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Argentina, Pensamiento :: 04/01/2021

John William Cooke y la "superación" del populismo

Miguel Mazzeo
Cooke es excesivo para el peronismo. En realidad, Cooke es inasimilable para buena parte de izquierda argentina

Cada acto histórico no puede ser realizado sino por el 'hombre colectivo', o sea que presupone el agrupamiento de una unidad 'cultural social', por la que una multiplicidad de voluntades disgregadas, con heterogeneidad de fines, se funden para un mismo fin, sobre la base de una concepción (igual) y común del mundo. Antonio Gramsci

La guerra de John William Cooke fue una guerra de posiciones, con dirección política y retaguardia sólida. Cooke concebía la política como praxis orientada a la conformación de un poder real popular para confrontar con el poder real del capital y sus instituciones y valores.

En el peronismo coexistían una experiencia plebeya, resistente, impermeable a los mitos de Occidente y del patriarcado bondadoso y una experiencia que, por momentos, rozó la soberanía popular, con una ilusión de poder (bastante eficaz, por cierto). Cohabitaban la perspectiva del pueblo y la perspectiva del Estado (no necesariamente de la nación). Convivían la mística y la idolatría. La primera servía para ampliar el campo de lo "posible político", la segunda lo restringía. La primera hacía practicable una intervención eficaz de la clase trabajadora en la lucha de clases, la segunda la bloqueba. La primera contribuía a generar el clima para modificar las relaciones antagónicas a favor del polo dominado, la segunda creaba los compatimientos estancos y la atmósfera enrarecida apta para inocular altas dosis conformismo y resignación en la clase trabajadora (para petrificar sus sueños) y para fortalecer al polo dominante. La primera remitía a las coyunturas y conflictos que constituían a la clase trabajadora como sujeto histórico, la segunda la subsumía en las estrategias de integración y regulación del sistema de dominación.

La experiencia plebeya, la perspectiva popular y la mística convertían al peronismo en el hecho maldito del país burgués. Lo erigían en receptáculo de rebeldías heterogéneas y de identidades execradas por el orden dominante, desde trabajadores y trabajadoras, villeros y villeras y pobres hasta mujeres, homosexuales y lisiados. La experiencia plebeya, la perspectiva popular y la mística, le permitían al peronismo escapar del ajustado perímetro de lo decible y hacían posible la invención popular.

La ilusión de poder, la perspectiva estatal y la idolatría, lo delineaban como un hecho más de la política burguesa argentina, posiblemente el avance histórico más importante en materia de armonías: con fábricas, escuelas, iglesias y comisarías; con ciudadanos propietarios y propietarios ciudadanos. La comunidad organizada. Una vía argentina para la modernización incluyente. Lo verosímil y lo teóricamente permitido por los discursos anteriores, por la historia previa. Y decimos "teóricamente permitido" porque, a pesar de su ostensible estrechez, el horizonte no dejaba (y no deja) de ser inaceptable para un sector de las clases dominantes y sus aliados (por lo general una infaltable franja impiadosa de las capas medias) que aspiraban (y aspiran) a una modernización excluyente y más conservadora aún. Se trataba (y se trata) de sectores con baja tolerancia a la "esclavitud emancipada" del Estado moderno y "democrático", esto es: a la más mínima existencia políticamente democrática de lo social; incapaces de admitir cualquier comunidad y hasta cualquier apariencia de comunidad.

Creemos que la figura de Cooke posee carácter emblemático, entre otras cosas porque representa a todos aquellos y a todas aquellas que con su praxis, sobre todo en las décadas del 60 y el 70, intentaron enriquecer lo decible en la política argentina desde el peronismo. Y lo hicieron desde el peronismo, porque entendían que ese entarimado histórico era imprescindible para dotar el advenimiento de lo nuevo con una política de poder, para hacer de lo nuevo emancipatorio un nuevo posible.

El peronismo era un hecho maldito porque como decía Carlos Olmedo hacia el año 1968, a pesar de haber sido una experiencia "incompleta", en algunos aspectos "ilusoria" y "acotada", la participación en el poder o la aproximación al mismo, había sido vivida como una realidad por el pueblo argentino.[1] La sola enunciación de esa posibilidad alcanzaba (y alcanza todavía) para romper con la idea de la "unidad nacional". El "auge de masas", el estado de rebeldía popular de fines de la década del 60 y principios de la del 70, no puede desvincularse del incremento de las expectativas de igualdad material, social y política generadas por el peronismo durante la década que gobernó, no puede desvincularse del espacio de entendimiento intersubjetivo gestado por el peronismo y que portaba una crítica implícita a un orden de explotación y dominación. En este sentido, cabe hablar del peso de ciertas "objetividades inmateriales".

El peronismo era un hecho maldito, no porque creaba una grieta (recurriendo a un término muy a la usanza del tiempo histórico actual), sino porque la ponía en evidencia. La grieta lógica del país capitalista, periférico, atrasado, dependiente, desigual. El poder de Perón y de las dirigencias peronistas provenía de su destreza para mostrarse como los únicos capaces de suturar esa grieta, más concretamente: de hacerla tolerable y disimularla. La indeterminación ideológica y el vacío programático, eran la materia adherente segregada por la burocracia y por Perón.

El peronismo, por lo menos durante un tiempo, expresó situaciones tensas y contradictorias. Fue un campo que podía presentar encrucijadas. Lo que servía para un avance colectivo y lo que lo frenaba. Lo nacional-popular "desde abajo" y lo nacional-estatal "desde arriba". La política de masas y la política de aparatos. Estas tensiones y estas contradicciones entre sectores y visiones eran la verdadera norma, y no la solidaridad, como muchas veces se sostiene. O sea, se presentaban opciones: reaccionarias, reformistas, opciones que restringían lo posible, pero también la opción que planteaba tanto la radicalización como la propia negación del contenido populista, esta última se hizo notar, sobre todo, cuando una generación comenzó a descreer en procesos de liberación nacional conducidos por un frente liderado por alguna fracción de la burguesía o por algún sector o corporación que la reemplace (verbigracia, las Fuerzas Armadas, sobre todo en los países periféricos).

Cooke y una buena parte de la militancia peronista radicalizada vislumbraron el agotamiento de una situación de acumulación populista y su contradictoria permanencia como ideología que se expresaba en la reedición del programa del 45. Por eso Cooke en carta a Juan José Hernández Arregui del 28 de septiembre de 1961, le decía: "nuestro movimiento popular -y el Peronismo en primer término- se debate en medio de contradicciones ideológicas que no reflejan las reales contradicciones de la sociedad argentina".[2] Sin el sostén de la primera (la situación de acumulación populista), el mantenimiento de la segunda (la ideología del 45) pasaría a justificar proyectos cada vez más alejados de la soberanía nacional y la justicia social. La identificación de este desfasaje impulsó el recorrido dialéctico de Cooke (y unos cuantos y unas cuantas más).

Cooke asume (en los términos de Georg Lukács) la noción "actualidad de la revolución" y vislumbra un posible no arbitrario (un posible determinado, una de las bifucaciones), comienza a pensar en el sentido estratégico de lo posible. Enfatiza, de este modo, el significado histórico de los movimientos de masas y concibe la política como acción positiva.[3] El periplo del peronismo, que va de aquellos vigores catalíticos a su posterior constitución como fuerza regresiva (o "reformista", en el mejor de los casos) no convierte en lícita la sospecha contra-fáctica de que el neoliberalismo, la "economía popular de mercado" o el "capitalismo con decisión nacional", eran el destino obligado del peronismo. Sí nos parece correcto sostener, con Cooke, que el "final inglorioso" era una de sus posibilidades. Agregamos: el "final inglorioso" se puede relacionar a la no superación del populismo. Y también con su reedición bajo nuevos formatos (neo-populistas) después del agotamiento de su experiencia neoliberal. Sin la posibilidad de abrigar contradicciones sustanciales, el populismo persistirá como praxis de simulación de lo popular, un arte de fingir. Y el peronismo seguirá delineándose como el ámbito donde medrarán los simuladores.

El horizonte que plantea la superación del populismo nos impone la siguiente pregunta: ¿cuál es el límite de las demandas sociales que puede representar una fuerza política popular sin diluir sus contenidos más radicales? El populismo, entonces, puede ser considerado como una estrategia para diluir los contenidos populares más radicales en una totalidad que los incluye pero que los subordina a través de significantes flexibles, laxos (más que "vacíos"). Se trata, lisa y llanamente, de una estrategia de "regulación" de la lucha de clases y, por lo tanto, de "polarización social" limitada y controlada. Primero, a través de la negación de los vasos comunicantes (y de las "contradicciones principales") que existen entre los campos en los que el populismo suele dividir a las sociedades. Luego, a través de la apelación a significantes aptos para la articulación interclasista y no intraclasista (a nivel de la clase trabajadora). Nos referimos a los vasos comunicantes fundados en la aceptación del sistema capitalista y en diversos aspectos de la institucionalidad y la lógica estatal burguesa.

Ernesto Laclau en su libro La razón populista,[4] desarrolla el tema de la constitución de lo político (en el populismo) por la lógica de la representación de un amplio arco de reivindicaciones de diversos sectores con predominio de uno de ellos y un antagonista externo. La cuestión central es qué sector predomina y si se incluyen o no en ese arco las reivindicaciones de algunas fracciones de la clase dominante y si se garantiza o no la reproducción del conjunto de la misma. En ese espacio se juega la diferencia entre lo popular y lo populista. Entonces, exceder el populismo es garantizar el contenido clasista (en sentido amplio, dando cuenta de la heterogeneidad del universo plebeyo y popular) de esa alianza, pero depurándola de contenidos pro-capitalistas y de "significantes burgueses".

De algún modo, creemos que este es el sentido que el mismo Cooke terminará asignándole al populismo, por ejemplo en Peronismo y revolución, de 1966.

Cooke al terminar de asumir en Cuba lo que venía rumiando desde hacía rato, que la liberación nacional y la revolución social en Nuestra América pasaban a ser procesos inescindibles, supera las ilusiones (y los límites) del nacionalismo reformista, del populismo, de los programas centrados en la liberación nacional. Al mismo tiempo asume que los movimientos de masas en Nuestra América tienen dos únicas alternativas, o bien profundizan los procesos revolucionarios (en sentido anticapitalista) o bien caen y/o se desvirtúan.

Entonces, Cooke remite a la superación del populismo a través del dsarrollo de una política auténticamente popular. Pone en evidencia los contrastes entre lo populista y lo popular, que es como decir: entre la regulación de la lucha de clases y la de profundización de las mismas, entre las estrategias de polarización social limitada y controlada y las estrategías que llevan al punto máximo la polarización, entre la articulación inter-clasista y la articulación intra-clasista.

Cooke y la izquierda peronista en su conjunto pueden verse como emergentes históricos del desborde de los conflictos de una alianza social policlasista y de las dificultades o, lisa y llanamente, la imposibilidad, de sintetizar las contradicciones estructurales. En fin, como emergentes de un pueblo que vió clausurada la posibilidad de profundizar (o simplemente mantener) las políticas nacionalistas y las reformas sociales en el marco del capitalismo dependiente y sus estructuras.

Cooke, en su intento de exceder el populismo, reconocía que no existía otra posibilidad que partir del proceso de colectivización y de articulación de voluntades disgregadas que dinamizaba la lucha de clases en Argentina en las décadas del 50 y el 60 (sus herederos directos plantearán más o menos lo mismo en la década del 70). Claro está, el peronismo era un dato fundamental de ese proceso. Cooke asumió el objetivo de dotar de una subjetividad trascendental (de un elemento utópico) a esa objetividad situacional. Y supo manejarse permanentemente con la hipótesis de que "lo espontáneo" podía ser la forma embrionaria de "lo conciente".

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Notas

[1] [Olmedo, Carlos] "Notas para una valoración de la situación nacional", 1968. Legajo 320, Carpeta Bélico, Mesa DS, Archivo DIPBA, Comisión Provincial por la Memoria. Citado por: González Canosa, Mora: "Un sendero guevarista: pervivencias y torsiones en los orígenes de las 'Fuerzas Armadas Revolucionarias' (1966-1970)". En: revista www.izquierdas,cl, Nº 15, abril de 2013. Chequeado el 10 de febrero de 2016.

[2] Cooke, John William, Obras Compeltas. Tomo III [Artículos periodísticos, reportajes, cartas y documentos], Buenos Aires, Colihue, 2009 p. 90. [Eduardo Luis Duhalde compilador]

3 Angus Stewart analizaba la "dinámica" de los movimientos denominados populistas y decía que en determinadas situaciones: "El ala urbana del movimiento ha del volverse, con toda probabilidad, independiente y autónoma. Así, luego de la caída de Perón y el desarrollo posterior de la economía argentina, el peronismo fue modificado hasta transformarse en un movimiento cuasi-obrero...". En: Ionescu, Ghita y Gellner, Ernest, (compiladores) Populismo. Sus significados y características nacionales, Buenos Aires, Amorrortu, 1970, p. 231.

[4] Laclau, Ernesto, La razón populista, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005.

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