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Medio Oriente :: 11/12/2006

Parábola navideña: Paz, ya

Nico Hirtt
[Traducido del francés para La Haine por Felisa Sastre] Una noche, un hombre llama a la puerta de tu casa, la casa donde has nacido, donde has vivido desde siempre con los tuyos: los abuelos, los hermanos y hermanas, los pequeños; la casa con su vivienda, con los establos, con los talleres, rodeada de los campos, de los pastos y de los huertos heredados de tus antepasados. Esa casa que era tu vida, donde estaban tus raíces, que significaba el porvenir de tus hijos.

Aquella noche, se presentó un hombre que huía de la ciudad, vestido con andrajos, golpeado. Tal como manda la tradición, le hiciste entrar, le permitiste que se instalara en la cocina y le diste comida.

A la mañana siguiente te sorprendiste al encontrarlo, ya recuperado, instalado en tu cuarto de estar, sentado en tu sofá sin pedirte permiso. Su falta de cortesía te molestó pero te callaste.

El día siguiente, cuando se trajo a su mujer, a su hermano, a su cuñada y a todos sus hijos, le dijiste: "¡no puedo acogeros a todos!". Entonces, él te respondió con arrogancia: "¡Pero tu casa es muy grande!; danos el salón y la cocina que está al lado, tres de las habitaciones de la planta baja, el granero y la mitad de las tierras! Con eso será suficiente para vivir".

¿Qué otra cosa podías hacer sino rechazarlo?

Pero él insistió amenazador. Entonces tú te enfadaste (la farsa ya había durado suficiente.) Le zarandeaste, le diste unos cuantos golpes y, de repente, él, su hermano, sus hijos e incluso las mujeres sacaron puñales y garrotas, os echaron de las habitaciones que querían, ocuparon las mejores zonas de tu casa y dijeron: " ¡este es nuestro hogar!".

Por supuesto, pediste "socorro" y tus vecinos vinieron enseguida, pero los otros, es decir tus "invitados", habían recibido el apoyo de sus amigos ( la gente rica de la ciudad), y todos juntos derrotaron a tus vecinos. A ti y a los tuyos, se os confinó en una vieja choza en un trozo de tierra árida, al fondo de un vergel.

Y allí, en la miseria, es donde han crecido tus hijos. Y los hijos de tus hijos. Desde hace sesenta años. Todos ellos han intentado, en su momento, recuperar vuestra casa.

Todavía hoy, atacan al intruso con piedras, a veces con cuchillos. Pero la reacción de estos extranjeros es brutal: llegan masivamente, sin avisar, destruyen lo que queda de vuestra cabaña, arrancan los pocos olivos y viñas gracias a los que sobrevivís, atacan lo que encuentran a su paso y, cuando consideran que el "castigo" es suficiente, se van.

Sin embargo, ayer uno de los jóvenes ocupantes de la casa, un muchacho de apariencia agradable, se ha presentado en búsqueda de tu nieto y le ha dicho "la guerra entre nosotros ha durado demasiado, quiero que hagamos la paz". ¡Tu nieto estaba loco de alegría! ¡Tenía lágrimas en los ojos!

Exclamó: "¿Es verdad? ¿Dejas que volvamos a nuestra casa? ¿Vamos a recuperar nuestras tierras y nuestros prados? Ten seguro que no os vamos a echar: podréis seguir viviendo con nosotros, compartir nuestro salón y nuestra cocina; si es necesario, construiremos más habitaciones; trabajaremos juntos y prosperaremos juntos..."

"No, no me has comprendido bien"- respondió el joven y cambió el tono de repente. "No se trata de que volváis a la casa y menos todavía que nosotros la abandonemos.

Lo que os propongo es cederos definitivamente la cabaña del fondo del jardín y dejaros vivir allí en paz con la condición de que reconozcáis nuestro derecho a vivir en vuestra casa y de que os comprometáis a no molestarnos más. ¿Acaso no es una propuesta justa la que te hago? ¿No es verdad que todos nosotros queremos ya la paz?

Desconcertado, tu nieto lo ha mirado durante un buen rato. Después se ha agachado y ha cogido una piedra...


N.T.: Sobre el conflicto en Palestina, del mismo autor puede verse Oriente Próximo: el precio del apartheid

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