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Bolivia :: 12/08/2025

Las elecciones de Bolivia se juegan con monstruos

Néstor Restivo
Aunque cree que puede ganar, un MAS roto permite a la derecha volver a soñarse competitiva en las elecciones del domingo próximo

El 17 de agosto se celebrará la primera vuelta de las elecciones generales de Bolivia, donde la dispersión del electorado entre varias ofertas de izquierda y derecha hace presumir no imposible pero difícil que algún candidato pueda vencer en primera instancia, escenario que abriría un explosivo ballotage para octubre.

El dato es clave, porque la izquierda (los pedazos en que se rompió el Movimiento al Socialismo, en el poder hace casi dos décadas excepto en un breve período dictatorial tras el golpe contra el presidente Evo Morales en 2019) considera que si no reúne 40% de los sufragios en la primera vuelta con ventaja de 10 puntos sobre su seguidor inmediato, le costará mucho ganar en la segunda, cuando las varias agrupaciones de derecha se unirían para competir juntas, y con chances, según sondeos.

Acabar con la experiencia socialista boliviana, indígena, nacionalista y antiimperialista, que ha sido el mayor paréntesis a un saqueo de siglos, fue durante años el sueño húmedo de la elite de Bolivia y sobre todo de las fuerzas extranjeras que la han sostenido. Con aquella destitución de Evo Morales, y la imposición de la presidenta de facto Jeanine Añez, hoy presa, se lograba que el único de dos gobiernos sudamericanos que mantenía la línea popular de avances incontrastables en la región (el otro es Venezuela, donde se intentó truncar el proceso con el impresentable títere Juan Guaidó) dejara de ser.

Atrás habían quedado, muertos, proscriptos, exiliados o derrotados electoralmente, Chávez, Lula, Kirchner, Correa, Tabaré... El neoliberalismo y neocolonialismo habían regresado en varios países de la región. Operaron para acabar con el MAS EEUU, el grupo Lima y, dentro de él, el gobierno del entonces presidente argentino Mauricio Macri, quien ya casi de salida y junto con sus funcionarios Patricia Bullrich --ahora con Javier Milei en el mismo cargo--, Jorge Faurie, Fulvio Pomeo y otros, también con el gobernador jujeño [norte de Argentina] Gerardo Morales, buscaron condiciones para derrocar a Evo. Ello incluye muy en particular el "contrabando de armas agravado" con que la gestión Macri colaboró con la represión mortal de Añez.

La justicia argentina que condena y proscribe a Cristina Fernández de Kirchner y encarcela a militantes peronistas ha dormido, como con tantas causas contra dirigentes de derecha y del poder económico, esa gigantesca "canallada" (como la denomina el libro al respecto del exembajador argentino en La Paz, Ariel Basteiro, quien descubrió el crimen al llegar a ese cargo en el siguiente gobierno de Alberto Fernández y revisar documentación de su predecesor), en tanto la Justicia de Bolivia tuvo algunos avances y condenas.

Pero hay que persistir en la memoria: miles de pertrechos militares enviados en forma fraguada desde Buenos Aires al aeropuerto de El Alto para sostener masacres al pueblo boliviano que resistía el golpe. En aquella segunda semana de noviembre de 2019 se extorsionó a Evo Morales y otros funcionarios para que renunciaran y así evitar un baño de sangre, que igual ocurrió.

Además de Evo, también a punta de armas se forzó la renuncia del vicepresidente García Linera, de la presidenta del Senado Adriana Salvatierra, del primer vicepresidente de la cámara alta Rubén Medinaceli, del presidente de la Cámara de Diputados Víctor Borda y de la primera vicepresidenta de la cámara baja Susana Rivero, para cortar la línea de sucesión legal y llegar a la inútil Añez

Ello, junto con la complicidad de embajadores, dirigentes de la derecha boliviana y varios obispos (en lo que Basteiro llama la iglesia más reaccionaria de América Latina), permitió ungir a Añez, Biblia en mano, a un poder ilegítimo. Así, se coronó un proceso que ya había sido planificado desde meses antes en Washington con la inestimable ayuda de la OEA, Miami, Lima, Buenos Aires, Santa Cruz de la Sierra y acaso en San Salvador de Jujuy, en esa insólita visita de Ivana Trump a tierra del otro Morales, Gerardo, para "ayudar a tejedoras jujeñas" y almorzar en Purmamarca con el propio gobernador, el canciller Faurie, el embajador de EEUU Edward Prado y el subsecretario de Estado John Sullivan, quien junto a otros altos cargos del primer gobierno de Trump habían acompañado a la buena y humanitaria Ivanita. También en ese tour operaron aviones Hércules entre Jujuy y Santa Cruz.

La experiencia dictatorial fue violenta y corta. Con ayuda del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y del flamante de Argentina, Alberto Fernández, Evo y muchos otros funcionarios pudieron salvar el pellejo, exiliarse, exigir justicia, y cuando en 2020 se logró que hubiera nuevas elecciones libres, el MAS obtuvo más de 55% de los votos con la candidatura de Arce. En contra estuvieron los de Ecuador, Lenin Moreno, y de Brasil, Jair Bolsonaro, también aportando armas y sostén para los políticos, militares y policías asesinos de Añez, el cruceño Luis Fernando Camacho y otros golpistas

Pero el nuevo gobierno socialista estuvo lejos de lograr una continuidad y profundización de todos los logros anteriores. A poco de andar comenzaron las diferencias y disputas de poder. La pelea en el interior del MAS empezó justamente por el enfrentamiento entre ambos líderes, Evo Morales, jefe de Estado entre 2006 y 2019, y su exministro de Economía Luis Arce, 2020 hasta hoy. La distancia entre ambos llegó a niveles irremontables y violentos, con esa virulencia propia y volcánica del altiplano, arriesgando todo lo logrado.

Las elecciones que vienen

Las estribaciones del otrora invencible MAS (por representatividad, fuerza popular, y porque en sus gobiernos transformó Bolivia como nunca antes en cinco siglos, dando protagonismo real a las mayorías históricamente postergadas) por ahora van desunidas, aunque la ley boliviana permite que hasta cinco días antes de las elecciones del 17 de agosto pueda surgir un candidato nuevo, por ejemplo uno que agrupe a distintas fuerzas, si reúne los apoyos suficientes.

Lo que alguna vez era el MAS anotó tres opciones para estos comicios inminentes, con diversos nombres o sellos electorales de ocasión: Andrónico Rodríguez, presidente del Senado y el joven con mayor perfil de renovación, quizá el mejor posicionado; el actual ministro del Interior de Arce, Eduardo del Castillo, también joven, y Eva Copa, apenas dos años mayor, 38, y alcaldesa de la populosa ciudad de El Alto, vecina a la capital La Paz. Ni Evo ni Lucho Arce compiten. El primero, porque se lo impide ilegalmente el tribunal electoral según una interpretación de la Constitución que Evo refuta, pero además porque el expresidente, hoy refugiado en su terruño del Chapare, tiene una causa penal prefabricada en marcha y pedido de captura para que se presente a declarar por causas sexuales. El segundo, porque ya no goza de apoyo popular.

La derecha también presenta varias ofertas. Entre las que tienen más ventajas, de acuerdo con encuestas siempre manipulables, estarían Jorge "Tuto" Quiroga, hombre formado con el dictador Hugo Banzer (1971-1978, luego elegido en elecciones entre 1997 y 2001), de quien fuera vicepresidente y brevemente jefe de Estado cuando el militar se enfermó mortalmente al final de su segundo mandato; Samuel Doria Medina -uno de los 500 empresarios más ricos de América Latina-, varias y frustradas veces candidato, y Manfred Reyes Villa, alcalde de Cochabamba, exmilitar y uno de los golpistas contra Evo, tras lo cual escapó y se exilió en Brasil protegido por el bolsonarismo, hasta que pudo regresar a su país y ganar de nuevo esa alcaldía.

La ley electoral boliviana establece que para ganar en primera vuelta, cuando el padrón habilitará a votar a casi 7,6 millones de personas en Bolivia y 370 mil en el exterior, mayormente en Argentina, el candidato o la candidata presidencial debe obtener más del 50% de los votos válidamente emitidos, o bien un piso de 40%, pero con una diferencia de 10% frente a la segunda candidatura que le siga. Si no, hay ballotage entre los dos más votados, lo cual ocurriría el 25 de octubre.

La izquierda apuesta todo a imponerse en la primera instancia. Cree que puede alcanzar 4 de cada 10 votos y las encuestas no muestran a ningún competidor de derecha por encima de 30%, como sí tendría hoy, por ejemplo, Andrónico. Como se dijo más arriba, una segunda ronda es mucho más complicada e incierta.

Seguir en el Palacio Quemado sería la única manera de mantener un ciclo virtuoso que recorrió desde la actitud de sus mayorías empoderadas de no bajar la vista ante la mirada dominante de un blanco, hasta la nacionalización de los hidrocarburos, en un país que sufrió durante siglos y en sus distintos ciclos productivos el saqueo de la plata, el salitre, el caucho o el estaño, para beneficio del extranjero, justo, no casualmente, cuando esos insumos eran críticos para las producciones de los países centrales, pero postergando con ese pillaje el propio desarrollo boliviano.

Acaso el peor enemigo del proyecto socialista fue menos el desgaste natural que su propia interna, que envalentonó a los partidos conservadores y neoliberales, que la tenían perdida hace años y que debieron apelar a un golpe para recuperar brevemente el poder. Por eso, las grandes transformaciones económicas, sociales, culturales y políticas que el Estado Plurinacional de Bolivia vino logrando desde 2006 corren alto riesgo, en medio de enojos furibundos entre quienes las habían construido. Uno de ellos, el exvicepresidente Álvaro García Linera, hoy corrido de la disputa y uno de los intelectuales de mayor renombre en Latinoamérica, ha escrito: "Es un declive sin gloria", y cuando comenzó la pelea Evo/Lucho, la definió como "egoísta" y de estar "jugando con monstruos".

Un reflejo claro de ese escenario es, dicen quienes conocen bien el territorio, el desánimo de muchos ex adherentes del proyecto del MAS, hoy fatigados de esa fractura en la cúpula, y con problemas palpables cuando el impacto que ella produce en la gestión golpea su día a día, desde al alza de los precios a las alteraciones del tipo de cambio, desde los bloqueos a las calles y rutas hasta la falta de combustible, en un país de los más ricos del mundo en gas, pero que ha tenido un declive productivo notable. Lo cotidiano, que desde 2006 devino en una mejor calidad de vida en todo sentido (económico, laboral, educativo, en infraestructura y derechos), se ha deteriorado al punto de no percibirse el peligro que significaría el regreso al gobierno de quienes por tanto tiempo habían postergado todo atisbo de desarrollo en Bolivia.

Este año, el mapa político de América Latina mira con atención lo que suceda en Bolivia, como lo que acontecerá en Chile tres meses después. Como hace poco fue con Ecuador y Uruguay, donde en un caso quedó en el poder (con un fraude más que probado) la derecha neoliberal y proestadounidense, y en el segundo la centroizquierda frentista recuperó el gobierno, y como sucederá en 2026 en dos países tan importantes como Brasil y Colombia, donde los proyectos de Lula da Silva y Gustavo Petro se jugarán su continuidad o quedarán truncos.

Bolivia, pieza central de las esperanzas que alumbraron para los pueblos y el soberanismo latinoamericanos a comienzos del siglo XXI, tendrá una dura prueba dentro de pocos días. Y cualquiera sea su resultado impactará en el Mercosur, donde es país en proceso de adhesión, y en todo el vecindario.

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