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Cuba :: 17/06/2011

Las propuestas de Carlos Saladrigas para Cuba

Jesús Arboleya Cervera
A pesar de las enseñanzas de la crisis económica actual, nos pide a los cubanos que aceptemos como infalibles las virtudes del mercado

He leído la entrevista que Carlos Saladrigas concediera a la revista Palabra Nueva del arzobispado cubano, la cual Progreso Semanal reprodujo recientemente, y me animo a comentarla.

Estoy al tanto que se trata de un empresario importante, con influencia en Estados Unidos y tengo entendido que sus posiciones políticas lo ubican dentro de la llamada “tendencia moderada del exilio”, aunque tal definición no deja claro si la moderación está referida a los métodos o los fines que se persiguen. De cualquier manera, no veo razones para dudar de las buenas intenciones que animan sus propuestas, el asunto sería calcular su factibilidad, en el contexto cubano actual y el estado de las relaciones con Estados Unidos.

Concebido, en esencia, como un proyecto de equidad social que se contrapone al capitalismo, en Cuba fue implantado el socialismo hace cincuenta años y solo la existencia de un apoyo popular muy generalizado, explica su capacidad para sobrevivir los embates sufridos en esta media centuria. Parto entonces de esta voluntad popular demostrada, como punto de partida para el análisis.

Resultará muy difícil a Saladrigas y sus colegas convencer a los cubanos que defendemos la conservación del socialismo, que los empresarios privados, sean nacionales o extranjeros, serán nuestros “salvadores”. Al menos, la historia no recoge ningún caso donde los capitalistas se hayan convertido en constructores del socialismo y tampoco creo que intentarlo sea lo que ellos pretenden. Estamos, por tanto, en presencia de una diferencia ideológica básica, la cual no es óbice para que ambas partes dialoguen, pero resulta sano reconocerla, si se aspira avanzar en un clima de sinceridad.

Tampoco resulta muy convincente su apreciación sobre las virtudes del mercado. A pesar de las enseñanzas de la crisis económica actual, se nos pide que aceptemos como infalible lo que cualquier persona razonable se cuestiona. De hecho, el mundo anda revuelto por culpa del mercado, las ideas del socialismo nunca antes han tenido más vigencia en América Latina y hasta en Estados Unidos ha sido necesaria la intervención del Estado, para resolver los entuertos generados por el neoliberalismo.

Eso no quiere decir que el sistema socialista cubano no tenga que aprender a convivir con los empresarios privados. En realidad, ello constituye un dilema histórico del socialismo y, desde Lenin hasta Fidel Castro, se ha tratado de encontrar fórmulas que concilien o, al menos atenúen, lo que constituye una contradicción inevitable, debido a las condiciones objetivas que influyen en su implantación.

Es cierto que en Cuba se ha intentado en varias ocasiones obviar esta realidad y las consecuencias para la economía no han resultado alentadoras. Pero, también, gracias a este sistema igualitario – a veces excesivo –, ha sido posible articular el consenso nacional y se han alcanzado logros sociales reconocidos mundialmente. Quizás, el más relevante, un desarrollo humano que el propio Saladrigas dice admirar.

Más que una ortodoxia doctrinal, fue la necesidad de enfrentar la agresión externa, especialmente de Estados Unidos, la que ha determinado las formas de la economía y la política cubana. Como dijo el Che, la Revolución cubana ha sido, en buena medida, una revolución de contragolpe, por lo que resulta constructiva la crítica a la política norteamericana que se infiere de las declaraciones de Saladrigas.

Tal experiencia ha dado lugar a una cultura igualitaria, vinculada lógicamente al mantenimiento del socialismo, a la cual tendrá que adaptarse cualquier propuesta de reforma que pretenda gozar de consenso en la población. Como quedó demostrado en las recientes asambleas, lo que la mayoría de la gente pide es más socialismo y no existe un rechazo ideológico de las autoridades a concederlo, solo que la economía resulta incapaz de financiarlo en las condiciones actuales.

De ahí que los cambios más importantes adoptados no son los que destaca Saladrigas, sino los relacionados con la propia gestión empresarial socialista y, en tal sentido, sus preocupaciones respecto al funcionamiento de la economía cubana, resultan absolutamente pertinentes en el debate donde millones de cubanos estamos participando. A nosotros también nos preocupa la falta de productividad y creatividad de la economía, el rechazo insensato al trabajo por cuenta propia, las incongruencias del marco legal, los problemas de la burocracia y la falta de pragmatismo que prima en algunas decisiones.

Es cierto que estas reformas también incluyen una mayor apertura a la empresa privada. Ahora bien, esta apertura esta concebida para funcionar en correspondencia con el sistema socialista, por lo que la envergadura de la misma y sus implicaciones sociales, así como su impacto en el régimen político, evidentemente está limitada por la escala prevista.

Creo que, a la larga, incluso evadiendo las prohibiciones norteamericanas, resultará común que un emigrado cubano invierta junto con un ciudadano del país en algún pequeño negocio, pero otra cosa es plantearse la inversión en gran escala y la propiedad privada de los recursos fundamentales del país, lo cual contradice la esencia del socialismo, como ha sido entendido históricamente por los revolucionarios cubanos.

Los Lineamientos Económicos y Sociales aprobados, expresan claramente que se evitará la alta concentración de capital en manos privadas. Por tanto, la propuesta de Saladrigas, orientada a incentivar las inversiones conjuntas de los capitalistas cubanoamericanos con ciudadanos cubanos aspirantes a serlo, contradice este propósito, en la medida que su destino es la formación de una nueva burguesía nativa, alimentada y, por lo tanto, dependiente del capital extranjero. Porque él y sus colegas tienen derecho a sentirse tan cubanos como cualquiera, pero sus capitales no lo son. Prueba de ello es que, en última instancia, sus posibilidades de invertir en Cuba ni siquiera dependen exclusivamente de la voluntad de cubana, sino de la ley norteamericana, que las prohíbe en cualquiera de sus variantes.

Restablecer el capitalismo no es lo que actualmente se discute en Cuba y, desde mi punto de vista, en el no reconocimiento de esta premisa radica el principal desfase de Carlos Saladrigas y su grupo. Colocado entonces ante la disyuntiva que plantea esta voluntad mayoritaria de mantener el socialismo, lo cual implica el rechazo a su disolución, ya sea por las buenas o las malas, cabe entonces preguntarle, si igual que el socialismo cubano tiene que proponerse coexistir con el empresario privado, ellos están dispuestos a convivir con el socialismo cubano. Quizás en esto radica la posibilidad de éxito del diálogo que propone, porque otra cosa solo conduce al enfrentamiento, aunque sea más civilizado y elegante que lo vivido hasta ahora.

De cualquier manera, resulta alentador que un grupo influyente de la comunidad cubanoamericana se plantee dialogar respecto a Cuba en los términos y la forma que Saladrigas lo ha hecho, alejándose de las posiciones predominantes de la extrema derecha. Ya que, lamentablemente, tampoco coincido con él cuando afirma que esta gente pertenece al pasado. Quizá no sean del futuro, pero son un presente muy tangible, que controla la vida de Miami y tiene expresión prácticamente indisputada en la actual política norteamericana hacia Cuba.

Así que, probablemente, la tarea más complicada que Carlos Saladrigas tiene por delante será contrarrestar intereses que dependen del mantenimiento de la beligerancia, para los cuales está excluida cualquier forma de diálogo con los cubanos, incluso aquellos que no desean hablar de política ni de economía; sino de cultura, deportes, religión o simplemente aspiran a reunirse con sus familiares, en un clima de paz y concordia. Ojalá que tenga éxito.

Progreso Semanal

 

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