político que la guerrilla del FMLN había combatido con tanto éxito. Por esto mismo, el neoliberalismo fue aplicado sin anestesia y rápidamente se abrieron las puertas para que un nuevo partido se incorporara al viejo sistema político, y se cerraron las puertas para que los seres humanos pudieran reducir su pobreza, la explotación y la opresión.

Todo fue construido al servicio de la exclusión más aberrante. Y lenta, pero seguramente, una nueva guerra, la guerra social, sustituye a la guerra civil que recién terminaba. El neoliberalismo pleno agota al Estado, lo hace a un lado y establece el reinado total del mercado. Así, se crean todas las condiciones para la construcción de una nueva guerra en la que miles de jóvenes y adultos se convierten en combatientes. Alineados en un ejército de las sombras, fuertemente armados, son capaces de controlar el territorio físico y social del país.

Responden a las políticas del FMLN de instalar el miedo total en la subjetividad de las personas, de hacer que la defensa de la vida sea el bien supremo amenazado, de contribuir a la emigración de los más valientes y audaces, de morder a los de abajo sin tocar a los de arriba, de desarrollar un proyecto político que busca controlar el aparato del Estado para ponerlo a su servicio. Pues bien, ocurre que esta guerra social es llamada problema de seguridad, como si fuera un detalle, sin referirse a esa guerra que es el factor dominante de la coyuntura y del periodo histórico.

Cuando el nuevo presidente ignora esta circunstancia está ignorando el contexto y el escenario real en que su gobierno se instala.

El otro aspecto es el de la parálisis del movimiento social. Porque resulta alucinante que un gobierno a instalarse, cuente con el silencio de organizaciones de trabajadores, obreros, estudiantes, profesionales, campesinos. Que no haya exigencias ni demandas, como si nadie tuviera qué demandar ni pedir, y sean las cúpulas empresariales las únicas fuerzas con voz, con ideas y con banderas de lucha en nuestro país.

Este silencio social, que es silencio popular, resulta aparentemente, y solo aparentemente, favorable para el nuevo gobierno, que pudiera entender que ese flanco social y popular está asegurado, porque ahí está la gente que votó por él, que siempre lo hará y que no tienen nada que reclamarle, ni pueden hacerlo. De tal manera que puede dedicarse a entenderse y dialogar con las cúpulas empresariales que sí tienen voz, tienen ideas y reclamos. Todo esto puede entenderse como favorable al nuevo gobierno y desfavorable para estos sectores populares paralizados, porque entonces, nadie, mucho menos el gobierno, atenderá demandas inexistentes ni necesidades cuyas soluciones no se exigen. Ellos son, en todo caso, un flanco asegurado.

Pero el gobierno descuida la necesidad que puede tener de que las fuerzas sociales apoyen ciertas medidas, respalden ciertas políticas, sobre todo cuando se observa que las cúpulas empresariales y ARENA han hecho una declaración de guerra al nuevo gobierno. Y no se ve, hasta ahora, que ningún diálogo o negociación reduzca la resistencia de una oligarquía que no termina de creer en un gobierno que jura fidelidad y lealtad, pero que necesita que estos sectores paguen un poquito, solo un poquito, más de impuestos.

En ninguna parte del discurso encontramos referencia a los hondos problemas estructurales del país, y por eso, no aparecen políticas que aborden la estructura de la economía y del poder. Y todo el planteamiento guarda una paz con el orden establecido, buscando, simplemente mejorar los aspectos en donde es necesaria esa mejoría, como si todo estuviera en paz. Por eso en el terreno económico, de lo que se trata es del crecimiento de esa economía, tal como reza el Banco Mundial o el FMI, sin pensar tan siquiera en la necesidad de una nueva economía, o de un nuevo poder político. El discurso nace dentro del orden, se mueve en ese terreno, y no sale de él. Se trata de una paz dentro de la misma paz. Podemos estar seguros que en las cúpulas empresariales será bien recibido.

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