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Mundo :: 18/09/2022

La crisis en Malí forma parte de la lucha de Occidente por la influencia en África

Jamal Wakim
Varios países de la región encontraron una oportunidad de oro para quitarse de encima la perniciosa influencia occidental en el noroeste de África

En agosto de 2020, Francia anunció que había culminado la retirada de sus fuerzas de Malí, tras nueve años de operaciones militares (léase invasión) en ese país y bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo; el comunicado francés anunció que los últimos contingentes militares francesas cruzaron la frontera hacia Níger, poniendo fin a sus acciones militares en el país, las cuales habían comenzado en 2014, supuestamente a solicitud del entonces gobierno de Malí, luego de que los grupos terroristas se desplegaran por el país; cabe señalar también que la operación militar se produjo en cooperación con Burkina Faso, Chad, Mauritania y Níger.

Por su parte, la presidencia francesa anunció que Francia seguirá comprometida con sus "deberes" en la lucha contra el terrorismo en la región del Sahel, en el golfo de Guinea y la región del lago Chad, e informó que Níger se convertirá en la principal base para las acciones militares francesas tras el despliegue de unos mil soldados franceses en la capital, Niamey, y el despliegue de unos cuatrocientos soldados en la frontera entre Malí y Burkina Faso, así como unos mil soldados franceses en Chad y un número no determinado de tropas en otras partes de esta región.

Ira contra Francia 

La retirada se produce en un momento de tensión en las relaciones franco-malienses, acompañada por la solicitud de ayuda por parte de Bamako a Rusia para hacer frente a los grupos terroristas, liderados por Daesh en Iraq y el Levante y Al Qaeda, organizaciones que se encuentran activas principalmente en las regiones centrales del país.

Esta tensión se produjo en el contexto del resentimiento popular y oficial en Malí por la presencia francesa en el país a raíz de las críticas a las verdaderas intenciones de Francia hacia Malí, país que sufrió la colonización francesa hasta los años sesenta del siglo pasado. Así, el señalamiento de muchos en Malí es que el verdadero objetivo de Francia no es luchar contra el terrorismo, sino más bien restaurar su hegemonía sobre un país rico en recursos naturales que las empresas francesas desean explotar para su beneficio. Cabe destacar que el país es rico en materias primas tal como el oro, el fosfato, la caolinita, las sales, las piedras calizas y el uranio, cuyas cantidades se estimaron en 2012 en 17 mil 400 toneladas.

El interés francés no se limita sólo a la riqueza del país, de hecho, va más allá, ya que la ambición francesa es colocar toda la región del noroeste de África bajo la esfera de su influencia, un plan que se inició con el mando francés de las fuerzas atlánticas (la OTAN) en 2011 para derrocar sangrientamente al líder libio progresista Muammar al Gaddafi, quien había forjado una fuerte relación con los países de esa región en el marco de la organización de países de la Comunidad del Sahel – Sahra (CEN-SAD), de la que era su secretario general.

Disturbios en Malí

Siguió al derrocamiento del coronel Gaddafi en Libia la desestabilización de la situación en todos los países subsaharianos, y el primero de ellos fue Malí, donde en 2012 se puso en marcha un movimiento separatista en el norte del país liderado por las tribus tuareg; esto vino acompañado del estallido de un conflicto y de enfrentamientos en el centro del país, en particular en la provincia de Mopti, entre las etnias Dogon y Bambara, que dependen de la agricultura por un lado, con la etnia Fula, que depende del pastoreo por otro lado, por la propiedad de los pastos y el derecho de acceso a las fuentes de agua.

Es importante señalar que lo que exacerbó la situación que provocó este choque fue la crisis económica mundial que estalló en EEUU en 2008, y cuyas repercusiones habían comenzado a afectar al mundo unos años después. Asimismo el cambio climático, el agotamiento de muchos pozos subterráneos y la disminución del caudal de los ríos y de las precipitaciones, contribuyeron al deterioro de las condiciones de vida que reforzaron las causas del conflicto. 

Este conflicto ha adquirido una nueva dimensión con la expansión de movimientos islámicos extremistas, especialmente entre la etnia Fula; eso fue apoyado por fondos provenientes de mezquitas patrocinadas por clérigos extremistas, incluidos los asociados con al Qaeda y Daesh, hecho que contribuyó a la propagación del terrorismo en el centro del país. Francia aprovechó esto para justificar su invasión militar, la cual no decidió la batalla en contra de los grupos terroristas, a pesar de haber transcurrido casi ocho años desde el inicio de esa invasión.

La tensa relación del nuevo gobierno con París

Esto llevó al país a un estado de inestabilidad, que se tradujo en una escalada de ira en contra del gobierno, hecho que contribuyó a que el ejército maliense diera un golpe de estado haciéndose con el poder. En la primavera de 2020 se celebraron elecciones legislativas en Malí que se vieron empañadas por numerosas irregularidades, lo que provocó el estallido de movimientos de protesta en contra del gobierno, especialmente tras el secuestro del líder opositor Soumaïla Cissé, que provocó enfrentamientos populares con la policía y las fuerzas de seguridad, en los que murieron decenas de personas. Esto lo aprovechó el presidente maliense para disolver el Tribunal Constitucional, que se esperaba fallara en su contra en relación a las impugnaciones. Entonces un regimiento dirigido por el coronel Assimi Goita y el coronel-mayor Ismael Wague se sublevaron el 18 de agosto de 2020.

Los rebeldes se apresuraron en arrestar al presidente Ibrahim Boubacar Keïtay al primer ministro Boubou Cissé y los obligaron a presentar su renuncia; Wague anunció la formación de un comité nacional para la salvación y prometió realizar elecciones; en septiembre de 2020, Ba N'Daou fue nombrado presidente, mientras que Goita fue nombrado vicepresidente; pero las tensiones aumentaron entre el gobierno de transición civil y el ejército, lo que llevó al vicepresidente Assimi Goita a dar otro golpe de estado en junio de 2021 autoproclamándose presidente interino del país.

Desde el golpe de estado, Francia ha adoptado una postura negativa hacia los nuevos dirigentes del país, que cuewntan con apoyo popular, e incitó a la Comunidad Económica de Estados de África Occidental a condenar el golpe y a pedir un rápido retorno del anterior “gobierno civil”, a pesar de quer era ampliamente odiadio por la población.

En respuesta a esta intervención occidental, el nuevo liderazgo en Malí recurrió a un viejo amigo del país, y este es Moscú, que había apoyado en los años sesenta del siglo pasado el movimiento de independencia de Malí contra el colonialismo francés; el nuevo gobierno de Malí solicitó apoyo militar a Rusia, el cual llegó en forma de envío de expertos militares del grupo de seguridad privado Wagner. A causa de ello los franceses acusaron al nuevo régimen de contratar mercenarios para luchar en sus filas.

Las tensiones aumentaron entre Francia y Malí, después de que este último país recurriera a retirar a un número de sus embajadores en el grupo de países de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (ECOWAS por sus siglas en ingles), después de que el grupo impusiera sanciones económicas al país como consecuencia de la decisión del gobierno de posponer las elecciones por cuatro años. A esto le siguió la expulsión del embajador francés del país el 4 de febrero de 2022.

El giro hacia Rusia 

Por otro lado, varios países de la región encontraron una oportunidad de oro para quitarse de encima la perniciosa influencia occidental en el noroeste de África acudiendo a Moscú. Malí recibía ayuda de la Unión Soviética tras su independencia de Francia, durante la era del presidente Modibo Keïta, quien fue derrocado en 1968 por un golpe de Estado respaldado por occidente. Es un país grande, con una superficie de 1,2 millones de kilómetros cuadrados, y se encuentra en el centro de un buen número de países de África occidental, lo que lo convierte en una base de partida para toda la región. Además, Moscú, que había perdido a un amigo en Libia en 2011, intenta recuperar su posición de país amigo en el norte de África, apoyando a países que se han visto afectadas por la intervención occidental de las multinacionales y de las fuerzas de la OTAN en la región. Por la misma razón, la encontramos apoyando a las fuerzas libias encabezadas por el general libio Khalifa Haftar, frente a los islamistas que se han hecho con el control en la capital libia, Trípoli, que cuentan con el apoyo de occidente.

Esta solicitud de apoyo a Rusia se produce en un momento en que Moscú intenta reaccionar ante la expansión de la OTAN en Europa del Este, hecho que amenaza su seguridad y lo cual provocó el estallido de la crisis de Ucrania, obligando a Rusia a lanzar una operación militar en este país el pasado mes de febrero, una operación que continua hasta el día de hoy. Por lo tanto, Moscú ve que debe extender su influencia en áreas que occidente consideró como monopolio de su influencia colonizadora en las últimas tres décadas. Especialmente en un momento en que parece probable que el continente africano se convierta en uno de los escenarios principales de enfrentamiento entre el bloque atlántico representado por la OTAN y liderado por EEUU por un lado, y el bloque euroasiático liderado por China y Rusia por otro. En este contexto se puede entender la gira del canciller ruso, Serguei Lavrov, durante el mes de agosto por varios países del oeste del continente africano, y también se puede entender el interés ruso de acudir en Malí a la llamada del actual gobierno frente a Francia y sus aliados. 

* Profesor de Historia y de Relaciones Internacionales de la Universidad Libanesa.
Al Mayadeen / La Haine

 

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