lahaine.org
EE.UU. :: 11/06/2009

¿Por qué los economistas deberían aprender aritmética?

Dean Baker
[Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre] ¿Cuántos en el Gobierno han perdido sus empleos debido a no prever la burbuja? ¿O al menos han dejado de trepar?

La actual locura que circula entre los círculos de Washington es crear “un regulador sistemático de riesgos” para garantizar que el país nunca pueda sufrir otra crisis económica como la que padecemos ahora. Esta corriente forma parte de una maniobra de encubrimiento de lo que realmente va mal, y no tiene nada que ver con el problema de base que ha originado el colapso financiero y económico.

El hecho clave que cualquiera debería recordar siempre es que la historia del colapso no es compleja. No necesitamos grandes mentes que buceen en enormes cantidades de datos y desarrollen simulaciones increíblemente complicadas en los ordenadores para descubrir el problema subyacente a la economía. Sólo necesitamos que algunas personas entiendan la aritmética que la mayoría de nosotros aprendimos en el tercer curso de la escuela.

Si las gentes de la Reserva Federal, del Tesoro, y quienes se encuentran en puestos clave hubieran dominado la aritmética, y hubieran estado dispuestos a poner en práctica sus conocimientos, habrían tomado medidas para contener el crecimiento de la burbuja inmobiliaria. Hubieran evitado que la burbuja se inflara hasta el punto en que su inevitable colapso hundiría a la economía estadounidense y a la economía mundial.

Veamos exclusivamente los hechos esenciales: en los años 1990, cuando la burbuja de la especulación empezó a presionar con enorme fuerza en los precios de las propiedades inmobiliarias, los precios de la vivienda empezaron a separarse bruscamente de una larga tendencia mantenida durante 100 años. Tras 100 años en los que se ajustaron a los índices de inflación generales, los precios de las viviendas superaban con mucho la inflación.

Ni remotamente, existe una plausible explicación ni por parte de la oferta ni por la demanda para el aumento del precio de la vivienda. Por el lado de la oferta, hemos construido viviendas con tasas que casi alcanzaron el récord entre 2002-2006, lo que indica que no existían restricciones sustanciales a la construcción.

Otra señal reveladora de que existía una burbuja, es que las rentas, ajustadas a la inflación, no estaban creciendo, lo que indicaba que no existía una escasez subyacente de viviendas que justificara la subida de precios. Finalmente, los índices de viviendas vacías superaban los niveles de principios de 2002.

En su momento álgido en 2006, los precios de la vivienda, ajustados a la inflación, habían aumentado en más del 70 por ciento, dando lugar a una burbuja inmobiliaria de más de ocho billones de dólares, lo que iba a producir sin remedio que la pérdida de esa riqueza (110.000 dólares por propietario) desembocara en la grave recesión y la clase de crisis financiera que ahora sufrimos.

En circunstancias normales las viviendas están muy hipotecadas, y se pagan entradas que raramente exceden el 20 por ciento de su valor. En los años de la burbuja, ha sido habitual que los compradores recibieran créditos por el valor total de su casa y a veces por un porcentaje un poco mayor. Debería haber resultado obvio para cualquier economista o analista financiero serio que, cuando estallara la burbuja, se produciría un infierno en el sector financiero.

En resumen, todas las señales estaban a la vista de quienes se preocuparan de observarlas. No necesitamos genios para resolver el misterio. Lo único que precisamos entonces era de un economista que tuviera valor y aplicara los principios de la aritmética. Pero la clase política de Washington nos dice que sólo mediante un regulador sistemático de riesgos se hubiera evitado este desastre.

De acuerdo, hagamos una hipótesis. Supongamos que en 2002 teníamos nuestro regulador sistemático de riesgos. ¿Hubiera podido esa persona plantarse ante Alan Greenspan y decirle que el país estaba enfrentándose a una enorme burbuja inmobiliaria cuyo colapso iba a hundir la economía?

Antes de su cese, a Greenspan se le conocía como el “maestro” (sic, en español en el original). Políticos, periodistas y economistas veneraban cada una de las perlas de sabiduría que salían de su boca. De hecho, cuando anunció su propósito de retirarse en 2005, muchos de los más notables economistas del mundo y de los dirigentes de los Bancos Centrales, reunidos en Jackson Hole, Wyoming, debatieron sobre si Alan Greenspan era el mejor banquero central de todos los tiempos.

Alan Greenspan afirmó que no había burbuja inmobiliaria, que todo iba bien. ¿Hubiera podido nuestro regulador sistemático de riesgos haber dicho que Greenspan estaba chiflado y que la economía en su totalidad era un castillo de naipes a punto de desmoronarse?

Quienes creen que un regulador de riegos habría desafiado al gran Greenspan no tienen ni idea de cómo se funciona en Washington: el Gobierno está dirigido por gentes que, por encima de todo, lo único que quieren es progresar en su carrera profesional.

Y para progresar en Washington lo mejor es estar de acuerdo con lo que los demás dicen. Si eso no hubiera sido totalmente obvio antes del colapso de la burbuja inmobiliaria, está claro que debería serlo ahora.

¿Cuántas personas en el Gobierno han perdido sus empleos debido al fracaso en prever la burbuja? ¿Cuántas, al menos, han dejado de trepar? De hecho, los altos funcionarios financieros del gobierno de Obama, sin excepción, se habían despreocupado por completo de la burbuja inmobiliaria. Uno debería pensar que algo así era una condición indispensable para optar al empleo.

Esta falta de responsabilidad entre los economistas y los analistas económicos es el núcleo del problema que debe abordarse. Salvo que esos individuos sean responsables de sus errores de la misma manera que los vigilantes y los lavaplatos, no habrá incentivo alguno para rebelarse y advertir de desastres inminentes como el de la burbuja inmobiliaria.

La realidad es que ya tenemos un regulador de riesgos: El consejo de la Reserva Federal, pero ellos lo han hecho trizas. Para prevenir la próxima crisis, podríamos ir más allá y responsabilizar a nuestro actual regulador de riesgos de su fracaso (echar a la gente) en lugar de decir que tenemos carencias en nuestra estructura reguladora y crear otra ineficaz burocracia.

Y, por supuesto, deberíamos enseñar aritmética a nuestros economistas.


Dean Baker, es co-director del Center for Economic and Policy Research (CEPR). Es autor de of Plunder and Blunder: The Rise and Fall of the Bubble Economy.

"http://www.counterpunch.org/baker05052009.html" target="_blank">Conterpunch, 5 de mayo de 2009

 

Este sitio web utiliza 'cookies'. Si continúas navegando estás dando tu consentimiento para la aceptación de las mencionadas 'cookies' y la aceptación de nuestra política de 'cookies'.
o

La Haine - Proyecto de desobediencia informativa, acción directa y revolución social

::  [ Acerca de La Haine ]    [ Nota legal ]    Creative Commons License ::

Principal