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Colombia :: 28/02/2013

¿Es Santos el enemigo agazapado de la paz?

Horacio Duque
Al ver que se malogra su gobierno y su reelección, el narco-presidente Santos actúa como el enemigo oculto de la paz y los diálogos de La Habana

Cuando el señor Belisario Betancur fue Presidente (1986), la época en que bajo sus ordenes se incendió el Palacio de Justicia ocasionando una tremenda tragedia humana, se dieron unos diálogos de paz pero los encargados del asunto desistieron de hacer su tarea por el sabotaje de los enemigos ocultos de la paz. Oto Morales Benitez se quejó de los francotiradores embozados de las negociaciones con los grupos guerrilleros.

Hoy, con varias experiencias a cuestas en materia de diálogos con la insurgencia, muchos observadores coinciden en señalar que los enemigos de la paz lo hacen a la luz del día, con franqueza y sin tapujos.

Sabemos que el señor Uribe Velez y su cohorte de seguidores realizan abiertamente una obstrucción a la Mesa de La Habana, descalificando y estigmatizando sus labores, recurriendo a todo tipo de recursos, a cual más sucio. Es la oposición de ultraderecha al actual proceso de conversaciones.

Hay también otro espectro de contradictores que se expresan visiblemente por los medios de comunicación. Todos generan controversia y escepticismo entre importantes sectores de la opinión ciudadana.

Así las cosas, el consenso generalizado es que hoy no existen los enemigos agazapados de la paz. Pero estamos equivocados.

A estas alturas del paseo lo que se puede inferir es que, en medio de las dificultades políticas al ver que se malogra su gobierno y su reelección en la Casa de Nariño, el señor Santos, tal vez mal aconsejado por JJ. Rendon, su asesor de cabecera, actúa como el enemigo oculto de la paz y los diálogos de La Habana.

Es la personalidad del dueño de la Casa de Nariño. Santos es una estructura psicoanalítica inestable y excesivamente volátil/inconsistente Tan pronto como llora por la muerte de Angélica Lozano, la líder de las víctimas que fue asesinada recientemente en el Cesar, lo encuentras departiendo con los militares a quienes felicita por su eficaz labor contra los enemigos de la "democracia" (justamente A. Lozano) que mueren en la trama de los "falsos positivos".

Es curioso, con la ayuda de su hermano Enrique, buscó organizar el proceso de acuerdos con la insurgencia revolucionaria y materializó un Acuerdo general para la superación del conflicto y la construcción de la paz, sin embargo la gestión de su parte es ambigua y en exceso contradictoria. Le prende una vela a Dios y otra al diablo. Más al diablo en la medida que lo invade la incertidumbre por su futuro político.

Santos cobra la forma del enemigo agazapado de la paz. No solo por la actitud de su Ministro de Defensa y la cúpula castrense, que es de franco y crónico sabotaje estatal al proyecto de la paz, sino por su más reciente desempeño político para descalificar con su discurso en el Caguan o en Antioquia, lo hecho hasta el momento en La Habana.

Santos debería ser más transparente con el país. Dejar tanto juego sucio. Es por su propio bien y el del país. Las vacilaciones lo matan y se llevan por delante a medio mundo.


Santos colapsa por crisis de legitimidad

La última encuesta sobre el gobierno del señor Santos, realizada por Gallup, es fatal. Casi el 50% de los colombianos tiene una imagen negativa sobre su gestión.

El jefe de la Casa de Nariño se raja en temas álgidos como la corrupción, el costo de vida y la violencia sociopolítica. Arrastra de tiempo atrás problemas vinculados con la impunidad de los "falsos positivos", la fracasada reforma a la justicia, el problema de San Andrés, la crisis de la salud, los males de la educación y la parálisis de la administración. Por supuesto, la quiebra de la industria y de la agricultura inciden en la inconformidad cívica que crece.

Santos, como expresión de la autoridad y encarnación del régimen político imperante, vive una aguda crisis de legitimidad que lo tiene colapsado; no tiene consenso social y los apoyos se le esfuman con el paso de los días.

La perdida de legitimidad quiere decir que cada vez son menos las actitudes positivas hacia el gobierno y el régimen político de la Prosperidad democrática, que es como se nombra el actual. No hay una legitimidad específica como conjunto de actitudes de adhesión al sistema de poder y a sus autoridades centrales, debido a la insatisfacción de determinadas demandas por determinados actos del gobierno. En tales circunstancias, el descontento -cuando se articula y expresa como parece ser lo que ocurre- repercute de forma inexorable en las autoridades y en las estructuras del propio régimen, que es lo que estamos registrando con las encuestas publicadas hoy martes 26 de febrero de 2013.

Hay dos indicadores centrales en la pérdida de legitimidad que no se pueden ocultar. El primero se refiere al estado del orden civil entendido como la ausencia del recurso no regulado y colectivo a la violencia, o a actos que amenacen con la violencia, o en que haya una alta probabilidad de violencia directa contra objetivos públicos o privados. Y el segundo, son las manifestaciones generalizadas de oposición/obstrucción al régimen y/o a las autoridades, cuyo origen se localiza, en nuestro caso, en grupos de ultraderecha fuertemente anclados en amplios grupos de la población.

Siendo así, la relación entre legitimidad y persistencia institucional se torna critica. Menos legitimidad quiere decir fragilidad en la sostenibilidad política de las instituciones. Es lo que lleva a pensar en términos de una potencial crisis de hegemonía como manifestación de que las actuales clases dominantes o el bloque dominante oligárquico va dejando de tener la dirección de las clases subordinadas de la sociedad, de los centros operativos de decisión y de operación del poder político (Estado), de los aparatos de intervención económica estatal, de los aparatos ideológicos (Iglesia, medios de comunicación de masas, aparato cultural y escolar) y de los aparatos represivos por antonomasia (Ejercito, politica, justicia). En suma, en una crisis orgánica que se traduce en una profunda crisis de legitimación que afecta a la dominación en la formación social comprometiendo a todo el orden social. Resulta valido preguntarse entonces los siguiente ¿será una Asamblea Constituyente la alternativa adecuada para sentar las bases de una nueva institucionalidad que recoja el consenso social y el apoyo popular como base de una nueva legitimidad política?

horacioduquegiraldo@gmail.com
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