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Mundo :: 15/03/2017

Francisco I, la gran impostura

Rubén Amón
El principal mérito de Jorge Mario Bergoglio en estos primeros cuatros años de legislatura consiste en decir que lo ha cambiado todo sin haber cambiado nada

Un ejercicio de prestidigitación que requiere la devoción de una sociedad crédula y sensiblera. No estamos en los tiempos de las verdades —no digamos ya las teologales—, sino en la época de las percepciones y de las sensaciones [las posverdades].

Y a Francisco I se le percibe y se le siente unánimemente como un revolucionario sin haber modificado un milímetro la doctrina de la iglesia en los asuntos terrenales: ni comunión a los divorciados, ni reconocimiento a los derechos de los homosexuales, ni compromiso con el peso de la mujer en la iglesia, ni tolerancia normativa con el aborto, los anticonceptivos o la estirpe descarriada de los adúlteros.

Podrá objetarse que las leyes de la iglesia están escritas en piedra. Y que no tiene sentido someterlas al calentón de los debates contemporáneos. El problema es que a Francisco I se le ha atribuido la proeza de haber emprendido una gran reforma, cuando ni siquiera ha rebasado el estadio preliminar de las insinuaciones y de la cosmética.

La explicación reside en su carisma y en sus facultades de telepredicador. Francisco I ha logrado un estado de gracia que irrita a los católicos ortodoxos y que arroba a los ateos. Un papa cercano a Cristo y alejado de Dios. Que ha decidido hacerse hombre. Que ha sacrificado el primado. Y que ha renunciado al poder ritual y a la sugestión metafísica para sentirse cerca del prójimo y sentarse en el banco de la feligresía. Semejante rectificación del privilegio pontificio ha redundado en su reputación de papa canchero y colega.

Es atractiva la idea de un pontífice vulnerable. Un príncipe de la iglesia al que sabotean los susurros de la Santa Sede. Y al que se pretende "asesinar" porque Francisco I representa supuestamente el antídoto providencial al inmovilismo. Fantasea la sociedad con su papa histórico. Se le atribuyen palabras que no ha dicho y proezas que no ha hecho. Y se piensa que está cumpliendo incluso un programa que no prometió.

¿Es un impostor el papa Francisco I? La pregunta aloja matices blasfemos por la corpulencia sagrada del sujeto. Y no requiere una respuesta afirmativa, pero sí invita a cuestionar la canonización en vida que está experimentando Francisco I. La suya es una revolución de las formas, una catarsis de las apariencias cuya repercusión ha engendrado el neologismo del "papulismo", una suerte de populismo papal que relaciona a Bergoglio con las homilías buenistas, que fomenta las aspiraciones elementales —la paz y el amor— y que ha sensibilizado a la izquierda agnóstica y atea como encarnación de la demagogia.

Francisco I es el papa de Podemos. El papa de Maduro y de Kirchner. Una correlación bolivariana de la iglesia [aunque luego ataca al Gobierno chavista]. Un libertador del capitalismo. Un ariete del movimiento ecologista. Y un hombre al que hemos convertido en santo porque la impostora aquí es [también] la sociedad.

El País. Extractado por La Haine

 

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