Los Emiratos Árabes Unidos han llevado a Sudán al borde del abismo
Para la dictadura emiratí ganar no se trata de una bandera en lo alto del palacio presidencial de Jartum. Se trata del poder de veto sobre los resultados que afectan a sus intereses espurios
La caída de El-Fasher ha hecho mucho más que redibujar el mapa del oeste de Sudán. Ha cristalizado una verdad que desde hace tiempo era evidente para quienes observaban de cerca la política de Abu Dabi: cuando se enfrentan a una situación difícil, los líderes emiratíes no dan marcha atrás.
A pesar de dos años de críticas y cobertura mediática negativa sobre sus implicaciones abiertas y encubiertas en Sudán, Abu Dabi ha redoblado sus esfuerzos. Su principal apoderado, las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), controla ahora el corazón logístico de Darfur y, con ello, una base de poder que puede monetizarse en oro, protegida por rutas transfronterizas y aprovechada frente a los vecinos.
Este resultado no es fruto de la suerte en el campo de batalla. Refleja una filosofía de gobierno en Abu Dabi que valora la asertividad, la represalia contra los desaires percibidos y la acumulación estratégica de influencia a lo largo del tiempo.
El pragmatismo, en el sentido tecnocrático, es menos importante que el hecho de prevalecer. Quince años de política emiratí en la era de Mohammed bin Zayed han demostrado que, para los Emiratos Árabes Unidos, la cuestión no es si «ganan» una capital, sino si pueden negar a sus adversarios una victoria decisiva, asegurar el acceso a los corredores y mercados y sobrevivir al ciclo de noticias, sin importar el coste en vidas humanas. Libia es ejemplo de ello.
Por eso, la popular expresión de que los EAU «buscan la estabilidad» suele ser engañosa. Al más puro estilo maquiavélico, Abu Dabi busca obtener ventajas.
Lo hace con un estilo que es abiertamente transaccional y, en la cúspide, intensamente personal. El dictador Mohammed bin Zayed, artífice de este enfoque, actúa como un estratega que considera que la disuasión y la reputación son indivisibles.
Dar marcha atrás invita a la depredación; la escalada restablece las condiciones. Desde la 'Primavera Árabe', Mohammed bin Zayed ha sido coherente: vincular a los actores locales con la logística y las finanzas emiratíes, recompensar el cumplimiento, castigar la traición y cultivar múltiples aliados para no perder nunca el puesto en la mesa.
Coste reputacional
El mecanismo es lo que algunos denominan «interdependencia armada». Durante la última década, los EAU han construido una red de puertos, zonas francas, centros aéreos, casas comerciales y servicios financieros que se extiende desde el mar Rojo hasta el Sahel y se adentra en el Mediterráneo: un eje multimodal de secesionistas.
Esos conductos físicos y financieros se complementan con una constelación de empresas adyacentes al Estado y vehículos privados que pueden mover dinero, personas y materiales con rapidez y denegación. Cuando Abu Dabi respalda a un socio, no sólo le proporciona dinero o equipamiento, sino que le abre las puertas a un ecosistema centrado en los nodos emiratíes. Mientras esas vías permanezcan abiertas, el tiempo juega a favor de Abu Dabi.
Sudán muestra ese modelo con gran claridad. Los EAU han invertido en múltiples niveles.
Ha involucrado a figuras civiles que podrían liderar un reinicio tecnocrático en Jartum. Ha cultivado vínculos con el ejército regular, las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS), porque ningún acuerdo viable puede ignorar al cuerpo de oficiales. Y lo más importante, se ha alineado con las FAR (Fuerzas de Apoyo Rápido), la milicia paramilitar terrorista que convirtió su red de patrocinio en Darfur en una economía de guerra.
Esta última decisión conlleva el mayor coste en términos de reputación, por razones obvias: la conducta genocida de las FAR ha sido ampliamente condenada. Sin embargo, los mismos elementos que hacen que las FAR sean tóxicas también las hacen útiles para Abu Dabi. Puede vigilar corredores clave, obtener rentas del comercio transfronterizo y del oro, y mantener su posición en el oeste, incluso si el centro del país sigue siendo objeto de disputas. Para un patrocinador externo, es una apuesta por la resistencia, más que por una victoria limpia.
Las tímidas críticas de Washington y Londres no han alterado este rumbo, ni tampoco las advertencias europeas sobre sanciones o daños reputacionales en los mercados mundiales.
La respuesta de Abu Dabi, cuando aumenta la presión, es la habitual: rebatir los hechos, ampliar los canales diplomáticos y reforzar los hechos sobre el terreno (en este caso, las matanzas) para garantizar que no se pierda influencia. Es una actitud de desafío más que de acomodación, y surge de una confianza nacida de una profundidad estructural y de los negocios que Occidente hace con la dictadura.
Mantener las opciones abiertas
Ninguna capital regional puede igualar la combinación actual de liquidez, logística y acceso diplomático de los EAU. Esa confianza explica otra característica distintiva del estilo emiratí: mantener abiertas las opciones en ambos lados de un conflicto.
En Libia, respaldó la campaña oriental del general renegado Jalifa Haftar, al tiempo que mantenía líneas de comunicación con empresarios y redes municipales en el oeste.
En Sudán, puede hablar con Abdalla Hamdok, el ex primer ministro civil, y con Mohamed Hamdan Dagalo («Hemedti») de las FAR, al tiempo que mantiene canales de comunicación con el general Abdel Fattah al-Burhan y su círculo. Si se cierra una puerta, otra permanece entreabierta.
Pero esta postura tiene un precio, y cada vez es más alto. La negación --el lubricante de este tipo de poder-- se erosiona con cada vídeo de drones, manifiesto de vuelo de carga e imagen satelital.
Los vecinos han percibido el cambio. Qatar y Omán ahora se promocionan como convocantes y mediadores; Arabia Saudí, cautelosa de quedar atrapada en la estela de su aliado, se ha inclinado por un papel de mediadora en Sudán, incluso mientras mantiene su lealtad con Abu Dabi en cuestiones de seguridad fundamentales.
La imagen importa. Cuando los vecinos actúan como pacificadores, el actor más asociado con el patrocinio y el rearme se convierte en el protagonista de la historia. Y cuando la historia se endurece, la influencia puede dejar de ser convertible: es posible que se tenga influencia, pero que haya menos foros y menos socios dispuestos a legitimar su uso.
Sin embargo, para comprender por qué es poco probable que Abu Dabi cambie de postura sin un cambio real en los costes, hay que entender qué significa «ganar» en sus propios términos. No se trata de una bandera en lo alto del palacio presidencial de Jartum. Se trata del poder de veto sobre los resultados que afectan a los intereses emiratíes. Se trata de garantizar que las rutas marítimas del Mar Rojo, los flujos de energía y los cables de datos estén protegidos de las crisis que otros podrían aprovechar.
Es asegurarse de que los movimientos islamistas considerados por los dirigentes como amenazas existenciales no se consoliden. Es proteger las fuentes de ingresos, tanto lícitas como ilícitas, que pasan por los mercados de Dubái. En ese sentido, un bastión de las FAR en Darfur que pueda aprovecharse para alcanzar un acuerdo federal o para congelar el conflicto, aunque cueste miles de vidas, puede parecer un equilibrio tolerable, especialmente si se puede dar una imagen civil a la transición en otros lugares.
La prueba de resistencia de El Fasher
Hay otra forma de interpretar la caída de El Fasher: como una prueba de resistencia del modelo de Abu Dabi y una oportunidad para reorientarlo.
Si los EAU desean demostrar que su profundidad estratégica puede reportar beneficios regionales y no sólo ganancias privadas, Sudán ofrece un escenario inmediato. La misma red que puede mantener abastecido a un apoderado puede hacer cumplir un alto el fuego, si el patrocinador así lo desea.
Cerrar los grifos no es una política glamurosa, pero es decisiva: cerrar el puente aéreo y las líneas de transporte por carretera, restringir la monetización del oro de Darfur y obligar tanto a las FAR como a las FAS a aceptar una tregua supervisada. Utilizar canales de confianza con Egipto para garantizar que El Cairo vea una salida que proteja el corazón del Nilo y excluya las corrientes islamistas que teme.
Utilizar la influencia en Riad para alinear una mediación liderada por Arabia Saudí con mecanismos de aplicación reales, no sólo comunicados. Y elevar un centro civil creíble, no como una hoja de parra, sino como la columna vertebral de una transición que desmovilice las economías dirigidas de ambos bandos.
Ese giro no requeriría que la dictadura de Abu Dabi renunciara a su visión del mundo. Simplemente que la aprovechara.
Si el impulso animador es ganar, entonces «ganar» en Sudán puede redefinirse como evitar los peores resultados (aunque no se sabe si puede haber peores) y demostrar al mismo tiempo que la influencia de los Emiratos es indispensable para alcanzar un acuerdo con el que el mundo pueda vivir. Eso significa aceptar el sacrificio de cierto acceso a cambio de legitimidad; que se dirá que no a algunos clientes; que se aplazarán algunos beneficios. También significa demostrar que los EAU pueden ser una fuerza constructiva para una estabilidad real y sostenible en la región.
La última década ha demostrado que Abu Dabi no se asusta fácilmente. Es paciente, implacablemente estratégico y se siente cómodo con la ambigüedad. Esas características han construido un «eje» de relaciones con actores no estatales que puede durar más que los gobiernos. También han llevado a los EAU a un punto en el que la atención pública mundial eclipsa el velo que antes cubría las actividades emiratíes en África.
En Sudán, el instinto de redoblar la apuesta ha dado lugar a un reducto paramilitar y a una guerra en expansión. Canalizar ese mismo instinto hacia la distensión sería la verdadera demostración de poder: no una retirada, sino la decisión de convertir su implicación en estabilidad. A largo plazo, esta victoria beneficiaría mucho más a los intereses de los Emiratos.
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