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Medio Oriente :: 28/11/2006

Oriente Próximo: el precio del apartheid

Nico Hirtt
[Traducido del francés para La Haine por Felisa Sastre] Israel es para Oriente próximo lo que la Sudáfrica del apartheid fue, en otra época, para el África austral: una colonia euro-estadounidense que impone a las poblaciones autóctonas una dominación de carácter racista, cuya existencia sería imposible sin la ayuda material de una potencia imperialista

"Si nos reconocemos incapaces de llegar a convivir y establecer acuerdos justos con los árabes quiere decir que no hemos aprendido absolutamente nada de los dos mil años de sufrimientos, y mereceremos todo lo que nos suceda."
(Albert Einstein, carta a Weizmann(1) del 25 de noviembre de 1929)

Para muchos observadores, la política actual del gobierno israelí puede parecer totalmente irracional. ¿Por qué correr el riesgo de atacar Líbano cuando se estaba alejando poco a poco de Siria? Por qué atacar militarmente a Hamás, precisamente cuando estaba a punto de ceder a las presiones internacionales y reconocer el "derecho a existir" de Israel? En realidad, estas actuaciones no resultan incomprensibles salvo que uno se obstine en juzgar la política de Israel según su discurso oficial, el que mantiene ante la comunidad internacional, el que afirma que "lo único que deseamos es vivir en paz con nuestros vecinos". Pero el asunto resulta menos incomprensible cuando se analiza la política del Estado israelí a la luz de su doctrina fundadora: el sionismo.

Cuando hacia 1885, hombres como Léo Pinsker, Ahad Haam y Theodor Herzl se planteaban el establecimiento de "un hogar nacional judío" en Palestina, no encontraron unanimidad en torno a ellos. Para ser más exactos, la mayoría de los judíos rechazaron el proyecto. En primer término, porque no tenía sentido alguno: era materialmente imposible plantear la emigración de todos los judíos del mundo a Palestina (todavía hoy, el Estado de Israel no reúne sino una minoría de los judíos del planeta, incluso aunque se arrogue el derecho de hablar en su nombre). Por otra parte, la inmensa mayoría de ellos no tenía deseo alguno de abandonar el país donde habían nacido: a pesar de las persecuciones y la discriminación, se sentían con todo derecho ciudadanos de Francia, de Bélgica, de Estados Unidos, de Alemania, de Hungría o de Rusia.

En fin, muchos judíos, en especial los intelectuales y los progresistas, se oponían radicalmente al carácter deliberadamente racista y colonialista del sionismo. No podían identificarse con el propósito de un Ahad Haam cuando pontificaba que "el pueblo de Israel, en tanto que pueblo superior y heredero en la época moderna del Pueblo Elegido debe convertirse en algo real"; no podían seguir a Theodor Herzl cuando afirmaba que quería "colonizar Palestina" y crear un Estado judío y, para conseguirlo, (estaban dispuestos a) "prestar servicios al Estado imperialista que protegerá su existencia".

Incluso después de la guerra y del Holocausto, personalidades judías de primer rango, si bien aportaron a veces su apoyo material y moral a los judíos que se instalaron en Palestina, siguieron rechazando radicalmente la idea de establecer allí un Estado judío. Einstein decía: "la idea que tengo sobre lo esencial en el judaísmo es contraria a la idea de un Estado judío con fronteras, con ejército y con un poder temporal".

El racismo y el colonialismo israelí no se encuentra sólo en una mayoría gubernamental: constituyen la esencia de un Estado que se define no por referencia a una nación, sino a una religión y una etnia particulares; un Estado que proclama, basándose en leyendas polvorientas, el derecho de "su" pueblo a la apropiación exclusiva de una tierra que estaba ya habitada por otras gentes.

Pero ¿de qué tierra hablamos? En esto, también los textos básicos del sionismo son esclarecedores de la política actual. Cuando en 1897, se dirige al gobierno francés, con la esperanza de conseguir su apoyo para la creación de Israel, Herzl escribía: "El país que nos proponemos ocupar incluirá el Bajo Egipto, el sur de Siria y la zona meridional de Líbano. Esta situación nos convertirá en dueños del comercio con la India, Arabia y África oriental y meridional. Francia no puede tener otro deseo sino ver la ruta de las Indias y de China ocupada por un pueblo dispuesto a servirla hasta morir".

Tras la Primera Guerra Mundial y los acuerdos Sykes-Picot(2), las mismas promesas se dirigirán a Gran Bretaña. Y a partir de 1945, como se sabe, atraen el interés del gobierno estadounidense. Desde el Bajo Egipto al sur de Líbano... Basta con echar una mirada a los sucesivos mapas de Oriente Próximo, desde la creación del Estado de Israel, para observar de qué forma sistemática se ha seguido el plan de Theodor Herzl. Desde el territorio de la Galilea y la franja costera de Jaffa- que fueron los territorios propuestos en el primer plan de partición de Bernadotte(3) en 1948, Israel se ha extendido progresivamente hacia Jerusalén, el Mar Muerto, el Neguev, los altos del Golán al sur de Siria y en la actualidad fagocita poco a poco Cisjordania y Gaza; y ansía asimismo el sur de Líbano.

Israel es para Oriente próximo lo que la Sudáfrica del apartheid fue, en otra época, para el África austral: una colonia euro-estadounidense que impone a las poblaciones autóctonas una dominación de carácter racista, cuya existencia sería imposible sin la ayuda material de una potencia imperialista "como pago por los servicios recibidos". Recordemos, por otra parte, que Israel fue condenada en multitud de ocasiones por la ONU debido a su colaboración militar y nuclear con el régimen sudafricano. Cada oveja con su pareja...

Cuando un Gobierno considera que la vida de un soldado es más "importante que la de decenas de niños y civiles, con la única justificación de que ese soldado es judío mientras que los civiles y los niños son musulmanes, cristianos o no profesan religión alguna, ese Estado, representado por ese Gobierno, es un Estado racista. Cuando las fuerzas armadas, en los territorios que ocupan ilegalmente, prohíben a los civiles desplazarse, sacar agua de sus pozos y fuentes, trabajar sus campos, visitar a su familia, ir a la escuela o a su trabajo, trasladarse de una ciudad a otra, llevar a su hijo enfermo al médico... todo ello debido a que esos civiles no son de confesión judía o de nacionalidad israelí, entonces ese ejército es el ejército de un Estado racista y colonialista.

Decir esto hoy en Europa, tener la osadía de oponerse a los fundamentos del sionismo, es arriesgarse a ser tachado de antisemitismo, y de negacionista (del Holocausto). Pero ha llegado el momento de acabar con esta hipocresía. El Holocausto no puede justificar los sufrimientos de los palestinos y de los libaneses. ¿Con qué derecho hablan los dirigentes israelíes, nacidos en su mayoría después de 1945, en nombre de las víctimas del nazismo? ¿Con qué derecho pretenden apropiarse de la memoria exclusiva de un crimen perpetrado contra toda la humanidad? Atreverse a invocar el Holocausto para justificar su propio racismo es un insulto, no un homenaje a los mártires judíos.

Nos indignamos al escuchar al presidente iraní decir que hay que "tachar del mapa a Israel". Sin embargo sería la única solución posible. Habrá, al mismo tiempo, que tachar del mapa los denominados "territorios palestinos", esos nuevos bantustanes. Borremos del mapa de Oriente Próximo la vergonzosa frontera entre judíos y árabes. La política de "dos pueblos, dos Estados", la política del reparto de Palestina sobre bases religiosas y étnicas, es una política de apartheid que jamás traerá la paz. Volvamos a lo que fue siempre, hasta Oslo, el proyecto de la OLP, y el de muchos judíos también, como el del gran humanista y físico, Albert Einstein: "Lo más razonable sería, a mi juicio, llegar a un acuerdo con los árabes sobre la base de convivir pacíficamente en lugar de crear un Estado judío".


Notas

1- N.T. Presidente de la Organización Sionista Mundial, y primer presidente del Estado de Israel (1949-1952).
2- N.T.: Acuerdo anglo-francés para el reparto de Oriente Próximo tras la derrota del Imperio otomano en 1918)
3- El 17 de septiembre de 1948 el conde Folke Bernardotte, comisionado de la Organización de Naciones Unidas en Palestina, fue asesinado a tiros por terroristas judíos en Jerusalén.

Bellaciao

 

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