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Mundo, Estado español, Mundo :: 11/10/2017

Hackers rusos: ¿realidad o ficción?

La Jornada

Según The Washington Post, la megaempresa informática estadunidense Google habría detectado recientemente una inversión de decenas de miles de dólares procedente de Rusia en una campaña de desinformación política. Tal información armoniza con los señalamientos formulados por diversas dependencias gubernamentales y medios de EEUU en el sentido de que agentes rusos habrían incidido en forma determinante en el resultado de la elección presidencial de ese país en noviembre del año pasado, sin que hasta el momento se haya precisado si tal interferencia se concretó en forma de publicidad engañosa o bien mediante una manipulación ilícita de los sistemas utilizados en los comicios.

La semana antepasada un diario de Madrid [el inefable El País, quién si no] difundió supuestas versiones policiales extraoficiales, según las cuales un grupo de hackers ubicados en Rusia habría ayudado a las autoridades catalanas a mantener una página web en la que se ofrecía una relación de ubicaciones de casillas electorales para el referéndum del primero de octubre, aunque los nombres de los presuntos implicados correspondían en todos los casos a ciudadanos españoles que residen en España.

Los casos referidos se inscriben en una creencia que cobró vigor en la opinión pública el año pasado y que podría sintetizarse en la afirmación de Hillary Clinton, la aspirante demócrata que perdió la Presidencia ante Donald Trump, en el sentido de que ante Moscú, Washington ganó la guerra fría, pero perdió la guerra informática.

Un somero examen de la realidad indica claramente la improbabilidad de semejantes asertos. Por principio de cuentas, el país euroasiático dista mucho de ser una suerte de superpotencia informática como EEUU. La gran mayoría de las corporaciones que dominan los mercados mundiales del hardware y del software –como Apple, HP, Microsoft, Facebook e Intel, por mencionar algunas– son estadunidenses y operan desde su territorio, y otro tanto puede decirse de los centros de investigación de punta en materia informática; en cuanto a las más grandes empresas de seguridad digital, se concentran, en su mayor parte, en EEUU, Europa occidental e Israel, y no en Rusia.

Con relación a las aplicaciones de interferencia de telecomunicaciones, adulteración de datos e intercepción furtiva de cuentas internéticas, es sabido que los usuarios principales de esos instrumentos son las dependencias de inteligencia de Washington, empezando por la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés). Asimismo, los nodos de Internet más importantes pasan por territorio de EEUU.

Lo anterior significa, obligadamente, que la principal concentración de expertos en seguridad informática y su reverso, el hackeo, se ubica en suelo estadunidense, y que las posibilidades de interferir los sistemas (electorales o de otra índole) de ese país son más bien menguadas para una potencia informática mucho más modesta, como es el caso de Rusia.

En la segunda, es cierto, hay vacíos legales y ausencia de sistemas de control que la convierten en una plataforma ideal para la operación remota de hackers de todo el mundo. Pero hay un abismo entre esa realidad y la suposición de que el país o el gobierno de Vladimir Putin poseen equipos de hackers casi todopoderosos dedicados a alterar las realidades políticas de otras naciones. La información dura disponible (como la filtrada por Wikileaks y por Edward Snowden) indica, en cambio, que es la administración de EEUU la única dedicada a la vigilancia, la interferencia y el hackeo a escala global.

Aunque la misma naturaleza clandestina de esta clase de actividades hace imposible confirmarlo o negarlo categóricamente, resulta razonable pensar que los hackers rusos son un invento distractor, una proyección o una mera leyenda urbana, y que forman parte, eso sí, de campañas de desinformación que no provienen precisamente de las gélidas estepas.

 

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