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Asia :: 26/02/2013

Movimientos, intereses y conflictos en torno a Myanmar

Txente Rekondo
La Premio Nobel de la Paz y candidata para dirigir en el futuro el país, Suu Kyi, ha recogido importantes críticas por su pasividad ante las brutalidades contra los indígenas

Las voces que alaban el camino iniciado por los dirigentes de Myanmar son cada día más, sobre todo desde Estados Unidos y sus aliados occidentales. La liberación de algunos prisioneros políticos, las nuevas leyes que permiten la libertad de reunión y acaban con la censura a los medios, al tiempo que se abren las expectativas para nuevas relaciones han impulsado las citadas reacciones positivas.

Sin embargo, la realidad de Myanmar está marcada también por diferentes conflictos que algunos actores prefieren obviar. Los ataques y persecución de la minoría musulmana Rohingya, la guerra contra la etnia Kachin, la represión contra las protestas ante algunos macro-proyectos energéticos (la mina de cobre de Monywa, o la presa hidroeléctrica Myitsone en territorio kachín), o por la resistencia de las poblaciones locales a la confiscación de tierras.

La transición política en Myanmar gira, de cara a los actores extranjeros, en torno a los movimientos del presidente Thein Sein y la actitud del otrora icono opositor, Aung San Suu Kyi y su Liga Nacional para la Democracia (NLD).

El presidente ha ido consolidando su autoridad y la reforma iniciado en este período. Ha logrado ubicar un grupo de tecnócratas en el gobierno, al tiempo que ha creado los “superministerios” con gente de su confianza en los puestos clave. Por su parte, ha sabido atraer también a los militares, que parece haberse sumado a la transición, tal vez conscientes de que no tendrá consecuencias negativas para sus propios intereses.

Por su parte, la evolución política de Suu Kyi está preocupando mucho a diferentes sectores que en el pasado defendían el papel opositor de esta mujer. Algunos señalan que sus últimas actuaciones, sus silencios o sus declaraciones, muestran que junto a ella camina un latente chauvinismo birmano. Considerada en el extranjero como el símbolo de la resistencia al anterior régimen, promocionada (Premio Nobel de la Paz) como firme candidata para dirigir en el futuro el país, Suu Kyi también ha recogido importantes críticas por su pasividad ante las brutalidades contra los rohingya y los kachín. Importantes sectores otrora aliados suyos han denunciado su silencio ante la violación de los derechos humanos de los citados grupos. La frustración y la decepción son dos términos que utilizan esos sectores para describir la actitud de Suu Kyi.

Algunos analistas apuntan a la importancia que en esta transición tendrán las elecciones del 2015, y sobre todo los posibles riesgos que pueden conllevar ante un más que probable triunfo de la NLD de Suu Kyi. Una victoria abrumadora puede llevar consigo la escenificación de un nuevo escenario donde l NLD se sobre y se baste para gobernar, lo que traería la marginalización del poder de la antigua élite política, de los movimientos étnicos y de otros grupos opositores. Y todo ello sin menospreciar las luchas internas que pueden darse en el seno de la propia NLD.

La política hacia las minorías es una clave del nuevo escenario. Con más de 134 grupos étnicos diferentes, la política del gobierno birmano ha seguido históricamente unos parámetros muy similares. Desde la independencia esa estrategia gubernamental ha pasado al menso por tres fases. La primera de ellas, tras la independencia del país, y bajo las promesas de autodeterminación y mayor autonomía que se recogían en el Acuerdo de Panglong (1947) los grupos étnicos esperaron entre 1948 y 1962 que se cumpliera lo acordado. Sin embargo los gobiernos centrales desarrollaron una colonización interna y la ideología de la supremacía birmana, las tres B (un país-Birmania; una religión-Budismo; una lengua-birmano). A pesar del nombre oficial “República Unión de Birmania”, la historia, cultura y lenguas de los grupos étnicos desaparecerá de la historia del país.

La segunda fase, llamada “la vía birmana al socialismo” y protagonizada por los militares, entre 1962 y 1988 consolidará el control birmano sobre las minorías y utilizará la fuerza militar para acallar a las disidencias. Será el tiempo de los “4 cortes” (alimentos, dinero, reclutamiento e información) y la “birmanización” del país a la fuerza.

La tercera fase, en nuestros días, está protagonizada por la transición iniciada. Pero también hay aspectos preocupantes, como el cambio de los nombres de los estados por otros de claro contenido birmano (Kambawza, Ramanya, Zeyarthiri…), intentando borrar cualquier presencia de las minorías. La “ideología de la supremacía nacional” es una constante entre las élites birmanas.

La persecución de los Rohingya mostró las imperfecciones que acompañan a la transición birmana. La identidad religiosa y étnica de estos descendientes de pueblos de Asia del sur ha sido la excusa para lanzar la campaña que algunos califican de genocidio. El uso peyorativo del término “kala” se ha extendido en el país, y lo que se inició como un ataque a los rohingya, ha ido ampliándose en un sentido más general, contra los musulmanes y los provenientes del sur del continente, afectando a otros estados más allá del de Rhakine.

Esta minoría, sin reconocimiento oficial como tal, sin ciudadanía (con la actual ley de 1982 nunca la adquirirán), son presentados como emigrantes de Bangladesh (donde tampoco se les reconoce la ciudadanía). Una de las críticas más severas hacia Suu Kyi guarda relación con su actitud ante las masacres contra los rohingya. En lugar de pedir la derogación de medidas excepcionales y la ley de la nacionalidad de 1982, ha solicitado “la necesidad de que impere la ley en la zona”.

Ante un futuro desesperanzador, con decenas de miles de desplazados y refugiados, con al silencio por parte de la NLD y la comunidad internacional, todo parece indicar que nada va a cambiar y que seguirá prevaleciendo la lógica de la fuerza. Mientras que algunos avisan del peligro de una radicalización de la juventud rohingya, que puede abrir la puerta a la presencia de actores extranjeros, otros se preguntan que “si los rohingya no pueden ser ciudadanos en ninguna parte, entonces ¿por qué no habrían de forjar una patria para ellos mismos?”.

La guerra contra el pueblo kachín también marca el rumbo de la nueva transición en Myanmar. Hace veinte meses que se inició la nueva fase del conflicto, dejando tras de sí cientos de muertos y decenas de miles de desplazados. El pueblo kachín se encuentra en el norte de Myanmar, en la provincia china de Yunnan y en Arunacha Pradesh en India. Hasta la instauración de las nuevas fronteras y estados en la región, los kachín gobernaban de manera independiente su territorio, bajo los llamados “duwas” y siguiendo prácticas tradicionales, sin formar parte del reino birmano. Los británicos tampoco los incorporaron a Birmania y fue el prosterno engranaje post-colonial el que acabó con la independencia kachín.

Tras el reiterado incumplimiento del Acuerdo de Panglong, se formará la Organización para la Independencia Kachín (KIO) en 1961, seguido de su brazo armado el Ejército para la Independencia Kachín (KIA), que dará pie a la primera guerra contra el gobierno central, y que durará hasta 1994, cuando se firman los acuerdos de alto el fuego.

A partir de esa fecha se marca la prioridad de buscar acuerdos a través del diálogo y permitirá al KIO/KIA controlar buena parte del territorio, al tiempo que materializará importantes logros para su pueblo en esas zonas. Así, se incrementará un desarrollo social, un acceso a las tecnologías (Internet y telefonía), la creación de ONGs activas en sectores de la educación y en la defensa del medio ambiente, así como reforzar las comunidades locales y la enseñanza de la lengua kachín.

En esos años se pueden ver hoteles, la electricidad no sufre cortes de suministro, se crea una televisión local, se recogen importantes beneficios del comercio fronterizo, aunque también se denuncian casos de corrupción.

La riqueza de la zona hace que el gobierno, a pesar de todo, también busque el control de la misma, y pone en marcha proyectos privados de grandes negocios agrícolas, militariza la zona, destruirá el medio ambiente con sus megaproyectos, al tiempo que mantiene una política de promoción de la lengua birmana y el budismo como religión. Por otro lado, no querrá afrontar la graves crisis humanitaria que ha generado el conflicto por ellos impulsado, con decenas de miles de desplazados y refugiados.

A partir de 2011 se entra en la nueva fase del conflicto, con un enfrentamiento armado donde se muestra claramente la distancia entre el discurso oficial del presidente Thein Sein y las acciones de los militares birmanos sobre el terreno contra el pueblo kachín. La peligrosa dinámica que puede desarrollarse a partir de ahora condicionará el rumbo del país, pero sobre todo puede volver a situar en la centralidad el largo conflicto sin resolver que los gobiernos birmanos han venido manteniendo con los pueblos de la región.

Las manifestaciones de apoyo al pueblo kachín por parte del Consejo Federal de Nacionalidades Unidas (una coalición de 11 grupos étnicos, algunos con acuerdos de alto el fuego y otros no) o del Ejército Unido del Estado Wa (UWSA), una de las organizaciones armadas más poderosas, dejan entrever la preocupación por parte de otras minorías ante el rumbo de la política gubernamental, y sobre todo ante el temor de que ellos pueden ser los siguientes. En ese sentido, también hay que situar los preparativos de grupos Shan ante una posible intervención- ataque gubernamental, y movimientos similares en la étnia karen.

La llamada comunidad internacional también quiere su parte en Myanmar. El giro que se ha producido en EEUU y sus aliados occidentales busca abrir el pastel económico de Myanmar a sus intereses, y sobre todo debilitar la alianza que han venido manteniendo durante los últimos años los dirigentes locales con China.

Del boicot, el embargo y las sanciones hemos pasado a los análisis para “abrir la economía al comercio e inversiones extranjeras”, a la “promoción del mercado local, la explotación de los recursos, y el desarrollo de instituciones financieras que dirijan la capitalización”.

La visita de Obama al país, a penas dos semanas después de su triunfo electoral en noviembre pasado, otorgándole un simbolismo muy importante, que va a suponer un apoyo no sólo a las reformas económicas y políticas iniciadas, sino un evidente respaldo al régimen y al presidente Thein Sein. Y ello junto a un silencio absoluto a todas las violaciones de derechos humanos que lleva manteniendo la clase dirigente contra los citados sectores sociales y étnicos contrarios a su política.

La oportunidad de “hacer negocio” y al mismo tiempo debilitar la presencia china en la zona marcan los ejes de esa nueva actitud occidental hacia Myanmar.

Por su parte China tiene también sus propios intereses, que sin duda alguna están interrelacionados entre sí. A los dirigentes chinos les preocupa la estabilidad interna, y la presencia de refugiados kachín en la ya de por sí compleja realidad étnica del sur de China puede acabar por alterar la situación en la zona.

Además, el interés económico, mostrado en la inversión de importantes proyectos de extracción de recursos minerales y energéticos, como las ya mencionadas minas y plantas hidroeléctricas, o el oleoducto que une Myanmar con Kunming, la capital de la provincia de Yunnan, va unido también a la posibilidad de abrir un mercado nuevo a los productos chinos.

Por último, están los objetivos estratégicos de China, donde la presencia cada vez más evidente de EEUU y sus aliados está permitiendo a los dirigentes birmanos flirtear con éstos mientras mantienen sus lazos con China, y todo ello en un momento donde desde Washington se subraya la importancia de la región en su pulso con Beijing.

* Analista internacional
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