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Europa :: 01/02/2015

Los asesinatos de París en un contexto global

Kevin B. Anderson
Las manifestaciones muestran la hipocresía del liberalismo occidental moderno, especialmente cuando uno ve gente como Netanyahu, el carnicero de Gaza

Hace doscientos años, Hegel, el filósofo alemán, escribió sobre la deshumanización, ocurrida durante el Gran Terror que siguió a la revolución francesa de 1789 como una forma de “muerte que no logra nada, no aprovecha nada a su alcance; es, por tanto, la muerte más despiadada y carente de sentido de todas, sin más significado que partir un repollo o beber un trago de agua.”

El Gran Terror, que de forma impersonal ejecutó a millares, incluso meros sospechosos de oposición al nuevo orden liberal, destrozó la Revolución Francesa desde dentro, allanando la vía para el giro derechista bajo Napoleón. Al cortar las cabezas de la aristocracia y secularizar el Estado, también se creó un espacio para la forma impersonal de dominación que es el capitalismo moderno. Sin embargo, Hegel también reconoció que esta forma de Terror, que emergió de la revolución, no eliminó todos los beneficios de 1789 en términos de derechos humanos, para Francia o el mundo.

Los ataques contra Charlie Hebdo y el supermercado kosher en París, igualmente deshumanizados, vienen de otra dirección, desde una ideología muy reaccionaria y un movimiento con alcance global: el islamismo radical yihadista. Los dos hombres armados que asesinaron doce personas en la revista satírica Charlie Hebdo declararon su lealtad hacia Al Qaeda en la península arábiga, mientras aquel que asesinó cuatro judíos franceses en el supermercado habló del Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS). Estos violentos y viles fanáticos, cuya ideología tiene mucho en común con el fascismo, insisten en que su autoritaria e intolerante forma de Islam sea impuesta sobre el mundo, por la fuerza si es necesario.

Durante los mismos días, sus homólogos del movimiento Boko Haram en Nigeria, usaron una niña de diez años como suicida en un mercado, acabando con casi veinte personas. Los eventos en Nigeria subrayaron otros dos hechos relevantes sobre los ataques de París. Primero, que la amplia mayoría de las víctimas de estos movimientos son otros musulmanes, que juzgan no ser suficientemente musulmanes o daños colaterales. Segundo, que la falta de debate sobre las muertes de nigerianos, incluso desde el gobierno de Nigeria, mostró que cuando las víctimas son africanas, de Oriente Medio o musulmanes sudasiáticos, el mundo mantiene un doble rasero en términos del reconocimiento de la humanidad de las víctimas.

Sería erróneo, sin embargo, limitar nuestra rabia contra las formas más extremas de islamismo, como las de los atacantes de París, ISIS o Boko Haram. Durante más de cuatro décadas, un aliado cercano de EEUU y Europa Occidental, Arabia Saudita, ha utilizado su vasto poder financiero para extender con virulencia por el mundo su reaccionaria y sexista forma de Islam, el wahhabismo, una ideología presente en las raíces de las formas más modernas del fundamentalismo suní. Aquellas formas de extremismo suní demasiado intragables para ser financiadas por el Estado saudí, como Al Qaeda o ISIS, han encontrado a menudo apoyo de enriquecidos individuos de Arabia Saudita o las monarquías del Golfo.

El capitalismo e imperialismo occidentales han dado a estos movimientos terreno fértil para su desarrollo y crecimiento, por no hablar de la descarada ayuda que les han proporcionado, como en Afganistán durante la década de 1980. Por ejemplo, las agencias de inteligencia estadounidenses ayudaron a eliminar a la izquierda de lugares como Irán, Irak e Indonesia, creando un vacío que podría ser ocupado por el radicalismo islámico; una nueva y reaccionaria forma de anti-imperialismo. Este fue el espectacular caso de Irán en 1979. Durante la última década, la ocupación de Irak abrió la puerta a varias formas de islamismo radical, una facción chiita que, ahora supuestamente moderada, ocupa el poder en Irak.

Pero el contexto interno francés es igualmente importante. Allí, como en el resto de Europa Occidental, inmigrantes de países musulmanes y sus descendientes son relegados a ghettos en los suburbios (banlieues) de París y otros lugares, donde sufren opresión económica y racial, así como brutalidad policial y encarcelación masiva. Con seis millones de individuos, Francia tiene la mayor población musulmana de Europa, y una de las más alienadas y oprimidas de ellas. Con un 9% de la población, esta comunidad tiene poca representación en el Estado o la sociedad civil, y sus jóvenes son acosados y criminalizados por la policía. También debe ser notado que estas comunidades tienen su origen en el colonialismo francés en África del Norte, donde los franceses mataron a gran escala durante el siglo XIX y XX. No sólo la herencia racista y destructiva del colonialismo no ha sido reconocida por entero, sino que hace unos años una ley fue aprobada para exigir enseñar los elementos “positivos” del colonialismo francés en las escuelas públicas.

Además, como parte de la herencia de la Ilustración, la sociedad francesa, incluida una parte de la izquierda, parece daltónica en la manera que muestra, en el mejor de los casos, una extrema insensibilidad a las diferencias culturales. Esto, así como el racismo islamófobo, estaba detrás de la prohibición del velo en las escuelas francesas; una práctica que bajo mi punto de vista no debiera ni ser prohibida (como en Francia) ni requerida (como en Irán). Por tanto, una revista como Charlie Hebdo, cuyos caricaturistas tenían una visión cercana a la de los años 60, se enorgullecían de su secularismo y oposición a toda religión. Estos talentosos y creativos artistas, no se dieron cuenta de que el mundo había cambiado desde 1968, y que ridiculizar y profanar el Islam constituía una humillación a una minoría oprimida y con muy poca voz dentro de su propio país.

Una cosa es defender aquellos como Salman Rushdie o Malala Yousafzai, críticos de las formas dominantes del Islam que han surgido dentro de esas comunidades. Otro asunto es cuando externos relativamente privilegiados, como Charlie Hebdo, salidos de las que son percibidas, y con razón, como las instituciones culturales dominantes de una sociedad racista como Francia (o EEUU, o Reino Unido, o Alemania) critican o ridiculizan al Islam, en sociedades donde los musulmanes forman minorías oprimidas. Por supuesto, ellos tienen el derecho legal de hacerlo, pero ¿qué hay del derecho moral? Por esta razón, nuestro artículo sobre las caricaturas danesas los considera un ejemplo de racismo islamófobo, mientras se opone a su instrumentalización por islamistas reaccionarios y políticos oportunistas en el mundo islámico.

Por estos motivos, las manifestaciones masivas en Francia en solidaridad con Charlie Hebdo deben ser vistas como contradictorias. Por un lado, representan una repulsión humanista a unos brutales asesinatos políticos -y un asesinato racista de judíos- que busca suprimir la libertad de expresión y el secularismo. Pero también muestran la hipocresía del liberalismo occidental moderno, especialmente cuando uno ve gente como Netanyahu, el carnicero de Gaza, en la primera línea de la foto ante la marcha entre los respetables “líderes mundiales”.

Aquellos que llevaron a cabo estos brutales ataques en París, buscando martirio para ellos al tiempo, les gustaría encender una guerra civil en Europa contra los musulmanes, con la esperanza de radicalizar la comunidad en su alienada y retrógrada dirección. Grupos derechistas anti-inmigrantes como el Frente Nacional desean lo mismo.

¿Representan los ataques de París una nueva oleada de radicalismo islámico, o su crepúsculo? Es demasiado pronto para decirlo. Uno puede desear, sin embargo, que la general repulsa, incluyendo a una vasta mayoría de los musulmanes, ayudará a acabar con las fuentes de financiación que existen para Al Qaeda e ISIS. Esto dependerá mucho de cómo Francia y otras sociedades donde los musulmanes forman minorías reaccionen a los eventos de París. Y esto dependerá a su vez de cómo los progresistas e izquierdistas puedan encontrar su lugar ahí, y globalmente, para una agenda que se opone a dominaciones de clase, de forma tal que permita más espacio para una variedad de experiencias humanas y culturas, y tener más en cuenta formas de opresión basadas en la raza y la etnia, identidad religiosa (o no), género y sexualidad.

Journal of the International Marxist-Humanist Organization. Traducción para Marxismo Crítio de José Demócrito Pérez-Ardá

 

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