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EE.UU. :: 14/04/2009

Obama pide 83.000 millones de dólares para continuar las guerras estadounidenses

Bill Van Auken
[Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre] La financiación de la guerra pone de manifiesto la continuidad esencial entre las políticas de los dos gobiernos

El departamento de Hacienda de la Casa Blanca presentó el jueves oficialmente su petición al Congreso de 83.400 millones de dólares como financiación suplementaria de “emergencia” para pagar la continuación de las guerras de Iraq y Afganistán iniciadas por el gobierno Bush.

La financiación cubrirá los gastos de las dos guerras en al actual año fiscal que finaliza el 30 de septiembre. Para entonces, más decenas de miles de soldados estarán desplegadas en Afganistán como parte de la escalada bélica del Gobierno allí, mientras las 140.000 tropas desplegadas en Iraq seguirán mucho tiempo sin variación alguna.

En el proyecto de ley de financiación se incluyen también 350 millones de dólares para seguir con la militarización de la frontera mejicana y 400 millones de ayuda para la contra insurgencia en Pakistán.

Repitiendo la retórica del gobierno Bush sobre “apoyar a nuestros soldados”, Keneth Baer, portavoz de la oficina presupuestaria de la Casa Blanca, declaró: “pensamos trabajar con el Congreso con el fin proporcionar a nuestros hombres y mujeres uniformados lo que necesitan este año para realizar el duro trabajo que les exigimos en Iraq y Afganistán”.

Si bien la Casa Blanca asegura que al inicio del año fiscal 2010 el Gobierno incluirá la financiación de la guerra en el presupuesto regular del Pentágono, la utilización de los fondos “suplementarios”, precisamente días después de que el Pentágono hiciera público su presupuesto de 534.000 millones de dólares, lo único que pone de manifiesto es la continuidad esencial entre las políticas de los dos gobiernos. Ese tipo de financiación de “emergencia” fue uno de los métodos utilizados por el gobierno Bush para ocultar los costes reales de la guerra y superar los límites de gasto aprobados por el Congreso.

Entre el dinero que se pide para las dos guerras durante lo que resta del actual año y los fondos previstos para el año fiscal 2010 en el presupuesto del departamento de Defensa, los costes directos para la Hacienda estadounidense de las dos guerras alcanzará el billón de dólares.

No hay duda de que el Congreso, controlado por los demócratas, aprobará el proyecto de ley de financiación. Durante el gobierno Bush, los demócratas presentaban enmiendas con el fin de conseguir un calendario para la retirada parcial de Iraq y otras restricciones a la política de guerra, si bien finalmente se sometían a la Casa Blanca y aprobaban la financiación bélica sin contrapartidas.

Ahora, con un demócrata en la Casa Blanca, incluso esa aparente oposición se evaporará. Según informaba el Wall Street Journal el miércoles: “John Larson (representante demócrata por Connecticut) sugirió que los demócratas estarían menos dispuestos a oponerse a la Casa Blanca en este tema que lo estuvieron con el ex presidente George W. Bush. ‘Tenemos a alguien que comparte nuestros sentimientos’, afirmó Larson, el cuarto más influyente congresista demócrata en la Cámara de Representantes.

En su carta al Congreso pidiendo la financiación, Obama enfatiza la deteriorada situación de la ocupación estadounidense en Afganistán. “Los Talibán están resurgiendo y al-Qaeda amenaza a Estados Unidos desde sus refugios seguros en la frontera afgano-pakistaní”.

“Los fondos que se piden garantizarán que la totalidad de la fuerza de Estados Unidos- nuestra potencia militar, de espionaje, diplomática y económica- se comprometan en un esfuerzo total para derrotar a al-Qaeda y acabar con los paraísos seguros desde los que organizan y se entrenan para atentar contra nuestra patria y contra nuestros aliados”.

Por contraste, la carta del presidente presta poca atención a Iraq, donde dice que “la violencia se ha reducido sustancialmente debido a los cualificados esfuerzos de nuestros soldados y del compromiso del pueblo iraquí con la paz”. Gracias a ello, añade, Washington “está en condiciones de iniciar una retirada responsable de nuestras fuerzas de combate y de transferir la seguridad a las fuerzas iraquíes”.

Todo ello supone una combinación de medias verdades y de rotundas mentiras. La realidad es que la mayoría de la financiación suplementaria irá a parar a la continuada ocupación de Iraq. Si Obama oculta ese hecho es porque sabe que sectores de la dirección de su propio partido, incluidos congresistas demócratas, se han mostrado contrarios a la guerra de Iraq mientras apoyan la supuesta “guerra justa” en Afganistán.

La afirmación de que Estados Unidos va a duplicar el número de soldados en Afganistán y gastar miles de millones de dólares para “derrotar a al-Qaeda” es absurda. El mes pasado, precisamente, el director de la Agencia de Información de la Defensa, general Michael Maples, testificó ante un comité del Senado que la presencia de al-Qaeda en Afganistán es “relativamente pequeña”.

Aunque su gobierno ha adoptado un cambio táctico en la terminología, el recurso a al-Qaeda como el principal objetivo de la escalada bélica estadounidense y sus alusiones a “atentados contra la patria” recuerdan recicladas los repetidos alegatos de Bush sobre la “guerra contra el terrorismo” para justificar las de Iraq y Afganistán.

La realidad es que la “escalada” de Obama en Afganistán va dirigida a la erradicación violenta de la resistencia armada popular a la ocupación estadounidense. Es la continuación de una guerra sucia de estilo colonial, cuyo objetivo es colocar un gobierno títere en Kabul como parte del intento de Washington de reafirmar su control sobre las estratégicas reservas de petróleo de Asia Central y los oleoductos para transportarlas.

La optimista descripción de Obama sobre la situación en Iraq, sin embargo, quedó desmentida la semana pasada con el resurgimiento de la violencia en la que centenares de iraquíes fueron asesinados o heridos en una serie de atentados con bombas en Bagdad y en otros lugares.

El viernes, sólo un día después de que se recibiera en el Congreso la carta de Obama, el ejército estadounidense sufrió su peor ataque en un año, con cinco soldados muertos en la ciudad de Mosul, al norte del país, cuando un kamikaze estrelló un camión cargado de explosivos contra un puesto de control. Otros dos soldados resultaron heridos. La ciudad, asolada por divisiones sectarias entre árabes y kurdos, es el escenario de las principales operaciones de combate del ejército estadounidense.

En una entrevista concedida al Times de Londres, publicada el viernes antes de que se conociera la noticia de este último atentado letal, el comandante en Iraq, general Ray Odierno, decía que la violencia en Mosul y Baquba, otra ciudad del norte de Iraq, ponía en duda el calendario establecido por el gobierno de Obama para la retirada de Iraq. “El número de tropas”, en las dos ciudades, “debería aumentar en lugar de disminuir durante el próximo año”. La entrevista pretendía ser una advertencia pública sobre la disposición del ejército a vetar el plan de Obama.

Según el calendario anunciado por el Gobierno, se supone que las tropas de combate estadounidense habrían de retirarse de las ciudades iraquíes en junio. Esa retirada sería el primer paso en lo que la Casa Blanca denomina “una retirada responsable” que, supuestamente, conduciría a que todas “las tropas de combate” abandonaran el país en agosto de 2010 y la totalidad del personal militar estadounidense saliera de Iraq a finales de 2001.

La denominación “tropas de combate” se utiliza para referirse a unas unidades específicas, mientras otras permanecerían para operar en la represión armada. Responsables del Pentágono han reconocido que si fuera necesario, algunas de las denominadas “fuerzas de combate” se rebautizarían como unidades no combatientes y continuarían en Iraq. Se estima que estas fuerzas que se quedarían alcanzarían, según los planes de Obama, hasta 50.000 soldados.

En lo relativo a la fecha límite de 2011, incluida en el Acuerdo firmado entre el gobierno Bush y el gobierno del primer ministro Nuri al-Maliki -apoyado por EE.UU.- en ningún caso es determinante ya que ya se anticipó ampliamente que podría ser rectificado para permitir que las fuerzas estadounidenses siguieran en Iraq y continuaran con su misión inicial de someter al país y colocar su riqueza petrolera bajo el control de Washington.

El 9 de abril, decenas de miles de iraquíes salieron a las calles de Bagdad en una manifestación para exigir el fin de la ocupación estadounidense. La protesta, convocada en el sexto aniversario de la caída de la capital iraquí ante las fuerzas invasoras de EE.UU., estuvo dominada por los partidarios del clérigo Muqtada al Sadr, pero incluía también a árabes sunníes. Otra protesta similar tuvo lugar en la ciudad de Faluya, predominantemente sunní, destruida por el asedio estadounidense a finales de 2004.

Mientras tanto, en Afganistán, el ejército de EE.UU. se ha visto obligado a revisar sus afirmaciones sobre una incursión realizada en la ciudad de Khost, cerca de la frontera con Pakistán, De acuerdo con informaciones de responsables locales, se reconoce que los “combatientes armados” que declararon haber asesinado en una incursión nocturna el miércoles, eran en realidad cinco civiles inocentes. Entre los muertos, según funcionarios afganos, había una niño de siete días, dos mujeres y dos hombres. Otra mujer, embarazada de nueve meses, resultó herida y perdió al niño.

El presidente títere de Afganistán, Hamid Karzai, hizo una declaración pública de protesta por los asesinatos y pidió que “las fuerzas internacionales llevaran a cabo sus acciones contra el terrorismo de forma que no causaran víctimas civiles”. Karzai depende enormemente de las fuerzas extranjeras de ocupación y sus protestas retóricas van dirigidas a intentar paliar un poco la cólera popular contra su corrupto gobierno.

Según un informe publicado por la ONU en febrero, 2.118 civiles fueron asesinados en Afganistán el año pasado, cerca del 40 por ciento de ellos por las fuerzas de ocupación lideradas por Estados Unidos. Son cifras muy por debajo de las reales.

En Pakistán se ha hecho público un informe en el que se demuestra que de los más de 60 ataques con misiles llevados a cabo por aviones estadounidenses sin piloto en las zonas tribales del país en los últimos tres años, sólo 10 alcanzaron sus objetivos reales, asesinando a 14 personas identificadas como agentes de al-Qaeda. Los otros 50 se llevaron las vidas de 687 civiles pakistaníes, entre ellos, mujeres y niños. Este terrible peaje de muertes está creciendo rápidamente, con 365 civiles asesinados en 2008 y 152 sólo en los 99 primeros días de este año.

El proyecto de ley para la financiación complementaria enviado al Congreso por Obama servirá para la escalada de esta carnicería ya que el gobierno estadounidense va a duplicar casi las fuerzas que tiene en Afganistán hasta llegar a los 68.000 soldados, mientras extiende agresivamente la guerra a lo largo de la frontera con Pakistán.

Menos de tres meses después de la toma de posesión de Obama, las actuaciones de su gobierno han demostrado la imposibilidad de acabar una guerra a través de las urnas con el actual sistema bipartidista de Estados Unidos.

Aunque millones de estadounidenses votaron por el candidato demócrata el pasado noviembre, llenos de cólera e indignación por los ocho años de militarismo de Bush, ahora es evidente que no sólo la ocupación de Iraq va a seguir sino que la guerra en Afganistán se va a intensificar y extender en el interior de Pakistán.

Las políticas de Obama están condicionadas no sólo por los sentimientos masivos contra la guerra sino por los intereses de la oligarquía financiera y la agenda de los militares para quienes él no es sino un simple portavoz.

La lucha para terminar la guerra sólo puede seguir adelante como lucha por la movilización política independiente de los trabajadores contra el gobierno de Obama y contra el sistema capitalista de obtención de beneficios, causa del militarismo.

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