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Mundo :: 16/11/2018

No le crean al Banco Mundial: los robots se quedarán con nuestros salarios

Larry Elliott
El Banco Mundial se ha comportado selectivamente en su uso de las estadísticas con el fin de probar algo

El Banco Mundial tiene un mensaje tranquilizador para quienes temen quedar obsoletos por la automatización. La era de los robots no supone nada de lo que preocuparse. Al igual que todas las demás olas de avance tecnológico, la cuarta revolución industrial creará empleos, más que destruirlos, de modo que los temores de desempleo masivo resultan en buena medida infundados.

Tampoco debería preocuparnos que la llegada de la nueva era de las máquinas vaya a ensanchar el abismo entre ricos y pobres, porque la idea de que el mundo se está convirtiendo en un lugar menos equitativo tiene más de impresión que de realidad.

La automatización, de acuerdo con el Informe de Desarrollo Mundial [World Development Report], constituye una oportunidad, no una amenaza. Ciertamente, hay algunos empleos que desaparecerán, pero se crearán otros para satisfacer una gama de futuras necesidades de las que somos actualmente inconscientes. Puesto que no se puede detener la automatización, los gobiernos tienen que hacer dos cosas. Formar a su población mediante inversiones en educación de modo que dispongan de las habilidades necesarias para la era de los robots, y reducir los gravámenes a las empresas, eliminando leyes y restricciones laborales perjudiciales. La necesidad de una mayor desregulación para impedir que las empresas prefieran utilizar robots en lugar de humanos es un tema constante.

En lo esencial, el Banco Mundial ha aparecido con una forma recalentada de la teoría del chorreo (“trickle down”) que Margaret Thatcher habría respaldado encantada. A las empresas privadas se les debería permitir hacer lo que consideren mejor para sus intereses, y los políticos deberían quitarse de en medio.

He aquí una muestra de lo que dice: “Un contrato de empleo asalariado formal sigue siendo la base más común para las formas de protección que permiten los programas de seguridad social y para regulaciones como las que especifican un salario mínimo o indemnización por despido. Los cambios en la naturaleza del trabajo causados por la tecnología desplazan el modelo de exigencia de prestaciones para los trabajadores de los patronos a una exigencia directa de prestaciones de Bienestar del Estado. Estos cambios suscitan preguntas acerca de la pertinencia continuada de la actual legislación laboral”.

La crítica que ha recibido el informe de los sindicatos y los activistas contra la pobreza es bien merecida, y no sólo por su obsesión ideológica con la desregulación sino por su falta de consciencia histórica. Las anteriores olas de cambio tecnológico provocaron tensiones sociales tan profundas que los responsables políticos se vieron obligados a intervenir. Eso vino a significar más regulación, no menos.

En el siglo XIX, el desarrollo de los sindicatos, la ampliación del derecho a voto, la implicación del Estado en la educación y la presión en favor de un mayor gasto en bienestar fueron todos ellos intentos de inyectarle igualdad al sistema. A despecho de lo que afirma el Informe de Desarrollo Mundial, sin un intento similar de encajar el cambio tecnológico en un marco político que comparta los beneficios del crecimiento impulsado por los robots, hay por delante un potencial de graves turbulencias.

¿Por qué? Pues porque no es verdad que la desigualdad sea una fantasía de la imaginación. La evidencia que aporta el Banco muestra que la desigualdad o bien descendió o permaneció igual entre 2007 y 2015 en 37 de una muestra de 41 países desarrollados y en desarrollo.

Aun dejando a un lado que esta muestra concierne sólo a cerca del 20% de los países miembros del Banco Mundial, el periodo escogido es significativo, porque comienza con el año en que se inició la crisis financiera global, y entre 2007 y 2009 los individuos de altos ingresos perdieron una fortuna.

Rusia se utiliza como ejemplo de un país en el que descendió la parte de la renta de los ricos, como fue ciertamente el caso. El banco lleva mucha razón al decir que el 10% superior de los rusos se llevó el 52% del pastel en 2008 y sólo el 46% en 2015. Lo que olvida mencionar es que los precios del petróleo cayeron en picado entre 2008 y 2015. Eso no fue bueno para los oligarcas. 

Es difícil evitar la conclusión de que el Banco Mundial se ha comportado selectivamente en su uso de las estadísticas con el fin de probar algo. La idea de que la igualdad es cosa de percepción va en contra del trabajo realizado por otros, entre ellos la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). La directora gerente del FMI, Christine Lagarde, declaró al inicio de este mes que “desde 1980, el 1% superior se ha hecho con el doble de ganancias del crecimiento que el 50% inferior”.

El FMI tiene también una opinión bastante distinta del debate de la automatización de la de su organización hermana. Distribuyó un documento de trabajo en mayo con un título que se explicaba solo: ¿Hay que temer la revolución de los robots (la respuesta correcta es que sí) [Should we fear the robot revolution? (the correct answer is yes)].

Los autores concluían que la actual revolución tecnológica era distinta de las del pasado. Los robots podrán realizar una serie de tareas que han sido hasta ahora competencia de los humanos, y hacerlo de más rápido y de modo más barato. Aumentará la productividad, pero bajarán los salarios, afirma el FMI. Ganarán los propietarios de los robots, pero no los trabajadores. “Nuestros principales resultados son sorprendentemente sólidos: la automatización es buena para el crecimiento y mala para la igualdad”.

Tampoco piensa el FMI que la inversión en capital humano sea una bala mágica que contrarreste el avance de los robots. La educación, afirmaba, puede considerarse una forma de convertir a los trabajadores de no cualificados en cualificados, lo que reforzaría la demanda de trabajadores no cualificados.

“Pero ¿pueden compensar los enormes recortes de los salarios reales que sufren los trabajadores no cualificados y el descenso de la parte del trabajo en la renta en conjunto a un precio aceptable? Y si la respuesta es que sí, ¿cuánto tiempo tardarán en subir los salarios de aquellos que sigan siendo no cualificados?”.

El FMI declaró que al final un crecimiento más fuerte se traduce en salarios más altos, pero, aun entonces, descendería la parte del trabajo en la renta nacional y aumentaría la desigualdad. Lo que es más, “al final” resuena como un eco de la afirmación de Keynes según la cual, a largo plazo, todos muertos. Por “al final”, entiende el FMI hasta cincuenta años. Con el actual ánimo enojado, es poco probable que los votantes vayan a esperar tanto.

The Guardian. Traducción: Lucas Antónpara Sinpermiso. Extractado por La Haine

 

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