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Mundo :: 23/12/2003

Los transgénicos y los que pretenden oponerse a ellos

Muturreko
El 1 de diciembre, René Riesel ingresó en la prisión de Mende (Francia). Había sido condenado a seis meses de condena por participar en el sabotaje llevado a cabo en el CIRAD el 5 de junio de 1999 junto a José Bové y Dominique Soullier.

A diferencia de ese Bové tan bien recibido por todas las cámaras de televisión, Riesel no pidió el indulto presidencial, y desautorizó a todos los que en Francia quisieron pedirlo en su nombre.

Por esa razón ha entrado en la cárcel, con mucho menos alboroto que José Bové. El CIRAD es una institución del Estado francés que investiga la aplicación de la transgénesis para su uso en países «en vías de desarrollo» en la agricultura. Es decir, se trata de una institución progresista en todos sus sentidos. Cuando Riesel y compañía sabotearon el maíz transgénico con que se experimentaba en él, la comunidad científica puso el grito en el cielo contra esos «oscurantistas» que pretendían interrumpir «la marcha inexorable del progreso», etc. Sin embargo, como se pudo comprobar después, y como dijo Riesel ante el tribunal de Montepellier que juzgaba estos hechos, «el tiempo perdido por la investigación es tiempo ganado para la conciencia». El sabotaje cometido en el CIRAD sirvió de desencadenante a una campaña de sabotajes antitransgénicos a lo largo de todo el territorio del Estado francés.

Desgraciadamente, lo que podía ser el germen de una verdadera oposición a los transgénicos abortó, no por culpa de las malas artes de alguna multinacional sino a causa de la falsa oposición ciudadanista, con José Bové a la cabeza (y todavía hay quien ve en él «la conciencia de la Tierra»). Algo que debía haber sido un mensaje de contenido claro y rotundo, un NO a los transgénicos y a la sociedad que los hace posibles y necesarios, se convirtió, en manos de esta disidencia domesticada, en una simple «petición» ciudadana de mejores controles, más medidas de seguridad y un presunto debate público acerca de la ingeniería genética. De este modo se desvirtuó completamente el sentido de la acción cometida en el CIRAD.

Cuando la unión de Estado y capital se ha tornado más sólida que nunca, y es imposible decir dónde acaba uno y empieza el otro, los ciudadanistas se empeñan en seguir reclamando «control ciudadano», «moratorias» o la aplicación de un «principio de precaución»: es decir, engañifas sólo aptas para almas bellas. Así, no sorprende oírle a un Bové decir que el objetivo de la acción del CIRAD era «recordarle al Estado su papel». Estos lloriqueos han servido para tapar la realidad de los transgénicos: los OMG no se expanden sólo por decisión de las transnacionales sino que muchas investigaciones en este campo las realizan los estados, que a menudo son los únicos capaces de hacer frente a los gastos que conllevan; ¡y a estos mismos estados están pidiendo los ciudadanistas, desde ATTAC a EHNE, que controlen sus propios tejemanejes!

Ante una oposición como ésta, no es de extrañar que la implantación de los OMG avance a pasos de gigante. El actual freno al uso de células madre impuesto por la UE no debería engañar a nadie; lo importante es que, al aceptar el etiquetado de alimentos, los ciudadanistas están aceptando de hecho el uso de transgénicos. Hay que ser un automovilista de izquierdas para pensar que el ciudadano que vota en las elecciones y que trabaja más de cuarenta horas a la semana es el mismo que se detendrá a estudiar concienzudamente en el supermercado el contenido de lo que va a comer a toda prisa ante el televisor.

Si queremos que la presencia de personas como René Riesel en la cárcel sirva de algo, debemos oponernos no sólo a la imposición, de grado o por fuerza, de los transgénicos, sino que tenemos que cuestionar ante todo la sociedad que los hace deseables, aunque sea con excusas tan falsas como la de que servirán «para acabar con el hambre en el mundo». No debemos proponerle otras vías paralelas al capitalismo; sugerir moratorias o debates de expertos es un error. Los estados sólo los aceptarán si ven que servirán para dividir o engatusar a la oposición a los OMG. Y sobre todo hemos de renunciar a los líderes, sean del tipo Bové o cualquier otro, y a la tentación de trivializar nuestro discurso para poder salir en televisión, «porque el verdadero enemigo está en la creación de una mentalidad "gramofónica" repetitiva, tanto si se está como si no de acuerdo con el disco que suena en aquel momento» (George Orwell).

NOTA: René Riesel expone sus razones en el libro Los progresos de la domesticación, publicado a fines de noviembre en Bilbao por Muturreko burutazioak.

 

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