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Mundo, Cuba, EE.UU. :: 29/07/2021

Parafraseando a Haití

Maciek Wisniewski
Se explica todo en clave de maldiciones como si vinieran del cielo, sin ver que su laberinto, está −en gran parte− tejido desde afuera

¡No olvidar a Haití! −paráfrasis de aquella enigmática entrada de Kafka en su diario que me va persiguiendo: ¡No olvidar a Kropotkin! (Franz Kafka, The Diaries 1910-1923, p. 303)− es lo que tengo escrito en una carpeta de materiales sobre aquella primera república negra de los esclavos libres (1804).

No siempre fiel a mi propio dictum −¡Nadie es un profeta en el reino de sus materiales!, otra paráfrasis, vamos...−, pienso no obstante a menudo en la historia de los legionarios polacos mandados por Napoleón en 1802 a Saint-Domingue para sofocar el motín de prisioneros, como se les dijo, y cuya mayor parte, cuando se dieron cuenta de qué se trataba −de restablecer la esclavitud en una colonia que luchaba por su liberación, mientras nosotros en Polonia intentábamos hacer más o menos lo mismo...− se unió a los rebeldes.

Tras el triunfo de la revolución haitiana, Jean-Jacques Dessalines ordenó masacrar a la mayoría de los blancos (franceses, etcétera), pero a los polacos los clasificó como noir −¡son los negros-blancos de Europa!−, y les dio la ciudadanía y el reconocimiento.

Si alguien me pregunta, esto es el universalismo; y los polacos, de los cuales normalmente me avergüenzo −la vergüenza, no el amor por el país, es la verdadera marca de la pertenencia, dice Carlo Ginzburg−, al menos esta vez, del lado correcto (emancipatorio) de la historia (véase: Susan Buck-Morss, Hegel, Haiti and Universal History, p. 75).

Hay mucho más en esta historia −en la que volví a pensar nuevamente con todo lo que estaba pasando en Haití−, pero dejémoslo hasta acá; es que de repente −con todo lo que paralelamente ocurría en Cuba− me acordé de Jean-Christophe.

Corría 2002 y yo estaba por un par de meses en La Habana. Un profesor de química y amigo con quien me quedaba, le estaba dando unas tutorías adicionales a un chavo haitiano −digo chavo, pero en aquel entonces él tenía al menos un par de años más que yo− que acababa de entrar a la famosa Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM).

Jean-Christophe era un balsero. Vino de Haití a Cuba en una balsa −de este destino y la manera en que muchos haitianos ven a Cuba como tierra prometida no leeremos mucho en la prensa oficial que con tanta diligencia está escribiendo sobre Cuba...−, y logró entrar a la ELAM. Era bien pilas, pero por alguna razón le costaba el español. Y allí estaba mi cuate jalándolo de las orejas en el primer año.

Si no lo lograba, probablemente −más que nada por la familia− habría tenido que regresar a Haití. Una vez mi amigo dijo:

−Aquí, asere [amigo, cubanismo], se trata, literalmente, de salvar una vida.

Regresar a Haití.

Volver a este país con una marca perpetua, como podemos leer hoy de diestra a siniestra. A este reino de las catástrofes −otra, ¡mátenme!, paráfrasis, ahora, justo hablando de Cuba, de Alejo Carpentier y su El reino de este mundo (1949), una novela enmarcada, precisamente, en la revolución haitiana−, una expresión que su servidor, ¡ejem!, acuñó (dudo que de manera novedosa...) hace años cuando sí se acordaba (más) de Haití. Una expresión que aunque, quiero pensar, tenga algo de progre, acaba igualmente despolitizando y orientalizándolo. Explicando todo en clave de maldiciones como si vinieran del cielo (bueno, los huracanes o terremotos, sí...), sin ver que su laberinto, está −en gran parte− tejido desde afuera. Y que este país nunca sufrió por abandono, sino por sobreinterés e injerencias.

Los franceses. Los españoles. Los británicos. Los estadounidenses. La astronómica deuda pagada a París para indemnizarle la pérdida de bienes (esclavos). La falta de reconocimiento. El bloqueo (hablando de Cuba...). La invasión y ocupación yanqui (1915-1934). guerra fría y los Duvalier (1957-1986) que garantizaban que Haití “no se convirtiera en una ‘segunda Cuba’” (pero sí en un enorme campo santo). Los golpes de Estado (Aristide). Las intervenciones humanitarias (ONU/Minustah: cólera, violaciones). La oenegización. Los neoduvalieristas impuestos por Washington (Martelly y el asesinado Moïse).

En fin.

Si Haití y Cuba algo tienen en común, es que han sido peligrosos ejemplos de otra manera de hacer las cosas: una piedra en el zapato de sociedades colonialistas y esclavistas decimonónicas y un monumento a la soberanía a las puertas del imperio en curso.

Por tanto: Haítí delenda est (debe ser destruida); Cuba delenda est (parafraseando, por supuesto, a Catón el Viejo).

Joe Biden que no ha removido ninguna de las 231 nuevas sanciones a Cuba introducidas por Trump −y hoy quisiera verla liberada−, igual que Trump parece opinar que Haití es un shithole country. En un video de los 90, dice que si Haití se hundiera silenciosamente en el Caribe o se elevara 100 metros, no importaría mucho en relación con nuestros intereses.

Igual que Trump, sigue deportando a los haitianos, devolviéndolos literalmente −algo que mi compa cubano quería evitar con Jean-Christophe−, a la muerte y apremiándoles que no vengan, sólo de manera más amable. Incluso en criollo: “‘Mwem ka di sa byen klé: pa vini’, prizdan Joseph R. Biden Jr.”, reza un anuncio de la Casa Blanca.

Difícil de decir quién está parafraseando a quién acá. Lo seguro es que los haitianos −como ya lo han observado algunos− le estaban diciendo lo mismo (a rebours [a contracorriente]) a los yanquis desde hace más de un siglo. Igual se lo están diciendo desde 1959 los cubanos.

¿A poco han escuchado?

@MaciekWizz

 

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