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Asia :: 31/05/2009

¿Es Corea del Norte la verdadera amenaza?

Alan Maass
[Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre] Cuando se trata de la carrera de armamento en Asia Oriental, la fuerza motriz es el régimen estadounidense

El gobierno estadounidense tiene armas nucleares apuntando a Corea del Norte, una flota de barcos de la Armada permanentemente situada a lo largo de sus costas, y cerca de 100.000 soldados desplegados en Corea del Sur y Japón. Durante décadas, los sucesivos gobiernos estadounidenses han incumplido sus promesas de enviar ayuda humanitaria a la empobrecida población del Norte.

Pero de esto no se dice nada en lo publicado sobre la reacción internacional cuando el gobierno de Corea del Norte llevó a cabo una prueba nuclear el 25 de mayo.

Por el contrario, los líderes estadounidenses e internacionales, jaleados por los media, han culpabilizado en exclusiva a Corea del Norte de la amenaza de una escalada bélica.

La prueba nuclear era la segunda llevada a cabo por Corea del Norte. La bomba detonada en el subsuelo, era mucho más potente, se calcula que entre 10 y 20 kilotones- aproximadamente de la misma potencia destructiva de las dos bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki por EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial.

El mismo día, el ejército norcoreano hizo público que había lanzado tres misiles de alcance medio, y que el Gobierno había vuelto a poner en marcha un reactor nuclear que había prometido desmantelar en aplicación de una acuerdo de desarme alcanzado hace dos años en las negociaciones denominadas “de las seis partes”, en las que participaron China, Rusia, Japón, EE.UU. y las dos Coreas.

Estados Unidos y su aliado, Corea del Sur, por su parte, pusieron sus tropas en estado de alerta máxima, y los funcionarios estadounidenses presionaron al Consejo de Seguridad de la ONU para que impusiera sanciones. La secretaria de Estado, Hillary Rodham Clinton advirtió a Corea del Norte que tendría que afrontar las “consecuencias “ por lo que ella calificó de “acciones provocativas y beligerantes”.

La idea de que Corea del Norte representa una amenaza militar para EE.UU. es absurda. El país es desesperantemente pobre, con una renta per capita de menos de 2 dólares al día. Su ejército se encuentra a años de distancia de conseguir, según fuentes fiables, un misil de largo alcance que pudiera llegar al continente estadounidense, y mucho menos de fabricar un dispositivo nuclear que pudiera llevar a cabo esa misión.

Pero en la península coreana, la amenaza de una horrenda carnicería es mucho más inmediata. Se calcula que Corea del Norte tiene unos 750 misiles y 13.000 cañones de artillería dirigidos hacia Corea del Sur. Alrededor de 21 millones de personas viven en la zona metropolitana de Seúl, que se encuentra sólo a 35 millas de la frontera con sus vecinos del norte. Y, por supuesto, las fuerzas estadounidenses y de Corea del Sur disponen un arsenal mucho más destructivo. Una guerra podría ocasionar en unos días un millón de muertos civiles.

La retórica militarista del gobierno de Corea del Norte- y lo que es peor, los métodos represivos de sus fuerzas de seguridad contra los disidentes- facilita a los medios de comunicación descalificar a sus dirigentes como si fueran unos locos fanáticos. Pero cuando los funcionarios norcoreanos tienen razón al decir que sus intentos de desarrollar armas nucleares han sido disuasorios frente a un ataque estadounidense.

Cuando el gobierno Bush lanzó su “guerra contra el terrorismo”, Corea del Norte se vio incluida en la lista del “eje del mal” como posible objetivo una vez conquistado Afganistán. Pero en ningún momento se abordaron preparativos para una guerra estadounidense. Un alto funcionario de Corea del Norte declaró pocas semanas después de la invasión estadounidense de Iraq en 2003: “La guerra en Iraq ha sido una lección... la seguridad de un país sólo puede protegerse cuando se dispone de una fuerza disuasoria.”

Detrás del conflicto entre EE.UU. y Corea del Norte hay más de un siglo de ocupación colonial y dominación imperialista.

Con anterioridad al siglo XX, los gobernantes de China y Japón se habían enfrentado por controlar la península coreana. Tras derrotar a Rusia en la guerra de 1905, Japón convirtió Corea en una colonia suya, a la que explotó sin tregua con la ayuda de los inversores estadounidenses.

Después de la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. y la antigua URSS- aliados de guerra previamente- iniciaron su rivalidad con la Guerra Fría, y Corea se convirtió en el primer campo de batalla. La península fue “temporalmente” dividida.

En 1950, las fuerzas comunistas del Norte, apoyadas por la URSS, lanzaron una ofensiva con el objetivo de reunificar Corea. Estados Unidos respondió con una matanza a gran escala. Respaldado por la autoridad de la ONU, EE.UU. utilizó napalm para bombardear todas las ciudades del norte, reduciéndolas a ruinas.

Cuatro años de guerra acabaron en tablas, con un coste de alrededor de tres millones de muertos, y la línea de división previa quedó confirmada en el acuerdo de armisticio de 1953.

Acabada la guerra, los militares gobernaron en Corea del Sur con el apoyo de Estados Unidos. Sólo pasadas más de tres décadas de dictadura, el régimen se vino abajo, enfrentado a un movimiento de masas democrático alimentado por las huelgas de los trabajadores.

Corea del Norte adoptó el sistema represivo estalinista de sus patrones en Rusia y China. Aunque sus dirigentes todavía afirman que están aplicando el “comunismo”, Corea del Norte es el polo opuesto a una sociedad socialista democrática y con los trabajadores en el poder. El aparato estatal dirige la economía y la sociedad con mano de hierro, y el régimen promueve el culto a la personalidad, primero alrededor de Kim Il-sung, y en la actualidad con su hijo, Kim Jong-il.

Pero si Corea del Norte siempre ha estado muy militarizada, también ha tenido que hacer frente a medio siglo de amenazas estadounidenses y de sus vasallos del sur. A finales de los 1950, EE.UU. llevó armas nucleares a la península, violando el armisticio que había dado fin a la guerra. Y mantiene hasta la fecha una enorme fuerza militar desplazada en Corea del Sur y en el cercano Japón que constituyen una amenaza permanente para Corea del Norte.

Corea del Norte económicamente fue por delante de Corea del Sur hasta mediados de los años 1970, pero su creciente empobrecimiento se intensificó tras el colapso de la URSS en 1991. A mediados de los años 1990, el gobierno Clinton incrementó las tensiones mediante la reanudación de maniobras militares en la península y situando las armas nucleares, que antes estaban dirigidas hacia la URSS, apuntando a Corea del Norte. Según un funcionario del gobierno de Corea del Sur, EE.UU. había diseñado planes para derrocar al gobierno del norte y su incorporación a Corea del Sur.

En 1994, con Clinton en la Casa Blanca, se llegó a un acuerdo en el que gobierno norcoreano se comprometió a detener su programa de armas nucleares y EE.UU. a levantar su embargo comercial y financiero, ayudar a poner en marcha un programa de energía nuclear para uso civil y enviar fuel oil para la producción de energía eléctrica.

Clinton incumplió todas esas promesas, con la excepción del suministro de fuel oil y alguna ayuda alimentaria, por lo que la crisis se agudizó. En la década de 1990, se produjeron graves inundaciones que provocaron una hambruna en la que al menos murió el 10 por ciento de la población del país. En resumen, a pesar del acuerdo, el gobierno de Clinton siguió intensificando la presión contra el régimen con la esperanza de que se desmoronara.

Cuando George W. Bush llegó al poder, empeoró la situación al negarse a seguir con las negociaciones directas. La situación de las relaciones entre los dos países quedó reflejada en las racistas diatribas de Bush quien llegó a calificar a Kim Jong-il de “pigmeo”.

En la actualidad, el gobierno Obama y sus responsables de la política exterior no muestran señal alguna de estar dispuestos a cambiar el modelo. Por ejemplo, la embajadora de Obama ante la ONU, Susan Rice, declaró que quería garantías de que Corea “pagaría” por sus pruebas nucleares.

Nadie en su sano juicio quiere la proliferación de las armas nucleares pero, cuando se trata de la carrera de armamento y las amenazas de guerra en Asia Oriental, la fuerza motriz es el gobierno estadounidense. El auténtico desarme debería empezar con los soldados estadounidenses y las armas dirigidas a Corea del Norte desde hace más de medio siglo.

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