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Brasil :: 31/10/2022

Lula ganó la presidencia pero el bolsonarismo salió fortalecido: hay que derrotarlo en las calles

André Barbieri
La derecha salió fortalecida en el Congreso, las gobernaciones y en una situación de alta polarización. ¿Cómo derrotar al bolsonarismo?

Lula ganó las elecciones presidenciales en esta segunda vuelta por 50,9% a 49,1%. El resultado fue muy ajustado, con menos del 2% de diferencia, y los números muestran que Bolsonaro recuperó muchos votos en el balotaje.

La política ultraliberal de la extrema derecha, que generó muertes por la pandemia, hambre y desempleo, tuvo su respuesta en las urnas en los segmentos más empobrecidos de la población, especialmente en el Nordeste, con el trasfondo de una enorme crisis en el país.

Bolsonaro se convirtió en el primer presidente desde la vuelta el fin de la dictadura en 1988 en no ser reelegido después de su primer mandato. Biden, representante del imperialismo estadounidense, felicitó a Lula por su triunfo, al igual que el presidente francés Emmanuel Macron, el canciller alemán Olaf Scholz y otros gobiernos de la Unión Europea.

En votos absolutos, Lula obtuvo 60,3 millones y Bolsonaro, 58,2 millones. Lula obtuvo poco más de 3 millones de votos más que en la primera vuelta, mientras que Bolsonaro obtuvo más de 7 millones de votos que en la primera vuelta. Este dato confirma un escenario de derecha en el país, que fue gráfico en la primera vuelta con el avance del bolsonarismo en el Congreso.

En Minas Gerais, Bolsonaro redujo la ventaja con Lula, que era de 500.000 votos en la primera vuelta, a menos de 30.000 votos en la segunda. Tomando el estado de São Paulo, Bolsonaro venció a Lula por 1,7 millones en la 1ª vuelta, y en la 2ª vuelta ganó por un margen de 2,6 millones de votos. En la capital paulista, Lula ganó en la 1ª vuelta por un margen de 670.000 votos. Ahora, Lula ganó por 470.000 votos. En Bahía, Bolsonaro redujo la ventaja de Lula en la 1ª vuelta en 200.000 votos. En la región Nordeste, Lula mantuvo la misma ventaja de 13 millones de votos frente a Bolsonaro que tuvo en la primera vuelta.

Lula ya había dicho que “su gobierno no sería un gobierno del PT”, como se demostró en el apoyo recibido por la candidata Simone Tebet de la derecha tradicional tras la primera vuelta, Marina Silva, o su candidato a vicepresidente, el neoliberal Geraldo Alckmin, además de otras fuerzas de derecha. En la conferencia de prensa de la noche de este domingo, Lula pronunció un discurso de unidad nacional y acuerdo con partidos e instituciones estatales (como el Ejército), tratando de borrar la clara división del país en “dos Brasiles”. No mencionó ninguna que fuera a dar marcha atrás con ninguna de las reformas hechas por la derecha desde 2016, como la reforma laboral y la reforma de pensiones, como le exigieron los empresarios y el gran capital que lo apoyó en la carrera electoral. Resaltó la idea de que esta “no es una victoria del PT, sino de un inmenso movimiento democrático que se elevó por encima de los partidos políticos”. “No importa a qué partido pertenezcan el gobernador y el alcalde”, Lula aseguró que habrá negociaciones.

Dijo que se enfrentaba “no a un candidato, sino a un aparato estatal”. Dijo que tendrá que gobernar Brasil “en una situación muy difícil”, llamando a tener “paciencia” ante una política de gobierno que se verá obligado a ceder a la derecha en su agenda. Reiteró que la población quiere más democracia, reajustes salariales por encima de la inflación, libertad religiosa. Se pronunció contra el racismo y los prejuicios. Dijo que quiere restablecer relaciones comerciales beneficiosas con EEUU y la Unión Europea, sin mencionar a China en su discurso. Aprovechó la destrucción ambiental de Bolsonaro para asumir la defensa del medio ambiente, sin mencionar la agroindustria depredadora. “No nos interesa una guerra por el medio ambiente, pero estamos listos para defender [la Amazonía]”. También saludó al Papa Francisco y repasó citas bíblicas. Terminó saludando a Alckmin, habiendo saludado inmediatamente a Simone Tebet y Marina Silva.

En medio de un país dividido, la victoria electoral de Lula lo convierte en un presidente que iniciará su gobierno con una gran polarización social, el fortalecimiento del bolsonarismo en el Congreso y las gobernaciones estatales y con una crisis económica heredada en el país.

Los intentos de fraude llevados a cabo por las fuerzas bolsonaristas para evitar que el electorado lulista vaya a votar, sobre todo en el nordeste, tuvieron amplia repercusión, generando cuestionamientos contra la propia campaña de Bolsonaro.

Durante la jornada electoral, la Policía Federal de Caminos (PRF) y el Ejército realizaron operativos buscando diferentes formas de impedir que la gente vote, especialmente en la región Nordeste (más de la mitad de los operativos en el país, en una región con el 27% del electorado). Es la región donde más se odia a Bolsonaro. Más escandaloso aún es que el director de la PRF sea un bolsonarista declarado que publicó su apoyo a Bolsonaro en vísperas de las elecciones.

Esto afectó la votación en el Nordeste y en varias ciudades donde Lula tenía ventaja en la primera vuelta. Esta fue otra intromisión autoritaria del aparato represor del Estado, nicho de la extrema derecha, que se inscribió en la escandalosa tutela con supervisión militar de las elecciones, que fue avalada por el juez del Supremo Tribunal Federal, Alexandre de Moraes, y el Tribunal Supremo Electoral (TSE).

Alexandre de Moraes, además, tuvo una política absolutamente confabuladora con los operativos policiales al servicio de la derecha, diciendo que no estaban impidiendo que los micros en los que iban votantes de Lula llegaran a los centros de votación, en sintonía con el informe del director bolsonarista de la PRF, y dijo que respetaba a “toda la policía”. Una prueba completa de los mil y un vínculos del poder judicial autoritario con el aparato represor del Estado.

Es fundamental frenar las amenazas de la extrema derecha con nuestras propias fuerzas, con paros y movilizaciones, sin ninguna confianza en el Tribual Electoral. El autoritarismo judicial fue parte de las maniobras de la derecha que han facilitado el camino del bolsonarismo desde 2016, y no son nuestros aliados.

Es importante resaltar que, ante cualquier amenaza de golpe o cuestionamiento de los resultados electorales por parte de Bolsonaro, es necesaria la movilización en las calles, con llamados desde las centrales sindicales, para paralizar el país.

Con estos resultados y el escenario a la derecha en el país, el bolsonarismo seguirá fuerte como corriente en las calles y con apoyo en el Congreso Nacional. Bolsonaro hará uso del gran apoyo electoral ganado en esta segunda vuelta para buscar organizar la oposición al gobierno de Lula-Alckmin.

Por otro lado, la fórmula Lula-Alckmin, que amplió sus alianzas a la derecha hasta la enésima potencia, demostró que este “Frente Amplio” contra Bolsonaro terminó siendo un potenciador del voto de extrema derecha, como quedó claro en la primera vuelta.

Con un programa de conciliación de clases, la campaña de Lula prometió preservar las reformas reaccionarias de los últimos años, como la reforma laboral y previsional, además de guiarse por la agenda conservadora dictada por Bolsonaro: estar en contra del derecho al aborto y publicar una carta a líderes evangélicos prometiendo su participación en la política. Esto no hace más que fortalecer los cimientos del bolsonarismo.

Compartimos el sentimiento de odio contra Bolsonaro de todos los trabajadores y jóvenes que hoy rechazaron a la extrema derecha, y se alegran por la derrota electoral de Bolsonaro. Al mismo tiempo, advertimos que no es posible enfrentar el bolsonarismo en alianza con la derecha, como lo hacen Lula y el PT. El de Lula será un gobierno que cederá mucho a la derecha. Es necesario preparar la lucha contra el bolsonarismo y la herencia golpista independientemente del gobierno, organizando la lucha desde las bases.

Tras la derrota de Bolsonaro es necesario que el eje sea la lucha por la derogación total de todas las reformas y las privatizaciones. Esto no se conquistará con alianzas con la derecha y el gran capital. Es necesario luchar por la reducción de la jornada laboral a 30 horas semanales, sin reducción de salario, distribuyendo las horas de trabajo disponibles entre todos los trabajadores, para acabar con la desocupación y unir a ocupados y desocupados.

Esta batalla es fundamental para preparar la construcción de una alternativa independiente, obrera, que dé una respuesta contundente a la crisis y enfrente efectivamente a la ultraderecha y el bolsonarismo.

La izquierda diario

 

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