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Europa :: 22/04/2008

Italia: No saldremos sin daño de los próximos cinco años

Rossana Rossanda
Lo que ocurre se inserta en la larga onda que viene de la crisis de los comunismos y socialismos, y que la caída del Muro de Berlín, y lo que ha venido tras ella, simboliza en sus esperanzas y en sus límites

El fin de la transición italiana de la primera a la segunda República consistía, pues, en sacar de la escena institucional cualquier izquierda procedente del movimiento obrero. En verdad, hemos arribado, no a una “segunda” República, sino a un tipo de república hasta ahora inexistente en la Europa posbélica. Aun con el comunismo real en el ángulo de la casa, Alemania ha mantenido más que un residuo en la socialdemocracia, porque si en Bad Godesberg la SPD dimitió de cualquier transformación anticapitalista, el conflicto social se mantuvo legitimado, el trabajo asalariado estuvo organizado y representado. Si Andrea Ipsilanti se propone, no sin dificultad, aliarse con la Linke, significa que el problema sigue de todo punto abierto. Incluso el Labour, terminada la seducción de Tony Blair, está en proceso de revigorización.

Sólo en Italia, no. Era preciso liquidar cualquier representación política del conflicto social, reduciéndolo a las manifestaciones callejeras o a accesos de protesta que, como es harto sabido, son cuestión de la policía (un tiempo de los “carabineros a caballo”). A esa gran operación ha servido una ley electoral de la que todos se avergonzaban hasta que Veltroni comprendió que podía venirle de perlas y decidió “concurrir solo” a costa de no vencer, prontamente imitado por Silvio Berlusconi. Sólo falta dejar en las municipales de fin de mes la capital, Roma, en manos de un joven exfascista, y no precisamente estúpido, y batiremos el récord de la derecha en Europa.

Los politólogos se alegran de la simplificación consiguiente, cuatro partidos en la Cámara y tres en el Senado: ya no perturbados por una izquierda reputada extremista y maximalista sólo porque expresaba dudas sobre los millones de jubilados que viven con 500 euros y los salarios más bajos del continente, discutirán ahora sobre el crecimiento modelo Montezemolo-Mercegaglia. PD y PdL están de acuerdo en modificar la Constitución en sentido presidencialista, liquidando así con ello también su primera parte, como perspicazmente ha escrito Gianni Ferrara. Queda la pregunta de si será Veltroni quien se comerá la Margherita aliándose con la UDC, o si la Margherita y la UDC recompondrán un centro netamente democristiano dando esquinazo a Veltroni. No es un dilema apasionante. En lo que toca al Pueblo de la Libertad, única formación de gobierno en Europa que acoge a los exfascistas y se repartirá ministerios con la Liga de Bossi, también ésta última tiene primacía. El alternarse entre ellos está garantizado, porque en tiempos de vacas flacas cualquier gobierno genera descontento, y llegada la hora, se cede el puesto sin grandes variaciones al aliado.

El verdadero sentido de la “modernización” y “simplificación” ha quedado al desnudo, y tal vez impresionará hasta a sus mas inflamados heraldos. Pero si Veltroni ha sido su “audaz artífice”, no es posible atribuirle sólo a él y al hallazgo ingenioso de Calderoli la precipitación de un proceso de tales dimensiones. Con esa misma ley pasó, ya fuera por los pelos, la mayoría de Prodi (y sigue siendo un misterio por qué Prodi, Bertinotti y Marini no se apresuraron, lo primero, a cambiarla). Ni puede reducirse a las trampas de un sistema electoral el hecho de que tres cuartas partes de lo que era hace todavía pocos años el archipiélago a la izquierda de la Unione –y que Alberto Asor Rosa trató de coordinar, sin recibir otra cosa que dardos cruzados—, y por lo menos la mitad del electorado de Rifondazione, confluyeran en el PD. El cual, a su vez, no ha logrado siquiera arañar en el centro ni en la Liga. El primero tiene a sus espaldas la jerarquía vaticana, y la segunda nos interpela con violencia: ser el partido más fuerte en ciudades decisivas del norte y penetrar también ya en otros sitios demuestra que eso que habíamos considerado una patología paroxística y transitoria –¡y mira que no faltó quien nos pusiera en guardia!— apunta, en cambio, a un imponente arraigo político-social.

Una vez más, ya la Izquierda Arcoiris, ya la “sociedad civil” de los territorios y de los movimientos, responden dividiéndose; deriva clásica de las derrotas. La indagación de las culpas respectivas va a toda máquina; no es difícil. El intento de poner en el centro de la discusión el qué hacer, y no el recíproco ajuste de cuentas, parece fallido. En su pequeña viñeta, también el Gato del Lunes ha hecho aquí en Il Manifesto el enésimo ¡plof!

Y sin embargo, lo que ocurre se inserta en la larga onda que viene de la crisis de los comunismos y socialismos, y que la caída del Muro de Berlín, y lo que ha venido tras ella, simboliza en sus esperanzas y en sus límites. La obsolescencia de aquella tradición ha quedado clamorosamente iluminada con el movimiento, verdaderamente mundial, de 1968, detestado por los Estados y confinado a delirio de juventud por la mayoría de sus propios dirigentes. “Oublier mai ‘68”, olvidar el mayo del 68, es el elocuente título del volumen que acaba de aparecer en París de Daniel Cohn-Bendit. Pero las clases dominantes no se engañaron al respecto, y lo que siguió fue una reestructuración de las formas de la producción y de la financiación que no ha respetado ni las reglas de la propiedad ni las de los Estados, y ha puesto, por así decirlo, a todo el mundo a trabajar conforme a los fines de la acumulación capitalista. Nunca como ahora ha estado tan extendida la proletarización. Nunca, empero, ha sido tampoco tan débil e inadecuada su representación política y una reconstrucción de las formas de resistencia a la mercantilización total de los seres vivos. Nunca proletarios y dominados han estado tan faltos de referencia y de una elaboración a la altura de los cambios.

Se usa ahora decir por todas las partes que no existe ya el obrero: como si alguna vez hubiera existido como figura social sin una subjetividad política colectiva. A falta de ella, no hay sino pura alienación, fuerza de trabajo físico o mental, fatiga que se debate en un flujo acelerado de transformaciones que no domina y que lo exprimen. La consciencia obrera inmediata no logra desvincularse ni de la presión de la empresa a favor de pagar cada vez peor el trabajo –presión culminada con un precariado de usar y tirar—, ni de la pérdida de confianza en la posibilidad de otro sistema. Así se explica tanto la deriva del comunismo italiano que, sin embargo, había dejado felizmente su impronta por unos decenios en el país, como la formación y desaparición de movimientos y sujetos incapaces de disputar la hegemonía. Pienso en las asambleas del 1968 al 1969, en el fermento de los años 70, en las vicisitudes de los grupos extraparlamentarios.

Las etapas de las ausencias o de los errores son hasta demasiado evidentes: desde la insensata aparición de Lama [dirigente sindical del ala derecha del PCI] en la Universidad de Roma, que terminó con trompazos entre el servicio de orden del sindicato y los movimientos y con la nada gloriosa expulsión del secretario de la mayor confederación sindical italiana, hasta la respuesta, no menos miope, del movimiento (ya con el replegamiento, ya con las armas, ya con ataques a los trabajadores estables, que por cierto habían dejado de serlo). Lo 35 días en la FIAT señalaron en el conflicto social la ruta que estas últimas elecciones han señalado en la escena política. Luego, todo se desperdiga en la mutación de la organización del trabajo y de la propiedad, que hoy dan forma a la mundialización y en donde se incuban las guerras comerciales entre los centros de crecimiento occidentales y asiáticos.

Al propio tiempo, han ido desarrollándose en el cuerpo social nuevos sujetos de protesta o afirmación que, aun cuando no se dejan abatir, como el feminismo, o se convierten en objeto de revolución pasiva, como puede ocurrir con la ecología, o, en fin, no se pierden en veleidades identitarias, no están tampoco en condiciones de coaligarse, y así, tienden a excluirse mutuamente. Tal vez, y aquí llevaría razón Gramsci, los procesos liberadores arrancan más del espíritu de escisión que de una solidaridad de intereses. Pero, hoy por hoy, la fragmentación es lo que impera.

Entretanto, desde fines de los 60 hasta hoy, toda Italia se ha visto atravesada de tensiones que se han ido desplegando, no sin muertos y heridos. Pero no hay un balance que dé razón del pasado para entender cómo reaccionar en el presente. Es como si cada quién hubiera sufrido por su cuenta. Y a favor de la inquietud y del descontento, ha venido regenerándose un escenario político que ninguno de nosotros, ni siquiera los más pesimistas, preveíamos. Y flota por encima de nosotros. Aunque flotar es acaso mucho decir, si la mitad del país gravita ya en torno de un modelo de enriquecimiento personal y de consumo que no vacila en abrirse paso a codazos. Si la democracia representativa no producirá nunca una revolución, las formas de represión que puede producir son muchas. No saldremos sin daño de los próximos cinco años.

Il Manifesto, 19 abril 2008. Traducción para www.sinpermiso.info: Leonor Març

 

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