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Mundo, Argentina :: 24/07/2020

Frantz Fanon y las máscaras blancas al sur del mundo

Gonzalo Armúa
En un nuevo aniversario de su nacimiento, recordamos al autor de obras claves para entender y transformar a nuestras sociedades abigarradas de máscaras blancas

A casi 60 años de su muerte y en un nuevo aniversario de su nacimiento (20 de julio de 1925), sus contundentes palabras siguen abriendo nuevas reflexiones. Si en Los condenados de la tierra nos da pistas del proceso de descolonización, en Piel negra, máscaras blancas, nos permite pensar cómo funciona la psiquis desgarrada de los sujetos colonizados. En una realidad surcada por golpes de Estado, racismo, proyectos políticos reproductores del odio, grandes franjas de las sociedades movilizadas contra el sentido de igualdad y la defensa de privilegios, incluso de sus opresores, se hace necesario volver a visitar al joven doctor Frantz Fanon para entender y transformar a nuestras sociedades abigarradas de máscaras blancas.

En 1952, su controvertida tesis de grado llevaba originalmente el título de Un ensayo sobre la desenajenación del negro, pero, por sugerencia de un editor amigo, logró publicarse como Piel negra, máscaras blancas. En esta, da una serie de pistas para entender la mentalidad colonizada, tal vez hiper-insuflada de miedo y rencor de muchos sectores medios en el tercer mundo.

Las máscaras que bajaron de los barcos

Hay un elemento que Fanon estudiará y analizará durante años, que puede ser de utilidad en estos tiempos. Es la aceptación, por parte del sujeto dominado, de los valores, formas y significados del propio dominador, y rechazar al mismo tiempo a los suyos. El sistema racial-colonial pone al dominador blanco como parámetro de todo y eso hace que la supervivencia y los privilegios se escalonen y reproduzcan por los colonizados. Adoptando las máscaras blancas del colonizador, haciendo suyos los significados de esa civilización y hundiendo sus propios significados, los de esa otra realidad negada. En nuestro país, este rasgo estará marcado por la dicotomía “civilización o barbarie”, fundada por Domingo Faustino Sarmiento y re-actualizada cada cierto tiempo, pero con una constante evidente: el deprecio al indio, al negro y todo aquello que “no bajó de los barcos”.

Comentará nuestro autor en una de sus obras: “Hemos conocido, y desgraciadamente seguimos conociendo, compañeros originarios de Dahomey o Congo que se llaman antillanos; hemos conocido y todavía conocemos antillanos que se sienten ofendidos si se les supone senegaleses. Y es que el antillano es más ‘evolucionado’ que el negro de África (entiéndase bien, que está más cerca del blanco). Los originarios desprecian a los fusileros; el antillano reina como señor indiscutible entre toda esta despreciable Negrada”. Y el “medio pelo” argentino se cree dios por sobre el rey antillano, se podría agregar.

La “cultura inferior” se niega como diferente y así llega a compartir con la “cultura superior” las convicciones, doctrinas y otros considerandos que le conciernen. Se liquidan sus sistemas de referencia y se derrumba su cultura. No le queda al autóctono más que “reconocer con el ocupante que Dios no está de su lado”.

“Los civilizados hablan mejor”

La lengua es el elemento que hace al ser humano lo que es. Podemos decir que, antes del individuo, hay una comunidad, porque hay un conjunto de significados comunes que permiten la comunicación. Por eso, la lengua hace al sujeto, lo cobija en una cultura. Ahora bien, cuando esa cultura es superpuesta, es impuesta sobre otra, sobre otras, de forma violenta y sistemática, parece generarse un sujeto desgarrado.

Fanon explica que hablar significa emplear una cierta sintaxis, poseer la morfología. Pero, fundamentalmente, es asumir una cultura, soportar el peso de una civilización. Es decir que, al tener que incorporar un sistema simbólico del dominador, se obliga a pensar dentro de los esquemas de éste. Pero, además, el uso de esta lengua es una forma de ejercer el poder y ese poder será mayor mientras más cerca se esté de la metrópoli. De esta forma, “el negro antillano será tanto más blanco, es decir, se parecerá tanto más al verdadero hombre, cuanto más y mejor haga suya la lengua francesa”.

Jorge Cafrune, otro revolucionario y maestro de la música argentina, llegó a la misma conclusión por otros caminos, pero sintiendo el mismo poder opresor de la oligarquía local, esta, a su vez, sumisa y semicolonial. Cafrune, en Quién, canta con cierta ironía: “Lastima que no entienda de lengua fina pa’ ser señor, y ahh según dijo aquel día el patrón, que en Inglaterra se habla mejor. Me lo contó un día el patrón”.

Todo pueblo colonizado -todo pueblo en cuyo seno haya nacido un complejo de inferioridad a consecuencia del enterramiento de la originalidad cultural nacional local- se sitúa siempre, se encara, en la relación con la lengua de la nación civilizadora, es decir, de la cultura metropolitana. “El colonizado escapará tanto más y mejor de su selva cuanto más y mejor haga suyos los valores culturales de la metrópoli”.

Temor patológico a la “africanización”

La colonización ha cambiado de faz. El mercado omnipotente no necesita látigo. Construye subjetividades coloniales sin tener necesidad de una ocupación territorial.

En Argentina en 2020, el medio de comunicación de mayor poder, concentración monopólica mediante, y cabeza ideológica de la derecha actual, el diario Clarín, tituló hace unas semanas uno de sus artículos: “Hiperinflación, hambre y pandemia en Venezuela: la clase media desapareció y el país se ‘africaniza’”. ¿Qué quiso significar con ese “se africaniza”? Nuevamente, “la civilización” mide la realidad desde su prisma racista y explotadora. El problema no es solo el mensaje, sino que el público al cual va dirigido no notará el problema en tal enunciado. Es una buena síntesis de su forma de pensar. Un sujeto alienado, explotado, con aspiraciones a ser parte de la metrópoli, lo más lejos de Venezuela posible, por ser esta latina, india, no europea, no “civilizada”. Pero el verdadero terror para este sujeto desgarrado es llegar a ser “África”. Eso sí sería intolerable para quien añora ser una colonia norteamericana.

En contraposición, podemos decir que descolonizar, entonces, no es simplemente salir de la órbita de la colonización. Es también y, sobre todo, volver a soldar al ser humano con la humanidad mediante una práctica consciente de personalización, la cual debe ser integral, total y radical. De lo contrario, tendremos personas que protesten en la calle pidiendo la dominación colonial o colaborando con ella complacientemente. Esto no puede entenderse solo como una mala gestión comunicacional circunstancial o como el interés de una clase social beneficiaria de tal o cual política, sino como un proceso de largo aliento de epidermización de una forma de autonegación.

Civilizadamente decadente

La civilización occidental está en decadencia y esa decadencia es transmitida a quienes tienen como meta aspiracional seguir la imagen de la metrópoli. Si el colonialismo era la contracara de la ilustración y el progreso, la contracara sangrienta de la decadencia es difícil de imaginar en cuanto a su grado de perversidad. Tal vez un atisbo de esto se pueda ver en las sanguinarias prácticas, cada vez más habituales, de incendiar a personas en situación de calle.

Por eso, urge sacudir el caparazón de servidumbre construida durante siglos, considera Fanón, bajo el cual la “civilización blanca” y la cultura europea han impuesto una desviación existencial, para comenzar a desalienar la relación fijada por el colonialismo y la explotación, los valores y las construcciones culturales, humanas, que legan un mundo torcido. “Mirar lo propio con anteojeras”, diría Arturo Jauretche.

Sobre las elites locales, resta decir que nada ha cambiado, solo mantiene su rumbo habitual y, de esto, Fanon ya advertía en Los Condenados de la Tierra, cuando señaló: “No hay una verdadera burguesía, sino una especie de pequeña casta con dientes afilados, ávida y voraz, dominada por el espíritu usurario”.

Tal vez el camino de justificar nuestras prácticas transformadoras a los paradigmas de la “civilización” en decadencia no haga más que seguir dando aire a aquellos que culpan de la decadencia a los condenados de este sistema. Será hora de tomar otras de las reflexiones de Fanon para transformar el mundo y crear uno nuevo.

No rindamos, pues, compañeros, un tributo a Europa creando estados, instituciones y sociedades inspirados en ella. La humanidad espera algo más de nosotros que esa imitación caricaturesca y, en general, obscena.

“La explosión no ocurrirá hoy. Es demasiado pronto… o demasiado tarde”.

Notas

 

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