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Argentina :: 10/04/2011

La agitación electoral y el cretinismo parlamentario

Ezequiel Espinosa
En la nueva configuración de un movimiento de centro-izquierda peronista, la fuerza social dominante será “la ciudadanía”, ya no el movimiento obrero

“Lo que la Montaña buscaba, (...) era una 'insurrección en los límites de la razón', es decir una insurrección puramente parlamentaria”
Karl Marx

Cuando se produjo el conflicto del gobierno con la coalición de “los rurales” -allá por el 2008-, un diagnóstico claro fue que el poder gubernativo había perdido la batalla comunicacional con las empresas informativas. Un año más tarde, cuando un empresario de los medios de comunicación derrota al propio Néstor Kirchner en las elecciones legislativas, el análisis debió profundizarse. El Kirchnerismo había fallado en su estrategia de tomar “el aparato” peronista, y “el aparato”, había conseguido tomar al “kirchnerismo”. Irónicamente, desde entonces, el gobierno pos-montonero -sin abandonar la conducción del “aparato” peronista- relanza su estrategia temprana de transversalidad aunque remozada. Los movimientos sociales y la militancia juvenil pasan a ocupar el centro de la escena -lo que se hará notorio, recién cuando la muerte de Néstor-. La movilización popular y la “participación” de los militantes harán reverdecer, desde entonces, el encanto del Frente para la victoria y su gobierno “nacional y popular”.

Más o menos por estos derroteros es que llegamos al actual año electoral, con un gobierno relativamente fortalecido y una oposición oficial entre patética y dividida. E innegablemente, este año asistiremos a la contienda entre dos formas diferenciadas de cultura cívica; la de la posición oligárquico-liberal y la del Frente para la victoria. La primera, con toda su frivolidad y estupidez noventosa, asentada en su potencia mass mediática, y la segunda, con toda su credulidad y entusiasmo pos-setentista, impulsada por “el aparato” oficial, la militancia y la movilización de sus adherentes. Más allá de estas dos grandes coaliciones, el panorama es por demás confuso.

Lo cierto es que, de salir airoso de la actual contienda, en el Frente para la victoria [partido oficialista] ya comienza a percibirse con cierta fuerza la tendencia a organizar y articular; a dar forma, bah, a un movimiento que, partiendo de sus bases peronistas, represente, a su vez, una superación del mismo. La fisonomía de un movimiento nuevo, a priori, parece semejar o tener como modelo al Frete amplio del Uruguay. Un gran frente de “centro-izquierda”.

En un artículo anterior habíamos dicho que “El justicialismo fue el intento más decidido de desarrollar un capitalismo nacional independiente y hacer de la Argentina una potencia regional. Perón, (...) comprendió cabalmente que para tal propósito (además de apoyarse en la coyuntura internacional), la fuerza económica debía ser la industria, la principal fuerza social, el movimiento obrero disciplinado, y la fuerza política, el Estado-militar. (...). El Estado peronista se tomo la tarea de despojar -mediante represión- al movimiento obrero de su filo revolucionario (comunista, anarquista, etc), y de apuntalar -mediante disciplina burocrática, caridad generalizada y derechos sociales- sus cualidades reformistas (socialistas, sindicalistas, radicales) bajo la bandera Justicialista. Comunidad organizada de acuerdo a la doctrina social de la iglesia y al poder de policía del Estado. En el plano internacional coquetea(ba) con la 'república popular' de Mao, y el 'estado falangista' de Franco (por fuerza, siempre más inclinado hacia éste último modelo)”. A esta caracterización general, podemos agregar que el peronismo no se constituyo tanto como un partido obrero aburguesado, sino, más bien, como el partido obrero de la burguesía organizado por el Estado.

Pero si durante la hegemonía del peronismo -hasta 1975- el movimiento obrero representaba la fuerza social fundamental del movimiento, su “columna vertebral”. En la nueva configuración de un movimiento de centro-izquierda, todo parece indicar, la fuerza social dominante será “la ciudadanía”, o, más colectivamente, “el pueblo”. Y es que lo que actualmente se engloba bajo el término centro-izquierda, no es más que lo que en el siglo XIX europeo se conocía con el nombre de social-democracia, es decir, una coalición de lxs pequeñxs burguesxs y del movimiento de lxs trabajadorxs (actualmente se pretende incluir también al campesinado), bajo la dirección de lxs primerxs.

Más que un poder social, lo que es característico de un movimiento como éste, es su fuerza moral, o, en otras palabras, su “voluntad política”. Si en términos generales, la vida de una república se caracteriza por las querellas propias del “juego de los poderes constitucionales” que se disputan entre sí el “poder moral” que da el apoyo de la “opinión pública”, bajo un gobierno “popular”, ese “poder moral” se hincha mediante su movilización cívica. Sucede, pues, que un poder gubernativo conducido por una colación de centro-izquierda, no puede abstraerse de la lucha de clases en la que se ve envuelta, pero sí puede dirigirla y encauzarla a través de la república parlamentaria, la movilización cívica y todo su cretinismo parlamentario. No entendamos por ésto -al modo de la ortodoxia marxista- una simple incapacidad política para superar el parlamentarismo, se trata de algo más amplio y complejo.

Se trata, más bien, del “encantamiento” efectivo de las transfiguraciones jurídico-representativas, por el que se subordina el momento político de la lucha de clases al “mundo imaginario” de la religión cívica y la participación parlamentaria. En otras palabras, el momento activo del proceso de metamorfosis mediante el cual, “el ciudadano”, en tanto persona moral, parece cobrar vida propia y actúa como una figura fantasmal de “el hombre”. La mistificación del proceso capitalista de producción que, trasladada al mundo del derecho, se traduce en la materialización de las ficciones jurídicas mediante la personificación de las figuras alegóricas del Estado de Derech@. Allí situamos la dominación, más allá de todo fraude.

PD ...Quizás, cuando se escriba la historia del kirchenrismo nos encontremos con interpretaciones como éstas: “Alianzas cuya primera cláusula es la separación; luchas cuya primera ley es la indecisión; en nombre de la clama una agitación desenfrenada y vacua; en nombre de la revolución los más solemnes sermones en favor de la tranquilidad; pasiones sin verdad; verdades sin pasión; héroes sin hazañas; historia sin acontecimientos; un proceso cuya única fuerza propulsora parece ser el calendario; fatigoso por la sempiterna repetición de tensiones y relajamientos; antagonismos que sólo parecen exaltarse periódicamente para embotarse y decaer, sin poder resolverse; esfuerzos pretenciosamente ostentados y espantos burgueses ante el fin del mundo y al mismo tiempo los salvadores de éste tejiendo las más mezquinas intrigas y comedias palaciegas, (...); la voluntad colectiva de la nación, cuantas veces habla en el sufragio universal, buscando su expresión adecuada en los enemigos empedernidos de los intereses de las masas, hasta que, por último, la encuentra en la tozudez de un filibustero”. Tal vez, pero esperemos no tener que asistir a ese final tragicómico.

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