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Europa :: 30/06/2022

Minsk como argumento

Nahia Sanzo
El proceso de Minsk es fácilmente manipulable en busca de culpar a la invasión rusa del estallido de esta guerra que comenzó, no en febrero de 2022, sino en abril de 2014

El final de la reunión de los jefes de Estado y de Gobierno de los países del G7 en Alemania ha dado paso a los prolegómenos de la cumbre de la OTAN, en la que España está haciendo una demostración de férrea defensa de la Alianza y sus valores. Los líderes de los países miembros llegarron a Madrid para una cumbre que estará monopolizada por la situación militar en Ucrania. Coincidiendo con el inicio de la cumbre, en el día de ayer se comprobó por primera vez el uso de los anzamisiles múltiples ligeros HIMARS estadounidenses enviados a Ucrania, que ya han llegado al frente oriental.

Con un frente que abarca centenares de kilómetros y en los que se encuentran todo tipo de objetivos militares, Kiev decidió estrenar sus nuevas armas disparando contra la localidad de Perevalsk, situada en la retaguardia de Lugansk mucho antes del inicio de la intervención rusa en febrero de 2022 y aún más lejos del frente ahora. El objetivo del bombardeo, que aparentemente no causó grandes daños materiales ni personales, no es más que una demostración de fuerza de Ucrania, que ha querido así subrayar que, pese a su retroceso en el campo de batalla, sigue siendo capaz de alcanzar ciudades que no habían sido objetivo de su artillería desde la firma de los acuerdos de Minsk en 2015.

Con el apoyo de sus socios, Kiev quiere dejar claro que sigue persiguiendo una victoria militar contra Rusia en Ucrania. Ayer mismo, Oleksiy Arestovich mostraba perfectamente esta postura al explicar la retirada ucraniana de Severodonetsk. En su visión, la labor de Ucrania es infligir las mayores pérdidas posibles al enemigo mientras este mantenga potencial ofensivo. Solo entonces, Ucrania podrá contraatacar, de ahí que las pérdidas -Arestovich las califica de temporales, pero algunas pérdidas duran ya ocho años- de ciudades no son un factor a tener en cuenta a la hora de determinar el resultado de la guerra. Ucrania se presenta así como un ejército cuyo único objetivo es agotar al Ejército Ruso [aunque en el frente los agotados son los pobres soldados ucranianos, que ya llevan 50.000 muertos mientras los rusos no llegan a 3.000], con la destrucción completa de las ciudades y las infraestructuras que esta estrategia implica. Ese fin es también perfectamente coherente con la postura de sus principales defensores a nivel internacional: fundamentalmente el Reino Unido y EEUU.

Ayer, Boris Johnson cedió parte del protagonismo a Liz Truss, la ministra inglesa que en los días previos al inicio de la intervención rusa afirmó ante Sergey Lavrov que Occidente nunca aceptaría la soberanía rusa sobre Rostov y Vorónezh, confundiendo las dos regiones rusas con Donetsk y Lugansk y dejando clara su agresividad y su falta de preparación. La experiencia de estos meses no ha cambiado la opinión de Truss y de su Gobierno, que continúan insistiendo en que no hay que buscar una paz temprana o, como la calificó la semana pasada Boris Johnson, una paz de mierda. En una entrevista concedida al medio alemán Welt publicada ayer, Truss definía la victoria de Ucrania como la salida de Ucrania de todas las tropas rusas. “Eso es lo que significa y es lo que escribí en mi artículo conjunto con Dmitro Kuleba. Lo que no podemos tener es una paz inestable en la que Rusia sigue presente en Ucrania”, afirmó la ministra británica.

En una línea similar -aunque sin renunciar a la idea de una negociación en posición de fuerza- se mostró ayer Emmanuel Macron, que en el contexto de una cumbre de la OTAN que pretende mostrar a Moscú como el principal enemigo de la Alianza, afirmó que “Rusia no puede ganar y no ganará”. Pero al igual que Truss no define exactamente qué quiere decir la salida de las tropas rusas del territorio ucraniano -si ese territorio incluye a Crimea, Occidente estaría buscando una guerra abierta de mucho mayor peligro que la actual-; el presidente francés tampoco definió qué se consideraría en las cancillerías de la Unión Europea una derrota rusa.

El margen de definición de victoria y derrota en esta guerra es amplio, especialmente teniendo en cuenta que la situación en el frente parece encaminarse a un resultado no concluyente. Cualquier resultado que no implique la captura de Kiev puede ser presentada por los gobiernos y medios occidentales como una derrota de Moscú. Sin embargo, esa idea sería ahora menos convincente que el pasado marzo, especialmente si Rusia consolida el control de Donbass, Jerson y el corredor terrestre a Crimea. La posibilidad de que Ucrania tenga que modificar su definición de victoria es algo que, según publicaba ayer CNN, se plantea incluso en el círculo cercano al presidente estadounidense Joe Biden.

Pese a esas dudas y diferencias internas que sin duda existen, la cumbre de la OTAN escenifica la continuidad de la situación actual: apoyo financiero y político incondicional a Ucrania y constante flujo de armas en busca una victoria decisiva de Ucrania, aunque no sean capaces de definir realmente en qué consiste esa victoria.

La Alianza no participará en el desbloqueo de los puertos ucranianos y no existe la vía rápida a la OTAN tal y como exige Kiev, pero Ucrania seguirá siendo una herramienta en los objetivos estratégicos de la Alianza, centrada en castigar militar y económicamente a Moscú. Ese objetivo es suficiente para justificar, no solo la continuación de una guerra cada vez más destructiva, sino también el sufrimiento que en los países miembros pueda causar el efecto de las sanciones contra Rusia. “Es el precio que tienen que pagar los aliados”, afirmó Stoltenberg.

La publicación de la transcripción de la conversación mantenida por Emmanuel Macron y Vladimir Putin el 20 de febrero ha vuelto a poner de manifiesto la centralidad que durante siete años tuvieran los acuerdos de Minsk en la agenda política del conflicto ucraniano. La incoherencia de Macron y su falta de conocimiento sobre el proceso y los acuerdos en sí muestran lo que ya reveló la publicación de la correspondencia diplomática entre las cancillerías de Berlín, París y Moscú: no había entre los países occidentales intención alguna de presionar a Kiev para que cumpliera sus compromisos adquiridos.

Los siete años de bloqueo y la ausencia completa de resultados políticos reafirman el fracaso del proceso de Minsk. Siempre en busca de sustituir el formato del Grupo de Contacto de Minsk, en el que sí tenían voz las Repúblicas Populares, por el Formato Normandía, Ucrania trató de reescribir los acuerdos para imponer así la visión del texto que reflejaba Emmanuel Macron en su conversación con Vladimir Putin. Durante siete años, las Repúblicas Populares de Donbass trataron de mantener, a instancias de Rusia, una posición constructiva en el proceso de Minsk, pese a las constantes declaraciones de funcionarios ucranianos, que reafirmaban su intención de no cumplir con los puntos políticos: amnistía, reanudación de los vínculos económicos, derechos lingüísticos y culturales y estatus especial.

Incapaces de resolver el conflicto entre Ucrania y Donbass, los acuerdos de Minsk siguen siendo útiles para los funcionarios occidentales. En sus declaraciones a Welt, Liz Truss se refería a ellos como argumento en contra de la negociación. “No va a funcionar. Ya sabemos lo que ocurrió en 2014 con los acuerdos de Minsk, al final Rusia se reagrupó y volvió a por más después, así que no podemos permitir que vuelva a darse esa situación”. La derrota de Ilovaisk obligó a Ucrania a firmar los primeros acuerdos de Minsk, un primer alto el fuego incumplido desde el primer día y que fue utilizado por las partes para reagruparse en vistas de una inevitable reanudación de las hostilidades. Una forma de ganar tiempo más favorable para quien había sido derrotado y corría un serio riesgo de colapso militar que para quien detenía su ofensiva con el alto el fuego, en un proceso que se asemeja a ese acuerdo buscado actualmente por Emmanuel Macron.

La presencia del Ejército Ruso sobre el terreno en Donbass, Jerson, Járkov y Zaporozhie hace imposible comparar la situación actual con aquel primer alto el fuego de septiembre de 2014 que nunca fue tal. Sin embargo, olvidado e ignorado lo ocurrido entre septiembre de 2014 y febrero de 2022, el proceso de Minsk es fácilmente manipulable en busca de culpar a la invasión rusa del estallido de esta guerra que comenzó, no en febrero de 2022, sino en abril de 2014.

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