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Mundo :: 16/05/2021

Palestina: No es un conflicto, es colonialismo

Carolina Bracco
El régimen sionista busca borrar todo rastro de identidad palestina a través de expulsiones, desplazamientos forzados, matanzas y la imposición de un sistema de apartheid

Mientras asistimos a una nueva escalada de violencia en Medio Oriente, es imposible no tener en mente que el viernes se cumplieron 73 años de la "creación" del Estado de Israel y de la Nakba o catástrofe palestina.

Este acontecimiento, celebrado por algunos y lamentado por otros [la mayoría] hasta hoy, es el germen del estado de cosas en la región y por ello el necesario punto de partida para comprender la situación actual.

Ya unos años antes de ese 14 de mayo de 1948, se promovió la inmigración a Palestina con la intención de constituir allí un Estado con mayoría judía. En busca de legitimar tal proyecto colonial, desde un primer momento se procuró “indigenizar” a los primeros inmigrantes, marginando a la población nativa histórica.

Utilizando la geografía para reforzar el etno-nacionalismo, a las nuevas generaciones se les enseñó a verse como los dueños legítimos de la tierra, sus recursos y pobladores, así como a aumentar la dominación judía y su expansión.

Para concretar este plan, desde el comienzo la expulsión de la población originaria fue central y años antes de que se desatara la primera guerra entre árabes y judíos, 300.000 palestinos fueron desterrados con la complicidad del entonces poder colonial británico. Luego de la guerra, 450.000 más fueron expulsados a los países vecinos donde aún viven como refugiados, otros fueron desplazados internos y unos pocos lograron quedarse en el ahora Estado de Israel, convirtiéndose en una minoría de la que siempre se desconfía y a la que se margina.

Conocidos como los palestinos del 48, son el 20 por ciento de la población israelí y viven en ciudades “mixtas” como Haifa, Nazaret o Yafa. El resto de la población palestina quedó del otro lado de la denominada línea verde, bajo administración de Jordania y Egipto que gobernaron Cisjordania-Jerusalén Oriental y Gaza respectivamente.

En junio de 1967, tras el triunfo israelí en la Guerra de los Seis Días, este régimen ocupó militarmente los tres territorios mencionados, extendiendo su proyecto colonial a base de expulsiones, detenciones arbitrarias, matanzas e instalación de colonias ilegales: la colonización nunca se detuvo.

Ciudad de Gaza

Israel buscó no sólo sostener su supremacía militar en la región sino también, como todo proyecto colonial, presentarse como una población superior y más civilizada. La identificación de los palestinos como una plebe primitiva y violenta contrapuesta a la sofisticada, culta y europea sociedad israelí abona este sentimiento de superioridad, a la vez que refuerza el lazo inequívoco con su origen europeo y el aval estadounidense.

A fin de cuentas, son estos Estados los que financian y apoyan la política militar israelí. De ahí la inmanencia del discurso de seguridad [los sionistas siempre son las víctimas], que habilita a su vez las prácticas de opresión, discriminación y asesinato transformándolas en prácticas de defensa y venganza.

En diciembre de 1987 los ojos del mundo se posaron por primera vez en la realidad palestina y la desigual correlación de fuerzas. Ante la simpatía internacional que despertaban los niños que tiraban piedras a los tanques, la sustitución del movimiento social de base por una dirigencia servil fue un paso necesario para la despolitización de la población palestina y la continuidad de la ocupación.

Así, la Intifada, un levantamiento popular y transversal contra la ocupación, luego de unos años decantó en los Acuerdos de Oslo entre la Organización para la Liberación de Palestina y el Estado de Israel. La flamante Autoridad Palestina se ocupó desde entonces de administrar la ocupación israelí del otro lado de la “línea verde” asfixiando a las nuevas generaciones y manteniendo el statu quo.

En este contexto, la expulsión de los habitantes de Sheij Jarrah [barrio de la ciudad vieja de Jerusalén] es tan sólo un microcosmos de un estado de cosas instalado hace poco más de 70 años, de la Nakba continua que aún busca fragmentar, dispersar y oprimir a la población palestina para borrar todo rastro de su identidad a través de expulsiones, desplazamientos forzados, matanzas y la imposición de un sistema de apartheid.

Todos estos esfuerzos han tenido un costo muy alto para colonizadores y colonizados y no hicieron más que reforzar la desigualdad intrínseca que divide a opresores de oprimidos.

Al tiempo que escribo estas líneas los enfrentamientos y ataques en todo el territorio de la Palestina histórica se intensifican y seguramente en los próximos días la violencia continuará escalando, pero no habrá guerra. Para que haya guerra se necesitan dos partes iguales; para que haya paz, también.

Página 12 / La Haine

 

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