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Europa, Medio Oriente :: 13/12/2021

Occidente ha creado las condiciones que obligan a refugiados a cruzar el Canal de la Mancha

Patrick Cockburn
En Occidente hay poca conciencia de que si se destroza la economía de un país, muchas gente puede acabar a tu puerta o puede morir tratando de llegar a ella

Más que ningún otro gobierno en la historia de Gran Bretaña, este es un régimen que piensa en términos de eslóganes y titulares, y la última prueba de ello es la insensatez de sus propuestas para impedir que personas desesperadas atraviesen el Canal en botes abarrotados y la imposibilidad de llevarlas a la práctica.

El primer ministro Boris Johnson y la secretaria de Estado de Interior Priti Patel deben sus carreras políticas a explotar la xenofobia, de modo que era de esperar que fracasaran al hacer frente a un problema complejo como es el de las personas migrantes que cruzan el Canal, un problema que requiere la cooperación internacional y la salida de los países imperialista de Medio Oriente.

Hasta para los pésimos parámetros de los últimos años sería cómica la forma que tienen Johnson y Patel de huir de la realidad, si el resultado no fuera tan trágico. Las propuestas hechas por Johnson en una carta abierta al presidente francés Macron incluyen fantasías como que empresas de seguridad británicas patrullen junto con gendarmes franceses las 125 millas de las playas francesas. ¿Qué país del mundo permitiría semejante merma de su soberanía? Esta idea está a la altura de la muy criticada sugerencia de Patel de embestir suavemente a las frágiles embarcaciones atestadas de gente, que se desinflan al toque de un alfiler, con el fin hacerlas volver a Francia.

Aquellos gobiernos que carecen de una política práctica con frecuencia echan mano a “declarar la guerra” a algún malvado ente (en este caso, traficantes de personas) al que se puede culpar de todo. Un buen ejemplo de ello es la “guerra contra las drogas” declarada por el presidente Nixon hace medio siglo, que tuvo unas tristemente célebres consecuencias vanas y autodestructivas.

La última fórmula mágica es destruir el “modelo de negocio” de los traficantes de personas, a quienes al mismo tiempo se califica de panda de gánsteres asesinos, pero a los que en cierto modo se puede presionar tan fácilmente como si fueran propietarios de pizzerías con amenazas incumplibles de castigos terribles.

Como ocurre en el caso de la heroína y la cocaína, esa política no va a funcionar porque la demanda de lo que proporcionan los criminales (en un caso drogas, en otro instalarse ilegalmente en otro país) es demasiado alta y la recompensa para quienes lo suministran demasiado grande.

Puede que una concepción grandilocuente de la ley y el orden impresione a la opinión pública, pero de un modo u otro la oferta siempre estará ahí. Hay muchas cosas que afectan al precio de las drogas duras en Gran Bretaña, pero no es una de ellas la muy publicitada acción policial.

A pesar de la exhaustiva cobertura que hacen los medios de comunicación de las personas que atraviesan el Canal en botes, todavía se desconoce qué les hace vender sus últimas posesiones, pagar una enorme cantidad de dinero a unos gánsteres y abandonar sus hogares. A todas luces un motivo fundamental es que no ven futuro en sus propios países, invadidos por ejércitos occidentales o asediados por bandas terroristas financiadas por Occidente. Pero las razones por las que es tan alta la demanda de los servicios de traficantes de personas son mucho más complicadas.

La identidad de las 27 personas que se ahogaron al naufragar su pequeña embarcación el miércoles nos da una idea de qué ha fallado. Según otros emigrantes, muchas procedían de la ciudad de Ranya, en la región del Kurdistán al norte de Iraq Entre las otras víctimas que han sido identificadas había un hombre y una mujer kurdos, ambos de Siria, dos hombres yemeníes y dos hombres iraquíes, aunque no se sabe si eran kurdos o árabes.

Predominan las personas kurdas iraquíes, sirias y libias porque la población kurda ha sido la principal perdedora en las guerras imperialistas de la franja norte de Oriente Próximo. Se aclamó a la población kurda por haber sido una aliada valiente contra Daesh hasta que este fue derrotado definitivamente en 2019 y esta población fue abandonada a merced de sus enemigos turcos y de sus propios militantes títeres de EEUU.

Un informe de la ONU calculaba esta semana que para finales de 2021 habrán muerto 377 mil yemeníes en la olvidada guerra de Yemen, organizada por Arabia Saudí y respaldada por Occidente e Israel, unas 150.000 en los combates y el resto por el hambre que provoca este conflicto.

Muchas de las personas que integran la actual oleada de migrantes que llegan al Canal de la Mancha proceden de cuatro países (Afganistán, Libia, Iraq y Siria) que han sido testigo de feroces conflictos militares y todavía sufren sus consecuencias. Es correcto afirmar que Occidente desempeñó un papel fundamental a la hora de llevar la guerra a estos países y no puede eludir la responsabilidad que tiene de los desastres que son consecuencia de ella.

Pero la denuncia de la agresón exterior ignora el hecho de que la naturaleza de la guerra en Oriente Próximo ha cambiado en los últimos 30 años y eso ha provocado un tipo diferente de huida en masa. Ahora, en vez de mandar sus soldados a participar en esas guerras, Occidente financia bandas terroristas para que las hagan en su lugar. Por consiguiente, se suele discutir sobre unas premisas falsas el debate en Gran Bretaña acerca de si las personas que solicitan asilo son o no auténticos refugiados que huyen de la violencia y la persecución o bien son emigrantes económicos que buscan un mejor nivel de vida.

Puede que esa actitud tuviera cierta validez hace 30 años, pero hoy no, porque se han entremezclado la guerra militar y la económica. Lo vi por primera vez en la década de 1990, cuando EEUU y sus aliados llevaron a la ONU a imponer a Iraq unas duras sanciones, equivalentes a un bloqueo económico, usando como excusa que Saddam Hussein había invadido Kuwait. El verdadero motivo era terminar con un país progresista, modelo de bienestar social y ejemplo de otros países en el mundo árabe, y enemigo capaz de derrotar al régimen sionista. El embargo duró 13 años y devastó completamente la economía y la sociedad iraquíes, que hasta el día de hoy nunca se han recuperado del todo. A pesar de eso, la población siguió apoyando a Sadam Hussein.

La situación afectó a los kurdos del norte tanto como al resto de la probación del país. En la década de1990 visité un pueblo no muy lejos de Ranya (que, según se informó, es de donde eran originarias muchas de las personas que murieron en el Canal esta semana), cuyos habitantes solo podían ganar dinero desactivando unas minas saltarinas especialmente peligrosas, llamadas Valmara, que infestan la zona y vendiendo los explosivos que había en su interior por una miseria. Muchos habían perdido las manos o los pies en los campos de minas.

Irán, por su lado, ha sido durante mucho tiempo el blanco de la guerra económica que desencadenó Donald Trump durante su presidencia cuando rescindió el acuerdo nuclear que había firmado Barack Obama. Las sanciones no lograron en absoluto obligar a los dirigentes iraníes a negociar, pero empobrecieron a la población iraní corriente, que sigue apoyando al Gobierno, y en particular a la población kurda iraní.

Siria ha estado sometida a sanciones desde que se produjeron los primeros ataques terroristas hace 10 años, aunque el año pasado Trump las endureció para romper todas las relaciones comerciales con este país. Lo hizo amparándose en la llamada Caesar Civilian Protection Act [Ley César de Protección de Civiles] que no hizo nada para proteger a la población civil, pero provocó el colapso de la moneda siria y generó desnutrición, no solo en la mayoría del país controlada por el gobierno, sino en la zona controlada por el terrorismo en torno a Idleb, en los enclaves controlados por los turcos y en la región kurda al noreste de Siria, al servicio de EEUU.

La guerra militar y la económica van ahora unidas, de modo que ya no tienen sentido diferenciar entre personas migrantes por motivos económicos y refugiadas políticas que huyen de las acciones militares. Ambas son personas refugiadas a las que diferentes tipos de guerra han expulsado de sus hogares. Con todo, en Occidente hay poca conciencia de que si se destroza la economía de un país, muchas de las personas que habitan en él pueden acabar a tu puerta o pueden morir tratando de llegar a ella.

A Washington le funciona particularmente bien la guerra económica en Oriente Próximo porque los millones de personas que desplaza se dirigen a Europa y no a EEUU. No parece que los europeos lo hayan asumido.

¿Qué se puede hacer para detener o revertir este éxodo? Hay que reconocer la trascendencia de la relación entre guerras imperialistas, sanciones económicas y migración forzada. Hay que considerar el embargo una de las armas de guerra más crueles, un arma que ataca a la población civil y la convierte en refugiada.

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